Edgar Morin. Complejidad y sujeto humano Mario Soto González Tesis de Doctorado Facultad: Filosofía y Letras Director: Dr. Emilio Roger Ciurana 1999 Universidad de Valladolid DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA, LÓGICA Y FILOSOFÍA DE LA CIENCIA Y TEORÍA DE LA EDUCACIÓN Valladolid, Mayo de 1999 PROPÓSITO Pero, ¿qué quimera es el hombre? ¡Qué novedad, qué monstruo, qué caos, qué sujeto de contradicciones, qué prodigio! Juez de todas las cosas, imbécil gusano de tierra, depositario de la verdad, cloaca de la incertidumbre y el error; gloria y hez del universo. ¿Quién desenmarañará este embrollo? PASCAL. - Nuestra tradición occidental se viene basando en unos usos lógicos y en una racionalidad que responden al paradigma de simplificación, el mismo que desde Platón llega hasta la ciencia clásica y que afecta no sólo a la filosofía y a la ciencia sino también a la acción, y por tanto a la ética y a la política. Su pretensión es idealizar, racionalizar, normalizar, es decir, concebir la realidad como algo reducible a esquemas o conceptos ordenados y ordenadores, entendidos desde la óptica de la lógica identitaria y el principio de disyunción. En cuanto a la ética y la política, ellas están presididas también por la racionalización y el orden unificador, de modo que rechazan o excluyen las formas “menos desarrolladas” o “irracionales”.
Es un pensamiento en definitiva que se apoya en conceptos reificantes/sustancializadores y en un ideal epistemológico que se caracteriza por suponer un punto de vista absoluto, es decir, un observador externo, omnisciente. Esta concepción epistemológica implica paralelamente la idea de una ilusoria objetividad también absoluta, a la que no le afecta el sujeto/observador. Tal ideal de conocimiento, propio de la filosofía y de la ciencia clásicas es imposible. Así lo muestra la física de este siglo y también la biología. Desde el punto de vista de la acción lo muestra también la historia social y política, en particular la de nuestro siglo que, cuando ha pretendido determinar/unificar la sociedad, lo ha conseguido en el mejor de los casos por breve tiempo y por la fuerza, derivando finalmente en barbarie. El fracaso de este modo de pensar simplificador y de la praxis social y política que de él deriva tienen sumido al hombre contemporáneo y a su mundo en una profunda y radical crisis. De ella surge para Morin la necesidad de un nuevo modo de pensar, el paradigma de complejidad, que en cuanto tal deberá regir no sólo el pensamiento y los usos lógicos, es decir, nuestro conocimiento, sino también nuestras acciones incluida la praxis social y política. El paradigma moriniano de complejidad implica pensar en términos organizacionales, y no en términos absolutos/identitarios/reduccionistas/excluyentes. La complejidad es relación y es inclusión; ni siquiera excluye la simplificación, sino que la integra como uno de los elementos del pensamiento complejo. Sin embargo, siendo multidimensional y englobadora, es abierta e inclausurable (complejidad es incompletud). La complejidad es incertidumbre y en ella priman las estrategias a los programas: a ello obedece La Méthode (el método para Morin, aunque puede contener segmentos programados –las estrategias que han tenido éxito–, es básicamente estrategias y ayuda a las estrategias del sujeto). Para el paradigma de simplificación el concepto de sujeto es irrelevante, pues o bien se le ignora hasta el punto de hacerle desaparecer de la ciencia por considerar que el sujeto es algo “subjetivo”, aleatorio, irracional, o bien se le mantiene, pero en tal caso es concebido ahora como estructura trascendente aislada/separada de la biología y de la física, ora como una incomprensible entidad metafísica que en nada afecta al conocimiento. Todo lo contrario ocurre en el pensamiento complejo. La complejidad es relación y apertura y en cuanto tal renuncia a un punto de vista único y absoluto desde el que dominar la realidad y el conocimiento. En pocas palabras, para el pensamiento complejo es esencial considerar al sujeto y a todos los mecanismos que lo condicionan, o sea, conocer nuestro conocimiento o nuestras formas de conocer. Es necesario, por tanto, introducir al sujeto, lo que equivale a fundarlo sobre nuevas bases, es decir, re fundarlo. El caso es que la ciencia no nos debe ocultar la realidad, cosa que le ocurre cuando es ignorante de los fundamentos y principios ocultos que la gobiernan. A las ciencias naturales les hace falta tomar conciencia de su inscripción en una cultura, en una sociedad, en una historia: las ciencias no pueden despreciar al hombre individual/social del que son productos (sin dejar de ser productoras). A las ciencias humanas les hace falta tomar conciencia de las raíces físicas y biológicas de los fenómenos humanos: un concepto metafísico o trascendental de hombre, desprovisto de sus raíces biofísicas, resulta irreal e ilusorio. Se hace necesario conocer lo que nos controla para controlar a nuestros controladores y a nosotros mismos. Ni la ciencia carente de reflexión, ni la reflexión puramente especulativa son suficientes: “ciencia sin consciencia y consciencia sin ciencia son mutiladas y mutilantes”, nos dice Morin. No se puede, por tanto ignorar al sujeto, y tampoco concebirlo como una entidad independiente y separada de la realidad biológica e incluso física. Es necesario tomar conciencia de la complejidad de toda realidad (física, biológica, psíquica, social, política, cultural) y de nuestro conocimiento de la realidad, y también y al mismo tiempo de la realidad de la complejidad. Sin embargo, nos hemos de prevenir desde el comienzo contra el equívoco que supondría entender el término complejidad como si de una varita mágica se tratara. El término complejidad expresa antes que nada nuestra dificultad, nuestra incapacidad para conseguir claridad y orden en nuestras ideas y conocimientos. “Complejo” es lo que no puede ser dicho con una “palabra maestra”, ni resumido en una idea simple, ni reconducido de un modo total a una ley. Morin nos lo advierte: “la complejidad es una palabra problema y no una palabra solución”. La complejidad, efectivamente, no pretende ser “la llave del mundo”, sino el desafío a afrontar. El pensamiento complejo consiste en luchar con todos los medios por no caer en el error de esquivar el desafío o de reprimirlo, y en empeñarse en descubrirlo y revelarlo, y a veces incluso superarlo. Con toda su fuerza demanda Morin la necesidad de dar con un método de conocimiento que traduzca la complejidad de lo real, que no ignore el misterio de la realidad y de la existencia sino que nos aproxime a él, en definitiva que nos permita profundizar en la naturaleza reconociendo su complejidad. A dicho método no le es posible reducir el fenómeno a sus elementos, ni separar el objeto de su entorno, ni el objeto del sujeto que lo conoce. No es posible abordar el conocimiento de la naturaleza aisladamente del conocimiento de la naturaleza del conocimiento. Todo objeto debe ser conocido y concebido en su relación con el sujeto que lo conoce, el cual a su vez no puede desenraizar de la naturaleza, al tiempo que está enraizado en una sociedad, en una cultura y en una historia. Nuestro propósito en el presente trabajo consiste en examinar el concepto de sujeto en el pensamiento complejo de Edgar Morin. Nos ha parecido del todo necesario comenzar con una Introducción en la que nos detenemos a analizar el concepto de sistema y de complejidad, es decir, la “complejidad sistémica” como la nueva forma de mirar y de pensar, así como también el concepto dinámico de ser u organización-de-sí, base conceptual para concebir la autonomía del ser físico y su individualidad y existencia, de cuya base veremos emerger la cualidad biológica de sujeto. Con este pertrecho conceptual (que se irá robusteciendo a lo largo del trabajo al mismo tiempo que nos ilumine) pasaremos a mostrar cómo Morin consigue fundar el concepto de sujeto en la biología (Parte primera). Mi intención en esta parte de la tesis es básicamente descriptiva en el sentido de que pretendo presentar lo más fielmente posible lo que implica en Morin el concepto de sujeto como cualidad propia de los seres vivos; por ello recurro mucho a sus propias palabras. Veremos que es en los seres vivos donde los recientes desarrollos de las ciencias de la vida, y de otras ciencias, nos aportan evidencias suficientes para formular un concepto científico de sujeto a la vez que la complejidad de sus caracteres. Al pensar la vida y pretender concebir “la vida de la vida” comprendemos que la misma emerge por entero del universo físico, al mismo tiempo que es enteramente original e irreductible a él. Es la cualidad de sujeto con toda su complejidad la que nos manifiesta el carácter específico de los seres vivos y de la vida ya desde la célula. Esta vida de la que hablamos no se detiene donde empieza el hombre, sino que se complejiza con él. El hombre y el espíritu se enraízan en la biofísica hasta el extremo de ser una emergencia suya, la cual, no obstante, se mantiene original e irreductible a la realidad biofísica. Llegados al hombre, la cualidad de sujeto adquiere la complejidad máxima que podemos hasta ahora pensar. Será la idea de hipercomplejidad, la complejidad propiamente antropológica, la que nos permitirá aproximarnos a una teorización del hombre, realidad a la vez bio-psico-socio-lingüístico/cultural. Trataremos, primero, el sujeto humano desde la perspectiva del conocimiento (Parte segunda). El sujeto humano, cerebro y espíritu, individual y social, biológico y cultural es “el ojo que ve”, o con el que vemos, pero cuya visión de sí mismo por sí mismo representa para él su principal problema. Cree ser en su conocimiento reflejo de la naturaleza de las cosas, mientras que no deja de ser traducción y construcción. Dependiente y autónomo, o autónomo en/por su dependencia, controla a lo que le controla valiéndose de ello, lo mismo si son genes o ideas. La ambigüedad y la incertidumbre, en fin, le acompañan siempre como su sombra, lo que le hace ser simultáneamente cuerdo y loco, realista e imaginario: sapiens/demens. Ambigüedad e incertidumbre que representan para el sujeto humano no sólo riesgo y amenaza, sino también y al mismo tiempo esperanza, puesto que son de lo que se nutren su pensamiento y sus creaciones. Trataremos, por último, el sujeto humano desde la perspectiva de la acción (Parte tercera). También la acción necesita, al igual que el conocimiento, de una nueva concepción hecha desde la complejidad y por tanto desde la incertidumbre y el riesgo. La antropoética pone al sujeto humano en el trance de tener que apostar, hasta el punto de que no hacerlo es la peor apuesta. ¿Apostar a favor de qué? ¿Qué podemos creer dentro de la duda? Apostar a favor de la Humanidad, por una política del hombre: antropolítica. La incertidumbre tampoco desaparecerá en la acción. Sin embargo, piensa Morin que un conocimiento complejo, que aporta posibilidades de autoconocimiento y que relaciona y no separa ni desintegra, tal vez puede proponer “un principio de acción que no ordene sino que organice, que no manipule sino que comunique, que no dirija sino que anime”. El último capítulo de la parte tercera lo es al mismo tiempo de todo mi trabajo y en él reflexionamos sobre el “pascalismo” de Morin y el “credo” moriniano, cuestiones que dependen tanto del conocimiento y del pensamiento como de la acción y de la opción, dimensiones todas ellas del sujeto humano, las cuales vistas desde la complejidad no son entre sí verdaderamente aislables.
INTRODUCCIÓN : SISTEMA, COMPLEJIDAD Y SUJETO NUEVA FORMA DE PENSAR La totalidad es la no verdad. ADORNO. 1. Cuando reina el objeto sustancial y la unidad elemental Es cierto que la ciencia clásica se fundó bajo el signo de la objetividad, es decir, de un universo constituido por objetos aislados (en un espacio neutro) sometido a leyes objetivamente universales. Nuestras percepciones y representaciones ordinarias y espontáneas funcionan ya precisamente de esa manera: aprehendemos, dentro de un mundo físico, objetos que nos parecen autónomos, como existiendo en sí al margen de nuestro conocimiento y exteriormente a él, es decir, dotados de una realidad propia. Éste es también el parecer que sobre la cuestión defiende Edgar Morin (cfr. La Méthode I: la nature de la nature, 1977: 96 ss.)*, el cual añade, además, que esta actitud mental bajo la que nace y se desarrolla la ciencia clásica –y no sólo la metafísica realista tradicional– constituye un paradigma1.
* Las referencias bibliográficas de los textos de Morin que se citan se presentan de este modo: entre paréntesis intercalados en el texto, y dentro de ellos el año de la primera edición francesa, con que se identifica la obra, seguido de dos puntos y la/s página/s. Cuando se cita por otra edición, ésta aparece señalada en la Bibliografía con un asterisco. En el paradigma clásico, efectivamente, el objeto se entiende como algo que existe de modo positivo, al margen de todo observador/conceptuador que pueda participar en su construcción con las estructuras propias de su conocimiento o con las categorías propias de su cultura; no le cabe a esta mentalidad ningún constructivismo ni historicismo en la ciencia. El objeto así es algo sustantivo y cerrado sobre sí mismo, que puede ser aislado experimentalmente, con lo que su “objetividad” se funda en una doble independencia: respecto al observador/conceptuador humano y respecto al medio natural. De acuerdo con la visión expuesta, conocer el objeto es definir su situación en el espacio o sus propiedades físicas y químicas, así como las leyes universales e inmutables que actúan sobre él siendo todo ello magnitudes medibles. Por otra parte, dentro de esta mentalidad “objetivista”, el objeto se concibe como material y lo material como descomponible en sus elementos o sustancias simples. El átomo es concretamente esa unidad elemental, que se concibe hasta Rutheford como indivisible e irreductible. Los objetos fenoménicos son de ese modo compuestos por átomos y sus propiedades fundamentales son las de éstos. O sea: sabiendo los elementos simples de que se compone y las reglas (simples) que rigen las combinaciones de sus átomos, el objeto físico queda explicado. Ninguna referencia al observador/conceptuador ni a ninguna relación organizacional más compleja. Concepción pobre y empobrecedora por reduccionista y simple, como veremos. Una concepción así, cartesiana y mecanicista, basada sin duda en la idea clara y distinta y en el elemento simple como principio, es la que se llamó “científica” a lo largo del siglo XIX y también el XX. La misma triunfó desde luego en todas las ciencias de la physis. Dice Morin refiriéndose a una investigación así entendida: Aisló y recontó los elementos químicos constitutivos de todos los objetos, descubrió unidades más pequeñas, concebidas en principio como moléculas y después como átomos, reconoció y cuantificó los caracteres fundamentales de toda materia, masa y energía. El átomo resplandeció, pues, como el objeto de los objetos, puro, pleno, indivisible, irreductible, componente universal de los gases, líquidos y sólidos. Todo movimiento, todo estado, toda propiedad, podían ser concebidos como cantidad medible por referencia a la unidad primera que les era propia [...]. El método de la descomposición y la medida permite experimentar, manipular, transformar el mundo de los objetos: ¡el mundo objetivo...! (1977: 97).
A esta breve panorámica hemos de añadir un hecho fundamental, a saber, que dicha actitud mental no se limitó a las ciencias físicas, sino que se extendió también a las demás ciencias. Es lo que podemos llamar el fisicalismo de las ciencias en el sentido de que todas ellas persiguieron ese “objetivismo” de la física, llevadas precisamente del éxito de ésta. Es decir que por influjo de la física las otras ciencias tendieron a constituir su objeto como algo aislado del entorno y del observador/conceptuador y a explicarlo a partir de los elementos simples que lo constituyen y de las leyes generales a las que obedecen. Así la biología, por ejemplo, concibe como algo aislado el organismo, luego la célula, luego la molécula. La genética igualmente: primero el genoma, después los genes y, por fin, los cuatro elementos químicos base cuya combinación aporta los “programas” que pueden variar al infinito.
2. Del objeto al sistema: crisis de la idea clásica de orden y derrumbamiento de la idea de objeto sustancial y de unidad elemental Indicios o, mejor, anticipos de lo que será la quiebra y el desmoronamiento de esta actitud mental y de esta concepción de la ciencia clásica empezaron a presentarse a mediados del siglo XIX, y precisamente en el campo de la física. Aparece la crisis, en primer lugar, en la concepción clásica del orden cósmico. El segundo principio de la termodinámica supuso ya, en expresión de Morin, “una pequeña arruga de desorden... en el corazón mismo del orden físico” que la ciencia clásica concebía (cfr. 1977: 35 ss.). Efectivamente, según el primer principio de la termodinámica la energía es una entidad indestructible, con una polimorfa capacidad para transformarse en energía mecánica, eléctrica, química, etc.; el mundo físico se presenta así como autosuficiente y eterno. Pero aparece el segundo principio de la termodinámica, iniciado por Carnot y formulado en 1850 por Clasius: la energía se degrada; ésta es la idea principal. Es decir, todo trabajo libera calor, y el calor es una forma de energía que no puede reconvertirse enteramente, por lo que pierde parte de su capacidad para realizar un trabajo: a esta disminución irreversible llama Clasius entropía. En un universo “cerrado”, la entropía en teoría y a la postre traerá como consecuencia la equilibración térmica y con ella la desaparición de la aptitud para producir trabajo o actividad alguna; dada la reducción a calor y la homogeneización calorífica al final, ni siquiera podría darse el intercambio de calor de una parte más caliente a otra que lo estuviera menos, única forma ya de producir alguna actividad o trabajo: sería la muerte por calor del universo. Boltzmann en 1877 dilucidar el origen del calor. El calor es la energía propia de los movimientos desordenados de las moléculas, de modo que todo incremento de energía calorífica refleja un crecimiento de sus movimientos desordenados, por lo que la tendencia hacia la “muerte térmica”, inevitable en un sistema cerrado que no reciba energía del exterior, significa tendencia a la desorganización y al desorden. El segundo principio supondría, en expresión de Morin, “un atentado al orden cósmico” (1977: 36). No obstante –y aparte las conocidas contribuciones de la noción de entropía para el progreso científico y técnico–, la hipótesis del “demonio de Maxwell” parecía cuestionar el segundo principio. Dicha hipótesis supone el azar: en un sistema con entropía máxima algunas moléculas se agitan al azar, supongamos un demonio –el azar– que hace que se junten las más rápidas por un lado y las más lentas por otro, de modo que pasado un tiempo la parte en que se reunieron las moléculas más rápidas se ha calentado; tenemos ya de esta manera que ha surgido el desequilibrio y la heterogeneidad: el trabajo es posible. Ello, por supuesto, en caso de darse el improbable primer azar de la agitación y el segundo más improbable todavía del demonio. Pero en cualquier caso la predicción de la homogeneización y del equilibrio definitivo queda teóricamente cuestionada... Algo ha cambiado en relación a la concepción clásica: el orden y su mantenimiento ya no es una “evidencia ontológica”, sino que depende del azar por así decir, y es por tanto un problema y un misterio. Y mal se casa la mentalidad de la ciencia clásica con el misterio y el enigma... A partir de Rutherford (1900) el átomo es visto como “un pequeño sistema solar constituido por partículas que gravitan alrededor de un núcleo, tan maravillosamente ordenado como el gran sistema astral”, dicho con palabras de Morin (1977: 38). Esta concepción, no obstante su novedad, no parecía crear problemas por cuanto no se veía en ella sino una simetría entre dos órdenes, el microfísico y el macrocósmico. Ello fue así hasta que apareció el “escándalo” precisamente en ese mundo microfísico recién descubierto: la noción del quantum de energía de Max Planck llevaba la discontinuidad al subsuelo mismo de la materia. Dice Morin glosando este descubrimiento, verdaderamente revolucionario para la concepción científica clásica de la realidad material y no digamos para la concepción espontánea de la misma: Las partículas que aparecen ya no pueden ser consideradas como objetos elementales claramente definibles, identificables, medibles. La partícula pierde los atributos más seguros del orden de las cosas y de las cosas del orden. Se desune, se disocia, se indetermina, se poly determina bajo la mirada del observador. Su identidad se disloca, dividida entre el estatuto de corpúsculo y el estatuto de onda. Su sustancia se disuelve, convirtiéndose el elemento estable en evento aleatorio. Ya no tiene localización fija e inequívoca en el tiempo y en el espacio (ibíd.).
La cita ha sido larga pero son las palabras justas para explicar los términos y el alcance del accidente de la quiebra, del desgarro irremediable que el descubrimiento de Planck ha producido en la concepción clásica tanto del orden de la realidad material como de la noción de objeto sustancial y de unidad elemental material. Es preciso, no obstante, que señalemos algunas precisiones, tal como Morin mismo hace (cfr. 1977: 39). Ciertamente la realidad a nivel subatómico se nos presenta ahora como una “delirante papilla... de fotones, electrones, neutrones, protones” (1977: 38), de manera que todo lo que la mentalidad clásica entiende por orden queda destruido. Sin embargo, es verdad que no se trata ahora del desorden asociado al segundo principio de la termodinámica, que se presentaba como degradación y desorganización. El desorden, que ahora está en el corazón mismo de la physis de todo ser físico (igual átomos o moléculas, planetas y soles, seres inanimados o vivos), es un desorden del que nace el orden y la organización. ¿Pero qué orden y qué organización y cómo nacen? La respuesta que pueda darse es probable que no consiga desentrañar por completo el enigma. En cualquier caso el orden clásico está quebrado, y ello es así por más que se mantenga un orden estadístico y por más que el desorden, al radicar “en los bajos fondos micro físicos”, no se nos aparezca en los “niveles medios” en que se da para nosotros la realidad. Hemos de añadir que a esta crisis de orden acompaña una crisis mucho más radical de identidad, la doble quiebra de la noción de objeto y de elemento. Nos referimos a que la partícula en cualquier caso es irreductible ya al concepto clásico de objeto. Así lo expresa Morin: Ya no se la puede aislar de modo preciso en el espacio y en el tiempo. Ya no se la puede aislar totalmente de las interacciones de la observación. Duda entre la doble y contradictoria identidad de onda y de corpúsculo. Pierde a veces toda sustancia (el fotón no tiene masa en reposo). Es cada vez menos plausible que sea un elemento primero; tan pronto se la concibe como un sistema compuesto de quarks (y el quark sería todavía menos reducible al concepto clásico de objeto que la partícula), tan pronto se la considera como un “campo de interacciones específicas” (1977: 97).
La crisis tanto de la idea clásica de objeto como de elemento se ha consolidado, al no ser ya la partícula “ni un verdadero objeto ni una verdadera unidad elemental” (ibíd.). Es más: la partícula, que habría de explicar el átomo, precisa de él para ser explicada. O sea que ella es más ya un nudo gordiano hecho de relaciones (de interacciones y de intercambios) que una realidad con algún asomo de sustancia. Dice Morin en el lugar que acabo de citar, comentando ad'Espagnat (1972): “quizá no exista la última o la primera realidad individualizable o aislable, sino un continuum..., incluso una raíz unitaria fuera del tiempo y del espacio”.
3. Omnipresencia de sistemas, ausencia de una teoría general del sistema Morin nos hace notar la presencia de la idea de sistema en todos los dominios, desde la física a la astronomía pasando por la biología, la sociología, etc.2. Los Sistemas son los átomos, las moléculas, las células, los organismos, las sociedades, los astros, las galaxias... La naturaleza o el universo son “los sistemas de sistemas, en rosarios, en racimos, en pólipos, en matorrales, en archipiélagos” (1977: 99). Morin, en esta ocasión como en tantas otras, nos sorprende con brillantes metáforas, de las que, tras conocerlas, se hace difícil prescindir. Afirma del universo que es de carácter polisistémico: Una sorprendente arquitectura de sistemas que se edifican los unos a los otros, los unos entre los otros, los unos contra los otros, aplicándose e imbricados unos a otros... Así, el ser humano forma parte de un sistema social, en el seno de un ecosistema natural, el cual está en el seno de un sistema galáxico; está compuesto por sistemas celulares, los cuales están compuestos por sistemas moleculares, los cuales están compuestos por sistemas atómicos (ibíd.).
Nuestro autor precisa más y afirma que el sistema simple es tan sólo una abstracción didáctica, ya que lo que realmente se da son sistemas de sistemas. La mentalidad reinante, sin embargo, es disociativa y aislante, y ello hace que se olvide en general esta evidencia polisistémica, salvo excepciones (Lupasco, por ejemplo, defiende esta poli sistematicidad de la realidad). Más grave aún resulta para nuestro autor que se conciba de hecho como sistema por sus estudiosos el átomo, la molécula, la estrella, la sociedad, etc., y los mismos no elucidan jamás lo que es un “sistema”, de manera que “el término sistema permanece, bien sea evitado, bien sea vaciado”. A menudo incluso resulta ser una “palabra envoltorio”, hasta el extremo de que es totalmente heterogéneo lo que en cada caso envuelve: nada que ver entre los constituyentes y los principios organizativos de los sistemas estelares y los sistemas sociales, por ejemplo. Reconoce Morin el mérito de von Bertalanffy que en los años cincuenta elabora la teoría general de los sistemas (General Systems Theory), que se expandirá luego con más o menos fortuna, pero denuncia la omisión fundamental: no reflexiona la idea de “sistema”, no intenta la teoría general del “sistema” (cfr. 1977: 98).
4. Sistema: concepto, teoría, paradigma Morin propone una definición provisional de sistema la cual conlleva dos caracteres o rasgos principales: a) interrelación de elementos, b) unidad global constituida por estos elementos de interrelación. Así, el sistema es la interrelación de elementos que constituyen una unidad global. La idea de interrelación y la de globalidad o totalidad son dos rasgos que se complementan sin contradecirse y que aparecen como esenciales en las definiciones comunes que suelen darse. Nuestro autor recoge algunas de estas definiciones (cfr. 1977: 102): “un sistema es un conjunto de unidades en interrelaciones mutuas” (von Bertalanffy, 1956); es “un todo (wohle) que funciona como todo en virtud de los elementos (parts) que lo constituyen” (Rapoport, 1969). Señala también que algunas otras definiciones ni siquiera hablan de partes, y definen el sistema como “conjunto de estados” (Mesarovic, 1962), o de eventos, de reacciones, etc. Hace resaltar la de Ferdinand de Saussure, precisamente porque une a la idea de totalidad y de relación, la de organización que, como veremos inmediatamente, es fundamental. Saussure no introdujo, efectivamente, ni el término ni la noción de “sistema”, pero sí que la convirtió en noción operativa, dejando de ser para él sinónimo de clasificación o de estructura estática y cerrada (las nociones de sincronía y diacronía, irreductibles entre sí, impiden el equilibrio estático). “Sistema” es para él “una totalidad organizada”, en la que el valor de los elementos (los signos lingüísticos) no depende de su sustancia, sino “únicamente de las relaciones que mantienen entre sí” (sus reglas de posición, su desplazamiento, su acción recíproca) y tampoco depende de la forma sino de lo que podemos llamar su función (como ocurre con las piezas del ajedrez, según la conocida comparación saussuriana)3· En Teoría General de Sistemas (1968) de Bertalanffy aparece ya planteada la problemática general del sistema, la distinción entre sistemas cerrados y abiertos, y su aplicación, no sólo a la biología, sino a todas las ciencias, naturales, sociales e históricas. Pero lo que lleva a cabo Morin en este punto es una teoría general del sistema (constituye el propósito de La Méthode I), en la cual se complejiza el concepto de “sistema” y se le hace central hasta el punto de adquirir valor paradigmático: la complejidad sistémica ha de ser ni más ni menos que la forma nueva de concebir lo real y nuestro pensamiento sobre lo real.
El macro-concepto sistema Nos proponemos un triple objetivo fundamental: a) mostrar que es necesario concebir interrelación, organización, sistema como “tres conceptos en uno”, es decir, sólo relativamente aislables o independientes; b) entender, por tanto, que sistema es un concepto complejo, un marco conceptual; c) comprender que la noción de “organización” es, no obstante, “nuclear” o básica en la tríada. La noción provisional que Morin da de “sistema”, y que acabamos de citar, comprende los elementos o partes, las interrelaciones y la unidad global. Hemos de apresurarnos a decir, sin embargo, que se trata de un concepto complejo, verdadera constelación conceptual o macro-conceptual: “unitas multiplex”. Precisa nuestro autor: La idea de unidad compleja va a tomar densidad si presentimos que no podemos reducir ni el todo a las partes, ni las partes al todo, ni lo uno a lo múltiple, ni lo múltiple a lo uno, sino que es preciso que intentemos concebir juntas, de forma a la vez complementaria y antagonista, las nociones de todo y de parte, de uno y de diverso (1977: 105).
Señalemos, en primer lugar, que la noción de elemento tiene como rasgo definitorio principal la interrelación con otros elementos en orden a constituir una entidad o unidad global, y que para nada remite a la idea de unidad simple y sustancial; de hecho los elementos de un sistema son ellos mismos sistemas (los átomos de las moléculas; éstas de las células, etc.; algo tan complejo como el individuo humano sería elemento de un sistema social...). Es, pues, necesario prestar atención a las relaciones/interrelaciones y, sobre todo, a su fuerza organizacional. En tal sentido, Morin denuncia el ocultamiento que se hace de la noción de organización, igual que ocurre con sistema, por más que se han venido dando pasos en su comprensión: organización/autoorganización en biología (Atlan, Varela), en física-química (Prigogine), etc. Organización y sistema son dos caras del mismo problema y entre ellos se da una oposición, a la vez de sinonimia y de complementariedad, de modo que “se recubren sin ser redundantes” (1977: 103). De hecho los siguientes términos: interrelación, organización, sistema mantienen una reciprocidad circular entre sí, de manera que forman “un concepto en tres, tres conceptos en uno” o “un concepto trinitario” (cfr. 1977: 104). Son como tres rostros de una misma realidad, inseparables a la vez que relativamente distinguibles: se trata, como siempre que hablamos de complejidad, de distinguir sin separar, relacionar sin confundir. Ciertos fenómenos de interacciones toman forma de interrelaciones por lo cual las mismas devienen organizacionales. La “organización” es la fuerza organizacional que emerge de las interrelaciones entre las partes y permite que éstas se aseguren y perduren; o sea, es la disposición actuante/organizante, producto/efecto emergido de las interrelaciones a la vez que fuerza/causa que interactúa sobre ellas y las mantiene. Las interrelaciones por su parte son las uniones entre las partes o elementos/individuos o eventos..., los cuales pueden ser de varias clases: asociaciones –las partes conservan fuertemente su identidad–, combinaciones –la unión implica mayor transformación–, etc. La organización (a base de dependencias fijas y rígidas, retroacciones reguladoras, etc.) “transforma, produce, reúne, mantiene” (1977: 104) las interrelaciones entre las partes, de modo que las hace ser partes de un todo. Los caracteres y propiedades fenoménicas resultantes, desconocidas en el nivel de sus partes componentes, es la unidad compleja o sistema. El concepto de sistema y el concepto de organización están mediados o mediatizados por el concepto de interrelación. El concepto de sistema quedaría empobrecido, perdería su complejidad, si lo definieramos únicamente por la relación todo-partes. En la noción de sistema han de entrar, pues, las interrelaciones entre las partes y la disposición que estas interrelaciones producen, la cual constituye la organización. En este sentido, nos dice Morin: “Saltar directamente de las interrelaciones al sistema, retroceder directamente del sistema a las interrelaciones, como hacen los sistemistas que ignoran la idea de organización, es mutilar y desvirtuar el concepto mismo de sistema” (1977: 129). Más adelante precisa aún más: “la organización es la relación de las relaciones, forma lo que transforma, transforma lo que forma..., se organiza al organizar y organiza al organizarse” (1977: 136). Siendo como son, los tres términos que conforman la noción de “sistema”, tres caras de la misma realidad, hasta el punto de constituir un verdadero concepto trinitario, es no obstante posible pensar cada uno de ellos de un modo relativamente autónomo: la interrelación como los tipos de uniones entre los elementos/individuos/eventos..., el sistema como la unidad compleja organizada (el fenómeno que vemos, por decirlo así), la organización como la “disposición” de las partes (vemos el sistema, pero no su organización). De todos los modos, una conceptualización estática de cada uno no dará cuenta a la vez de la totalidad, de las partes y de la relación, por lo que es preciso pensarlos también a la vez, formando de esta manera un macro-concepto:
organización sistema interrelación. La organización de todos modos es el “concepto crucial”, el verdadero “nudo gordiano” que une la idea de interrelación a la idea de sistema. La noción de organización encierra una enorme complejidad y su importancia es ciertamente fundamental. Es la que nos permite pensar el “sistema” como una unidad no simplemente aditiva, consistente en la suma vectorial de las partes, sino superaditiva, verdadero producto de la organización, en conformidad con lo que von Foerster denomina “superadditive composition rule”; en una unidad así, junto a las partes y el todo, es esencial comprender también el complejo dinamismo organizacional. La noción de organización es la que hace posible comprender, por ejemplo, que un organismo no está constituido por células, sino por las acciones/relaciones que se establecen entre las células. Igualmente, una sociedad tampoco es la suma de los individuos, sino el producto de las relaciones entre ellos. Habría que rechazar, por tanto, una concepción positivista de la sociedad (Durkheim) que entiende la sociedad como una totalidad positiva, trascendente a las relaciones, intenciones, etc., como también habría que rechazar una concepción simplemente estructural-funcionalista de la sociedad (Parsons) u otra individualista que redujera lo social a nada. En la sociedad como en la célula emerge, cuando se forman, una cualidad organizacional como realidad nueva que antes no había: es la organización. La organización es lo que deja de existir cuando, por ejemplo, un grupo social queda reducido meramente a los individuos que lo integran o lo que empieza a existir cuando se crea un grupo con personas que antes no mantenían vínculos entre sí (W. Buckey); lo mismo habría que decir de las partículas nucleares en relación a un átomo, etc. En la ciencia encontramos hechos que verifican de una forma clara este carácter real e incluso autónomo en cierta medida de la organización. Morin, refiere, a modo de ilustración, tres hechos básicos: La relativa autonomía de la idea de organización se verifica de la manera más simple en el caso de los isómeros, compuestos de la misma fórmula química, de la misma masa molecular, pero cuyas propiedades son diferentes porque y solamente porque hay una cierta diferencia de disposición de los átomos entre sí en la molécula. Presentimos de pronto el papel considerable de la organización, que puede modificar las cualidades y los caracteres de los sistemas constituidos por elementos parecidos o semejantes, pero dispuestos, es decir, organizados diferentemente. Sabemos por otra parte que la diversidad de los átomos resulta de las variaciones en el número y en la disposición de tres tipos de partículas; que la diversidad de las especies vivas depende de las variaciones en el número y en la disposición de cuatro elementos base que forman el código (1977: 104).
Hay dos ideas que nos permiten pensar/concebir la noción de organización. Una es la idea “sistémica” de emergencia y la otra es la idea de retroacción, que procede de la cibernética fundada por Wiener. Por emergencia entendemos la cualidad o propiedad que surge en un sistema y que se manifiesta independiente respecto a las propiedades del sistema jerárquicamente inferior a la vez que se manifiesta como elemento del nivel superior: si el nivel X presenta la propiedad H y el nivel inferior (X-1) también la presenta, H es una propiedad “resultante”, pero si en el nivel X-1 no se da la propiedad H, de modo que sólo se presenta en el nivel X, entonces H es una propiedad “emergente” (J. Aracil). Morin expresa con toda claridad el carácter de novedad de la emergencia en relación a los componentes tanto considerados aisladamente como formando parte con otra disposición/organización en otro sistema diferente: Podemos llamar emergencias a las cualidades o propiedades de un sistema que presentan un carácter de novedad en relación a las cualidades o propiedades de los componentes considerados de forma aislada o dispuestos de manera diferente en otro tipo de sistema ( 1977: 106).
De este modo emergencia es algo a la vez relativo y absoluto: relativo al sistema que lo produce, absoluto por su carácter de novedad/creación/evento. En cuanto novedad/absoluto “la emergencia es irreductible –fenoménicamente– e indeducible lógicamente” (1977: 109). El salto de la novedad, de la síntesis, es pues imprevisible. Originales, aunque no originarias, las emergencias son refractarias a dejarse atrapar del todo por el discurso lógico, y en tal sentido la noción de “emergencia” es portadora de inteligibilidad al mismo tiempo que de misterio. Este misterio de la emergencia, “el mismo de la vida y de la conciencia, aparece ya en el misterio físico del átomo, de la molécula e incluso de un circuito en resonancia” (1977: 111)4. La emergencia, además, es un fenómeno no analizable, no hecho de partes discretas; analizarlo/descomponerlo supondría descomponer el sistema y, por tanto, la emergencia. Es un fenómeno no cuantitativo, sino cualitativo, y en cuanto tal inexistente para un conocimiento para el que explicar algo equivalga a reducirlo a sus elementos. Hace falta un pensamiento no reduccionista, es decir, complejo, que sea capaz de descubrir la cualidad y de concebir la novedad, la singularidad, la emergencia. Las emergencias son fenómenos de organización, y así resulta que con lo que nos encontramos en realidad es con subsistemas que son base de nuevos subsistemas que son al mismo tiempo subsistemas, etc. Propio de la naturaleza es no tanto efectuar adiciones cuanto integrar (F. Jacob). Si la forma del lenguaje fuera la ley de la naturaleza (como Lacan quiere para la cultura), tendríamos que reunir letras en un orden determinado formamos palabras, con las palabras frases, párrafos, etc. De esta manera, los sistemas son a la vez “todo” y “parte”, entidades joánicas (Koestler), de dos caras contrapuestas, como el antiguo Jano de los romanos. Morin nos habla de que “la naturaleza es polisistémica”, de manera que las propiedades/cualidades nuevas, o sea, independientes (relativamente independientes) respecto al nivel inferior, devienen elementos del nivel sistémico superior: Del núcleo al átomo, del átomo a la molécula, de la molécula a la célula, de la célula al organismo, del organismo a la sociedad, una fabulosa arquitectura sistémica se edifica... Las cualidades emergentes se montan las unas sobre las otras, convirtiéndose la cabeza de uñas en los pies de las otras, de modo que los sistemas de sistemas son emergencias de emergencias de emergencias... (1977: 110-111)5.
La realidad, pues, es emergencias: emergencias de emergencias de emergencias... En nuestra tendencia y afán de sustancializar, nos gustaría que las emergencias fueran esencias inalterables, siendo que representan “lo que hay de más frágil, de más alterable” (1977: 111), sin que por ello dejen de ser lo más valioso. De ahí la necesidad de hacer una revolución en nuestro modo de pensar. En cuanto al concepto de retroacción (feedback) fue introducido por Wiener (1949) en la cibernética (nombre por él acuñado). Morin ve en este concepto una “revolución conceptual”. En Science avec conscience (1982) se nos dice que tal concepto rompe la causalidad lineal “al hacernos concebir la paradoja de un sistema causal cuyo efecto repercute en la causa y la modifica” (1982: 199). La causalidad retroactiva permite concebir la causalidad en bucle: la causalidad externa provoca en el sistema una causalidad interna o endo causalidad que actúa sobre la primera. Es el caso de los animales homeotermos, que reaccionan al frío exterior con una producción incrementada de calor interno; paradójicamente, el frío (exterior) provoca el calor (interior)6. Ello da al organismo independencia (autonomía) frente al mundo exterior, aunque siga experimentando sus efectos. La organización es una disposición activa que, siendo producto de las partes (emerge de sus interrelaciones), actúa sobre ellas de modo que las “transforma, produce, reúne, mantiene” Con acierto dice Morin que “la organización es activa: organizacción” (1982: 184). ORGANIZACIÓN ES ORGANIZACCIÓN. Para comprenderlo necesitamos precisar el concepto de recursividad (sin perjuicio de volverlo a tratar en el próximo apartado sobre “ontología de la relación”). Nuestro autor distingue dos tipos de bucle: el bucle retroactivo y el bucle recursivo. La idea de bucle expresa retroacción, regulación, mantenimiento de la forma, es decir, el cerramiento de un sistema sobre sí mismo. La idea de bucle recursivo es más compleja, pues engloba el concepto de retroacción pero le añade la condición de ser, paradójicamente, fundamento para la producción de la propia organización. Morin define así la recursividad: todo proceso por el que una organización activa produce los elementos o efectos que son necesarios para su propia producción o existencia, proceso en circuito por el que el producto o efecto último deviene elemento primero y causa primera (1977: 186).
No se trata, por tanto, tan sólo de retroacción reguladora, sino de recursión organizacional. Los conceptos de retroactividad y de recursividad, uno y otro, nos permiten comprender que las emergencias no son simples epifenómenos, puesto que tienen potencialidades organizacionales capaces de retroactuar sobre lo que las produjo7. Pero es el concepto de recursividad el que nos permite concebir la posibilidad de autoproducción partiendo de la entrada de un flujo exterior de materia/energía y/o, eventualmente, información, como veremos al tratar de los seres vivos en la primera parte. Este concepto es también el que le permite a Morin superar la distinción bertalanffyana entre sistemas abiertos y cerrados, al comprender que los sistemas activos no pueden ser sino, paradójicamente, a la vez abiertos/cerrados, cerrados porque abiertos y viceversa. Los sistemas activos (todos los sistemas tanto físicos, biológicos como antroposociales) se mueven en la frontera, que es lo que separa pero también lo que comunica (cfr. 1977: 211-212). Efectivamente, a un sistema para mantenerse no le basta el cierre sobre sí mismo, sino que ha de estar abierto al mundo exterior (relación ecológica). Leemos en Science avec conscience: todo sistema que trabaja, en virtud del segundo principio de termodinámica, tiende a disipar su energía, a degradar sus constituyentes, a desintegrar su organización y, por tanto, a desintegrarse a sí mismo... le es necesario, pues, alimentarse, es decir, regenerarse, extrayendo del exterior la materia/energía que necesita (1982: 201).
Así pues, autonomía y dependencia se necesitan una a otra para poder ser pensadas/concebidas, igual que le ocurre al cierre y a la apertura, cosa que resulta “invisible para todas las visiones disociadoras para las cuales existe una antinomia absoluta entre dependencia e independencia” (ibíd.). Recordemos que el concepto de sistema no es simple, sino un macro-concepto, relación dinámica de tres conceptos simultáneamente autónomos/dependientes, que por lo mismo sólo pueden ser concebidos mediante un pensamiento complejo, es decir, de forma simultáneamente concurrente, complementaria y antagonista, como tendremos oportunidad de mostrar una y otra vez en el presente trabajo.
Los principios sistémicos. Sistema: teoría y paradigma Antes de nada hemos de dejar sentado que el sistema “es a la vez más, menos, distinto de la suma de las partes. Las partes son menos, eventualmente más, y en cualquier caso distintas de lo que eran o serían fuera del sistema” (1977: 115). Ello nos lleva a admitir que no es posible una idea o definición clara y simple del sistema; más bien al revés, el sistema se nos presenta como enormemente complejo. El sistema es a la vez uno y múltiple: unitas multiplex (cfr. 1977: 105). Esta idea de que el todo no es la simple suma mecánica de las partes la hallamos en la perspectiva de la filosofía de Hegel, etc. En el tema de la percepción y desde el punto de vista de la psicología la defendía la Gestaltpsicologie (Koffka, Krüger): el todo, es decir, la Gestalt o forma global, no es simplemente la suma de las partes, y se impone además a ellas. Morin, sin embargo, ve la necesidad de profundizar en el carácter organizacional/sistémico del todo global, de modo que para él resultan rechazables por insuficientes, no sólo el reduccionismo analítico, que reduce el todo a las partes, sino también el holismo, que reduce las partes al todo. Ambos son hijos del mismo paradigma de racionalización simplificante/excluyente. En su lugar propone la necesidad de pensar el circuito relacional todo/partes, sólo concebible desde un paradigma de complejidad. Morin enuncia y analiza unos PRINCIPIOS SISTÉMICOS que permiten concebir el circuito relacional todo/partes. Estos son los principales, los cuales examinamos a continuación: a) El todo es más que la suma de las partes; b) El todo es menos que la suma de las partes; c) La parte es a la vez más y menos que la parte; d) El todo es más y menos que el todo; e) El todo no es todo; f) El todo es conflictivo; g) Las partes son eventualmente más que el todo; h) El todo es insuficiente; i) El todo es incierto (cfr. 1997: 118-128)8. La afirmación, en primer lugar, de que el todo es más que la suma de las partes se justifica efectivamente aceptando que el mismo posee, además de las partes: a) organización (la que le hace ser el sistema que es), b) la unidad global misma que es, c) las cualidades y propiedades nuevas que emergen de esa organización global9. Acto seguido es preciso advertir que concebir el sistema no es nada fácil. Caminamos entre dos peligros y huyendo de Escila el riesgo crece de caer en Caribdis. Se cae en error si “a la ceguera reduccionista (que no ve más que los elementos constitutivos) le sucede una ceguera ‘holista’ (que no ve más que el todo)” (1977: 112) Cuando hablamos de sistema, evitar el error nos obliga a afirmar, no sólo que el todo es mayor que las partes, sino también y a la vez lo contrario: el todo es menos que la suma de las partes. Efectivamente, las cualidades y las propiedades que pertenecen a las partes en cuanto separadas del todo desaparecen al hallarse dentro del sistema: “hay sistemas cuando sus componentes no pueden adoptar todos sus estados posibles... Toda asociación implica constreñimientos” (1977: ibíd.). Hoy se sabe, por ejemplo, que cada célula del organismo contiene toda la información genética y, sin embargo, la misma queda reprimida salvo una pequeña parte, la que corresponde a su determinada actividad o función. Hay, pues, constreñimientos, sojuzgamiento, represión10. Por otra parte, es cierto que las potencialidades organizacionales de las emergencias no retroactúan sólo a nivel global de todo el sistema, sino que pueden hacerlo también a nivel de las partes, con lo que haríamos verdadero el tercer principio: la parte es más que la parte. El principio de exclusión de Pauli nos ayuda a comprenderlo: los electrones adquieren cualidades que los individualizan (la carga, el nivel orbital ocupado) bajo el efecto organizacional de tal principio11. La parte es en el todo y por el todo más que la parte también en el caso de los individuos humanos, por ejemplo: éstos desarrollan sus más altas cualidades (lenguaje, arte, etc.) en el seno del sistema social. En Morin, tan fundamental resulta, para concebir la organización sistémica, la idea de emergencia como la idea de constreñimiento o “inhibición”: “constreñimientos ejercidos por las partes independientes las unas sobre las otras, constreñimientos de las partes sobre el todo, constreñimientos del todo sobre las partes” (1977: 112). Ello hace que sea también válido el siguiente principio, complementario del anterior: la parte es menos que la parte. La idea de “constreñimiento” viene exigida por la organización, hasta el punto de que es deducible de ella, mucho más que la idea de emergencia; tan es así que como hace notar Buckley, la inversa de la organización sería la “independencia” de los elementos. La dependencia –por supuesto dinámica– de los elementos consiste en que las partes no pueden adoptar dentro del sistema todos los estados posibles. Así lo expresa Morin: ... cualidades, propiedades unidas a las partes consideradas aisladamente, desaparecen en el seno del sistema. Raramente es reconocida una idea semejante. Sin embargo, es deducible de la idea de organización, y se deja concebir mucho más lógicamente que la emergencia (ibíd.). Lo que venimos diciendo justifica definir el sistema como unitas multiplex. El uno tiene una identidad compleja, o sea, múltiple y una a la vez: es a la vez más y menos que las partes, precisamente porque éstas no desaparecen. Pero también las partes tienen una doble identidad: participan de la identidad del todo sin que desaparezca la suya propia. Esta afirmación de doble identidad no es una idea trivial, si aceptamos que “la organización de un sistema es la organización de la diferencia” (1977: 117). La organización, en efecto, establece relaciones complementarias entre partes diferentes/diversas y entre éstas y el todo. Ferdinad de Saussure señala ya, en el Curso de lingüística general, que el mecanismo lingüístico gira todo él “sobre identidades y diferencias”. También Bertalanffy admite en la Teoría General de los Sistemas que toda totalidad está basada en “la contraposición entre los elementos” y la “lucha entre las partes”. Toda interrelación organizacional supone la existencia y el juego de atracciones, de afinidades, de posibilidades de unión entre los elementos o individuos. Pero el mantenimiento de las diferencias supone igualmente la existencia de fuerzas de exclusión, de repulsión, de disociación, sin las cuales todo se confundiría y ningún sistema sería concebible (1977: 118).
Debemos afirmar que toda relación organizacional, es decir, todo sistema, comporta/produce antagonismos a la vez que complementariedad: los constreñimientos constitutivos de todo sistema inhiben o reprimen, es decir, virtualiza, propiedades o cualidades de las partes que, si se actualizaran, se convertirían en anti-organizacionales, amenazando incluso la integridad del sistema. Es, pues, la doble identidad que coexisten en cada parte la que segrega a la vez que complementariedades entre las partes, los antagonismos. Hay antagonismo latente entre lo que está actualizado y lo que está virtualizado. La unidad compleja del sistema “a la vez crea y reprime el antagonismo” (1977: 120). El sistema es una unidad tal que no puede darse sino en y por la pluralidad o la multiplicidad, de manera que “su diversidad es necesaria para su unidad y su unidad es necesaria para su diversidad” (1977: 116). Representa uno de los rasgos más fundamentales de la organización sistémica: “la aptitud para transformar la diversidad en unidad, sin anular la diversidad... y también para crear la diversidad en y por la unidad” (ibíd.). Esto significa en primer lugar y sin género de dudas que para que el sistema se dé y/o perdure han de predominar las fuerzas de atracción entre las partes, es decir, las afinidades, uniones, comunicaciones, etc., de forma que las fuerzas contrarias (de exclusión, repulsión, disociación, etc.) queden constreñidas/virtualizadas, si bien no aniquiladas, pues entonces no tendríamos ya un sistema. Hay, pues, una relación compleja, es decir, complementaria/concurrente y antagonista a la vez. Es justamente esta complejidad la que da “fiabilidad a la organización sistémica, es decir, aptitud para sobrevivir” (Atlan). El equilibrio entre atracciones/complementariedades y repulsiones/antagonismos es el que proporciona la estabilidad suficiente/necesaria al átomo (las repulsiones/antagonismos eléctricos entre protones son neutralizados/superados por la presencia de neutrones y por todo el complejo organizacional del núcleo); parecidamente diríamos de la molécula, etc. La evidencia empírica de esta realidad fenoménica confirma lo que Heráclito12 intuyó acerca de la tensión/unidad de contrarios: el arco es arco cuando está dispuesto para lanzar la flecha y ésta no se ha disparado todavía, etc. Por tanto la organización sistémica comporta a la vez que produce el antagonismo y la complementariedad. Existen antagonismos directamente organizadores, es decir, que no sólo están actualizados/activos, sino que crean directamente la complementariedad organizacional. Es el caso de los soles y las estrellas (como veremos en el apartado siguiente), cuyo ser lo produce directamente la conjunción de dos procesos antagónicos , implosivo el uno, explosivo el otro. Como leemos en Science avec conscience, es dicha conjunción la que directamente “constituye una regulación espontánea de carácter organizador” (1982: 161). También los ecosistemas, los organismos vivos y las sociedades13 son sistemas que utilizan/integran en su organización actividades antagonistas. De todos modos, la regulación propia de toda organización activa precisa de un mínimo de antagonismos actualizados o en vigilia: la retroactividad negativa (feed-back negativo), que tiende a mantener la constancia de un sistema a base de anular/negar cualquier variación de los elementos que se produzca. La organización tolera, no obstante, un cierto nivel de fluctuaciones/desorden, más allá del cual los antagonismos inhibidos/virtualizados se desarrollan como fuerza desintegradora de la organización (feed-back positivo). El feed-back negativo puede considerarse como “un antagonismo de antagonismos, una anti-desorganización o anti-anti-organización” (ibíd.). De esta manera, “la regulación en su conjunto puede ser concebida como un emparejamiento de antagonismos en que la activación de un potencial anti-organizacional desencadena su antagonismo, el cual se reabsorbe tan pronto la acción anti-organizacional se reabsorbe” (ibíd.). Todo sistema, pues, muestra/exhibe una organización (la cara que emerge) a base de ocultar/sumergir lo que pudiéramos llamar el negativo de aquélla14. El equilibrio, por otra parte, no es un “óptimo abstracto”, sino relativo, ya que cuanto más compleja sea la organización (organismos vivos, sociedades...) mayores son las potencialidades de desorganización que puede tolerar, lo que implica la unión compleja (a la vez complementaria, concurrente y antagonista) de desorganización y reorganización ininterrumpida15. La idea de antagonismo lleva en sí potencialidad desorganizadora. La desorganización forma pareja con la reorganización. No es posible concebir organización sistémica sin antagonismo, es decir, sin una anti-organización potencial. Es claro, pues, que, junto al principio de complementariedad, podemos formular el principio de antagonismo sistémico. Este último reza así: “no hay organización sin anti-organización. Y recíprocamente: la anti-organización es a la vez necesaria y antagonista de la organización” (1977: 121). Conviene que intentemos aún profundizar más en la unitas multiplex, en el carácter complejo del todo organizacional. Los distintos principios sistémicos que estamos examinando no son juegos de palabras, ni simple retórica, ni barroquismo del lenguaje. Responden a una necesidad de conceptualizar la enorme complejidad de la organización sistémica, que exige concebir perspectivas que son, simultáneamente, concurrentes, complementarias y antagonistas. Nuestro ir y venir del todo a las partes y viceversa e incluso del todo al todo (comprender la “organización de la organización”), etc., no representa una “circularidad viciosa”, sino la aplicación de la “espiral productiva” propia de una epistemología compleja, la cual nunca pierde el centro pero gira siempre en distinto plano de comprensión. Así, sabemos que el todo no es simplemente la suma de las partes, pero podemos añadir que su retroacción organizacional sobre las partes le hace tener una hegemonía sobre ellas16, lo que nos permite formular el principio de que el todo es más que el todo. Sin embargo, el todo organizacional no es tal más que si las partes funcionan en cuanto partes (distinguiéndose/oponiéndose), lo que hace válido el siguiente principio, complementario del anterior: el todo es menos que el todo. Hemos de tratar de concebir la “unitas multiplex”, es decir, la unidad y la multiplicidad, las dos a la vez, y además la una en/por la otra, lo que nos impide hipostasiar/reificar el todo: el todo no es todo. Efectivamente, intentar concebir el todo aisladamente equivale a negarlo/vaciarlo: “El todo solo no es sino un agujero (whole is a hole)” (1977: 126). Repitamos: El todo no funciona en tanto que todo más que si las partes funcionan en tanto que partes. El todo debe ser relacionado con la organización (ibíd.).
Hay otra perspectiva desde la que es preciso afirmar que “el todo no es todo”. Efectivamente, el todo no es un todo, en el sentido de totalidad cerrada, acabada/armónica: “El todo, en fin y sobre todo, lleva en sí escisiones, sombras y conflictos” (ibíd.). Morin advierte que lo que vemos es la cara del sistema, es decir, la emergencia de su unidad, la totalidad aparentemente clara y distinta; pero existen también, aunque a simple vista no las vemos, incompletudes, insuficiencias, fracturas, inconsciencias... Todo ello constituye lo oculto/virtualizado/reprimido, o sea, lo inmergido: La dualidad entre lo inmergido y lo emergente, lo virtualizado y lo actualizado, lo reprimido y lo expresado es fuente de escisiones y de disociaciones, en los grandes polisistemas vivientes y sociales, entre universos de partes y universos del todo, o sea, entre la múltiples esferas internas y la esfera misma del todo (1977: 127).
Podemos, pues, enunciar otro principio: el todo es conflictivo. No se trata de un conflicto accidental, sino esencial y constitutivo de la totalidad sistémica. Por ejemplo, entre el comportamiento exterior de un animal y lo que pasa en cada una de sus células, hay ciertamente interrelaciones e interdependencias, pero también incomunicaciones y fisuras. En el caso más complejo del hombre, en que se hace presente la dimensión cultural/lingüística, ninguna de las treinta mil millones de células de Antonio –dice Morin– sabe que Antonio declara su amor a Cleopatra, y tampoco éste tiene conocimiento de sus treinta mil millones de células (cfr. ibíd.). En el individuo humano, lo que aflora, es decir, la conciencia, subsiste al mismo tiempo que zonas de inconsciencia, originadas individual y/o socialmente (Freud, Marx). El caso de la conciencia nos conduce, por otra parte, a formular un nuevo principio sistémico: las partes son eventualmente más que el todo. Ciertamente, la consciencia de sí es una emergencia individual, y en este sentido, si consideramos al individuo humano parte del todo (de la sociedad, de la especie, del cosmos) resulta ser más que éste. En general podemos decir que el “progreso” en el universo puede venir por unidades “pequeñas” desviantes y periféricas dotadas de libertades e independencias. De ello se dio cuenta con gran clarividencia Pascal cuando, tras definir al hombre como paradójicamente lo más humilde a la vez que lo más noble del universo (“frágil caña pensante”), proclama: “Si el universo llegara a aplastarlo, el hombre sería todavía más noble que aquello que le mata porque sabe que muere, mientras que de la ventaja que el universo tiene sobre él, el universo no sabe nada”17. Morin recoge este pensamiento en Science avec conscience (cfr. 1982: 177). El desorden interno acompaña permanentemente al todo organizacional: los antagonismos latentes, por un lado, y la tendencia a la desorganización (entropía), por otro, son dimensiones constitutivas del mismo. Los sistemas activos son “Sísifo infatigable, mediante la reorganización y la desorganización permanentes” (1977: 132). El desorden, por tanto, no solamente es anterior a la organización (interacciones al azar) y posterior a ella (desintegración), sino que está presente en ella de forma potencial y/o activa. Esto significa que, al contrario que la “visión clásica” del objeto físico que excluía el desorden, la visión organizacionista compleja incluye el desorden. Otra vez el concepto (macro-concepto) ha de ser “trinitario”: El sistema, pues, pudiendo surgir de movimientos azarosos (alea18), no se mantiene, sin embargo, como consecuencia de la inercia, sino que todo sistema es “una organización contra la anti-organización o una anti-anti-organización” (1977: 131). Invariancias, constancias, constreñimientos, necesidades... constituyen una especie de determinismo interno que es el orden autónomo del sistema. El orden autónomo del sistema es, sin embargo, tan sólo relativamente autónomo. Ello es así porque el bucle que el todo hace sobre sí mismo y que lo “cierra”, no es un bloqueo, sino que se funda precisamente en relaciones exteriores: un sistema no estaría verdaderamente “cerrado” si no estuviera verdaderamente relacionado/“abierto”. Los sistemas activos aseguran los intercambios que les sirven para autoorganizarse y/o reformarse sin cesar. Cuanto más complejo es el sistema, “más amplia es su apertura, más fuerte es su cierre” (1977: 135). El carácter abierto del sistema hace, como dice Morin, que sea “irrisorio” pensar que es posible acabar de hablar del todo: el todo es insuficiente. Lo es, no sólo en relación a las partes, sino también en relación al entorno. El todo es incompleto necesariamente. Especial énfasis pone Morin en subrayar la novedosa aportación que Adorno hace a la filosofía de Hegel y que consiste en señalar el carácter siempre inacabado del todo: “la totalidad es la no verdad” (cfr. 1977: 128 passim). Esto hace que la inteligibilidad del sistema en cuanto que depende de una alimentación exterior (material/energética y, en el caso de los seres vivos, organizacional/informacional, como veremos en la parte primera) debe encontrarse no sólo en el sistema mismo, sino en la relación con el entorno (ecosistemismo), relación que no significa tan sólo simple dependencia, puesto que ella misma es constitutiva del sistema19. Además, todo es incierto. La idea de sistema ha de fundarse en un concepto no totalitario y no jerárquico del todo, sino por el contrario en un concepto complejo de la unitas multiplex, abierto a las politotalidades. Lo dice así Morin: No se puede nunca cerrar un sistema entre los sistemas de sistemas a los cuales está enlazado, y donde puede aparecer... a la vez como todo y como parte de un todo mayor (1997: 129). Efectivamente, en el caso por ejemplo del hombre, ¿dónde está el todo en ese monstruo trisistémico que es a la vez, complementaria y antagónicamente, individuo/sociedad/especie? Más adelante reflexionaremos sobre ello20.
5. Una ontología de la relación. Raíces físicas de la organización-de-sí Necesidad de superar la ontología estática Morin elabora en La Méthode I una verdadera ontología que gira en torno al concepto fundamental de organización, sobre el que ya hemos reflexionado y lo hemos de seguir haciendo. En ella nuestro autor repiensa los conceptos de la metafísica tradicional, conminado a ello por los asombrosos descubrimientos científicos, particularmente de la física. Se trata de una ontología enraizada en el saber científico, pero que no se reduce a una teoría de la naturaleza, sino que –desde la reflexión– se plantea el problema de “la naturaleza de la naturaleza”. Es en definitiva una teoría de la realidad hecha desde la categoría dinámica de organización activa (ontología de la relación). En ella los conceptos de orden, desorden, caos, ser, existencia, individualidad, causalidad... son concebidos de una nueva forma bajo la óptica de la complejidad sistémica. Es una ontología que incluye además el problema de su descripción. La ciencia clásica y la filosofía estática/racionalista piensan en un orden eterno y en leyes universales, válidas para cualquier universo y trascendentes por tanto. El observador/conceptuador se concibe como alguien externo al sistema que observa/concibe, cuya aspiración consiste en acercarse cada vez más a la mirada de dios y a su sabiduría, de un dios platónico, laplaceano, estático, claro y distinto. Por otra parte, la lógica clásica, identitaria y binaria, excluye por serlo tanto la contradicción como la posibilidad del tercero en una alternancia. Entre esta lógica aristotélica y la ciencia clásica existe una correspondencia completa que hace que una y otra se refuercen mutuamente. Las unidades elementales (moléculas, átomos, etc.), concebidas como sustanciales e invariantes, se corresponden con el principio de identidad. El determinismo universal de la ciencia clásica se corresponde con el carácter necesario de la deducción y con el carácter universalizante de la inducción. Esta ciencia no ha cesado de matematizarse a lo largo de su desarrollo y se ha afianzado en la idea galileana de que la Naturaleza está escrita en el lenguaje de las matemáticas. La matemática y la lógica, por otro lado, han tendido más y más a ir la una hacia la otra (Boole, Frege, Russell/Whitehead/Hilbert), y ello ha conducido a concebir un isomorfismo entre la lógica y la matemática y por tanto entre la lógica y el universo, es decir, a pensar que la lógica identitaria/deductiva expresa y revela la esencia misma de lo real. Prácticamente el orden de la lógica y del universo se confunden en un absoluto onto-lógico. A este propósito nos dice Morin en La Méthode IV: La absolutización onto-lógica no puede evidentemente concebir que la soberanía de la lógica refleja el orden de su paradigma y no el orden del mundo” (1991: 178)21.
Hoy no estamos ya en ese escenario. Son los sorprendentes descubrimientos de las ciencias lo que nos obligan a intentar una nueva concepción. No cabe ya pensar en que haya leyes universales/trascendentes ni que el orden de la lógica identitaria/deductiva sea el orden del mundo. Tenemos que cambiar de mundo. El universo heredado de Kepler, Galileo, Copérnico, Newton, Laplace era un universo frío, helado, de esferas celestes, de movimientos perfectos, de orden impecable, de medida, de equilibrio. Nos es preciso cambiarle por un universo mudable, de nube ardiente, de bola de fuego, de movimientos irreversibles, de orden mezclado de desorden, de dispendio, despilfarro, desequilibrio. El universo heredado de la ciencia clásica estaba centrado. El nuevo universo es acéntrico, policéntrico (1977: 61-62).
En este contexto no cabe ya una física simple, un cosmos simple, un orden simple. La realidad ha de entenderse como organización: el ser es organización. Esto implica una ruptura con la metafísica y la ontología del orden y al mismo tiempo una ruptura con la epistemología que las sustenta. En relación a esta última, desaparece el sujeto conocedor neutral que ve el mundo desde fuera del mundo. El perceptor/conceptuador del mundo está dentro del mundo, forma parte de él, de modo que no hay un punto de referencia absoluto (Einstein); en la microfísica el observador es inseparable de la observación y del observador (Heisenberg, Bohr), y lo mismo ocurre en la astrofísica (Hubble). En estas condiciones ya no es posible un paradigma simplificador/reductor/disyuntor, sino un paradigma de complejidad, que sustituye el imposible metapunto de vista absoluto por la interrelación de puntos de vista relativos que, en un movimiento retroactivo, concurren, se oponen y se complementan.
El “bucle tetralógico” y las raíces del mundo Desde el punto de vista de la teoría de la realidad o de la ontología, se trata, no de sustituir el orden simple del paradigma clásico por el simple desorden, etc., sino de concebir que estas realidades no tienen nada de simples y que, por tanto, sólo pueden ser pensadas desde la perspectiva del sistemismo y del organizacionismo, es decir, desde la complejidad. Morin lo dice así: ... no hay permutación de un término simple, el orden, por otro término simple, el desorden. Esto significa que la inteligibilidad no hay que buscarla en la alternativa y la exclusión, sino en la interrelación, la interdependencia de orden, desorden, organización, en un bucle tetralógico; no en la disyunción entre las nociones de caos, cosmos, physis, sino en su confrontación... (1977: 66).
El orden moriniano es el del bucle tetralógico: interacciones(caos)/or den/desorden/organización. El problema de Platón era cómo el orden podía provenir del desorden/caos, puesto que Hybris y Diké se le representaban incompatibles. Michel Serres, sin embargo, no concibe que el orden pueda provenir sino del desorden. Para von Foerster el orden no puede proceder sino del ruido (order from noise). A Morin por su parte no le está permitido reificar el desorden, por lo que el mismo es concebido en la dialógica permanente orden/desorden necesaria para entender la organización. El bucle tetralógico es la expresión de un paradigma, es decir, de una forma de ver y de concebir el mundo, la que en opinión de Morin viene impuesta por los sorprendentes hallazgos científicos de nuestro tiempo. Sin el bucle tetralógico no es posible concebir la emergencia de la realidad, del ser, de la materia, de la physis, es decir la organización. La organización creadora de formas, morfogenética, es inseparable de un juego de interacciones, encuentros, improbabilidades, azares, desórdenes, órdenes... Todas estas dimensiones son inseparables y están permanentemente presentes formando un bucle en el que los conceptos de orden y desorden no son ya absolutos ni sustanciales, sino puramente relacionales, de manera que no se comprende cada uno sino en función del otro. En el paradigma de complejidad ni orden ni desorden son primeros. El paradigma que acompaña al pensamiento racionalista se ve impelido a disociar orden y desorden, lo que le obliga a repudiar a éste y a sostener una concepción reduccionista, empobrecedora del orden. Para el paradigma de complejidad, entre orden y desorden no hay primero pues no se pueden concebir separados, de modo que deben ser concebidos simbióticamente, como dos dimensiones que concurren y se complementan al mismo tiempo que se oponen. De acuerdo con el bucle tetralógico tenemos: a) las interacciones o encuentros son inconcebibles sin desórdenes, es decir sin agitaciones, turbulencias, etc.; b) el orden se expresa o surge cuando la organización crea su propio determinismo; c) la organización tiene necesidad de los principios de orden presentes en las interacciones que la constituyen (cfr. 1977: 56): El bucle tetralógico es lo primero puesto que entre los componentes no hay primero. Más aún, de lo que pueda ser anterior a él no tiene sentido hablar, pues las condiciones para hablar de la realidad nacen con el bucle y con la realidad. Orden/desorden/interacciones/organización constituyen la realidad y permanecen con ella; es más, unos a otros se van desarrollando mutuamente, de modo que cuanto más complejos se hacen la organización y el orden más toleran/necesitan el desorden y desde luego las interacciones.
La organización-de-sí. El concepto de ser Dice Morin: “al principio es el bucle retroactivo”. Efectivamente, el bucle retroactivo es lo primero y no nace ni siquiera de ninguna retroacción negativa o reguladora, sino que es él esa retroacción: Las interacciones se vuelven retroactivas, secuencias divergentes o antagonistas dan nacimiento a un ser nuevo, activo, que continuará su existencia en y por el buclaje (1977: 185).
Han sido la teoría de la comunicación y la cibernética las que nos han hecho conscientes del bucle retroactivo. Sin embargo, también han sido ellas las que, lejos de sacar a la luz la idea de bucle generativo, la han sumergido en la sombra mucho más. Para Morin, el bucle retroactivo “es a la vez genésico, genérico, generativo, es decir que es el que asegura el nacimiento, la especificidad, la existencia, la autonomía de la estrella” (1977: 184). El bucle no procede, pues, de un programa, “no procede de una entidad llamada ‘información’; el bucle precede genealógicamente a la información” (1977: 185). La generación espontánea de la estrella nos la podemos representar así: interacciones gravitacionales (turbulencias) constituyen la forma de torbellino, la cual animada por un movimiento centrípeto se concentra en un núcleo más y más denso y cálido hasta convertirse en luz, a partir de cuyo momento el movimiento centrípeto del torbellino genésico y el movimiento centrífugo surgido de la fusión termonuclear se entre-anulan y se entre-combinan en un bucle retroactivo que se identifica con la forma esférica de la estrella... El ser o totalidad de la estrella o sol (lo mismo habría que decir del de la galaxia o del menos complejo del remolino, etc.) se confunde con el bucle retroactivo. Por ello el bucle no es puramente retroactivo puesto que no solamente procura la regulación rechazando desviaciones y perturbaciones, sino que es bucle recursivo, es decir, producción-de-sí y re-generación incesante. En el bucle recursivo, el fin se hace principio y a la inversa: “el estado final se convierte de alguna manera en inicial y el estado inicial se convierte en final, aunque sigue siendo inicial” (1977: 216). Efectivamente, el bucle recursivo es la organización recursiva misma que se genera por sí misma y se desvanece cuando cesa la actividad. Morin entiende por máquinas (bien lejos de la idea de máquina mecanicista/cartesiana de la ciencia clásica) seres físicos organizadores, seres activos cuya actividad es auto-productora, auto organizadora, auto-reorganizadora incesante. El concepto moriniano de ser no es una sustancia; comporta realidad física, sí, pero consiste en auto-organización activa, es decir, en ser-máquina22. El universo moriniano lo pueblan seres-máquina, es decir, seres físicos que se auto-organizan de forma espontánea a partir de interacciones aleatorias que a partir de determinadas condiciones producen/crean un orden organizacional al que acompaña inseparablemente un desorden entrópico (conforme al paradigma tetralógico). El concepto de ser para Morin es una organización activa. Tal concepto, lejos de consistir en una noción simple, constituye una verdadera constelación conceptual, cuyos principios organizacionales y paradigmáticos ilustran, no sólo el ser-máquina físico, sino también el biológico, el social, el lingüístico... Tal concepto, macroconcepto, implica al menos las siguientes nociones: interacciones (turbulencias, choques, antagonismos), apertura/cierre, estacionariedad/constancia, actividad/dinamismo, autonomía/dependencia, ser, sí, existencia, autonomía, individualidad, perturbaciones del exterior (variaciones de los flujos, fuerzas, etc.) y del interior (tendencia a la dispersión, entropía). El caso del remolino es un ejemplo muy puro y claro: en la corriente de un río, a partir de un elemento sólido y fijo, que hace de ruptura, surge un contraflujo en sentido inverso que, combinándolo con el flujo del río, crea y mantiene el bucle rotativo. El bucle recursivo no es otra cosa que la forma misma torbellinesca, es decir, el movimiento circular que opera tanto la introducción como la expulsión del flujo. El bucle recursivo, pues, opera la apertura del sistema, pero también opera el cierre: el mismo movimiento que abre es el que traza el círculo-frontera que cierra el territorio del sistema, el cual de este modo se hace relativamente autónomo. El circuito espiral del remolino abre al mismo tiempo que cierra, y esta condición es la que hace que el remolino se forme y se vuelva a formar, de tal modo que si el flujo y las condiciones exteriores no varían más allá de ciertos umbrales de tolerancia el remolino podrá perdurar casi indefinidamente... Apertura y cierre deben, por tanto, concebirse como términos no sólo indisociables, sino también recursivos: la apertura produce la organización del cerramiento, el cual produce la organización de la apertura. No hay sólo retroactividad y regulación, sino verdadera recursividad, puesto que cada elemento produce la organización que le produce: “la producción produce al productor que la produce”. Es por ser abierto (el bucle), o sea, alimentado, por lo que es productor, y es por volverse a cerrar por lo que existe como productor. Ahora bien, si consideramos el bucle cerrado/abierto en su naturaleza generativa profunda, vemos entonces que su producción primera y fundamental es la de producirse, es decir, de producir por esto mismo su ser y su existencia” (1977: 211).
La producción produce al ser productor, el bucle generativo produce al ser. El ser ha de concebirse como organización activa. Todo es activo en un sistema activo, y más activo si debe alimentar estados estacionarios, es decir, si se trata de mantener el ser. Ya hemos visto que la noción de ser precisa de la idea de máquina si por ésta entendemos actividad/praxis/producción e incluso transformación/creación o poiesis. El ser es actividad incesante (intercambios con el entorno, retroacciones/regulaciones) al mismo tiempo que estado estacionario: actividad y estacionariedad se producen mutuamente. La actividad/praxis de las máquinas naturales (el remolino, los soles, los seres vivos..., incluso las sociedades) consiste en la producción de sí mismas, de tal modo que entre ser y máquina se da la plena recursividad: no cabe en su relación de mutua dependencia prioridad de un término sobre otro. Hay que distinguir al mismo tiempo que unir el término máquina y el término ser. La máquina/actividad produce al ser que produce la máquina. La producción es producir-se, es decir, producción-de-sí: La recursión productora de lo mismo sobre lo mismo (re), al producirse y reproducirse por sí misma, hace emerger una realidad de un orden completamente nuevo que... expresa... el pronombre reflexivo se, y que sustantiva el concepto de sí (1977: 212).
La reorganización permanente es trabajo de sí sobre sí. La recursividad es incesante mientras permanezca el ser, y por ello el sí no es inmóvil: “siempre está animado, siempre es animador; de ahí quizás el hecho de que se le haya llamado animus y anima” (1977: 213). El sí no es un en-sí autosuficiente, no es la sustancia cartesiana, que “existe en sí y por sí”. Su identidad no es sustancial (un “sí” idéntico a sí mismo), sino organizacional, por lo que sólo es pensable gracias a un tercio o tercero, es decir, a otro sí, lo cual implica relación/apertura/dependencia: ... el sí no es un sí que se basta a sí mismo. No sólo no hay sí sin apertura, sino que la idea de sí está profundamente unida a un proceso productor (recursivo), y es una idea que debe ser planteada en constelación con la idea de autonomía, de ser, de existencia, de individualidad (ibíd.).
El sí es la idea nuclear de la autonomía de los seres-máquina naturales (las máquinas artificiales o artefactos producen pero no se producen, los produce la megamáquina social). Este sí está en el autos propio del ser vivo23. Donde hay autonomía organizativa hay ser, y no lo hay allí donde hay dispersión; hay más ser donde hay más autonomía organizativa. El ser no es una realidad primaria ni sustancial, sino la emergencia de la globalidad organizativa, de modo que fuera de ella no hay ser, sino dispersión. Pero la autonomía y el sí no se dan sino en la apertura y por lo tanto en la dependencia (ecológica). El cierre hace posible el ser y el sí y la (cierta) autonomía e individualidad. Pero el cierre no puede concebirse sin la apertura, que es la que hace posible la existencia. La apertura es una noción a la vez ecológica, organizacional, ontológica y existencial. La existencia es la cualidad (emergencia) propia y característica del ser que se produce sin cesar y que deja de ser, se deshace, tan pronto cesa o desfallece en la producción-de-sí. De lo que venimos diciendo podemos afirmar que es posible mantener la necesaria desustancialización de la noción del concepto de ser y concebir no obstante el ser y la existencia. Ello es posible gracias a la idea de organización recursiva o recursividad, que von Foerster colocó en el centro de la auto-organización de los seres vivos, pero que Morin ve ya en el nivel de la organización de los seres-máquina físicos o naturales. En efecto: Podemos concebir que en el mismo movimiento sean generados por la praxis el ser, por la apertura la existencia, por la organización la autonomía, por la recursión el sí. Ser, existencia, sí son emergencias de una totalidad que retroactúa recursivamente sobre sí misma en tanto que totalidad; son al mismo tiempo productos-productores de la producción-de-sí (1977: 214-215).
Morin es consciente de que concebir el ser, no significa resolver su misterio. Significa expresarlo de la única manera posible, que consiste en mantener en tensión las distintas nociones que lo integran. Pretender resolver el misterio equivaldría a escamotearlo, cayendo en la “logocracia” de colocar palabras vacías en su lugar, trampa que nuestro autor ha sabido sortear: El misterio del ser y de la existencia no está resuelto, es decir, escamoteado: el misterio de la physis permanece, y nuestro conocimiento y nuestro método serían engañosos si nos parloteasen lo inconcebible.
No se trata por tanto de superar la aporía clásica, consistente en que nos es igualmente inconcebible que el ser sea creado ex nihilo como que exista desde siempre24, pero sí que se trata de iluminarla más y más. En este sentido hemos visto que la generatividad propia del ser-máquina físico es una actividad espontánea, que no obedece a programa o información previos y bajo este aspecto hemos de admitir que se produce ex nihilo25: “crea ser allí donde no había ser, existencia allí donde no había existencia, sí allí donde no había sí, individualidad allí donde no había individualidad” (ibíd.). Sin embargo, no crea ex nihilo, en cuanto que crea con materia/energía y con organización. Con razón concluye Morin: “Creación aquí es transformación. La aporía es pues retrotraída a un nivel más primordial, el de las condiciones previas a la emergencia del ser” (ibíd.)26. De lo que sí es consciente nuestro autor es de que “unir en la base la idea de sí, de ser, de existencia, de máquina constituye una reforma conceptual radical” (1977: 235). La prueba a contrario de la importancia de esta reforma conceptual la encuentra nuestro autor en el vaciamiento conceptual que se ha dado en la cibernética, al remitir la máquina al artefacto, y escapársele por tanto la complejidad del ser-máquina, con la generatividad, la existencia, el sí, nociones por otra parte imprescindibles para concebir la auto-organización del viviente (cfr. ibíd.)27.
La realidad y el tetrálogo. CAOSMOS El ser en tanto que organización activa nace, como hemos dicho, de la no organización, es decir, de la nada desde el punto de vista de la organización. Esa no organización, esa “nada”, es lo que todavía hay que llamar caos, es decir, turbulencia, actividad en desorden, agitaciones, colisiones... La organización nace del caos por /en el bucle retroactivo/recursivo. Pero el caos desde el que el ser nace perdura inhibido/integrado en el bucle: son los antagonismos, la anti-organización que toda organización/ser conlleva. El caos amenaza también desde el exterior por tener el ser existencia/apertura. El caos que amenaza desde dentro y desde fuera al ser es también, no obstante, el que puede aportar la fuerza genésica/poiética: “La creación es siempre una irrupción de la génesis en la generatividad...” (1977: 226). El bucle tetralógico, en fin, estaba en el origen y permanece siempre mientras haya ser/organización, existencia... y, por tanto, anti-organización, anti-anti organización... El tetrálogo es necesario para concebir a los seres vivos, y también al ser humano, los cuales no son físicos por su cuerpo, sino por su ser. El tetrálogo nos es necesario incluso para concebir la compleja doble dimensión sapiens/demens propia del ser humano. A este respecto dice Morin: El hombre sapiens es el ser organizador que transforma el alea en organización, el desorden en orden, el ruido en información. El hombre es demens en el sentido de que está existencialmente atravesado por pulsiones, deseos, delirios, éxtasis, fervores, adoración, espasmos, ambición... El término sapiens/demens no sólo significa relación inestable, complementaria, concurrente y antagonista entre la ‘sensatez’ (regulación) y la locura (desajuste), significa que hay sensatez en la locura y locura en la sensatez (1977: 372)28.
El concepto moriniano de caos es originario, en el sentido de que no coincide con el orden ni con el desorden, pues es anterior a toda distinción: El caos es una idea anterior a la distinción, la separación y la oposición, una idea pues de indistinción, de confusión entre potencia destructora y potencia creadora, entre orden y desorden, entre desintegración y organización, entre Hybris y Diké (1977: 57).
La idea de caos está fuera de nuestra inteligibilidad. Podemos describir el sistema como conjunto de interacciones, pero cada interacción aisladamente es indescriptible. No cabe, por otra parte, concebir el caos como algo que sólo hubo al principio, para desaparecer luego cuando surgió el cosmos. Morin nos recuerda que “la Génesis no ha acabado” (1977: 59). De hecho la astrofísica nos dice hoy que estamos en un universo que se expande, en el que se crean nuevas galaxias y explotan estrellas, en que orden y desorden cooperan ininterrumpidamente: “Estamos en un universo que se desintegra y se organiza en el mismo momento” (ibíd.). Lo mismo hay que decir de los otros niveles de realidad, incluidos los biológicos y antroposociales. La nueva concepción de la realidad es una identidad compleja forjada por la relación inseparable de caos/physis/cosmos. La realidad es CAOSMOS, según el neologismo creado por Morin. Esta concepción de la realidad supone quebrar una frontera mental/epistémica: la concepción de un mundo ordenado y estable y de un observador del mismo externo a él. La nueva evidencia es que el mundo constituye una galaxia preñada de incertidumbre y que el observador y la observación misma son parte de ese mundo.
6. La nueva inteligibilidad y el concepto de sujeto Pensar sistémicamente implica el sujeto El macroconcepto sistema es mucho más que un concepto y, sobre todo, no puede quedar reducido a una especie de teoría general acabada aplicable a los distintos casos, sino que nos lleva a un cambio radical de nuestra mirada, a una nueva forma de pensar; nos lleva a pensar sistémicamente, es decir, a adoptar una nueva inteligibilidad, un nuevo paradigma. No se trata de imponer ningún sistema. Morin quiere dejar esto muy claro: “Mi propósito es cambiar la forma de ver todas las cosas de la física al homo” (1977: 151). Se trata de transformar nuestra mirada y nuestro modo de pensar. No se pretende siquiera imponer un método, sino ponerse/ponernos en su búsqueda, nos confiesa en más de una ocasión. Incluso podemos decir que el concepto de sistema no es una meta o fin en sí mismo; es más bien una herramienta que en su complejidad puede incluso transformarse a sí misma. Dice Morin: “la teoría compleja del sistema transforma el sistema teórico que lo forma” (ibíd.) El siguiente texto es perfectamente claro sobre la cuestión, lo que disculpa su extensión: “Al principio era la complejidad” (1977: 149), proclama Morin en tono bíblico. La complejidad como fundamento al principio y siempre. Tampoco el concepto de sistema desde el que hemos de intentar percibir y pensar la realidad toda escapa a esta condición. De entrada tenemos que, siendo físico, surge de las interrelaciones entre el observador/conceptuador y la physis. La realidad es sistémica y todo sistema comporta realidad física, hemos dicho anteriormente. El hecho de comportar realidad física parece que nos llevaría a un realismo propio del sustancialismo clásico que hemos ya criticado por “objetivista”, en el doble sentido de concebir la realidad, no sólo como independiente/aislable del entorno, sino independiente/aislable también respecto al sujeto observador/conceptuador. Morin es verdad que admite que “todo sistema escapa por algún lado al espíritu del observador por depender de la physis” (1977: 139)29. Sin embargo, con no menos fuerza afirma: “la misma descripción (del sistema) remite a las categorías mentales y lógicas y a las estructuras perceptivas sin las que no habría descripción” (1977: 138). Es decir, que todo sistema, incluso el que se nos presenta con una realidad física/fenoménica evidente, tal como una estrella o un organismo, “depende también del espíritu en el sentido de que el aislamiento de un sistema y el aislamiento del concepto de sistema son abstracciones operadas por el observador/conceptuador” (1977: 139). La complejidad está servida: concurrencia, complementariedad y antagonismo entre el sujeto observador/conceptuador y el universo fenoménico, de cuyas interrelaciones surge el concepto de sistema, con el que pensar la realidad, que es sistémica (y el pensamiento y el sujeto que lo piensa, habría que añadir). Lo cierto es que el paradigma de simplificación prescribe distinguir entre dos órdenes de sistemas bien separados. Así queda expresado en Science avec conscience: - o bien el sistema es una categoría física real que se impone naturalmente a la percepción del observador, el cual debe velar entonces por “reflejarla” bien en su descripción; - o bien el sistema es una categoría mental o modelo ideal, de carácter heurístico/pragmático, que se aplica a los fenómenos para controlarlos, dominarlos, “modelarlos” (1982: 188).
Sin embargo, la concepción compleja del sistema debe superar esta alternativa. El paradigma sistémico es de carácter psicofísico. Nuestro autor lo expresa de este modo terminante: La concepción compleja del sistema no puede dejarse encerrar en esta alternativa. El sistema es un concepto de doble entrada: physis psyché; es un concepto físico por los pies, psíquico por la cabeza (ibíd.).
Todo sistema es tanto físico como psíquico y, más aún, tal carácter psicofísico es indisociable: no hay sistema sin las condiciones de distinción o de aislamiento del mismo y sin la elección del concepto-foco que “decide” cuál es sistema, subsistema, suprasistema, ecosistema... En un tono tal vez excesivo cabe afirmar que “es sistema, lo que el hombre-sistema y el ingeniero-sistema han decidido que sea sistema” (Y. Barel). Estos hechos muestran la relatividad de las nociones y fronteras del sistema e introducen un principio de incertidumbre en la concepción del mismo. Physis y psyché son, cada una, realidades sistémicas, y también son sistémicas sus interrelaciones; ello significa que se produce simultáneamente cerramiento y apertura entre ellas, es decir, que constituyen un bucle dinámico permanente. Con razón concluye Morin: “de ahí la necesidad de no excluir, de incluir, al observador en la observación” (1982: 189). La inteligibilidad sistemo-organizacional hace inseparable la relación constructora sujeto-objeto, puesto que es el sistema el que viene compuesto por la relación entre el sujeto y la realidad que se intenta “objetivar”. Es decir que el objeto sistema sólo es definible por relación a un sujeto-sistema. Es imposible, pues, pensar las ciencias prescindiendo de la noción de sujeto. Ni la física, ni la biología, ni la antropología, ni la socio-política pueden ser pensadas si ignoramos el concepto de sujeto. En la concepción sistémica/organizacionista de la realidad la posición del observador, su ángulo de mira... modifican lo observado y determinan la naturaleza de la observación. Este retorno del observador-sujeto, que hacen posible y necesario tanto los insospechados descubrimientos que se han dado en las ciencias (Einstein, Bohr, Heinseberg, Hubble, etc.) como una “nueva forma de concebir las evidencias”, provoca que el problema del conocimiento no sea ya, como en la mentalidad clásica, el objeto, sino justamente el sujeto, inseparable de lo que observa y describe. El problema hoy es el conocimiento del conocimiento (Morin) o, en palabras de von Foerster la descripción de la descripción. Se hace necesario por ello crear una epistemología de segundo orden que incluya al sujeto con sus estrategias: En adelante tenemos que plantear en términos de ciencia un principio que se podría creer que era solamente “filosófico”: separando al que conoce nunca se camina hacia el conocimiento complejo. El conocimiento se convierte así, necesariamente, en una comunicación, un bucle entre un conocimiento (de un fenómeno, de un objeto) y el conocimiento de este conocimiento (1977: 386).
Debemos de subrayar, pues, la insoslayable presencia del sujeto en el sistema, en la noción misma y en la teoría del sistema. La noción de sujeto es ineliminable en el concepto de sistema. El sistema “requiere un sujeto que lo aísla en el bullicio polisistémico, lo recorta, lo califica, lo jerarquiza” (1977: 140). El sistema, en efecto, no sólo remite a la “realidad” física “irreductible al espíritu humano”, como hemos dicho, sino también y de modo inseparable a las estructuras del espíritu humano, al observador/sujeto, con todas sus estructuras perceptivas y lógicas, y también sociales y culturales. Es más, el concepto de sistema “no puede ser construido más que en y por la transacción sujeto/objeto, y no en la eliminación del uno por el otro” (1977: 142). El realismo ingenuo que toma el sistema como objeto, como algo absoluto/independiente/aislado, suprime el sujeto en tanto que factor de comprensión del objeto. Por otra parte, el nominalismo, que entiende el sistema como una construcción ideal, elimina el objeto, pero también el sujeto al no tener en absoluto en cuenta su estructura bio-antropo-social, que es lo que hace que dicha construcción sea puramente ideal y por ello, finalmente, manipuladora. En ambos casos la relación compleja/sistémica sujeto-objeto se ha eliminado injustamente, pues como dice Morin: “De hecho, el objeto, sea ‘real’ o ideal, es también un objeto que depende de un sujeto” (ibíd.). Tanto en la ciencia clásica como en la metafísica tradicional el observador/sujeto estaba ausente. Definitivamente, la noción moriniana de sistema incluye de modo necesario al observador/sujeto: ya no hay physis aislada del hombre, es decir, aislable de su entendimiento, de su lógica, de su cultura, de su sociedad. Ya no hay objeto totalmente independiente del sujeto. La noción de sistema así entendida conduce, pues, al sujeto no sólo a verificar la observación, sino a integrar en ella la auto-observación (ibíd.).
Necesidad de refundar el concepto de sujeto desde el paradigma de complejidad Si en el sistemismo los objetos dejan/han de dejar su lugar a los sistemas (de sistemas de sistemas de sistemas...), de manera que no cabe ya hablar de sustancias o esencias, sino de organización, y tampoco de unidades simples y elementales, sino de unidades complejas..., entonces el mundo no puede ser un teatro en el que se colocan de acuerdo a la visión fijista/“reduccionista” identidades absolutas/independientes. Esto significa que si hemos de tratar del sujeto (habría que añadir que aunque fuese incluso para negarlo), ello no podrá hacerse desde una visión estática/esencialista/”objetivista”: no cabe un sujeto que sea un objeto. Es más, de los objetos mismos es preciso decir que “son muy poco objetos” (1977: 148). No lo olvidemos: (la idea de objeto) no es más que un corte, un trozo, una apariencia, una faz, la faz simplificadora y unidimensional de una realidad compleja que enraíza a la vez en la organización física y en la organización de nuestras representaciones antropo-socio culturales. Las cosas no son sólo cosas... (ibíd.).
Nos hará falta por tanto un concepto de sujeto que sea sistémico, o sea, que exprese a la vez unidad/multiplicidad/totalidad/diversidad/organización..., o sea, complejidad. La simplificación aísla, es decir, “oculta el relacionismo consustancial al sistema (relación no solamente con su entorno, sino con otros sistemas, con el tiempo, con el observador/conceptuador30). La simplificación reifica, es decir, oculta la relatividad de las nociones de sistema, subsistema, suprasistema, etc. La simplificación disuelve la organización y el sistema (1977: 144).
La entronización del sujeto en la ciencia viene exigida por el sistemismo y la complejidad, los mismos que exigen que se proceda a una re-fundación del sujeto desde la única perspectiva válida, es decir, desde la complejidad sistémica.
1) La idea moriniana de complejidad. Paradigma Venimos hablando constantemente de complejidad y conviene que recojamos los caracteres fundamentales de la complejidad moriniana. Es verdad que Morin ni nos da ni nos puede dar una definición clara y distinta del término complejidad; tal intento acabaría siendo una contradicción en los términos. Pero sí que nos da los principios e ideas que permiten generar pensamiento complejo. Son los mismos que sin cesar él pone en práctica en todos sus escritos. Su pensamiento es esencialmente una lucha por acceder al pensamiento complejo por distintas vías: a través de la física, a través de la antropología y a través de la socio-política, principalmente31. Su pensamiento, y ello se refleja sobre todo en La Méthode, es un pensamiento organizacionista que hace emerger organizaciones conceptuales (macroconceptos) allí donde sólo hay conceptos atómicos que aisladamente usados desvirtúan nuestra inteligibilidad de lo real hasta el punto de hacerla anémica e inane. Morin se siente profundamente machadiano (“Caminante no hay camino”) cuando nos anuncia al principio de La Méthode I: “No traigo conmigo el método, voy en su busca...” (1977: 21). Lo que sí trae consigo, sin embargo, es la firme conciencia de cuáles son las actitudes (y tentaciones) a rechazar, así como la voluntad de no ceder en ningún caso a ellas, voluntad no menos firme que la de Descartes respecto a sus reglas, si bien referida a actitudes mentales bien contrarias. Estas actitudes a rechazar son los modos simplificadores de proceder: Parto con la voluntad de no ceder a estos modos fundamentales del pensamiento simplificante: - idealizar (creer que la realidad pueda ser reabsorbida en la idea, que sólo sea real lo inteligible); - racionalizar (querer encerrar la realidad en el orden y la coherencia de un sistema, prohibirle todo desbordamiento fuera del sistema, tener necesidad de justificar la existencia del mundo confiriéndole un certificado de racionalidad); - normalizar (es decir, eliminar lo extraño, lo irreductible, el misterio (1977: 22).
El rechazo moriniano de los modos simplificadores no significa una actitud sólo negativa. Morin habla permanentemente de complejidad, toda su obra es una lucha por concebir y hacer de ella una nueva inteligibilidad, un paradigma; habla incluso de hipercomplejidad, para referirse al fenómeno humano32. Esta nueva inteligibilidad es la scienza nuova, tantas veces por él reclamada, la cual, parecidamente a como Vico hiciera al oponerse al cartesianismo y a la “razón física”, empieza ciertamente por rechazar toda forma simplificadora de pensar. La sciencia nuova, dicho brevemente pero de forma ahora ya positiva, consiste en “poder asociar nociones antagonistas e integrar la ambigüedad, comprender la complejidad real de los objetos y de su relación con el pensamiento que lo concibe” (1977: 148)33. Considero conveniente hacer aquí una presentación de los caracteres fundamentales de la complejidad moriniana. Se trata de principios e ideas con capacidad para generar pensamiento complejo. A muchos les hemos visto aparecer ya y todos lo irán haciendo una y otra vez a lo largo del trabajo, lo que permitirá una mejor comprensión de los mismos puesto que los veremos funcionando y, además, de manera interrelacionada. Son los siguientes: La idea de que azar y desorden son irreductibles. La idea del bucle tetralógico, formado por la dialógica de los conceptos orden/desorden/interacciones/organización. La idea lógicamente compleja de organización: unitas multiplex. Organización de la diferencia sin anularla. La idea de recursividad, autonomía, apertura y embuclamiento. La necesidad de reintroducir lo singular, lo local, el tiempo, el evento. - la necesidad de la idea de cualidad y no sólo de cantidad, de la de comprensión y no sólo de explicación y formalización34. La idea de concurrencia/complementariedad/antagonismo, inseparables en su dialógica para abordar fenómenos complejos (multidimensiona les/relacionales/relativos). La idea de que la asociación simbiótica (dialógica) de conceptos antagónicos, tales como orden/desorden, autonomía/dependencia, apertura/cierre... son incomprensibles desde un paradigma de simplificación. La idea de que el conocimiento científico comporta en su base elementos no científicos (thémata), presupuestos metafísicos, paradigmas... )35 de los que es preciso tener consciencia. La necesidad de reintroducir en todo conocimiento al observador/conceptuador/descriptor/sujeto (tal como la misma ciencia física contemporánea ha mostrado para sí misma); la necesidad, en fin, de reintroducir el “conocimiento del conocimiento”.
Aunque no cabe el imposible de una definición totalizadora y exhaustiva de lo que en Morin significa complejidad, estamos no obstante en condiciones de dar una idea suficientemente cabal, que evite cualquier confunsión: La complejidad moriniana no elimina la incertidumbre, tampoco la aporta. Simplemente la revela, la des-oculta. La incertidumbre, desde el momento en que aparece como ineliminable en el seno mismo de la cientificidad (física cuántica), no es posible ya entenderla como “ignorancia del algoritmo” que de conocerse convertiría en determinista una serie que sólo en apariencia sería aleatoria. Hay que reconocer que “la certidumbre generalizada es un mito” e incluso que “la incertidumbre bulle en riquezas”; parecidamente ocurre con la imprecisión y la inexactitud, que son aspectos de ella. Sin embargo, ello no equivale a rechazar la precisión. Con toda claridad se nos dice en La Méthode II: “Un pensamiento que sólo fuera vago, que tratara lo impreciso sin precisiones, no sería más que vaguedad. De hecho el pensamiento que reconoce la imprecisión necesita estar armado de mucha precisión y reflexión” (1980: 380). El pensamiento complejo es la unión de precisión e imprecisión36. La complejidad moriniana es insimplificable, puesto que no es una cuestión de cantidad, sino de cualidad. La insimplificabilidad, sin embargo, no equivale a la simplificación al revés o la simplicidad al revés, ni siquiera a la eliminación de la simplicidad. Se trata de la unión de la simplificación y de la complejidad: El pensamiento complejo contiene en sí, como momentos correctores y a corregir, procesos que aislados y librados a sí mismos resultarían simplificadores... El pensamiento complejo debe luchar, pues, contra la simplificación pero utilizándose para ello necesariamente. Siempre hay, por tanto, doble juego en el conocimiento complejo: simplificar complejizar (1980: 390).
La complejidad moriniana desde luego no es completud. El conocimiento complejo es multidimensionalidad y articulación, lucha por mantener un diálogo con la “realidad”, pero no puede ser conocimiento completo ni total. Leemos en Introduction à la pensée complexe: (El pensamiento complejo) desde el comienzo sabe que el conocimiento completo es imposible: uno de los axiomas de la complejidad es la imposibilidad, incluso teórica, de una omnisciencia. Hace suya la frase de Adorno “la totalidad es la no-verdad”... El pensamiento complejo está animado por una tensión permanente entre la aspiración a un saber no parcelado, no dividido, no reduccionista, y el reconocimiento de lo inacabado e incompleto de todo conocimiento (1990b: 11-12). En este sentido la complejidad moriniana implica la consciencia de la propia ignorancia: una vez más, no aporta la ignorancia, sino que la revela. No se trata de un escepticismo y relativismo generalizados, sino de no subestimar el error (“el error está en subestimar el error”). Para una lectura simplista y simplificadora, la incertidumbre e ignorancia equivale a la ausencia de conocimiento. Sin embargo, se trata, en la complejidad, de reivindicar la docta ignorantia y la duda que es portadora de la consciencia de la propia limitación (como Montaigne, Pascal, Nicolás de Cusa, Morin, y no como Descartes, que duda para no dudar aferrado a un Dios que le cuadra perfectamente a su razón racionalista/matemática).
Finalmente, la idea moriniana de complejidad no se refiere sólo a la ciencia (caso de Prigogine y otros), en la que por otra parte ha surgido, sino que se presenta como epistemología general, con la vocación de constituirse en paradigma superador del paradigma de simplicidad tan enraizado en nuestra cultura y en nuestra mente. En cuanto tal la complejidad representa un “modo de pensar” concerniente tanto al pensamiento en general como a la acción.
2) La refundación del concepto de sujeto El sujeto debe entenderse desde la óptica sistémica/organizacional. Sistema, como sabemos, no es una teoría general aplicable a las distintas áreas (a la molécula, la estrella, la célula, el organismo, la sociedad, las ideas...): un concepto así nos mantendría dentro del paradigma de disyunción/simplificación al caer en un “holismo” que resultaría reduccionista por reducción al todo. Sistema comporta una nueva inteligibilidad, un nuevo paradigma que no es otro que el de complejidad organizacional, en que organización no es ninguna institución, sino una actividad generadora y regeneradora a todos los niveles. Tenemos que todo sistema observado está unido a un sistema de sistemas, el cual está unido a otro sistema de sistemas... hasta enlazar con la physis organizada, o sea la Naturaleza, que es un polisitema de polisistemas. Tenemos al mismo tiempo que todo sistema observador es un sistema cerebral, el cual forma parte de un sistema vivo del tipo homo, el cual se halla inscrito en un polisistema sociocultural... Y, tal como ha quedado dicho, hay más: la physis –igual que cualquier objeto sea éste “real” o ideal– no es concebible ni puede existir aislada del hombre (de su entendimiento, su lógica, su sociedad, su cultura): no hay objeto totalmente independiente del sujeto. Pues bien: no sólo el objeto, sino también el sujeto y la necesaria relación constituyente entre ambos deben ser entendidos en términos de complejidad sistémica: Así, la observación y el estudio de un sistema encadena en términos sistémicos a la organización física y a la organización de las ideas. El sistema observado, y en consecuencia la physis organizada, de la cual forma parte, y el observador-sistema, y en consecuencia la organización antropo-social de la que forma parte, llegan a estar interrelacionadas de forma crucial: el observador forma también parte de la definición del sistema observado, y el sistema observado forma también parte del intelecto y de la cultura del observador-sistema. Se crea, en y por una tal interrelación, una nueva totalidad sistémica que engloba a uno y a otro (1977: 142- 143).
Caben grados de complejidad en nuestra visión de esta relación sistémica. Un primer grado de complejidad consiste en concebir al observador/conceptuador, con sus conceptos o teorías y, más ampliamente, su sociedad y su cultura, como “envoltura ecosistémica del sistema físico estudiado” (1977: 143); es decir, concebir el ecosistema mental/cultural, sino como el que crea el sistema concreto (su concepto), sí como el que lo coproduce y lo nutre. Un segundo grado de complejidad nos debiera llevar a crear un metasistema que concibiera el nuevo sistema constituido por el sujeto con todo su enraizamiento antroposocial y por el grupo polisistémico constituido por el objeto sistema con todo su enraizamiento físico. Elaborar este metasistema desde el que concebir simultáneamente uno y otro grupo sistémico (polisistémico) y sus interrelaciones organizativas constituye para Morin el problema epistemológico clave a resolver. En Science avec conscience, leemos: De ahí la necesidad de elaborar un metasistema de comprensión en el que el sistema de observación/percepción/concepción debe ser a su vez observado, percibido, concebido en la observación/percepción/concepción del sistema observado. De ahí consecuencias en cadena que llevan a complejizar nuestro propio modo de percepción/concepción del mundo fenoménico. De ahí la necesidad de proceder a una reforma paradigmática y epistemológica... (1982: 189).
Desde esta óptica, la disociación radical que se produce en nuestra cultura entre ciencias de la physis o biofísicas y ciencias del espíritu o antroposociales resulta una mutilación y un obstáculo para llevar a cabo un conocimiento serio. Morin es consciente de la dificultad, casi incapacidad, que tenemos para afrontar la articulación entre unas y otras ciencias, pero no lo es menos de la necesidad que también tenemos de esa inteligibilidad. Así lo expresa: “Si la ambición de articular estas ciencias separadas siempre parece grotesca, la aceptación de esta dispersión no lo es menos” (ibíd.). La reforma paradigmática que nos permita la comprensión de la compleja articulación del conocimiento es de una dificultad inesperada. Sin embargo, es preciso al menos que empecemos por confrontar el sujeto/observador y el objeto-sistema observado, la cultura (productora de una ciencia física) y la physis (productora de organización biológica, la cual produce organización antropo-social, luego cultura) (cfr. ibíd.). La necesidad radical e indiscutible de rescatar el sujeto excluido de la ciencia clásica es pues evidente. No lo es menos la necesidad de que este rescate suponga una re-fundación del concepto de sujeto desde las ideas de la complejidad sistémica, que evita que el rescate pueda convertirse en una estéril entronización de un “objeto imposible”, que es lo que acabaría siendo un sujeto concebido como una entidad independiente y aislada, sea de la phyis o sea de la sociedad/cultura. El concepto de sujeto habrá de concebirse como sistema y no como objeto separado, puesto que en el paradigma sistémico ni siquiera al objeto se le puede concebir como sólo “objeto”. Hemos dicho que el sistema ha de entenderse como un concepto de doble entrada (físico por los pies, psíquico por la cabeza). Ello supone, no sólo la presencia inexcusable del sujeto en la comprensión del sistema y de la physis sino también el carácter homólogo de las condiciones organizacionales de ambos universos, el físico y el antroposocial. “Esta homología –dice Morin– permitiría la retroacción organizadora de nuestro entendimiento antroposocial sobre el mundo físico, del que este entendimiento ha surgido por evolución” (1977: 143-144). Es decir que, al no ser la organización de la physis y la organización mental absolutamente extrañas entre sí, les es posible a cada una jugar un rol co-productor en relación a la otra. Ello, sin embargo, no supone que cada una vaya a ser capaz de recoger toda la riqueza de la otra, sino al contrario: ni la riqueza enorme de la physis cabe en los cuadros sistémicos del espíritu humano, ni la riqueza y originalidad del espíritu pueden ser reducidos a los principios físicos o biológicos. Volveremos posteriormente a estas cuestiones.
Citas a Pie de PáginaPara precisar el concepto moriniano de paradigma, verdadero poder “primordial sobre todas nuestras actividades mentales”, remitimos al lector a la segunda parte, VI. Es más: desde antiguo se viene hablando de “sistema”. La palabra aparece ya en Galileo, en su Dialogo dei massimi sistemi del mondo, que ninguna explicación da de ella. A. Comte habla de sistema social, pero nada dice de lo que entiende por sistema, etc. Cfr. F. De Saussure, Curso de lingüística general, Buenos Aires, Losada, 1969 (1ª ed. francesa, 1916), p. 43 y pp. 151-154. El emergentismo moriniano, si bien ha de rechazar en su inmanentismo cualquier principio de organización concebido como anterior, superior o exterior a las interacciones entre los elementos, no oculta que en el “salto” lógico y físico que supone el surgimiento de la “novedad”, o sea, de la emergencia, se encierra efectivamente un misterio, en el sentido de que nuestro conocimiento tiene el sino de ser siempre, además de incierto, mediado (cfr. parte segunda, VIII, principalmente). Sobre la concepción moriniana ascensional/arquitectural de las emergencias, leemos en La Méthode II: “En el sentido ascensional/arquitectural, las cualidades emergentes globales de las organizaciones de lo ‘bajo’ se convierten en cualidades elementales de base para la edificación de las unidades complejas del nivel superior, las cuales producirán nuevas emergencias que a su vez se convertirán en “elementos” para el nuevo nivel superior y así sucesivamente” (1980: 311). El caso del termostato, aunque mucho menos complejo, es análogo al del homeotermo: por su medio, el efecto producido por la caldera (el calor en la habitación) determina que la calefacción se pare. La retroacción reguladora produce la autonomía térmica del conjunto en relación a las variaciones externas de temperatura. Efectivamente, las emergencias que bajo un aspecto son frágiles epifenómenos (supra textura o superestructura), en cuanto fuerzas/potencialidades organizacionales debieran concebirse como infratextura o infraestructura (cfr. 1977: 110). Caso de la conciencia (como veremos en la segunda parte), que puede a la vez considerarse como epifenómeno surgido de las profundidades cerebrales y como cualidad superior que mediante la autorreflexión retro actúa sobre las ideas, la conducta, etc. Cfr. también Science avec conscience, 1982: 177-183. Es claro, por ejemplo que el átomo es un sistema que posee cualidades que no tienen sus partes: la estabilidad, que además es conferida retroactivamente a las partículas lábiles que integra. El principio es ciertamente válido, y ello a pesar de que –como Morin advierte– separar tres términos suponga un tratamiento demasiado abstracto, poco real, ya que, en efecto, “la organización y la unidad global pueden ser consideradas como cualidades y propiedades nuevas que emergen de las interrelaciones entre partes” (1977: 106). Estos constreñimientos/sojuzgamientos/represiones, cuando se refieren a enzimas, genes, células..., simplemente inhiben cualidades o posibilidades de acción o de expresión, sin más dramatismo. No ocurre así en el nivel de las sociedades, sobre todo humanas (en que los individuos a reprimir tienen posibilidad de elección e incluso de libertad) ; aquí los constreñimientos son cuando menos ambivalentes y pueden incluso resultar trágicos... Según tal principio, si bien los electrones de acuerdo con sus mecánicas individuales y actuando en campo libre tenderían a situarse todos en el nivel energético más profundo, su modo real de comportarse alrededor del núcleo es bien diferente: el número máximo de electrones que pueden situarse en el mismo nivel es de dos y de signo opuesto cada uno. Efectivamente, aquí está actuando el constreñimiento de la totalidad, que tiene como efecto cubrir un buen número de niveles del átomo... Hay una corriente que va de Heráclito a Hegel y Marx pasando por Nicolás de Cusa (la coincidentia oppositorum) para la que la idea de antagonismo no juega un papel sólo destructor, sino también y a la vez constructor (la constructividad de la negatividad). Fuera de esta corriente, la tradición filosófica occidental ha rechazado de modo persistente la idea de un antagonismo interno y necesario a la unidad, es decir, la idea de una unidad compleja. En nuestro siglo ha entrado recientemente en el pensamiento científico (conceptos de antipartículas, antimateria... en microfísica, etc.), si bien en contextos todavía limitados. Cfr. parte primera, I y II. La idea freudiana de inconsciente psíquico y la marxiana de inconsciente social apuntan a esta dualidad entre lo sumergido y lo emergente, lo virtualizado y lo actualizado, lo reprimido y lo expresado (por más que los autores de tales ideas no pretendieran explicarlas en términos sólo y exclusivamente sistémicos). En las sociedades humanas -organizaciones sistémicas de máxima complejidad- se produce el carácter altamente inestable del equilibrio entre complementariedades y antagonismos (o el equilibrio entre antagonismo organizacional y antagonismo anti-organizacional), “siempre oscilando entre actualización y virtualización” (1977: 121). Cfr. Sociologie, 1984: 75, y también Science avec conscience, 1982: 256. El discurso, por ejemplo, retroactúa sobre sus elementos (el párrafo sobre la frase, ésta sobre la palabra, etc.); es así como toma sentido/significado cada elemento constituyente, es decir, el significado final/cabal de los elementos constituyentes (de cada uno, de todos) proceden del todo que constituyen. Es el mismo principio que vemos actuar en el átomo o en la célula, los cuales retroactúan igualmente sobre los constituyentes de que se forman... Análogamente se podría decir de los individuos y la sociedad. Pensée, Éd. Brunschvicg, num. 504. El término latino alea significa la suerte, el azar, lo incierto. Su uso, con parecido significado, es constante en los escritos morinianos. Su alcance, no obstante, se nos irá precisando a lo largo del trabajo. La concepción abierta/cerrada de sistema, relacional/organizacional por tanto, compleja al fin, queda expresada con toda precisión en el siguiente texto de Introduction à la pensée complexe (1990b): “Por ello la realidad radica tanto en la unión como en la distinción entre el sistema abierto y su entorno” (1990b: 31-32). Cfr. segunda parte, III. Cabe, por otro lado, señalar que una concepción no totalitaria ni completamente jerarquizada del todo o de la totalidad tiene una importancia práctica y política capital, porque excluye directamente el “paradigma de simplificación holística”, el cual conduce a todas las formas modernas de totalitarismo (funcionalismos, neototalitarios, etc.) (cfr. tercera parte, II y III). Sobre el punto de vista noológico y sobre el poder del paradigma, cfr. segunda parte, VI. Todo ser, más aún, toda organización sistémica “es necesariamente algo físico” (1977: 139) o, en expresión de Lupasco, algo energético. En efecto, las condiciones de su formación y de su existencia son físicas: interacciones energéticas y termodinámicas, coyunturas ecológicas, etc.; incluso un sistema de ideas tiene un componente físico (fenómenos bio-químico-físicos, necesidad de un cerebro –cfr. segunda parte, I–). Al hablar de que toda realidad comporta elementos y procesos físicos, Morin sobrepasa ciertamente el concepto clásico, decimonónico, de materia, lo que no quiere decir que lo rechace de modo simplista o iconoclasta, sino que el mismo es desreificado/energetizado. Por la misma razón el concepto de forma queda transformado, lo cual nos permite comprender la imposibilidad de una dicotomía simplificadora materia-forma: forma en la concepción sistémica es “la totalidad de la unidad compleja organizada que se manifiesta fenoménicamente en tanto que todo” (1977: 123). Cfr. segunda parte, II. Sobre los límites del conocimiento, cfr. segunda parte, VIII. El buclaje retroactivo/recursivo es un proceso físico (remolinos, torbellinos) o físico-químico (soles y estrellas), pero no informacional. Habrá que esperar a los seres vivos, en los que la información ya habrá surgido, para que el buclaje físico-químico se opere mediante la circulación de ésta (cfr. primera parte, principalmente IV). El mismo átomo es un caso especial de ser físico (el “entre paréntesis”, lo llama Morin), pues ya a nivel fenoménico y organizacional parece incomprensible, al menos por el momento, al tratarse de un ser físico, productor-de-sí, sin “ecodependencia”. Evidentemente el átomo se halla abierto a interacciones e intercambios, pero no necesita de ellos para existir. Cabe preguntarse: “¿Tal vez los átomos, si bien no están ‘abiertos’ a un entorno, están abiertos ‘por abajo’ a lo inconcebido y lo desconocido de la physis” (1977: 232). Cfr. también Science avec conscience, 1982: 234-237. La cuestión de la auto-organización del viviente la trato principalmente en la primera parte, II. Cfr., para la cuestión del sapiens/demens, segunda parte, V. el sistema, o unidad compleja organizada, nos aparece como un concepto piloto que resulta de las interacciones entre un observador/conceptuador y el universo fenoménico; permite representar y concebir unidades complejas, constituidas por interrelaciones organizacionales entre elementos, acciones u otras unidades complejas; la organización, que une, mantiene, forma y transforma al sistema, comporta sus principios, reglas, constreñimientos y efectos propios; el efecto más remarcable es la constitución de una forma global que retroactúa sobre las partes, y la producción de cualidades emergentes, tanto a nivel global como en el de las partes; la noción de sistema no es ni simple, ni absoluta; comporta en su unidad, relatividad, dualidad, multiplicidad, escisión, antagonismo; el problema de su inteligibilidad abre una problemática de la complejidad (1977: 148). Sobre “realismo” y “realidad de la realidad”, cfr. parte segunda, VIII. También el sujeto/observador en cuanto sistema guarda una relación con el observador/conceptuador, o sea, consigo mismo: el ojo que se ve a sí mismo, el observador observado (auto-observado). La vía física la ha intentado sobre todo en La Méthode I. La vía antropológica está permanentemente presente desde L’homme et la mort, pasando por Le paradigme perdu hasta La Méthode II. Lo mismo podemos decir de la vía socio-política que Morin viene practicando desde Autocritique. A lo largo del trabajo entraremos en los detalles. Cfr. parte segunda, II, principalmente. Cfr. Science avec conscience, 1982: 105 ss. Cfr. parte segunda, IV. Cfr. ibíd., VI. Así como la incertidumbre apareció en la física, la imprecisión ha hecho actualmente acto de presencia en las matemáticas (teoría de los conjuntos vagos, de Zadeh) y en el conocimiento científico (reconocimiento de la utilidad heurística de conceptos teóricos imprecisos, de Moles), cfr. Morin, 1980: 381. Sobre la dialógica analogía/lógica y comprensión/explicación, cfr. parte segunda, IV.
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