domingo, 14 de marzo de 2021

Introducción a la Economía Parte 10: La Teoría de la Escacez

LA TEORÍA DE LA ESCASEZ 


El de escasez es un concepto relativo. Un recurso natural es abundante o escaso comparado o en función de algo. La relativa abundancia o escasez de recursos naturales implica definir disponibilidades físicas de los elementos existentes en la tierra en función de sus posibilidades de utilización. La sociedad es indiferente a la relativa abundancia física de un elemento existente en la corteza terrestre que no tiene uso actual ni potencial. Es la capacidad para satisfacer necesidades y la comparación entre la magnitud de las necesidades a satisfacer y la disponibilidad física de recursos la que definirá el grado de su escasez. Esto supone que la escasez no es puramente un término físico. Si así fuera, el problema se reduciría a encontrar una forma adecuada para medir su magnitud. Sin embargo, hay un componente socioeconómico, definido por la necesidad del bien, que es función de su esencialidad: el grado de escasez estará determinado por la esencialidad del bien para satisfacer necesidades en relación con su disponibilidad física. Un elemento cuya disponibilidad física es muy reducida, pero que no tiene utilización alguna, es obvio que no puede calificarse de escaso. 


El debate sobre la escasez ha tenido dos enfoques fundamentales. Uno de ellos es el que examina exclusivamente su aspecto físico, en término de una existencia fija e invariable de recursos, y lo relaciona con exigencias cuantitativas futuras mediante extrapolaciones de tendencias observadas históricamente, prescindiendo de consideraciones adicionales que puedan alterar tales tendencias. El otro enfoque es el que examina el problema en términos económicos, y aquí el problema de la escasez viene asociado a un desajuste entre oferta y demanda. Lo anterior lleva a establecer una clara distinción entre lo que podría denominarse una escasez física --susceptible de mediciones físicas de diverso tipo-- y una escasez socioeconómica, definida por consideraciones respecto a la esencialidad del recurso. Este último, siendo un concepto claramente social, varía de acuerdo con los cambios en las estructuras sociales, sus valores y patrones de consumo, los problemas estratégicos de seguridad militar, etc., es decir, la escasez tiene que examinarse en un contexto dinámico. Lo que es escaso hoy puede no serlo mañana, y viceversa. 


Existe la esencialidad absoluta de ciertos recursos cuando su disponibilidad es condición sine qua non para la vida humana y su ausencia implica la imposibilidad de vida. El aire y el agua son, por definición, recursos esenciales. En términos económicos, un recurso natural o un material es esencial si tiene demanda aun a precios arbitrariamente elevados y si su carencia es causa de importantes desajustes económicos, sociales y políticos. En el límite, un recurso es esencial económicamente si la producción de un bien de consumo final o de una materia para el proceso productivo es cero en ausencia de dicho recurso natural. En economía, son las características de la demanda las que contribuyen a definir la esencialidad de un recurso. Su escasez no está definida por las cantidades relativas de elementos existentes en la corteza terrestre, sino que responde a una situación en que la demanda futura esperada supera la oferta prevista. Tal desajuste implica que los precios del bien en cuestión aumentan hasta que la oferta y la demanda logran un nuevo nivel de equilibrio. 


Por lo tanto, las fluctuaciones de precios serían indicadores de escaseces relativas. La esencialidad de un recurso se da entonces en términos económicos cuando la elasticidad de la demanda a corto plazo es cercana a cero. Una situación de escasez se produce cuando una baja elasticidad de demanda se asocia a una elasticidad precio de la oferta también cercana a cero. La superación de esta situación dependerá de las posibilidades de sustituir el producto o de encontrar fuentes alternativas capaces de responder rápidamente al incremento de la demanda. En ambos casos las posibilidades descansan en las capacidades científico-tecnológicas de la sociedad y en las facilidades para su aplicación práctica. Por ejemplo, la escasez de energía está determinada por los problemas asociados a una fuente energética como el petróleo --en que se basa la civilización industrial--, y por las dificultades de desarrollar alternativas energéticas a corto plazo. Un ejemplo adicional podría ser el cobre. Su escasez está definida por las magnitudes de reservas de leyes económicamente explotables con la tecnología vigente, y por las posibilidades de sustituirlo con otros productos --aluminio, plásticos, maderas, fibra óptica etc.-- capaces de ejercer las mismas funciones. 


Si las condiciones económicas y tecnológicas permiten la explotación de minerales de leyes inferiores y/o un proceso de sustitución automática o semiautomática por otros materiales, el grado de esencialidad y escasez del cobre se verá inmediatamente alterado. Por lo tanto, la noción de escasez tiene una dimensión temporal. En el largo plazo es siempre posible alterar patrones de consumo, encontrar fuentes alternativas a un producto o desarrollar procesos y tecnologías capaces de producir bienes para sustituirlo. Así pues, la elasticidad de sustitución es elemento fundamental en la definición de escasez. Tal elasticidad está determinada en gran medida por el conocimiento tecnológico y sus posibilidades de aplicación práctica. Lo que cabe preguntarse es en función de qué estímulos, señales o motivaciones se desata la acción social orientada a la búsqueda de soluciones para la situación de escasez, y cuál es el nivel crítico que pone en marcha el mecanismo social que acelera el proceso de innovación tecnológico dirigido hacia la sustitución o hacia la búsqueda de alternativas para superar la coyuntura. La tradición económica estima que el mecanismo del mercado --y más específicamente el sistema de precios-- proporciona las señales requeridas y al mismo tiempo orienta la acción económica que permite superar el problema de escasez. 


En un trabajo ya mencionado se recurre al costo unitario de extracción por unidad de recurso como medida adecuada de escasez. El argumento --arraigado en la tradición ricardiana-- es que, si la escasez es básicamente un desajuste entre demanda y oferta, resultante de una demanda futura superior a la oferta prevista, el proceso de ajuste se traducirá entonces en costos crecientes por producciones crecientes de recursos solamente asequibles con cantidades también crecientes de capital y trabajo que se requieren para compensar la menor calidad y las localizaciones desfavorables de los recursos marginales que se incorporan a la producción. La evidencia empírica del trabajo de Barnett y Morse pone de manifiesto que el índice seleccionado --el costo unitario de extracción-- ha mostrado tendencias decrecientes, es decir, la experiencia histórica desmiente la premisa malthusiana de escasez creciente de recursos naturales. El examen que han hecho algunos autores de estos índices revela ciertas deficiencias que en principio afectarían las conclusiones del estudio de Barnett y Morse. Es claro que algunos elementos esenciales en la determinación de los costos sociales de extracción de recursos naturales han sido ignorados, y entre ellos cabría citar los costos indirectos, los costos externos --por ejemplo, los ambientales-- y sus efectos sobre los llamados bienes libres. Estos costos no han sufrido reducciones similares a los reflejados por los precios de mercado. Más aún, algunos de ellos --en especial los ambientales-- han ido en aumento constante. Sin embargo, esa tendencia no ha sido suficientemente acentuada como para alterar la de los costos monetarios, o simplemente --dadas las características del sistema económico imperante-- ha sido ignorada. 


Además, como Fisher hace notar, la medida en términos de costo unitario presenta algunos problemas de orden teórico y práctico. Así, por ejemplo, es perfectamente factible que los costos de extracción de un recurso natural se mantengan constantes a medida que se agota el recurso. Por otro lado, es también muy posible --y la experiencia histórica lo demuestra-- que a medida que la explotación de ciertos recursos, básicamente mineros, avanza, a veces a costos crecientes, se descubren nuevos recursos o se descubre que la magnitud del recurso era superior a la hasta entonces conocida. Ambos casos demuestran que un índice de costo unitario de extracción no necesariamente refleja escasez futuras de recursos. La segunda objeción de Fisher reside en el hecho de que el índice de costo unitario está construido a partir de series históricas de insumos de mano de obra y capital utilizados en la producción de materiales extractivos, y este proceso adolece de todos aquellos defectos típicos de la agregación, de la forma en que ésta se ha llevado a cabo y de la representatividad que tiene. 


Así, entonces, los costos de extracción, medidos en términos monetarios, están socialmente subvaluados y no reflejan el costo real para la sociedad del producto obtenido. Esta subvaluación --más el hecho de que los costos de extracción no necesariamente reflejan o anticipan la escasez, pues no siempre aumentan a medida que el recurso se extingue, y aun puede darse el caso de que incluso disminuyan-- hace que el índice no anticipe la futura escasez del recurso y, por lo tanto, su empleo como indicador tiene que complementarse con otras medidas. El trabajo de Kerry Smith señala que diferentes factores han influido en los movimientos de precios entre 1900 y 1973 y que, sin una teoría adicional, es difícil establecer un juicio sumario de las tendencias generales. Así pues, parece prudente concluir que los juicios concernientes a la escasez de los recursos naturales no pueden calcularse exclusivamente sobre la base de dichos datos y que la cuestión de la escasez debe mantenerse como una discusión abierta. Por su parte, Fisher examina en el estudio mencionado otros posibles indicadores de escasez, que serían el precio de mercado ordinario y lo que denomina una «renta pura de escasez» (pure scarcity rent), es decir, el valor del recurso in the ground es decir, antes de su extracción. 


En términos generales, los tres indicadores --costos, precios y renta-- tienen un comportamiento contrario a la magnitud del recurso, es decir, mientras más pequeña sea la cantidad de recurso, mayores serán los precios, los costos y las rentas. Sin embargo, Fisher hace notar que difiere ampliamente la sensibilidad de precios, costos y rentas frente a un proceso de agotamiento. Nótese que Fisher se refiere generalmente a existencias de recursos, es decir, examina las variaciones en los tres indicadores señalados en función de una existencia dada de recursos. El análisis se lleva a cabo utilizando una función de producción extractiva, en la cual la producción extractiva (Y) es función de un índice de trabajo y capital, que denomina esfuerzo dedicado a la extracción (E) y de una existencia X de recursos, en un periodo T de tiempo: 


Y : f (E, X, T). Esta función de producción se ve afectada por un efecto de existencia, que Fisher --al igual que otros autores-- supone positivo. En otras palabras, este efecto establece que una cantidad de producción mayor se obtiene de una existencia mayor con un mismo esfuerzo, y también por un incremento de tal esfuerzo. 


Ese efecto de existencia elevaría los costos, y Fisher se plantea en este punto algunas preguntas: en primer lugar, ¿qué es lo que se considera como recursos naturales? ¿Aquellos que están en la corteza terrestre, o los ya extraídos y convertidos en materias primas? Si nos referimos a estos últimos, con base en las observaciones que se han hecho, los costos serían indicadores inadecuados de escasez y los precios constituirían el indicador más apropiado. En cambio, si se consideran recursos naturales sólo los elementos existentes en la corteza terrestre, antes de su proceso de extracción, entonces --según Brown y Field--7 la renta sería la medida adecuada de escasez. Tal opción es objetada por Fisher, quien demuestra que las rentas de los recursos naturales pueden disminuir, y eventualmente llegar a cero, cuando esos recursos se agotan. La conclusión de Fisher es que los precios de mercado son los indicadores más adecuados de escasez, en función de su correlación positiva con una existencia dada de recursos, aumentando a medida que los recursos se agotan y reduciéndose a medida que aumenta la existencia de recursos. No sucede lo mismo con los costos y las rentas, que tienen un comportamiento errático. Así, por ejemplo, puede suceder que para ciertos depósitos, si no hay efectos de existencias, los costos no aumentan a medida que el recurso se agota, pero sí puede incrementarse la renta. 


El problema está lejos de ser solucionado y sin duda no puede examinarse exclusivamente en función de magnitudes económicas y de su comportamiento en el mercado, desde el momento en que tales magnitudes y comportamientos ignoran efectos indirectos de orden social y ambiental. Al mismo tiempo, no permiten la consideración explícita de aspectos concernientes a las tecnologías de extracción y explotación de productos, ni el hecho de que los tres indicadores se ven afectados por el carácter heterogéneo de los recursos. En tal sentido, Fisher afirma que una medida de escasez de recursos naturales debería reflejar claramente los sacrificios directos e indirectos que se hacen para obtener una unidad de recursos, y que al mismo tiempo debería permitir relacionar las variaciones en su existencia. Las observaciones mencionadas sobre efectos indirectos, no perceptibles directamente o no cuantificables, afectan la primera parte de este indicador, mientras que otros factores de orden tecnológico y la heterogeneidad de los recursos dificultan la elaboración de la segunda parte del indicador sugerido por Fisher.


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