LA TEORÍA ECONÓMICA DEL DESARROLLO DESDE KEYNES HASTA EL NUEVO MODELO NEOCLÁSICO DEL CRECIMIENTO ECONÓMICO José Gregorio Petit Primera Resumen: Este trabajo tiene como objetivo general presentar una evolución histórica de la Teoría Económica del Desarrollo (TED) desde su nacimiento en los años cuarenta del siglo XX hasta el presente. La TED tiene como finalidad desentrañar las causas, los mecanismos y las consecuencias del crecimiento económico. Se hace referencia a la teoría keynesiana, al estructuralismo latinoamericano de la Cepal con Raúl Prebisch (1949), al enfoque de la dependencia y la influencia de Paul Baran (1959), al neoestructuralismo latinoamericano y la crítica al neoliberalismo y, finalmente se aborda a la nueva teoría neoclásica del crecimiento económico con los aportes de Robert Solow (1956), Robert Lucas (1988) y Paul Romer (1986). Palabras claves: Teoría económica, crecimiento económico, desarrollo económico, teoría keynesiana, estructuralismo, enfoque de la dependencia, neoestructuralismo, neoliberalismo 1. EL NACIMIENTO DE LA ECONOMÍA DEL DESARROLLO Y SUS PIONEROS El objetivo de la teoría económica del desarrollo (TED) es desentrañar las causas, mecanismos y las consecuencias del crecimiento económico a largo plazo, especialmente en los países de renta per cápita baja (Bustelo, 1999). El Banco Mundial considera países en desarrollo a las naciones que tienen un ingreso per cápita bajo o medio, es un PIB por habitante inferior o aproximadamente el doble de la media mundial. La TED, también llamada economía del desarrollo, es pues la rama de la ciencia económica que se ocupa de los problemas de los países no desarrollados, así como de las políticas y estrategias necesarias para que esos países consigan superar esos obstáculos. La pérdida de fe en la idea neoclásica de que el libre mercado conducía a la economía al equilibrio y la toma de conciencia de los desastres provocados por la Gran Depresión de los años treinta y por la Segunda Guerra Mundial cambiaron sustancialmente el pensamiento social. Una de las manifestaciones de ese cambio fue una cada vez mayor preocupación por lo que en esos años se empezaron a llamar “economías subdesarrolladas”. La economía del desarrollo se constituyó formalmente en los años cuarenta. Antes los economistas se interesaron poco por las áreas atrasadas. Los clásicos (excepto Karl Marx) no se preocuparon por los problemas del atraso en las sociedades pobres de su tiempo, si bien es verdad que principalmente por falta de información. El paréntesis neoclásico desplazó el interés hacia los problemas de equilibrio (asignación de recursos e intercambio) y sus representantes no tuvieron ni siquiera una teoría del crecimiento. Incluso el keynesianismo inicial, hasta la llegada de los modelos de crecimiento de Harrod-Domar, Kaldor, Goodwin, Duesenberry, y otros, se interesó sólo por los problemas de inestabilidad y de desempleo a corto plazo en las economías desarrolladas. En realidad, la expresión moderna “desarrollo económico” (referida a países pobres o del Tercer Mundo) no alcanzó carta de naturaleza hasta después de la Segunda Guerra Mundial; los clásicos (de nuevo con la excepción, en este caso parcial, de Marx) hablaban de “progreso material”. Sólo Joseph Schumpeter (1978), en los primeros decenios del siglo XX, escribió sobre la teoría del desarro llo económico, pero con una visión preanalítica y referida únicamente a los países ricos. En los años veinte y treinta, la literatura colonial entendía el desarrollo en sentido transitivo: el desarrollo de los recursos minerales y agrícolas de las colonias. El rechazo de la macroeconomía, esto es, de la existencia de una única teoría económica válida para el análisis de cualquier tipo de situación real, fue lo que distinguió sobre todo a los primeros especialistas en desarrollo tras la Segunda Guerra Mundial (A. O. Hirschman, H. Leibenstein, W. A. Lewis, G. Myrdal, R. Nurkse, R. Prebisch, P. N. Rosenstein-Rodan, H.W. Singer, J. Tinbergen, etc., y, en menor medida, H. Myint, W. W Rostow o J. Viner). La incapacidad analítica de la teoría económica convencional para enfrentarse a los problemas de los países que empezaron a llamarse subdesarrollados a raíz de un informe de las Naciones Unidas de 1951, desembocó en la creación de un enfoque novedoso. El estudio de las economías subdesarrolladas exigía, en opinión de los pioneros del desarrollo un instrumento distinto del creado por y para el análisis de las economías desarrolladas. Esa apuesta por una reflexión teórica independiente del cuerpo convencional era el resultado lógico de la percepción de la especificidad estructural del subdesarrollo. En efecto, este presentaba una estructura productiva más rígida y menos flexible que la de los países desarrollados. A las rigideces institucionales había que sumar la falta de flexibilidades económicas: la oferta de bienes y servicios era particularmente inelástica, de manera que no había respuesta rápida de la producción a los movimientos de los precios, y los propios mercados de esos bienes y servicios presentaban notables imperfecciones (ausencia de sustituibilidad perfecta entre factores, mercados que no se vaciaban, etc.) Durante la fase de los pioneros, desarrollo y crecimiento económicos eran términos idénticos. La primera gran obra sobre desarrollo fue el libro de Arthur Lewis (1959) “La teoría del desarrollo económico”. El objetivo declarado era el de acrecer la renta y la producción per cápita. Puesto que la población crecía mucho, el incremento de la renta nacional y del PIB debía ser también muy considerable. En general, los pioneros prestaron poca atención a los efectos distributivos y sociales de ese crecimiento, que normalmente consideraban que serían de pequeña importancia. A pesar de que hay una opinión muy extendida al respecto, los pioneros desatendieron ciertamente esa cuestión, pero no por una supuesta confianza en que los beneficios del crecimiento acabarían por filtrarse a los sectores sociales desfavorecidos, sino, por el simple hecho de que aumentar el ritmo de crecimiento ya era, de por sí, una tarea suficientemente complicada. Es más, cuando algunos de esos especialistas se interesaron por esa cuestión, tendieron a pensar que la desigualdad aumentaría en las primeras fases del desarrollo, tesis que posteriormente desarrollaría Simon Kuznets (1955). Sólo Gunnar Myrdal dedicó un capítulo entero de su primera gran obra sobre desarrollo: “An international economy: problems and prospects” (1956) a la idea de que era necesario promover cambios políticos y sociales que mejorarán los indicadores sociales. Mientras que el objetivo del desarrollo era el aumento sostenido de la renta per cápita, los medios para alcanzar tal fin eran, en términos generales, el fomento de la acumulación de capital y, más específicamente, la industrialización, la protección del mercado interior y la intervención del Estado. A mediados de los años sesenta se inició una nueva fase en la historia del pensamiento económico sobre desarrollo. A la importancia otorgada al crecimiento sucedió una preocupación por los objetivos propiamente dichos del desarrollo, esto es, por los fines (la mejora en la calidad de vida de la población) y no tanto por los medios (la expansión de la renta per cápita). Tal cambio implica, claro está, una distinta percepción de la naturaleza del proceso de desarrollo económico. El año 1969 fue el inicio formal de una etapa de preocupación por los aspectos sociales del desarrollo. La 11ª. Conferencia Mundial de la Sociedad Internacional para el Desarrollo (SID) se celebró en Nueva Delhi ese año, y el entonces director del Instituto de Estudios del Desarrollo (IDS) de la Universidad de Sussex, Dudley Seers, presentó allí las líneas maestras de un enfoque con un alto contenido social (empleo, distribución y pobreza), que luego daría lugar a la estrategia de las necesidades básicas. En su discurso de inauguración a la conferencia de Nueva Delhi de la SID, Seers (1969: 143) se distanció del pensamiento económico anterior sobre desarrollo: “Las preguntas que hay que hacerse sobre el desarrollo de un país son, por tanto, las siguientes: ¿qué ha ocurrido con la pobreza?, ¿qué ha ocurrido con el desempleo?, ¿qué ha ocurrido con la desigualdad?. Si todos esos tres problemas se han hecho menos graves, entonces se ha registrado sin duda un período de desarrollo en el país en cuestión. Si una o dos de esas cuestiones centrales han empeorado, y especialmente si lo han hecho las tres, sería muy extraño llamar “desarrollo” al resultado, incluso si la renta per cápita ha crecido mucho. Esto se aplica también, claro está, al futuro. Un plan que no contenga objetivos para reducir la pobreza, el desempleo y la desigualdad difícilmente puede considerarse como un plan de desarrollo”.
2. LA TEORÍA KEYNESIANA En el siglo XX, cuando Estados Unidos y Europa experimentaron la crisis económica de 1929, surgen las teorías económicas del británico John Maynard Keynes con su “Teoría general del empleo, el interés y el dinero” (1936). Con este autor acaba el período de hegemonía absoluta del pensamiento neoclásico en economía, si bien la llamada “revolución keynesiana” fue parcial y pese a que el neoclasicismo resurgió con fuerza después de la Segunda Guerra Mundial con la llamada “síntesis neoclásico-keynesiana”. Keynes acabó con la idea de que una economía de mercado conduce automáticamente al pleno empleo. Esa pérdida de fe en los automatismos reguladores de la economía abrió la puerta a la necesidad de la política económica, esto es, de la intervención del Estado en la economía para alcanzar una situación de pleno empleo. Keynes se opuso a la tesis neoclásica de que el libre funcionamiento del mercado lleva a la economía al equilibrio, puesto que las crisis son siempre pasajeras. Este rechazo de la parábola de la mano invisible de Adam Smith y, sobre todo, de la formalización matemática que de ella hizo León Walras. En el modelo Keynesiano se establece que la renta y el empleo deben determinarse conjuntamente a partir del volumen de demanda global existente. Para mantener el volumen de renta y empleo debe de invertirse la diferencia entre la renta y el consumo, es decir el ahorro; de esta manera se identifica a la inversión como un multiplicador del empleo, pero si la inversión privada no es suficiente para alcanzar el nivel de ingreso de pleno empleo, entonces el Estado debe intervenir, a través del gasto público, para “llenar ese vacío”. En este sentido, el principal aporte de Keynes fue el reconocimiento de que los gastos públicos no son una interferencia en la inversión privada, sino su complemento. Por esto, a diferencia de las teorías clásicas, en el modelo Keynesiano el Estado queda incorporado en la actividad económica. La validez directa de la teoría keynesiana para los países subdesarrollados era muy limitada, ya que se trataba de un enfoque pensado desde y para las economías desarrolladas (Bustelo, 1999).
3. EL ESTRUCTURALISMO LATINOAMERICANO (1949-1957) El pensamiento de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas (Cepal) fue esencialmente estructuralista. Al adoptar un método de análisis histórico-estructural, la Cepal participaba de la corriente que abordaba los problemas económicos y sociales desde una perspectiva histórica (la formación, desde los tiempos coloniales, de la economía latinoamericana y el análisis de cambio de la dinámica del proceso de cambio en América Latina) y holista (desarrollo y subdesarrollo eran contemplados como un único proceso, al tiempo que el análisis desborda los aspectos meramente económicos para adentrarse en el estudio de los fenómenos sociales e institucionales). La corriente de estudios sobre desarrollo conocida como “pensamiento de la Cepal” se constituyó en los cuarenta y cincuenta como el primer cuerpo importante de doctrina sobre desarrollo originario del Tercer Mundo. El estructuralismo latinoamericano de la Cepal fue enormemente influyente en la teoría económica y las políticas de desarrollo en América Latina entre finales de los años cuarenta y mediados de los años sesenta. La reflexión de la Cepal sirvió de inspiración al desarrollismo latinoamericano, un conjunto de políticas keynesianas socialmente avanzadas que, combinado con el peculiar populismo de la Argentina peronista y del Brasil anterior al golpe militar de 1964, se convirtió en una teoría y una práctica política de gran trascendencia; además, el pensamien to de la Cepal sirvió de base para la creación del enfoque de la dependencia y fue la fuente que inspiró al neoestructuralismo y a la macroeconomía estructuralista de los años ochenta. La figura esencial de la corriente fue Raúl Prebisch (1949), quien desde principios de los años cincuenta reunió a un numeroso grupo de economistas y sociólogos latinoamericanos. La reflexión de esos especialistas tomó como punto de partida una profunda insatisfacción respecto de la teoría ortodoxa neoclásica, que la consideraban inadecuada para analizar la dinámica del desarrollo, especialmente en el Tercer Mundo, y que veían como simplemente legitimadora de una pauta contraproducente de cambio económico en América Latina, en el marco del denominado “modelo primario-exportador” (o de crecimiento “hacia afuera”). El pensamiento de la Cepal fue, por tanto, un enfoque alternativo autóctono surgido de una interpretación novedosa en las ciencias sociales latinoamericanas (Sunkel, 1980). Sus planteamientos más importantes fueron la elaboración del modelo centro-periferia (1949-1950), la interpretación del proceso industrializador latinoame ricano (1949-1955), la elaboración de recomendaciones de políticas de desarrollo (1955-1960), el análisis de los obstáculos a los que se enfrenta la industrialización (1960-1963), la teoría estructuralista de la inflación (1953-1964) y la tesis del deterioro tendencial de la relación real de intercambio para los países exportadores de productos primarios (1949-1959). Desde la publicación del informe “El desarrollo económico de América Lati na y algunos de sus principales problemas” (1949), redactado por Prebisch y considerado por Albert Hirschman como el “manifiesto de la Cepal”, se sentaron las bases del análisis centro-periferia. Tal enfoque descansaba en las tres ideas siguientes: Las estructuras productivas de los países centrales y de las economías periféricas son fundamentalmente distintas, por cuanto el centro se distingue por la homogeneidad y la diversificación, mientras que la periferia tiene una estructura heterogénea y especializada. La heterogeneidad (diferente del concepto orto doxo de “dualismo”) se expresaba en la coexistencia de una agricultura de exportación de alta productividad y de una agricultura atrasada de subsistencia. La especialización (o desarticulación) se manifestaba en aspectos como la concentración de la exportación en unos pocos productos primarios; la ausencia, en la industria, de diversificación horizontal, complementariedad sectorial e integración vertical; la presencia de sectores modernos en forma de “enclaves”, sin apenas efectos internos de arrastre; y la existencia de una demanda interna de productos manufacturados básicamente abastecida con importaciones. Tales estructuras están relacionadas entre sí a través de la división internacional del trabajo. Lo importante de tal planteamiento residía no sólo en afirmar que desarrollo y subdesarrollo son procesos conectados entre sí en un único sistema económico mundial, sino también en la importante idea de que centro y periferia desempeñan funciones distintas y complementarias dentro de la división del trabajo a escala internacional. El primero se especializa en la producción y exportación de manufacturas, mientras que la segunda lo hace en la producción y exportación de productos primarios (alimentos y minerales). Esas relaciones entre centro y periferia son asimétricas, puesto que re producen la disparidad entre sus estructuras productivas, reforzando el subdesarrollo de la periferia y aumentando su distancia respecto del centro. El libre comercio, en opinión de la Cepal, no sólo no reduce o corrige las desigualdades internacionales sino que las acentúa. Tal planteamiento suponía una crítica abierta del teorema Hecksher-Ohlin-Samuelson, que, basado en la teoría de las ventajas comparativas de Ricardo, afirmaba que el comercio internacional suponía un beneficio mutuo y generaba una tendencia hacia la igualación a escala mundial de las retribuciones de los factores de producción.
La Cepal hizo una notable contribución a la historiografía económica de la industrialización latinoamericana de los años treinta y cuarenta. Desde la Gran Depresión de 1929 el crecimiento industrial de algunos países de América Lati na, que anteriormente se había limitado a ser un mero apéndice de la actividad de exportación de productos primarios, se aceleró de manera considerable. La reducción de la demanda de importaciones de materias primas y productos alimenticios por parte del centro, junto con la caída de la relación real de intercambio para las economías que exportan esos bienes, supuso una fuerte contracción de la capacidad para importar de los países latinoamericanos. Tal escasez de divisas generó una industrialización sustitutiva de importaciones (el reemplazo de las compras al exterior por producción nacional), que inicialmente fue sencillamente espontánea, esto es, una respuesta automática a una coyuntura internacional adversa. La industrialización fue especialmente pronunciada en Argentina, Chile y el sur de Brasil. Sin embargo, otros países más pequeños tuvieron que ajustarse a esa coyuntura mediante la deflación de la actividad económica interna. La Segunda Guerra Mundial supuso un segundo estímulo a la industrialización latinoamericana. La quiebra de suministros obligó a muchos países de la zona a acentuar la fabricación interior de numerosos bienes industriales. En suma, si la Gran Depresión redujo la capacidad de compra en importaciones, el conflicto bélico provocó sencillamente una caída de la oferta mundial de esos bienes. Ya en 1942, la Cepal propuso la industrialización como remedio a la adversa situación exterior. El objetivo era entonces promover la fabricación interna de bienes industriales de consumo de manera que la composición de las importaciones se altera a favor de los bienes de capital. Durante el decenio de los años cuarenta Prebisch (1949) promovió la industrialización como una estrategia deliberada de desarrollo. Había muchas razones que justificaban tal recomendación: los inconvenientes del modelo primario-exportador (caída de la relación real de intercambio, concentración del progreso técnico en los centros, etc.), menor vulnerabilidad externa de la pauta industrializadora, mayor generación de puestos de trabajo y de productividad laboral de la industria, y, por tanto, mayores salarios y aumento de la demanda interior. La heterogeneidad y la especialización eran inconvenientes de la periferia que generaban tendencias adversas, especialmente en el marco del modelo primario de orientación hacia afuera: desempleo crónico, desequilibrio externo recurrente y deterioro de la relación real de intercambio. Era necesaria una transformación estructural mediante la industrialización. Puesto que no se podía confiar en que el crecimiento industrial espontáneo fuese sostenible a medio plazo (ya que se veía inhibido por la división internacional clásica del trabajo y obstaculizado por una larga serie de restricciones internas), debía ser el Estado quien dirigiese el proceso industrializador, la inversión pública, empresas estatales, estímulo y orientación de la inversión privada, protección comercial y controles de cambio debían ser ingredientes esenciales de esa “industrialización forzada”. Un keynesianismo radical se combinó con la defensa de la protección del mercado interior, ya que la diferencia de costes unitarios, debido a la baja productividad laboral en la industria (que compensaba sobradamente la brecha de salarios), hacía imposible consolidar el sector industrial en condiciones de libre comercio. Además, los déficits comerciales crónicos hacían también recomendable, en este caso en aras del control macroeconómico, restringir las compras al exterior. Puesto que la protección conllevaba un sesgo en contra de las exportaciones de manufacturas (siempre que no fuese compensada con incentivos a las ventas al exterior, necesidad que las primeras propuestas de la Cepal apenas contemplaron), el crecimiento industrial resultante debía estar necesariamente orientado “hacia adentro”, esto es, hacia el mercado interior. Un importante motivo adicional que hacía recomendable la industrialización por sustitución de importaciones (ISI) era el reemplazo, como centro principal de la economía mundial, del Reino Unido por Estados Unidos, cuya economía estaba mucho más introvertida.
4. EL ENFOQUE DE LA DEPENDENCIA (1957-1969) A finales de los años cincuenta se produjo una reacción radical en el pensamiento sobre el desarrollo. Con la obra “La política económica del crecimiento” (1959) del economista estadounidense Paul Baran, se inició una corriente teórica que, distanciarse claramente de la evolución anterior de la disciplina, defendió básicamente tres ideas principales: El subdesarrollo no es una fase previa o una etapa anterior al desarrollo, sino un producto histórico del colonialismo y del imperialismo; tal planteamiento rechaza deliberadamente, por tanto, la teoría de las etapas de Rostow. La dependencia es el rasgo distintivo de los países capitalistas subdesarrollados, y tal situación, originada por el carácter nocivo que ejercen las relaciones económicas internacionales en esos países, es un freno poderoso a su desarrollo. En otras palabras, el enfoque de la dependencia rechazaba lo que Hirschman (1980) llamó la pretensión del beneficio mutuo, que era defendida por la mayor parte de los pioneros. El capitalismo, lejos de ser un sistema históricamente progresivo, se había convertido en un obstáculo para el progreso del Tercer Mundo. Tal planteamiento entraba en contradicción, por tanto, con la opinión de Marx y de los teóricos marxistas del imperialismo (Vladimir Lenin y Rosa Luxemburgo).
Las razones que explican la aparición del enfoque de la dependencia, que se haría popular en los años sesenta y setenta, especialmente en América Latina, con los trabajos, sobre todo, de André Gunder Frank, Samir Amín, Osvaldo Sunkel y Fernando Henrique Cardoso, pueden enumerarse de la siguiente manera: En primer término, los límites del proceso de lSI defendido por los pioneros, y en particular por la Cepal, impusieron un cambio de paradigma. En efec to, tal proceso, al menos en América Latina, se enfrentó, ya a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, con serios límites económicos (sa turación y estrechez del mercado interior y fuertes desequilibrios de balanza de pagos), sociales (crecientes desigualdad y marginación) y políticos (la ISI nació como un proyecto nacionalista, pero acabó siendo apropiado por las empre sas multinacionales). En segundo lugar, los años sesenta fueron un ambiente propicio para el asentamiento de teorías radicales: en Estados Unidos, la reacción contra el pe ríodo de la caza de brujas del senador McCarthy, los movimientos por los derechos civiles, el inicio de la guerra de Vietnam; en el resto del mundo, la aparición de movimientos de liberación nacional (Cuba, Argelia, etc.); la ruptura de China con la URSS y el asentamiento de una tercera vía entre la capitalista y la burocrática; el creciente autoritarismo de muchos regímenes en el Tercer Mundo, etc. En tercer lugar, algunos economistas latinoamericanos se rebelaron contra los límites teóricos del estructuralismo de la Cepal y del desarrollismo al que dio lugar, en particular la defensa de la industrialización como remedio a todos los males, la parcialidad de unos análisis estrictamente económicos, o la resistencia a proponer cambios radicales. En cuarto término, la crítica que suscitaron la teoría de la modernización y, en particular, la teoría de las etapas de Rostow (1960), que negaba cualquier especificidad estructural al capitalismo subdesarrollado, provocó un movimiento pendular en dirección a planteamientos extremos. Finalmente, la reacción contra las viejas teorías marxistas del imperialismo y los planteamientos de la mayor parte de los partidos comunistas del Tercer Mundo hizo reflexionar a buena parte de la izquierda intelectual: el capitalismo parecía haber perdido su carácter progresivo, la descolonización no había producido los resultados esperados, y propugnar una lucha contra la llamada “alianza feudal imperialista”, en aras de una “revolución burguesa antiimperialista”, no era suficiente.
El economista Paul Baran (1959) es considerado el padre del enfoque de la dependencia y en su obra “La economía política del crecimiento” planteó tres ideas novedosas: Desarrollo y subdesarrollo son un único proceso: la acumulación de capital a escala mundial. El subdesarrollo es el producto histórico del desarrollo de los países imperialistas. La extracción de excedente de las colonias –y, más en general, de las economías subordinadas– no sólo favoreció la acumulación originaria de capital en las metrópolis sino que interfirió con el crecimiento natural de las áreas atrasadas, alterando para siempre su desarrollo potencial. Esa agresión económica externa había configurado unas economías periféricas en las que el excedente resultaba en su mayor parte apropiado por el capi tal extranjero y desperdiciado en consumo improductivo, de resultas de la inserción dependiente del Tercer Mundo en la economía mundial. El capitalismo, que había sido históricamente un factor de progreso respecto de los modos de producción precapitalistas, se había convertido en realidad en un “obstáculo formidable para el adelanto humano”. La única forma que tenían los países capitalistas periféricos de salir del subdesarrollo era mediante la revolución anticapitalista (la construcción del socialismo) y la ruptura con el mercado capitalista mundial (lo que luego se llamaría la desconexión). En palabras del propio Baran (1959:293) “El establecimiento de una economía socialista planificada es una condición esencial, y de hecho indispensable, para lograr el progreso económico y social de los países subdesarrollados”.
Con arreglo a la clasificación de Bustelo (1999: 147) pueden distinguirse tres grupos principales de teorías en el enfoque de la dependencia: El planteamiento del desarrollo del subdesarrollo, que negaba la posibilidad misma de crecimiento económico sostenido (y por ende de desarrollo) en la periferia capitalista, en la que únicamente se podría producir la perpetuación del subdesarrollo. Esta corriente neomarxista tuvo como exponentes principales a A. G. Frank, S. Amin, Theotonio Dos Santos y R. M. Marini, entre muchos otros. La reformulación en clave independentista de los planteamientos de la Cepal, para ilustrar los obstáculos externos e internos que, debidos a la inserción dependiente, impedían un desarrollo nacional en América Latina. Esta segunda escuela se distinguía de la primera en que criticaba la tesis del estancamiento inevitable. Admitiendo la posibilidad de crecimiento económico, postulaba una contradicción inevitable entre dependencia y desarrollo nacional. Los principales autores de ese grupo fueron Celso Furtado, Osvaldo Sunkel, María Concepción Tavares y Aníbal Pinto, entre otros. La tesis del desarrollo dependiente, la más sofisticada del enfoque, que afirmaba que la dependencia no hacía imposible el desarrollo de la periferia, sino que lo condiciona hasta el punto de generar contradicciones y desigualdades específicas al capitalismo periférico. La obra pionera de F. H. Cardoso y E. Faletto “Dependencia y desarrollo en América Latina”, publicada en 1969, es el exponente más significativo de ese planteamiento. Esa tercera “lectura” del enfoque de la dependencia fue la adoptada, por lo común, en los países anglosajones, cuyos especialistas recelaban del simplismo del planteamiento radical y del localismo de los dependentistas de la Cepal. Autores como P. Evaristo. T. B. Gold o G. Gereffi han defendido esa teoría en Estados Unidos.
5. EL NEOESTRUCTURALISMO LATINOAMERICANO Y LA CRÍTICA AL NEOLIBERALISMO El origen del neoestructuralismo en Latinoamérica reside en la propia evolución de las ciencias sociales latinoamericanas en los años ochenta. Las políticas de estabilización y ajuste inspiradas por el credo neoliberal desataron un profundo rechazo, no sólo por sus efectos recesivos sino también por su carácter socialmente regresivo. Entre 1980 y 1992 la renta per cápita de América Latina y el Caribe se redujo de forma apreciable. Entre 1980 y 1990 el porcentaje de hogares por debajo de la línea de pobreza aumentó del 35% al 37%, mientras que el número absoluto de personas pobres pasó de 170 millones (43% de la población total) a 196 millones (46% de la población total). El agravante es que la mayoría de la población pobre se encuentra ahora en las ciudades. La distribución de la renta y de la riqueza se hizo más desigual, especialmente en Brasil y Colombia. Además, la realidad latinoamericana de los años ochenta se caracterizaba por diversos rasgos estructurales de gran importancia, que Rosales (1988) agrupa en los tres siguientes: Un modelo de inserción externa que conlleva una especialización internacional “empobrecedora”. Una estructura productiva cada vez más desarticulada, vulnerable, hetero génea, concentradora del progreso técnico y generadora de desempleo. Una pauta social excluyente, con unas crecientes concentración de la renta y de la riqueza, pobreza y marginación.
Ante tal situación, los economistas latinoamericanos críticos con el análisis económico neoclásico (radicalizado en neoliberal en el caso de América Latina) empezaron a recuperar el pensamiento de la Cepal. La teoría económica ortodoxa era, a todas luces, inapropiada para dar respuesta a los retos del desarrollo. Como ha expuesto Sunkel (1994), varias características de esa teoría debían y podían ser puestas en entredicho: individualismo metodológico, concepción del mercado como una categoría abstracta y universal, afirmación de que las imperfecciones del Estado son siempre mayores que las del mercado, análisis circunscrito a los problemas económicos en sentido estricto, formalismo matemático, etc. Frente a ese enfoque, el neoestructuralismo recuperó el pensamiento de la Cepal, especialmente a partir de los primeros años noventa, en una coyuntura internacional e intelectual más propicia: cambios en las políticas de Estados Unidos, después de las presidencias de Reagan y Bush, y en cierta medida también en la Unión Europea, con los intentos del ex presidente de la Comisión J. Delors por impulsar políticas de empleo; desarrollo de la corriente de la socio economía en el mundo anglosajón; cambio de enfoque en el Banco Mundial hacia posiciones menos liberales; reacción de muchos economistas convencionales, incluidos algunos premios Nóbel, ante el monopolio intelectual cada vez más asfixiante de la ortodoxia más radical, etc. Los estructuralistas insisten en la acción social en grupos colectivos, en las características estructurales e institucionales propias y distintas de cada país, en el contexto histórico en el que se desarrolla su economía, en la persistencia y amplificación de las imperfecciones del mercado, y en la necesidad de tratar aspectos sociales, políticos y medioambientales. Frente a las pretensiones de hegemonía intelectual de la economía neoclásica y de la nueva macroeconomía clásica, el neoestructuralismo hace gala de lo que considera un saludable eclec ticismo, en el que tienen cabida la economía política clásica, el pensamiento keynesiano, algunas aportaciones de la Economía del Bienestar, otras ciencias sociales o el ecologismo. Tal recuperación actualizada del pensamiento de la Cepal es el rasgo distintivo más sobresaliente de la corriente neoestructuralista (Sunkel y Zuleta, 1990: 42): En la medida en que muchos de los planes de ajuste de uno y otro signo fracasaban y la crisis persistía, el neoestructuralismo comenzó a recurrir al legado positivo de un ideario propiamente latinoamericano y a nutrirse de él: el estructuralismo de las décadas de posguerra. No obstante, ese grado cercano a la identificación con las tesis estructuralistas originales y como consecuencia del cambio en las circunstancias históricas en que fueron formuladas, también se produjo una revisión crítica de algunos de sus postulados con el fin de superar sus insuficiencias. Entre éstas destacan una confianza excesiva en las bondades del intervencionismo estatal, un pesimismo exagerado y demasiado prolongado en el tiempo respecto de los mercados externos y un manejo desaprensivo de la política económica de corto plazo que impedía dar respuestas oportunas y operacionales a los problemas de la coyuntura, especialmente por la subestimación de los aspectos monetarios y financieros. En suma, los estructuralistas empezaron a tomar conciencia de la cada vez mayor pérdida del margen de maniobra de las políticas nacionales en la economía mundializada. Como señala Sunkel (1994), la creciente integración transnacional, especialmente en el campo financiero, la mayor influencia de los organismos internacionales en las políticas internas, la incidencia global sin pre cedentes de los desequilibrios monetarios y del nuevo proteccionismo de los grandes países desarrollados, han limitado en gran medida la libertad de maniobra de los países subdesarrollados. La propuesta de políticas económicas del neoestructuralismo se inspira en la estrategia de “Transformación productiva con equidad” y de “Desarrollo desde dentro” propuesta por la Cepal, a principios de los años noventa. Los objetivos son alcanzar un crecimiento económico sostenido mediante una inserción eficaz en la economía mundial, una generación suficiente de empleo productivo y reducción de la heterogeneidad estructural. Tales medios deberían tener como resultado el alivio de la situación de pobreza extrema, la mejora en la distribución de la renta y el fomento de las libertades públicas.
El requisito indispensable para lograr unas tasas apropiadas de crecimiento del producto total y per cápita es el respeto de los equilibrios macroeconómicos básicos. Esa necesidad no es objeto de debate, aunque sí resultan controvertidas las medidas de estabilización convencionales. La novedad a este respecto del neoestructuralismo es que propone: Reducir la transferencia de capital hacia el exterior en concepto de servicio de la deuda, con medidas globales para reducir la carga que ésta supone. Controlar el déficit presupuestario no sólo con restricciones en el gasto público sino también con aumento de los ingresos del Estado, mediante una reforma fiscal. Aplicar las medidas de estabilización de manera gradual, excepto en el caso de enfrentarse a la hiperinflación, para que resulten socialmente aceptables y no pongan en peligro el crecimiento potencial.
Además, el “desarrollo desde dentro” debe basarse en un nuevo impulso de la industrialización (Sunkel y Zuleta, 1990: 43): La línea estratégica del desarrollo “Desde dentro” retomar y superar el desafío industrializador original de Prebisch en torno a generar un proceso endógeno de acumu lación y de absorción y generación de progreso técnico incluso por medio de la inversión privada extranjera que origine una capacidad de decisión propia de crecer con dinamismo. Tal concepción estratégica no está orientada, a priori, a favorecer la sustitución de importaciones, lo cual finalmente llevaría a un callejón sin salida. Por el contrario, en esta propuesta se dejan abiertas las opciones para orientar la industrialización desde dentro hacia los mercados internos y externos que se consideren prioritarios y prometedores en la estrategia de desarrollo a largo plazo.
El énfasis en que el crecimiento exportador es esencial es otra novedad de este enfoque. Los estructuralistas proponen, a este respecto, un fuerte empujón inicial de las exportaciones, tanto primarias como manufacturadas, para posteriormente concentrarse en aumentar la proporción de bienes que tengan a la vez una demanda internacional dinámica y un mayor valor añadido. Se afirma también que se trata de promover una competitividad “auténtica”, esto es, no dependiente sólo ni principalmente de los bajos salarios. 6. LA NUEVA TEORÍA NEOCLÁSICA DEL CRECIMIENTO ECONÓMICO: PROGRESO TÉCNICO, CRECIMIENTO ENDÓGENO Y CAPITAL HUMANO Con los resultados del estudio de Robert Solow (1956) se rompe con la tradición de considerar que la acumulación del stock de capital sea el principal determinante del crecimiento económico. La conclusión principal de Solow fue que la acumulación de capital físico sólo explica una fracción del crecimiento económico. La consecuencia de esta conclusión fue la conveniencia de incluir un factor adicional que recogiera el conocimiento técnico. Dado que el progreso técnico no puede observarse de forma directa, Solow optó por calcular el cambio tecnológico de forma residual, una vez medidas las causas observables del crecimiento. Analíticamente, Solow de trabajo del crecimiento del output las aportaciones del capital y del trabajo, y el resto, esto es el residuo, se consideró como el crecimiento aportado por el cambio tecnológico. En términos del producto por unidad de trabajo, Solow estimó el progreso técnico, esto es, el factor residual, como la diferencia entre el crecimiento observado del producto por trabajador y el crecimiento del capital por trabajador ponderado por la participación del capital en el producto. El procedimiento seguido por Solow muestra que en realidad el factor residual es una medida de nuestra ignorancia, pues se estima como parte del crecimiento que realmente no es explicado por los factores observables. Lo relevante de la aportación de Solow es el hecho de que sólo una pequeña parte del crecimiento de la renta por trabajador se podría explicar en términos de la acumulación de capital físico, lo que dejaba un residuo excesivamente grande y determinaba que el progreso técnico, cualquiera que sea la forma en que se concrete, fuese el motor principal del crecimiento económico. Lucas (1988) y Romer (1986) establecen las bases de la “Nueva teoría del crecimiento”. Lucas parte del modelo neoclásico de Solow considerándolo “inadecuado” como modelo de desarrollo económico, por tanto, hace “adaptaciones” para incluir los efectos de la acumulación del capital humano, y lo propone como motor de crecimiento alternativo al modelo de Solow. Dicha propuesta, es muy cercana a los modelos de Arrow (1962) y Romer (1988), además, define como formación de capital humano la escolaridad, el entrenamiento en el trabajo y el “aprendizaje haciendo”. Lucas plantea que la teoría neoclásica, tal y como se encuentra, no es una teoría de “desarrollo económico” útil por su “evidente incapacidad” para explicar la variación del crecimiento entre los países y las erróneas predicciones neoclásicas, de que “el comercio internacional debería inducir con un movimiento rápido a la igualdad de la relación capital-trabajo (K/L) y de los precios de los factores”. Retoma de Theodore W. Schultz y Gary S. Becker el concepto de capital humano que elaboraron en los primeros años de los sesenta, al igual que los modelos de Arrow, Uzawa y Romer, y lo define “simplemente como el nivel general de destreza de un individuo”, de tal modo que un trabajador con capital humano puede ser el equivalente productivo de dos trabajadores. Se observa, a estas alturas, a mitad de los ochenta, que hay simbiosis o complementación de las aportaciones fundamentales: Sólo parte del modelo Harrod-Domar, pero lo critica y aporta la influencia decisiva del cambio tecnológico a la teoría del crecimiento a largo plazo. Dicha tesis se mantiene firme durante varios años, y es retomada por Romer, que la crítica y endogeniza, además de agregarle el “conocimiento” y el “capital humano”, al igual que Lucas, en modelos con supuestos distintos a la base neoclásica de Solow. Tanto Romer como Lucas retoman posiciones más antiguas, como la de Smith y de Marshall, y contemporáneas, como las de Arrow, Schultz, Becker. El resultado es una teoría endógena, en donde el crecimiento puede ser impulsado conscientemente conscientemente desde el cambio tecnológico, del desarrollo del conocimiento, de la educación, del aprendizaje, del capital humano en un mundo competitivo y de liberalización comercial, sin descartar los factores productivos tradicionales que siguen siendo secundarios, en la tradición de Solow.
CONSIDERACIONES FINALES El objetivo de la teoría económica del desarrollo (TED) es desentrañar las causas, los mecanismos y las consecuencias del crecimiento económico a largo plazo, especialmente en los países de renta per cápita baja. La TED, también llamada economía del desarrollo, es pues la rama de la ciencia económica que se ocupa de los problemas de los países no desarrollados, así como de las políticas y estrategias necesarias para que esos países consigan superar esos obstáculos. La economía del desarrollo se constituyó formalmente en los años cuarenta. Antes los economistas se interesaron poco por las áreas atrasadas. Los clásicos (excepto Karl Marx) no se preocuparon por los problemas del atraso en las sociedades pobres de su tiempo, si bien es verdad que principalmente por falta de información. En realidad, la expresión moderna “desarrollo económico” (referida a países pobres o del Tercer Mundo) no alcanzó carta de naturaleza hasta después de la Segunda Guerra Mundial los clásicos (de nuevo con la excepción, en este caso parcial, de Marx) hablaban de “progreso material”. En los años veinte y treinta, la literatura colonial entendía el desarrollo en sentido transitivo: el desarrollo de los recursos minerales y agrícolas de las colonias. En general, los pioneros prestaron poca atención a los efectos distributivos y sociales de ese crecimiento, que normalmente consideraban que serían de pequeña importancia. A mediados de los años sesenta se inició una nueva fase en la historia del pensamiento económico sobre desarrollo. A la importancia otorgada al crecimiento sucedió una preocupación por los objetivos propiamente dichos del desarrollo, esto es, por los fines (la mejora en la calidad de vida de la población) y no tanto por los medios (la expansión de la renta per cápita). En 1929 cuando Estados Unidos y Europa experimentaron la crisis económica surgen las teorías económicas del británico John Maynard Keynes. Con este autor acaba el período de hegemonía absoluta del pensamiento neoclásico en economía, si bien la llamada “revolución keynesiana” fue parcial y pese a que el neoclasicismo resurgió con fuerza después de la Segunda Guerra Mundial con la llamada “síntesis neoclásico-keynesiana”. Keynes acabó con la idea de que una economía de mercado conduce automáticamente al pleno empleo. Esa pérdida de fe en los automatismos reguladores de la economía abrió la puerta a la necesidad de la política económica, esto es, de la intervención del Estado en la economía para alcanzar una situación de pleno empleo. Keynes se opuso a la tesis neoclásica de que el libre funcionamiento del mercado lleva a la economía al equilibrio, puesto que las crisis son siempre pasajeras. Este rechazo de la parábola de la mano invisible de Adam Smith y, sobre todo, de la formalización matemática que de ella hizo León Walras. La corriente de estudios sobre desarrollo conocida como “pensamiento de la Cepal” se constituyó en los años cuarenta y cincuenta como el primer cuerpo importante de doctrina sobre desarrollo originario del Tercer Mundo. El estructuralismo latinoamericano de la Cepal fue enormemente influyente en la teoría económica y las políticas de desarrollo en América Latina entre finales de los años cuarenta y mediados de los años sesenta. La reflexión de la Cepal fue insumo de inspiración al desarrollismo latinoamericano, un conjunto de políticas keynesianas socialmente avanzadas que, combinado con el peculiar populismo de la Argentina peronista y del Brasil anterior al golpe militar de 1964, se convirtió en una teoría y una práctica políticas de gran trascendencia. Además, el pensamiento de la Cepal sirvió de base para la creación del enfoque de la dependencia y fue la fuente que inspiró al neoestructuralismo y a la macroeconomía estructuralista de los años ochenta. Finalmente, la teoría neoclásica del crecimiento de Solow rompe con la tradición de considerar que la acumulación del stock de capital sea el principal determinante del crecimiento económico. Su conclusión principal fue que la acumulación de capital físico sólo explica una fracción del crecimiento económico. La consecuencia de esta conclusión fue la conveniencia de incluir un factor adicional que recogiera el conocimiento técnico. No obstante, Lucas y Romer hacen “adaptaciones” para incluir los efectos de la acumulación del capital humano, y lo propone como motor de crecimiento alternativo al modelo de Solow.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Arthur, Lewis (1958): La teoría del desarrollo económico, FCE, México. Baran, Paul (1959): La economía política del crecimiento económico, 3ra edición, Distrito Federal, México, Fondo de Cultura Económica. Bustelo, P. (1999): Teorías Contemporáneas del desarrollo económico, 2da edición, Síntesis, Madrid. Gunnar, Myrdal (1956): An internacional economy: problems and prospects, Harper and Brothers, London. Keynes, M (1936): Teoría general del empleo, el interés y el dinero, Fondo de Cultura Económica, Distrito Federal, México. Kuznets, Simón (1955): Economic growth and income inequality, National Bureau of Economic Research. Lucas, R. Jr. (1988): “On the Mechanics of Economic Development”, Journal of Monetary Economics, Vol. 22, 1. Maza Zavala, Domingo Francisco (1993): Análisis macroeconómico, 2da edición, Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela, Caracas. Prebisch, Raúl (1949): “El desarrollo económico de América Latina y algunos de sus principales problemas”, Documento No. E/CN.12/89, Naciones Unidas, Nueva York. Romer, P (1986): “Endogenous technological change”, Journal of Political Economy, Vol. 22, 12. Rosales, O. (1988): “Una valoración del paradigma estructuralista sobre el desarrollo latinoamericano y de las perspectivas de su renovación”, CEPAL, No. 34. Rostow, Walt Whitman (1960): Las etapas del crecimiento económico, FCE, México. Seers, Dudley (1969): “The meaning of development”, International development Review, Vol. 11, 4. Schumpeter, Joseph (1978): Historia del análisis económico, FCE, México. Solow, Robert (1956): “A Contribution to the theory of economic growth”, Quarterly Journal of Economics. Sunkel, Osvaldo (1980): “El desarrollo de la teoría del desarrollo”, Revista Cultura Hispana. — y Zuleta, G (1990): “Neoestructuralismo versus neoliberalismo en los años noventa”, CEPAL, No. 49. — (1994): La Crisis Social de América Latina: Una perspectiva neoestructuralista, en: El desarrollo social tarea de todos, Compilado por: Carlos Contreras, Comisión Sudamericana de Paz, Seguridad y democracia, Santiago de Chile.
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