LA TEORÍA ECONÓMICA DE MARX Francisco Erice Sebares Profesor Titular de Historia Contemporánea de la Universidad de Oviedo Comité Federal Secretaría de Formación Edita: Partido Comunista de España Secretaría de Formación correo-e: formacion.debate@pce.es C/ Olimpo 35, 28043, Madrid Página web: www.pce.es Maquetación: Secretaría de Comunicación / PCE Realización audiovisual: Carlos González Penalva Primera edición: julio 2012 [3000 ejemplares] Segunda edición: noviembre 2013 [1000 ejemplares] isbn: 978-84-87098-59-8 Depósito legal: M-31754-2013 La economía como anatomía de la sociedad burguesa. El hecho de que Marx haya desarrollado fundamentalmente su análisis científico en el ámbito de la Economía no es en absoluto casual. Marx estaba convencido, como señala en el conocido Prefacio de la Contribución a la Crítica de la Economía Política, de que “la anatomía de la sociedad hay que buscarla en la economía política”. Por consiguiente, lo que pretende ante todo es “poner al desnudo la ley económica de los movimientos de la sociedad moderna”. Hay que resaltar en todo caso que, en primer lugar, para Marx lo económico tiene un sentido distinto del que adquiere más tarde para la Economía académica burguesa. Para él, como para los economistas clásicos que lo precedieron, la Economía es sobre todo Economía política; no puede reducirse a pura tecnología, pues trata de relaciones sociales. Marx es, como se ha señalado, un clásico interdisciplinar, que mezcla Economía con Sociología, Política, Historia y Filosofía. Los Grundrisse y El Capital están plagados de filosofía hegeliana. Concretamente en los citados manuscritos preparatorios se reformulan ideas del economista David Ricardo en lenguaje del filósofo Hegel y a la inversa; y en cuanto a El Capital, ya en su tiempo Lenin afirmó que no podía entenderse cabalmente el texto de su capítulo I sin conocer la Lógica de Hegel. Realmente, lo que prima en Marx es la visión totalizadora: “La totalidad de su visión en cuanto totalidad, se impone en cada detalle y es precisamente la fuente del atractivo intelectual que Marx ejerce sobre todo aquel que estudia su obra, amigo o enemigo” [J. Schumpeter, Historia del análisis económico, Barcelona, Ariel, 1982, 2ª ed., pp. 438-439]. En segundo lugar, la Economía política de Marx no habla de individuos en cuanto tales; está, como veremos, en las antípodas de la visión subjetivista de la Economía. En el Prólogo a la primera edición del libro I de El Capital (1867), Marx se esforzaba en resaltar que “aquí sólo se trata de personas en la medida en que son personificación de categorías económicas, portadores de determinadas relaciones e intereses de clase”. Unos años antes, en los Grundrisse, lo formulaba con idéntica claridad: “El ser humano es, en el sentido más literal del término (...), animal político, no sólo un animal social, sino además un animal que sólo se puede aislar en sociedad. La producción del individuo aislado al margen de la sociedad -una rareza que bien puede ocurrirle a un individuo civilizado, que posee en sí ya dinámicamente las fuerzas de la sociedad, cuando se extravía casualmente en una comarca salvaje- es algo tan absurdo como el desarrollo del lenguaje sin individuos que vivan juntos y hablen entre sí.” En tercer lugar, la visión económica de Marx es esencialmente histórica. Una de las principales críticas que hace a los economistas clásicos, precisamente, es querer presentar como naturales unas leyes económicas que son básicamente producto de la evolución histórica. Engels lo explicaba así en el Anti-Dühring: “La economía política, fundamentalmente, es una ciencia histórica; su materia es histórica, es decir, perpetuamente sometida al mudar y estudia, desde luego, las leyes particulares de cada fase de la evolución de la producción y el cambio, y sólo al término de su indagación podrá formular un reducido número de leyes enteramente generales, verdaderas para la producción y el cambio como tales”. En cuarto lugar, Marx otorga una clara primacía a la producción sobre las demás fases del proceso (circulación, distribución, consumo), precisamente porque es en las relaciones de producción donde tiene su origen la explotación capitalista. Eso no significa, por ejemplo, como señalaba Engels, que el cambio no influya a su vez en la producción; pero partir de la distribución contribuiría a mistificar la realidad, a confundir la apariencia con lo esencial: “La relación de intercambio, en el contexto de la sociedad industrial, aparece bajo una forma aparente que el análisis desvela como la superficie de una subyacente realidad” [A. Bilbao, Modelos económicos y configuración de las relaciones industriales, Madrid, Talasa, 1999, p. 19].
Aunque la preocupación de Marx por la Economía data ya de sus años de juventud, no es hasta finales de los años 50 cuando define su propia perspectiva y completa lo esencial de su teoría (conceptos ya perfilados del valor-trabajo, la plusvalía, etc.). Marx descubre la Economía a través de su preocupación por algunos problemas sociales (como la situación de los campesinos del Mosela) y por sugestión de Engels, que en 1843 elabora su Esbozo de crítica de la economía política, donde polemiza con el liberalismo de Adam Smith, David Ricardo y otros. Luego profundiza sus lecturas en París, escribiendo el primero de sus trabajos de contenido parcialmente económico: los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 (publicados por primera vez en 1932). En estos Manuscritos, intenta fundamentar económicamente su concepto de la alienación, ocupando un lugar central de los mismos la teoría del trabajo enajenado; pero aún no distingue, por ejemplo, capital constante y capital variable, ni resuelve todavía el problema del valor y la plusvalía. El primer gran avance se produce en los años siguientes. En Miseria de la Filosofía (1847) se acerca ya a la teoría del valor-trabajo, y, casi simultáneamente, en su breve texto Trabajo asalariado y capital, presiente por primera vez lo esencial de la teoría de la plusvalía, aunque sin llegar a utilizar este término y expresándose aún de manera poco precisa. En todo caso, son las lecturas posteriores a 1848 las que le permitirán cimentar sus conceptos fundamentales y su esquema interpretativo, que perfila ya en los manuscritos de 1857-58 (los Grundrisse), la Contribución a la Crítica de la Economía Política (1859), otros manuscritos elaborados entre 1861 y 1863 (que incluyen análisis de historia de la teoría económica, publicados póstumamente, en 1905-1910, como Teorías sobre la plusvalía) y textos más breves como Salario, precio y ganancia (1865; publicado en 1898). El libro I de El Capital (1867) culmina esas tareas, mientras que los manuscritos preparatorios de los dos libros siguientes serán organizados por Engels para su publicación, que tendrá lugar, ya después de la muerte de Marx, en 1885 (libro II) y 1894 (libro III) respectivamente.
La crítica de la Economía política clásica. Marx forma parte, en cierto modo, de la escuela clásica de Economía política, y se consideraba de alguna manera discípulo de uno de sus más eminentes representantes, David Ricardo, a quien atribuía una especial “honradez científica”. En trabajos como sus Teorías de la plusvalía resaltó los méritos -aunque también los defectos- de las teorías de los clásicos más importantes, que contrapuso a los economistas vulgares. El interés de Marx por estos economistas burgueses incluye a los fisiócratas y concretamente a Quesnay, capaces de relacionar los diferentes fenómenos económicos entre sí y buscar una explicación global. Y, por supuesto, dedica su atención a Adam Smith que, entre otras cosas, había sido capaz de diferenciar valor de uso y valor de cambio y apuntar a la medición de este último por el trabajo incorporado. Pero sin duda alguna la influencia económica preponderante en Marx procede de Ricardo. Éste, como los economistas clásicos en general, pero de forma especialmente penetrante, busca la esencia del sistema capitalista en la producción y no en el mercado, explicando las relaciones de intercambio en función de las de producción, y considerando los precios del mercado (en caso normal y condiciones puras de libre competencia) por la cantidad de trabajo que su producción incluye, junto con las condiciones técnicas de producción (lo que Marx expresa al hablar de la composición orgánica del capital). Ricardo es, pues, quien primero formula, en lo esencial, la teoría del valor-trabajo, verdadero pivote de la teoría económica de Marx. El precio natural de las mercancías, según Ricardo, se deriva de su valor, medido éste por la cantidad de trabajo incorporado. Bien es verdad que luego Ricardo no desarrolla otros aspectos fundamentales de la visión de Marx, que tienen que ver con la idea de tensión entre partes antagónicas, el concepto de plusvalía, la distinción trabajo abstracto-trabajo concreto, la diferencia capital constante-capital variable, el concepto de composición orgánica del capital, la noción de trabajo socialmente necesa rio, etc. Pero el germen de la teoría del valor-trabajo está ya presente en el economista británico. Tanto es así que ya algunos de sus discípulos, los denominados socialistas ricardianos, intentaron extraer de las teorías de su maestro conclusiones críticas con el capitalismo, aunque no por ello llegarán a sustentar propuestas revolucionarias claras. Así, William Thompson, uno de ellos, tal vez el primero que usa el término plusvalía, afirmaba que “el trabajo es el único padre de la riqueza”, y que las rentas agrarias y beneficios eran fracciones del valor robado a los trabajadores. Thomas Hodgskin, por su parte, negaba la productividad del capital y defendía que revirtiera a los trabajadores el “valor íntegro” de lo producido. Se trata de ideas bastante simples, que a menudo Marx criticará, pero que también le sirvieron de inspiración en sus propias teorías. Las deudas teóricas de Marx con los clásicos no impiden su total rechazo a lo que considera su carácter eminentemente burgués, de apología del naciente capitalismo. Engels decía, en el Anti-Dühring, que estos economistas sólo habían mostrado el lado positivo del capitalismo. Para Marx, el orden capitalista no es un orden natural, sino una fase del desarrollo histórico destinada a ser superada. La idea de las leyes económicas como leyes naturales o inexorables repugnan a quien, como Marx, tenía la vista puesta en un horizonte más allá del capitalismo. El desacuerdo de Marx con los economistas clásicos, en todo caso, parte del reconocimiento de los grandes méritos de su análisis de la sociedad capitalista. Pero el desencuentro entre marxismo y Economía académica comenzó a hacerse más profundo con el desarrollo de la Economía neoclásica y la llamada revolución marginalista, desde finales del siglo XIX. Las diferencias aparecen, entonces, muy definidamente subrayadas: frente a la primacía de la producción (Marx y los clásicos), se defiende ahora la de la distribución; frente al énfasis en los problemas del crecimiento, predomina la idea de equilibrio; frente a la visión objetivista de la realidad económica, un subjetivismo que explica la economía por las preferencias y comportamientos individuales. No es extraño que surgiera en esta escuela, cuyo carácter apologético (del capitalismo) es más que evidente, el concepto de homo oeconomicus, de individuo maximizador racional de los recursos al margen y por encima de la estructura social, que busca su propia utilidad, tanto si es empresario como si es trabajador (importa más, de hecho, como consumidor).
Mercancía y valor. El análisis económico de Marx empieza por la mercancía, pues el capitalismo es un sistema que lo transforma todo en mercancía. Las mercancías, por una parte, satisfacen necesidades humanas; la naturaleza de esas necesidades (“el que se originen, por ejemplo, en el estómago o en la fantasía”) “en nada modifica el problema”. Las mercancías tienen, por tanto, un valor de uso, una utilidad para los seres humanos; hay también, por cierto, valores de uso que no son mercancías (el aire, por ejemplo). Pero, por otra parte, en tanto que mercancías, los productos tienen un valor de cambio, según la proporción con que se intercambian con otras mercancías. En contraste con la Economía subjetivista, que intenta explicar los fenómenos económicos por la utilidad de los productos, su demanda, etc., Marx excluye de lo esencial de su análisis el valor de uso; cuando habla de valor a secas, se refiere al valor de cambio. El intercambio de mercancías exige que sus poseedores puedan prescindir de ellas, e implica por tanto una cierta división social del trabajo, una especialización que se desarrolla históricamente. Pero como se trata de mercancías cualitativamente diferentes (por ejemplo un traje o una lavadora), es preciso que exista algo en común que permita su intercambio en una determinada proporción; proporción que en un sistema de trueque se establece entre mercancías concretas (por ejemplo “x” ovejas por “y” cantidad de trigo), pero que en sistemas más evolucionados está mediada por el dinero. Tras examinar otras posibilidades, Marx llega a la conclusión de que el único elemento común a todas las mercancías, que permite su mutuo intercambio, es ser producto del trabajo humano. Los productos que se intercambian como mercancías llevan incorporada una cierta cantidad de trabajo, y es esa cantidad la que determina su valor; ésta es la base argumental de la teoría del valor-trabajo, que Marx toma esencialmente de Ricardo, pero que, de manera más general y burda, había sido aceptada por otros economistas clásicos. Pero si el intercambio está regido por la ley del valor, es decir, por la cantidad de trabajo incorporado, se plantean algunos problemas prácticos, derivados de la constatación de que no todos los trabajos son iguales, como no lo son las capacidades de los trabajadores o su grado de cualificación. Marx intenta resolver estas cuestiones diferenciando trabajo concreto y trabajo abstracto, trabajo simple y trabajo complejo, y acuñando la noción de trabajo socialmente necesario. Veamos estas distinciones. El trabajo concreto, diferente en cada caso (el del productor de trajes o lavadoras) es aquél que produce valores de uso también distintos, e implica el consumo de energía humana (la fuerza de trabajo). Como productor de valores de cambio en general (de valores a secas), el trabajo, cuantificable e intercambiable, es trabajo abstracto; bien entendido que no se trata de dos procesos distintos, sino de dos formas de manifestarse el mismo proceso. Además, hay que distinguir el trabajo simple del complejo o más cualificado (el que requiere una formación especial); en términos de valor incorporado, el trabajo complejo puede ser considerado como un múltiplo del trabajo simple. La teoría del valor-trabajo afirma, por tanto, que el valor de las mercancías está determinado por la cantidad de trabajo incorporado a ellas, que se mide en términos de tiempo empleado por los trabajadores. Pero cabe objetar, entonces, que el valor variará según la pericia de los operarios concretos (unos producen más que otros); Marx replica que la medida apropiada no es el tiempo de trabajo de cada individuo, sino el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir una mercancía, es decir, el “requerido para producir un valor de uso cualquiera, en las condiciones normales de producción vigentes en una sociedad y con el grado social medio de destreza e intensidad del trabajo”. La teoría del valor-trabajo, esencial en el análisis de Marx, tiene diversas implicaciones, que iremos viendo. Refuerza o reafirma la convicción marxiana del trabajo como diferenciador del Hombre y la Naturaleza; sitúa lo esencial de la economía (la explotación e incluso la fijación de los precios) en el campo de la producción y no de la distribución o el consumo. De todos modos el valor se despliega históricamente a través de una serie de formas, que se inician con la forma simple (mercancía por mercancía, M-M) hasta la más desarrollada, en la que una mercancía (el dinero) actúa como equivalente general (M-D M). El dinero permite activar la circulación de los productos, funciona como medida de valor y medio de pago y puede además ser objeto de atesoramiento. El dinero no es una relación entre objetos, sino que materializa una relación social. Lo que caracteriza al trabajo que crea valor de cambio -según Marx- “es que las relaciones sociales de las personas aparecen, por decirlo así, invertidas, como la relación social de las cosas” [Contribución a la Crítica de la Economía Política]. La esencia oculta tras la apariencia externa (fenoménica) de las relaciones de mercado es lo que Marx formula con su concepto de fetichismo de la mercancía, enlazando con muchas de sus preocupaciones intelectuales juveniles y mostrando bien a las claras que la teoría económica de Marx no es separable de sus bases filosófico-antropológicas. La noción de fetichismo parte de las prácticas religiosas que dotan a objetos inanimados de poderes sobrenaturales. En concreto el llamado fetichismo de la mercancía es el ejemplo más sencillo y universal de cómo las formas externas del capitalismo esconden las relaciones sociales subyacentes. Aunque lo desarrolla sobre todo en El Capital, Marx anticipa ya el tema en escritos anteriores, especialmente en los Grundrisse: “El cambio general de actividades y productos se convierte en condición de vida para cada individuo; su conexión mutua se les presenta como algo extraño, independiente de ellos, como una cosa. En el valor de cambio la relación social entre personas se transforma en una relación social entre cosas; la capacidad personal se transforma en capacidad de las cosas”.
A primera vista, una mercancía parece ser algo trivial y de fácil comprensión, pero su análisis demuestra que es un objeto “endemoniado, rico en sutilezas metafísicas y reticencias teológicas”. Nada de ello se deriva de su valor de uso, sino de las relaciones implicadas en la producción de mercancías, en la relación mercantil: “Lo misterioso de la forma mercantil consiste sencillamente, pues, en que la misma refleja ante los hombres el carácter social de su propio trabajo como caracteres objetivos inherentes a los productos del trabajo, como propiedades sociales naturales de dichas cosas, y, por ende, en que también refleja la relación social que media entre los productores y el trabajo global, como una relación social entre los objetos, existente al margen de sus productores” [El Capital]. Esto transforma -señala Marx- “a todo producto del trabajo en un jeroglífico social”. El carácter histórico se difumina frente a la aparente naturalidad de las cosas. Este fetichismo se aprecia, entre otros, en los economistas, que se dejan llevar por las apariencias, atribuyendo por ejemplo a la naturaleza la determinación del valor de cambio, analizando el dinero no como representativo “de una relación social de producción, sino bajo la forma de objetos naturales adornados de insólitos atributos sociales”.
Transformación del dinero en capital. La plusvalía. La modalidad característica de funcionamiento del dinero como equivalente general en la circulación mercantil, como ya señalamos, reviste la fórmula M-D-M (mercancía-dinero-mercancía); es decir, venta de una mercancía por dinero y compra de una nueva mercancía, que presta servicios de valor de uso, con el dinero adquirido. Pero la fórmula general del capital, de la conversión de dinero en capital, es D-M-D, en la cual el dinero sirve para adquirir mercancías que luego volverán a transformarse en dinero, tras una venta posterior. M-D-M refleja la circulación mercantil simple; D-M-D, la circulación del dinero como capital. Obviamente, en la fórmula segunda, el dinero que se retira al final del proceso no puede ser el mismo que el que se pone al principio. El dinero impuesto sirve para adquirir mercancías que, mediante un proceso de valorización, devuelvan mayor cantidad de dinero. Por tanto la fórmula correcta sería realmente D-M-D’, siendo D’ cuantitativamente superior a D. El incremento obtenido en este proceso (D’-D) es la plusvalía o plusvalor, que acompaña, por tanto, a la conversión del dinero en capital. ¿De dónde surge este incremento? Marx afirma taxativamente que no puede proceder de la circulación de las mercancías, es decir, de que determinados productos se vendan por encima de su valor o de que otros los adquieran por debajo de su valor; eso explicaría situaciones particulares, pero no la globalidad del proceso económico, que es lo que nos interesa; porque si unos ganan vendiendo por encima del valor, otros deben perder en sentido inverso, compensando en el cómputo global la ganancia de los primeros. En la circulación, globalmente considerada, se produce un intercambio de equivalentes: “La transformación del dinero en capital ha de desarrollarse sobre la base de las leyes inmanentes al intercambio de mercancías, de tal modo que el intercambio de equivalentes sirva como punto de partida”. Si el intercambio en el mercado es cambio de equivalentes, el incremento D’-D sólo puede generarse en la fase previa, es decir, en la producción; es allí donde el poseedor del dinero encuentra una mercancía muy especial, que se vende (como todas las mercancías) por su valor (mediante el pago del salario), pero que es capaz de producir un valor adicional que se incorpora a la mercancía: la capacidad de trabajo o fuerza de trabajo. Ese valor adicional, la parte del trabajo que no ha sido pagada por el capitalista pero de la que se apropia, es la plusvalía, obtenida por tanto en el proceso de producción y realizada luego en el intercambio de equivalentes: “El valor de una mercancía se determina por la cantidad total de trabajo contenido en ella. Pero una parte de esa cantidad de trabajo se materializa en un valor por el que se paga un equivalente en forma de salario, mientras que otra parte toma cuerpo en un valor por el que no se paga equivalente alguno; una parte es trabajo no retribuido. Por tanto, si el capitalista vende la mercancía por su valor, es decir, como cristalización de la cantidad total de trabajo empleado en ella, necesariamente tiene que venderla con ganancia. No vende solamente lo que le ha costado un equivalente, sino que vende también lo que no le ha costado nada, aunque haya pagado el trabajo de su obrero. Lo que la mercancía le cuesta al capitalista y su costo real son dos cosas distintas. Repito, por tanto, que la ganancia normal y media se obtiene vendiendo las mercancías, no por más de lo que valen, sino por sus valores reales” [Salario, precio y ganancia]. El valor producido mediante la mercancía fuerza de trabajo luego se distribuye socialmente (la producción es, en definitiva, un proceso que sólo puede entenderse socialmente -más allá de sus actores inmediatos- y en el conjunto de la economía). Así, la renta de la tierra, el capital mercantil o el usuario no crean plusvalía, sino que captan parte de la plusvalía generada en el proceso productivo: “La renta del suelo, el interés y el beneficio industrial no son más que otros tantos nombres distintos para designar las distintas partes de la plusvalía, de la mercancía o del trabajo no retribuido materializado en ella. No nacen de la tierra como tal o del capital en cuanto tal, sino que la tierra y el capital permiten a sus propietarios reclamar las partes respectivas que les corresponden en la plusvalía estrujada al obrero por el capitalista indus
trial. Para el obrero mismo, tiene una importancia secundaria el hecho de que aquella plusvalía que es el fruto de su plustrabajo o trabajo no retribuido se la embolse íntegramente el capitalista industrial o que éste tenga que ceder a otros algunas partes de ella bajo el nombre de renta o interés” [Salario, precio y ganancia]. Para que la mercancía fuerza de trabajo pueda ser vendida y se lleve a cabo el proceso de valorización, se precisan varias condiciones, que no se dan de forma natural, sino como consecuencia del proceso histórico que conduce a la implantación del modo de producción capitalista. La primera de esas condiciones es que el propio poseedor de esa potencial mercancía (la persona a quien pertenece esa fuerza de trabajo) la pueda ofrecer como tal, y por tanto, “que sea propietario libre de su capacidad de trabajo, de su persona”; es decir, que sea un trabajador libre y no, por ejemplo, siervo o esclavo. Ello le permite encontrarse en el mercado en condiciones de igualdad jurídica con el poseedor del dinero, intercambiando sus mercancías como personas jurídicamente libres e iguales (obviamente la libertad es estrictamente jurídica; la necesidad de sobrevivir obliga al trabajador a vender su fuerza de trabajo). Por ello esta venta de fuerza de trabajo no puede ser sino temporal: “Para que perdure esta relación es necesario que el poseedor de la fuerza de trabajo la venda siempre por un tiempo determinado, y nada más, ya que si la vende toda junta, de una vez para siempre, se vende a sí mismo, se transforma de hombre libre en esclavo, de poseedor de mercancía en simple mercancía. Como persona tiene que comportarse constantemente con respecto a su fuerza de trabajo como con respecto a su propiedad, y por tanto a su propia mercancía, y únicamente está en condiciones de hacer eso en la medida en que la pone a disposición del comprador -se la cede para el consumo- sólo transitoriamente, por un lapso determinado, no renunciando, por tanto, con su enajenación, a su propiedad sobre ella” [El Capital].
La segunda condición es que el poseedor de la fuerza de trabajo no posea otras mercancías que vender más que su propia capacidad de trabajo; exige, por tanto, la separación del trabajador y los medios de producción. Históricamente, ello implica la expropiación de los pequeños productores independientes (artesanos, campesinos) y su proletarización. El propio proceso de conversión generalizada de los productos en mercancías conlleva un proceso histórico, el del desarrollo del modo de producción capitalista. Lo cual supone, entre otras cosas, una división del trabajo tan desarrollada como para que se consuma la división entre valor de uso y valor de cambio, que apenas se inicia con el comercio directo de trueque. Es por ello que el capitalismo, modo de producción en que la forma mercancía se consagra y generaliza, representa el triunfo de los principios abstractos de libertad, igualdad y propiedad que la burguesía defendiera en su programa revolucionario, y que Marx recuerda en frases no exentas de ironía e indignación al mismo tiempo: “La esfera de la circulación o del intercambio de mercancías, dentro de cuyos límites se efectúa la compra y la venta de la fuerza de trabajo, era en realidad un verdadero Edén de los derechos humanos innatos. Lo que allí imperaba era la libertad, la igualdad, la propiedad y Bentham.¡Libertad!, porque el comprador y el vendedor de una mercancía, por ejemplo, de la fuerza de trabajo, sólo están determinados por su libre voluntad. Celebran su contrato como personas libres, jurídicamente iguales. El contrato es el resultado final en el que sus voluntades confluyen en una expresión jurídica común. ¡Igualdad!, porque sólo se relacionan entre sí en cuanto poseedores de mercancías, e intercambian equivalente por equivalente. ¡Propiedad!, porque cada uno dispone sólo de lo suyo. ¡Bentham!, porque cada uno de los dos se ocupa sólo de sí mismo. El único poder que los reúne y los pone en relación es el de su egoísmo, el de su ventaja personal, el de sus intereses privados. Y precisamente porque cada uno sólo se preocupa por sí mismo y ninguno por el otro, ejecutan todos, en virtud de una armonía preestablecida de las cosas o bajo los auspicios de una providencia omnia tuta, solamente la obra de su provecho recíproco, de su altruismo, de su interés colectivo” [El Capital].
Con estas condiciones, que permiten la normalización de las relaciones entre trabajador libre y capitalista igualmente libre, la transacción entre uno y otro supone para el trabajador recibir un salario, que es el pago o remuneración de la fuerza de trabajo que éste emplea, es decir, la reproducción de esa mercancía o reposición de la fuerza de trabajo desgastada. El valor de la fuerza de trabajo, como el de cualquier otra mercancía, se mide por el tiempo de trabajo necesario para su producción y reproducción; en este caso, se trata de los medios de subsistencia (alimentación, vestido, etc.) necesarios para la conservación del trabajador. Pero las necesidades humanas, más allá de los límites físicos imprescindibles para la supervivencia o de la preservación de la energía mínima del obrero, son siempre relativas, están socialmente determinadas: “Por lo demás, hasta el volumen de las necesidades imprescindibles, así como la índole de su satisfacción, es un producto histórico y depende por tanto en gran parte del nivel cultural de un país, y esencialmente, entre otras cosas, también de las condiciones bajo las cuales se ha formado la clase de los trabajadores libres, y por tanto de sus hábitos y aspiraciones vitales. Por oposición a las demás mercancías, pues, la determinación del valor de la fuerza laboral encierra un elemento histórico y moral. Aun así, en un país determinado y en un período determinado, está dado el monto medio de los medios de subsistencia necesarios” [El Capital].
Acerca de los mencionados límites físicos, en todo caso, Marx resalta igualmente su elasticidad, aludiendo de paso a fenómenos bien conocidos de la historia de las condiciones de vida de la clase obrera: “...Para poder mantenerse y reproducirse, para poder asegurar a la larga su existencia física, la clase obrera necesita recibir los medios de vida absolutamente indispensables para vivir y reproducirse. El valor de estos medios de vida imprescindibles constituye, pues, el límite extremo del valor del trabajo. Y, de otra parte, la duración de la jornada de trabajo tropieza asimismo con límites extremos, aunque sean muy elásticos. Su límite máximo lo trazan las energías físicas del trabajador. Si el agotamiento diario de sus energías vitales excede de determinado límite, no podrá ponerse de nuevo en tensión un día tras otro. Sin embargo este límite, como ya hemos dicho, es muy elástico. Una rápida sucesión de generaciones enteras y de corta vida abastecería el mercado de trabajo con sus brazos ni más ni menos que una serie de generaciones robustas y longevas” [Salario, precio y ganancia].
La producción de plusvalía. Es, pues, en el proceso de producción donde tiene lugar la valorización de las mercancías. Para llevarlo a cabo se necesitan medios de producción (fábricas, máquinas, edificios, materias primas...) y fuerza de trabajo. El capitalista adquiere en el mercado ambos elementos y los pone en funcionamiento en un proceso de trabajo cuyo resultado son los productos que el capitalista lleva al mercado (mercancías). Pero medios de producción y fuerza de trabajo no se comportan de la misma manera en el proceso de valorización. En efecto, los medios de producción tienen un valor que procede de haber sido, a su vez, producidos anteriormente por el trabajo humano (podría definirse el capital como medios de producción producidos). En el proceso en el que concurren ya como tales, no añade nuevo valor al producto, sino que transfieren al mismo el valor que ya poseían; esa transferencia se da de forma completa en el caso de las materias primas (que desaparecen como tales en el proceso) y de forma parcial en la maquinaria, edificios, etc., que sólo se desgastan totalmente al cabo de muchos procesos. Marx llama a unas y otras la parte constante del capital o capital constante, porque no cambian su valor en el proceso productivo. Por el contrario la fuerza de trabajo si cambia de valor (transfiere su equivalente más un incremento, la plusvalía), por lo que Marx lo califica de capital variable. El valor total equivaldría, pues, a la suma del capital constante (c) y el capital variable (v) que entran en el proceso, más la plusvalía (p), según la fórmula
c+v+p La diferencia entre capital constante y capital variable es propia de Marx y esencial, obviamente, para su concepción del proceso de valorización. Los economistas de la época distinguían capital fijo (maquinaria, edificios...) y capital circulante (fuerza de trabajo y materias primas); el primero sólo se consumía parcialmente en cada ciclo productivo, mientras el segundo se consumía totalmente. Con esta diferenciación, según Marx, se fundían en una sola categoría salarios y materias primas, representando el conjunto como una simple reparación de los valores desembolsados, y ocultando por tanto el origen de la plusvalía. Marx pretende ante todo señalar que el valor de las mercancías procede del trabajo excedente del obrero; por tanto el beneficio empresarial, como veremos, no es el resultado de la contribución al proceso productivo del “factor capital” (que no crea valor, y además procede de trabajo acumulado en fases anteriores) ni el pago del “salario de dirección” o la supuesta remuneración al riesgo del empresario, sino el producto de la explotación del trabajo ajeno. La plusvalía es la sustancia del beneficio, aunque una y otra cosa son distintas. Habría que distinguir, así, la cuota de plusvalía de la cuota de ganancia o cuota de beneficio.
La crítica de la economía política clásica La cuota de plusvalía o tasa de plusvalía -señala Marx- “es la expresión exacta del grado de explotación de la fuerza de trabajo por el capital, o del obrero por el capitalista. Refleja la relación entre la cantidad de plusvalía producida (o las horas que el obrero trabaja para el capitalista, su trabajo excedente) y el capital variable invertido por el capitalista (las horas que el obrero trabaja para sí, su trabajo necesario). La cuota de plusvalía (p’) es, pues, la relación existente en plusvalía (p) y capital variable (v) p’=p/v= plusvalía/ valor de la fuerza de trabajo = trabajo excedente / trabajo necesario
En cambio la cuota de ganancia (g’) no denota el grado de explotación, sino los beneficios que obtiene el empresario por el incremento de valor obtenido en el proceso productivo, en relación con el capital adelantado para el pago de medios de producción y fuerza de trabajo; en otras palabras, es la relación entre plusvalía obtenida y capital total invertido (constante+variable) g’=p/(c+v)
La cuota de ganancia depende de muchos elementos: cantidad de capital variable respecto al constante (lo que Marx denomina, como señalaremos más adelante, composición orgánica del capital), rotación del capital (tiempo que necesita para completar un ciclo productivo) y también cuota de plusvalía; es evidente que cuanto más elevadas sean la cuota y masa de plusvalía producidas (cuanto mayor sea la explotación), más alta tiende a ser la cuota de beneficio. En relación con la producción de plusvalía, Marx distingue también entre trabajo productivo e improductivo [Teorías de la Plusvalía], tema importante en debates marxistas posteriores (por ejemplo a propósito del desarrollo del trabajo en la administración pública). Para Marx, es productivo “aquél que produce plusvalía para su patrón”, lo cual concierne sólo a las relaciones bajo las cuales está organizado el obrero y no a la naturaleza del proceso de producción o el producto. Cuando el poeta Milton escri bía El paraíso perdido -ejemplifica Marx- era un obrero improductivo; en cambio es productivo “el autor que suministra a su editor originales para ser publicados”, así como “la tiple que vende sus arpegios por cuenta propia”, ya que “produce capital”. Por el contrario, hay valores de uso que no dejan tras de sí resultados tangibles distintos de las personas que los realizan o bien dejan resultados que no pueden venderse como mercancías. En tiempos de Marx, la gran mayoría de trabajadores “improductivos” eran los comerciales, sirvientes domésticos o personal empleado del Estado; los comerciales eran “improductivos” porque no estaban implicados en la producción, única fuente de plusvalía para el capital como un todo, incluso si sus actividades tenían como resultado un beneficio comercial para sus patronos. Sin embargo Marx y Engels se refieren al proletariado comercial sugiriendo que el ser improductivo no anula la pertenencia de este sector al proletariado. La obtención de plusvalía (o plusvalor) ha asumido históricamente dos formas distintas: la de la plusvalía absoluta y la plusvalía relativa. Marx las define de la siguiente manera: “Denomino plusvalor absoluto al producido mediante la prolongación de la jornada laboral; por el contrario, al que surge de la reducción del tiempo de trabajo necesario y del consiguiente cambio en la proporción de magnitud que media entre ambas partes componentes de la jornada laboral, lo denomino plusvalor relativo.”
En efecto, la plusvalía absoluta es la que se obtiene mediante el incremento del valor producido sin cambiar la cantidad de trabajo necesario, es decir, sin modificar la parte de la jornada laboral por la que el trabajador recibe lo necesario para reproducir su fuerza de trabajo. Ello se puede lograr de dos maneras: aumentando la duración de la jornada laboral (para que quede una porción mayor de trabajo excedente) o forzando al obrero a realizar un trabajo más intensivo. Esto tiene unos límites físicos (la salud del obrero) e históricos (la organización de los trabajadores, que rechazan el aumento de la jornada o la intensificación de los ritmos de trabajo). Por eso el capitalista tiene que recurrir a la plusvalía relativa, disminuyendo el tiempo de trabajo necesario dentro de la jornada (por tanto, reduciendo el valor de la fuerza de trabajo). La plusvalía obtenida así puede tener lugar a partir de dos formas: reduciendo la cantidad de valores de uso que consume el obrero o el tiempo socialmente necesario para producir los mismos valores de uso; esto puede chocar con los mismos límites (físicos e históricos) que la producción de la plusvalía absoluta. La segunda fórmula, que ha dado al capitalismo su dinamismo histórico, es la mejora de las tecnologías productivas, que reducen el tiempo de trabajo socialmente necesario en la producción de bienes concretos, y permiten dedicar más proporción de la jornada al trabajo excedente. La obtención de la plusvalía relativa no es resultado consciente de la acción de los capitalistas individuales, cuyo objetivo es reducir sus propios costes a fin de incrementar sus beneficios particulares. Luego la competencia garantiza que los beneficios inmediatos obtenidos por encima de los rivales se acaben perdiendo, distribuyendose la ganancia entre los capita listas. Que el resultado definitivo sea la obtención o no de plusvalía relativa es algo que no importa al capitalista individual; él se ve obligado por las fuerzas de la competencia y, a la larga, pierde sus ventajas individuales. La obtención de plusvalía absoluta es característica de las primeras etapas del desarrollo capitalista y la relativa lo es de etapas más avanzadas. Pero con frecuencia se da una combinación de ambas formas. Por ejemplo, el acceso de las mujeres casadas al trabajo ha permitido obtención de plusvalía relativa, puesto que sus bajos salarios representan un valor inferior de fuerza de trabajo; pero este hecho ha constituido al mismo tiempo la base de obtención de plusvalía absoluta, ya que la familia como conjunto realiza un trabajo que crea más valor sin un incremento correspondiente de sus costes de reproducción ni de la cantidad de trabajo necesario remu nerado por el capital. En definitiva, el capital no es una cosa, sino un conjunto de relaciones sociales, y la producción capitalista es sobre todo producción de plusvalía. En ese sentido Marx habla, sobre todo en su capítulo VI inédito del libro I de El Capital, de la subsunción del trabajo en el capital; concepto éste, el de subsunción, que implica tanto subordinación (o sometimiento) como inclusión. Hay, en ese sentido, una subsunción formal y una subsunción real. La primera se desarrolla con la producción de plusvalía absoluta, en la fase en la que el proceso laboral preexistente (precapitalista) aún no ha sido modificado radicalmente; se desenvuelve dentro de la fábrica o centro productivo. Por el contrario, la subsunción real se relaciona con la extracción de la plusvalía relativa y corresponde a fases más avanzadas del desarrollo capitalista; no afecta ya sólo a la fábrica, sino que permea todas las relaciones sociales, implicando el paso del obrero individual al obrero colectivo. La producción y distribución de plusvalía es un proceso colectivo. Eso supone, en primer lugar, que la plusvalía obtenida se escinde luego en formas diversas, concretamente en beneficios empresariales, intereses (para banqueros) y rentas (para los propietarios de la tierra); una parte va también a satisfacer el coste del trabajo improductivo (de supervisión y vigilancia y de comercialización). Ello contribuye a difuminar la procedencia única de este ingreso, que es la plusvalía obtenida en el proceso productivo y que ahora se reparte; lo cual significa que, por ejemplo, ni la tierra ni el dinero dado en préstamo producen valor alguno. En segundo lugar, la cuota de ganancia empresarial (g’), cuya base es la plusvalía, tiende a homogeneizar en el sistema productivo como consecuencia de la competencia; la misma competencia que es responsable de la concentración y centralización del capital, del crecimiento anárquico y de las crisis. Si en un sector la cuota de ganancia supera a la media, los capitales les afluyen a ese sector, y la competencia reduce necesariamente los precios en él hasta que la cuota de ganancia se iguale a la media. Todo ello, claro está, suponiendo una competencia perfecta; la existencia, por ejemplo, de barreras a esta competencia distorsiona ya el resultado. Realmente si la competencia fuera perfecta los precios de los productos dependerá directamente de los valores; pero las cosas son más complejas y por ello, sin cuestionar la teoría del valor-trabajo, Marx no niega la discrepancia habitual entre valores y precios, y hace derivar estos últimos de lo que denomina los precios de producción. El tema del paso de valores a precios (el llamado problema de la transformación) es uno de los más discutidos de la obra de Marx, toda vez que él lo desarrolló insuficiente mente y además, en los ejemplos y cálculos utilizados, incurrió en errores admitidos por los propios defensores de sus teorías (así, calcula los productos en precios de producción y los insumos o inputs -incluida la fuerza de trabajo- en valores). Los precios de producción son la suma del coste de producción como gasto de capital (c+v) y la ganancia media que corresponde al sector como resultado del reparto de la plusvalía social; el precio de producción asegura la reproducción del sistema, permitiendo recuperar las sumas adelantadas y realizar la ganancia media. Ello no significa negar la ley del valor, sino que el precio de producción, según Marx, es “una forma transmutada del valor”. El valor de lo producido y la plusvalía total permanecen inalterados en este proceso de igualación intersectorial de cuotas de ganancia; las desviaciones responden al citado proceso de redistribución social de la plusvalía, y no a las hipotéticas oscilaciones de la oferta y la demanda: “La oferta y la demanda sólo regulan las fluctuaciones pasajeras de los precios en el mercado. Explican por qué el precio de mercado de una mercancía excede de su valor o es inferior a él, pero no dice nada acerca del valor mismo. Suponemos que la oferta y la demanda coinciden o se equilibran, como dicen los economistas. En el momento mismo en que estas dos fuerzas contrapuestas sean iguales se contrarrestan la una a la otra y no podrán actuar en una dirección ni en otra. En el mismo momento en que la oferta y la demanda se equilibran, dejando por tanto de actuar, el precio de mercado de una mercancía coincide con su valor real, con el precio normal en torno al cual oscilan sus precios de mercado. Por tanto, para investigar la naturaleza de este valor, de nada nos sirve fijarnos en las influencias transitorias de la oferta y la demanda sobre los precios de mercado” [Salario, precio y ganancia].
La dinámica del capitalismo: acumulación y reproducción. La competencia entre los capitalistas por obtener mayores ganancias genera continuas innovaciones tecnológicas. Es inherente al capitalismo la tendencia a incrementar el plusvalor y a acumular, para conseguir ventajas sobre los rivales que luego vuelven a equilibrarse mediante la circulación y la competencia entre capitales. La acumulación se convierte en un motor inmenso de un sistema que eleva extraordinariamente la productividad: “¡Acumulad, acumulad! ¡He ahí a Moisés y los profetas! La industria provee el material que el ahorro acumula. Por tanto, ¡ahorrad, ahorrad, esto es, reconvertido en capital la mayor parte posible del plusvalor o del plusproducto! Acumulación por la acumulación, producción por la producción misma; la economía clásica expresa bajo esta fórmula la misión histórica del período burgués” [El Capital]. La acumulación implica la constante extensión de la producción y de las relaciones sociales en las que se basa. Los cambios tecnológicos fueron modificando las viejas relaciones, dando lugar primero a la manufactura y luego a la moderna fábrica basada en las máquinas, en la que ya no es el operario quien controla sus instrumentos de trabajo: “En la manufactura y el artesanado el trabajador se sirve de la herramienta; en la fábrica, sirve a la máquina. Allí parte de él el movimiento del medio de trabajo; aquí, es él quien tiene que seguir el movimiento de éste. En la manufactura, los obreros son miembros de un mecanismo vivo. En la fábrica existe un mecanismo inanimado independiente de ellos, al que son incorporados como apéndices vivientes” [El Capital].
El paso del modo de producción feudal al capitalista, coincidente grosso modo con la etapa de la manufactura, se basa en lo que Marx llamó acumulación primitiva o acumulación originaria. En el análisis que Marx hace de este proceso, intenta resaltar que el origen del capitalismo no está -como afirman otros- en el ahorro, la abstinencia por parte de algunos o en determinado espíritu de racionalización (como pensaba Max Weber, que identifica origen del capitalismo con ética protestante). Por el contrario el capitalismo llega “chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies”. Los procesos fundamentales de esta acumulación originaria son la separación entre el productor y los medios de producción y la concentración de grandes recursos en unas pocas manos. En el primer sentido, se requiere la desposesión de los campesinos de la tierra y de los artesanos de sus medios de trabajo, en aras de su proletarización: “La relación del capital presupone la escisión entre los trabajadores y la propiedad sobre las condiciones de realización del trabajo. Una vez establecida la producción capitalista, la misma no sólo mantiene esa división sino que la reproduce en escala cada vez ma yor. El proceso que crea la relación del capital, pues, no puede ser otro que el proceso de escisión entre el obrero y la propiedad de sus condiciones de trabajo, proceso que, por una parte, transforma en capital los medios de producción y de subsistencia sociales, y por otra convierte a los productores directos en asalariados. La llamada acumulación originaria no es, por consiguiente, más que el proceso histórico de escisión entre productor y medios de producción. Aparece como “originaria” porque configura la prehistoria del capital y del modo de producción correspondiente al mismo” [El Capital].
Además, en los procesos de acumulación previa cumplen un papel fun damental el comercio extra-europeo y las colonias: “El descubrimiento de las comarcas auríferas y argentíferas en América, el exterminio, esclavización y soterramiento en las minas de la población aborigen, la conquista y saqueo de las Indias Orientales, la transformación de África en un coto reservado para la caza comercial de pieles-negras, caracterizan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos constituyen factores fundamentales de la acumulación originaria”[El Capital].
Tales procesos, llenos de violencia, son la base del moderno desarrollo capitalista, a la manera en que Marx ejemplifica con la industria algodonera: “Al mismo tiempo que introducía la esclavitud infantil en Inglate rra, la industria algodonera daba el impulso para la transformación de la economía esclavista más o menos patriarcal de Estados Unidos en un sistema comercial de explotación. En general, la esclavitud disfra zada de los asalariados en Europa exigía, a modo de pedestal, la escla vitud sans phrase (desembozada) en el Nuevo Mundo” [El Capital].
“Todo proceso social de producción -señala Marx- es al propio tiempo del proceso de reproducción”. Marx distingue la reproducción simple de la reproducción ampliada. En la primera, la plusvalía es consumida por el capitalista en su totalidad; la segunda, que implica expansión del sistema, es la que caracteriza la dinámica normal del capitalismo. Marx analiza, en ese sentido, los mecanismos que garantizan esa reproducción ampliada, particularmente a través del desarrollo de dos tipos de sectores: el de la producción de medios de producción (sector I) y el de la producción de medios de consumo (sector II). El equilibrio de uno y otro es fundamental para el proceso. Sobre estos esquemas, que tienen que ver con problemas como el de la realización (de la plusvalía) volveremos más adelante, pues han sido objeto de discusiones entre marxistas -y no marxistas- posteriores. Señalemos, en todo caso, que el proceso de reproducción-acumulación acarrea una serie de efectos tales como la concentración o la pauperización y conlleva una serie de distorsiones como son las crisis económicas o la tendencia al descenso de la tasa de ganancia, cuestiones a las que aludimos a continuación.
Concentración y centralización, ejército de reserva y empobrecimiento. Según J. Schumpeter, “Marx discernió con mayor claridad que ningún otro escritor de su época el rumbo hacia la gran empresa”. Esta afirmación es evidentemente cierta, hasta el punto de que puede decirse que las teorizaciones de marxistas posteriores sobre la concentración y los monopolios contaban en la obra de Marx con un excelente punto de partida. Estas tendencias -concentración, centralización- se ligan al desarrollo tecnológico y la necesidad de mejorar la competitividad, y suponen un peso creciente del capital constante (por tanto, un incremento de la denominada composición orgánica del capital, de lo que hablaremos más adelante). En todo caso, Marx distingue la concentración de recursos dentro de la empresa o unidad productiva (acumulación, aumento de la tasa de capital invertido por cada trabajador), que es a lo que llama específicamente concentración; y el aumento del tamaño de las empresas, por desplazamiento del mercado de las más ineficientes, fusión, absorciones, etc., qué es lo que denomina centralización del capital (concentración de capitales ya formados). Los factores fundamentales de la centralización son la competencia y el crédito; concretamente el uso del crédito (y en esto Marx se anticipa en cierto modo a las teorías sobre el capital financiero) permite reunir grandes sumas para nuevas inversiones, incorporaciones, absorciones, etc. La otra cara de la concentración-centralización del capital es la creación del ejército industrial de reserva, también denominado por Marx población excedente relativa. La explicación de Marx, al decir de Schumpeter, se basa esencialmente en la tesis de Ricardo sobre los efectos del maquinismo. El desarrollo del capital y el proceso tecnológico y la mecanización generan un excedente de trabajo no utilizado total o parcialmente, que sirve de reserva de trabajo potencialmente utilizable, que varía según las condicio nes y la fase del ciclo económico y que sobre todo actúa como poderoso regulador del salario (manteniéndolo en niveles bajos). Ya en sus primeros trabajos económicos Marx describe esta realidad, en términos que subrayan sobre todo los efectos sociales de la mecanización en los trabajadores y el egoísmo de los patronos: “La maquinaria (desplaza) (...) los obreros diestros por obreros sin cualificar, a los hombres por mujeres y a lo adultos por niños; la maquinaria, allí donde se introduce de nuevo, lanza en masa a los trabajadores manuales a la calle y, donde se perfecciona, se mejora y se sustituye por máquinas más productivas, los va desalojando poco a poco. hemos pintado más arriba la guerra industrial de los capitalistas entre sí. Esta guerra tiene la particularidad de que en ella las batallas no se ganan tanto enrolando al ejército obrero como licenciado a sus efectivos. Los generales, los capitalistas, rivalizan entre sí a quién más soldados despide.
Los economistas nos cuentan, es cierto, que los obreros desplazados por las máquinas encuentran nuevas ocupaciones. No se atreven a afirmar directamente que los mismos obreros despedidos hallan acomodo en nuevas ramas de trabajo, pues los hechos claman demasiado en contra de semejante mentira. Se limitan sostener que se abrirán nuevos empleos para otros contingentes de la clase obrera, por ejemplo para la parte de la joven generación de trabajadores que se disponía ya a entrar en las ramas industriales cuyas puertas se les cierran. Lo cual no deja de ser, naturalmente, un consuelo para los obreros lanzados a la calle. A los señores capitalistas no les faltarán carne y sangre frescas que explotar y dejarán que los muertos entierren a sus muertos” [Trabajo asalariado y capital].
El ejército de reserva, según Marx, se constituye en importante palanca de la acumulación “e incluso en condición de existencia del modo capitalista de producción”. Por un lado, está a disposición de las necesidades del capital. Por otro lado, regula los salarios a conveniencia de los capitalistas: “Durante los períodos de estancamiento y de prosperidad media, el ejército industrial de reserva o sobrepoblación relativa ejerce presión sobre el ejército obrero activo, y pone coto a sus exigencias durante los períodos de sobreproducción y de paroxismo. La sobrepoblación relativa, pues, es el trasfondo sobre el que se mueve la ley de la oferta y la demanda de trabajo. Comprime el campo de acción de esta ley dentro de los límites del afán de poder del capital que convienen de manera absoluta al ansia de explotación y el “ [El Capital].
La superpoblación relativa -añade Marx- adopta fundamentalmente tres formas: fluctuante, latente y estancada. La primera es la que se produce en función del ciclo económico (según los momentos de expansión, contracción, etc.). La latente es la de los trabajadores rurales que pueden desplazarse (históricamente lo han hecho de manera constante) a trabajar en la industria. La estancada es la de ocupación absolutamente irregular y de condiciones económicas más bajas (obreros procedentes de industrias en decadencia, trabajo femenino domiciliario, etc.). El sector más bajo del ejército de reserva es el del pauperismo (indigentes, incapacitados, etc.). En relación con el ejército de reserva, formula Marx sus tesis acerca de la pauperización o empobrecimiento de los trabajadores, presentada a veces de forma neta e inequívoca: “La ley, finalmente, que mantiene un equilibrio constante entre la sobrepoblación relativa o ejército industrial de reserva y el volumen o intensidad de la acumulación, encadena al obrero al capital con grillos más firmes que las cuñas con que Hefesto aseguró a Prometeo en la roca. Esta ley produce una acumulación de miseria proporcionada a la acumulación de capital. La acumulación de riqueza en un polo es al propio tiempo, pus, acumulación de miseria, tormentos de trabajo, esclavitud, ignorancia, embrutecimiento y degradación moral en el polo opuesto, esto es, donde de halla la clase que produce su propio producto como capital”[El Capital]. Marx, por tanto, plantea el tema de la pauperización dentro del proceso de acumulación capitalista al hablar de los sectores más desvalidos de la clase obrera; pero, por afirmaciones como ésta, da la impresión de que el proceso de empobrecimiento lo hace extensivo a toda la clase obrera. Esto ha dado lugar a polémicas posteriores, en las cuales, a la vista de la evolución de la clase obrera en los países más desarrollados, se ha criticado el supuesto error de Marx acerca del empobrecimiento radical de los obreros bajo el capitalismo. Pero, aun reconociendo que algunos párrafos de Marx son susceptibles de interpretaciones diversas, habría que hacer algunas matizaciones. En primer lugar, como señalamos, Marx parece hablar muchas veces, de manera especial, de una parte de la clase obrera, precisamente la menos favorecida. En segundo lugar, la tesis del empobrecimiento absoluto da paso en Marx, en ocasión, a la idea más bien de un empobrecimiento rela tivo (incluyendo aspectos morales y resaltando la disminución de los salarios en proporción con lo producido por los trabajadores). Pero, además, la idea de un empobrecimiento absoluto y generalizado de la clase obrera estaría en contradicción con su visión de la evolución de los salarios, que Marx consideraba condicionados por razones sociales e históricas y no sujetos al mínimo fisiológico del que hablaban otros autores de la época. Es llamativa, por ejemplo, su crítica furibunda a las tesis del socialista alemán Lassalle sobre la llamada ley de bronce de los salarios, por su carácter naturalista (la considera derivada de la ley de la población de Malthus) y por el retroceso que, en ese sentido, suponía, sobre un análisis de los salarios basado en el concepto de plusvalía [Crítica del Programa de Gotha].
Los límites de la acumulación: crisis y tendencia decreciente de la tasa de ganancia. La visión dialéctica y crítica de Marx está, como es sabido, lejos de presentar el desarrollo del capitalismo como un proceso fluido y continuo. Por el contrario, la acumulación y reproducción están jalonadas de crisis, que no son accidentales, sino inherentes al despliegue mismo de las contradicciones del sistema. Se ha dicho, y quizás sea cierto, que Marx no ofrece una interpretación completa y sistemática de las crisis o los ciclos económicos, pero no podemos olvidar que los libros II y III de El Capital no fueron presentados tal cual por el propio Marx, sino publicados por Engels sobre la base de materiales del propio Marx, a veces fragmentarios, incompletos o poco desarrollados. De todos modos, las observaciones sobre las crisis, y el encaje de las mismas en los procesos de evolución del capitalismo, ofrecen interesantes elementos que podemos retener. En primer lugar -insistimos- las crisis son inherentes a las contradicciones del sistema. Se relacionan con la anarquía del mercado, de la que Marx habla en múltiples ocasiones, entrando en conflicto con la idea de la armonía generada por el mercado entre los intereses individuales egoístas y las necesidades sociales. En segundo lugar, podríamos distinguir en el análisis de Marx, siguiendo a Paul Sweezy, dos tipos de crisis: las crisis de realización y las determinadas por el descenso de la tasa de ganancia. Las crisis de realización se producen cuando los capitalistas son incapaces de realizar el valor íntegro de las mercancías, colocándolas en el mercado. En la literatura marxista, la discusión se ha centrado en dos tipos de estas crisis: las debidas a la desproporcionalidad entre los dos sectores en los que Marx divide la economía (sector I o de medios de producción y II o de medios de consumo); y las que provienen de la insuficiente demanda o, dicho de otra manera, del subconsumo de las masas. El otro tipo de crisis se inserta en la tendencia a decrecer de la tasa de ganancia, que provoca especulación, sobreproducción, inestabilidades... Esta famosa tendencia constituye -como es sabido- una de las tesis más conocidas y más controvertidas de Marx, por lo que conviene recapitular brevemente a propósito de su sentido. Veámoslo. Empecemos por recordar que el valor total de la mercancía (M) es la suma de capital constante, capital variable y plusvalía (M=c+v+p), y que Marx llama composición orgánica del capital (r) a la relación entre capital constante y capital variable (r=c/v). Recordemos asimismo la diferencia entre la tasa de plusvalía (p’), que mide la explotación, y la tasa de ganancia (g’), que mide la rentabilidad del capital. Así, la tasa de plusvalía es la relación entre plusvalía obtenida (trabajo excedente) y valor de la fuerza de trabajo o capital variable (p’=p/v). En cuanto a la tasa de ganancia, es la relación entre plusvalía y conjunto del capital desembolsado, tanto constante como variable, según la fórmula g’=p/(c+v). Al seguir operando, siendo p=p’v, tenemos que g’=p’v/(c+v). Si dividimos numerador y denominador entre v y recordamos que r=c/v, nos quedaría p’ en el numerador y, en el denominador, (c+v)/v=(c/v)+(v/v)=(c/ v)+1=r+1. El resultado es que g’=p’/(1+r)
O, dicho de otro modo, que la tasa de ganancia es directamente proporcional a la tasa de plusvalía (en principio, a más tasa de plusvalía, más cuota de ganancia, o si se quiere, banalizándolo, a más explotación más ganancia), pero inversamente proporcional a la composición orgánica del capital (es decir, el aumento de la composición orgánica del capital supone el descenso de la tasa de ganancia). Como la evolución del capitalismo va en el sentido de la mecanización y por tanto del aumento del capital constante sobre el variable, o sea en el aumento de la composición orgánica, llegamos a la conclusión de que la tasa de ganancia tiende a disminuir constantemente. Esta es la base de la denominada ley de tendencia descendente de la tasa de ganancia. En términos más imprecisos, pero quizás ilustrativos del sentido de la tesis de Marx, esto significa que el capitalismo, al desenvolverse según su lógica interna, tiende a destruir las bases mismas de su desenvolvimiento; que los métodos que el capital aplica para aumentar la plusvalía (para buscar la plusvalía relativa, sobre todo) se vuelven contra él, en una significativa contradicción dialéctica. Que eso lleve al derrumbe inevitable del capitalismo por sus contradicciones internas o que no sea así constituye el objeto de una polémica entre marxistas posteriores para la cual Marx, una vez más, no proporciona afirmaciones inequívocas o contundentes. Lo que sí hace Marx es, a la vez que enuncia la ley, señala una serie de tendencias contrarrestantes, que como mínimo reducen su alcance. Esos factores son fundamentalmente cinco, de las cuales tres actúan elevando el numerador (es decir, la tasa de plusvalía), hay otra que influye sobre el denominador (limitando el crecimiento de la composición orgánica) y una que actúa sobre ambos (numerador y denominador). La primera de estas causas contrarrestantes es la elevación del grado de explotación del trabajo (que, por tanto, incrementa la tasa de plusvalía p’). Esto puede lograrse prolongando la jornada laboral, intensificando el trabajo o mejorando la productividad. La segunda sería la depresión de los salarios por debajo de su valor. Todo descenso del salario real afecta al crecimiento de la tasa de plusvalía. La tercera es la sobrepoblación relativa o ejército de reserva. La existencia de esa reserva de trabajadores desocupados y por tanto disponibles conduce a la instalación de nuevas industrias con una composición orgánica del capital relativamente baja, y por lo mismo con una tasa de ganancia alta. Esto hace subir la tasa de ganancia media. La cuarta causa contrarrestante afecta al abaratamiento de los elementos del capital constante. El uso creciente de maquinaria puede hacer disminuir el valor por unidad de capital constante generado (producir, por ejemplo, maquinaria, puede ser más barato). En otras palabras, un aumento de la composición orgánica, haciendo bajar el valor del capital constante, actúa en cierta medida como su propio correctivo. Marx indica que la compensación puede ser muy importante, llegando hasta el extremo de anular totalmente el aumento inicial.
Los límites de la acumulación: crisis y tendencia decrecienteEn quinto y último lugar, el comercio exterior, gracias a las importaciones, permite adquirir productos básicos y materias primas más baratos, con lo que se consigue abaratar elementos del capital constante, así como las subsistencias básicas para los trabajadores. En ambos casos se incrementa la tasa de ganancia, al descender el valor del capital constante y aumentar la tasa de plusvalía.
El papel del comercio exterior y el colonialismo. Esta última observación nos sitúa en el tema de la influencia del comercio exterior, y concretamente del comercio y la explotación colonial, en el desarrollo del capitalismo. Cuando, en las siguientes generaciones de marxistas, se plantean los debates sobre el imperialismo, hay dos elementos fundamentales que se pondrán en juego: los cambios económicos desde el capitalismo de libre competencia hasta el de los monopolios, y el papel de la expansión colonial. Acerca de las opiniones de Marx sobre el primero ya se ha dicho algo en estas páginas. Pero ¿hasta qué punto y de qué manera abordó Marx el segundo tema? Limitándose ahora a sus observaciones sobre los efectos económicos del colonialismo, podemos señalar algunas ideas básicas sobre el particular. Ante todo, como acabamos de señalar, el comercio con las colonias puede actuar como elemento contrarrestante fundamental del descenso de la tasa de ganancia, proporcionando materias primas y alimentos en condiciones favorables. El mercado colonial contribuiría también a la realización de la plusvalía (ofreciendo mercados) y a la absorción del excedente de capitales o inversiones. Además, el pillaje colonial ha sido históricamente una de las fuentes básicas de la acumulación originaria; no insistiremos sobre el tema, que ya hemos tratado someramente. Con respecto a las ventajas que para las colonias puede suponer la relación, es frecuente citar los artículos de Marx sobre la India donde ofrecía la visión de una parte constructiva del colonialismo, proyección de la del propio capitalismo. Sin negar que Marx utiliza este argumento, sin embargo, la visión de los efectos negativos (también desde el punto de vista económico) para los colonizados en absoluto está ausente del análisis de Marx, incluso de sus escritos de juventud. Un texto prototípico, en ese sentido, es su “Discurso sobre el problema del librecambio” (9 de enero de 1848), donde polemiza con los defensores de las ventajas de la libertad comercial y con los que, como Ricardo, defendían la supuesta vocación natural de cada país para ofrecer determinado tipo de productos (con las ventajas comparativas que de ello se derivan):
“Ya hemos expuesto lo que es la fraternidad que el librecambio provoca entre las distintas clases de una y la misma nación. La fraternidad que el librecambio fundaría entre las diversas naciones de la tierra difícilmente sería una relación fraternal; el poner a explotación, bajo su estructura cosmopolita, la etiqueta de la fraternidad general es una idea que sólo puede brotar en el seno de la burguesía. Todas las manifestaciones destructivas que la libre competencia pone de manifiesto en el interior de un país se repiten en proporciones todavía más gigantescas dentro del mercado mundial (...) Se nos dice, por ejemplo, que el librecambio hará nacer una división del trabajo internacional y mostrará con ello a todos los países el camino de una producción que se armonice con sus ventajas naturales. ¿Acaso creéis, señores, que la producción de café y azúcar es el destino natural de las Indias occidentales? Hace dos siglos, la naturaleza, que no se preocupaba por nada del comercio, no plantaba allí ni cafetos ni cañas de azúcar. Y probablemente no pasará medio siglo más para que no veamos allí ni café ni azúcar, ya que la Indias orientales se encargan de dar la batalla a este supuesto destino natural de las Indias occidentales, produciendo dichos artículos más baratos. Y estas Indias occidentales, con sus riquezas naturales, representan ya para los ingleses una carga tan pesada como las mujeres de Dakka, destinadas también desde los orígenes de los tiempos a tejer siempre a mano”.
Esta visión de los efectos destructivos del capitalismo en las colonias se irá afirmando en los textos de Marx hasta culminar en los últimos años (el Marx tardío del que hablaba Shanin), donde sobre todo sus escritos sobre Irlanda. Pero ya en El Capital, Marx resaltaba cómo la dominación británica condenaba a Irlanda a ser “un distrito agrícola de Inglaterra”, “una pradera de ovejas y vacas para Inglaterra”. Está ya lejos la perspectiva, apuntada para la India, de una colonia que se industrializa pese a los intereses de la burguesía de la metrópoli, pero como consecuencia de la dinámica inconscientemente generada por ella. En una conferencia pronunciada en noviembre de 1867, Marx lo subrayaba de forma inequívoca, tras citar una serie de ejemplos históricos en ese sentido: “...Cada vez que Irlanda estaba a punto de desarrollarse industrialmente, se la reprimía y se la volvía convertir en un país meramente agrícola”.
La percepción de estos bloqueos nos sitúa en la línea, que obviamente Marx no desarrolló sistemáticamente, de singularizar las formas capitalistas en los países atrasados, no tanto en el sentido de un simple retraso, sino como producto histórico del colonialismo. Y aquí entrarían, por último, los atisbos de Marx acerca del carácter desigual del intercambio mercantil entre unos y otros países, muy lejos, por tanto, de la teoría de las ventajas comparativas de Ricardo. Los países más avanzados, que cuentan con empresas eficientes en sectores inexistentes o más débiles en los países menos desarrollados, compensan con creces los mayores salarios comparativos con diferenciales de productividad aún mayores, obteniendo por tanto ventajas absolutas en la mayoría de los sectores y un superávit comercial estructural. Además, la productividad en los países desarrollados y las diferencias de remuneración del trabajo con respecto a los países más pobres, hacen que, en el intercambio, el país rico exporte menos tiempo de trabajo y se convierten en importadores netos de tiempo de trabajo de los países menos favorecidos, generando de este modo una significativa dependencia.
Glosario Bentham, Jeremy (1748-1832). Filósofo inglés liberal, padre del utilitarismo, que afirmaba que todo acto humano, norma o institución debe ser medida por la utilidad (en términos de placer y sufrimiento) que provocan en las personas, e intentaba aplicar este principio al análisis histórico, económico, político y social. Campesinos del Mosela. Marx se interesó en su juventud, siendo redactor de La Gaceta Renana, por la situación de los campesinos de esta parte de Alemania, a los que afectan leyes como la que castigaba la recogida de ramas caídas para utilizarlas como leña. Se trata de uno de los primeros contactos de Marx con la realidad de los sectores sociales populares. Fisiócratas. Escuela de pensamiento económico del siglo XVIII, que defendía que la economía estaba dirigida por leyes naturales, consideraba que la única actividad productiva era la agricultura y abogaba por la libertad de comercio. Forman parte de ella, entre otros, Quesnay o Turgot. Ley de bronce de los salarios. Teoría económica que afirma que los salarios tienden de forma natural a limitarse al nivel de subsistencia de los trabajadores. Argumentos en esa dirección, con matices, se encuentran en la obra de Ricardo, y la tesis general fue defendida por el socialista Ferdinand Lasalle. Ley de la población de Malthus. En su Ensayo sobre el principio de la población (1798), Robert Malthus, clérigo y economista, afirmaba que la pobreza de los trabajadores se derivan del desigual crecimiento de población y recursos: mientras la primera tendía a crecer en progresión geométrica, lo recursos lo hacen en progresión aritmética. Manufactura. Forma de producción, típica de la etapa anterior al sistema fabril y la Revolución industrial, caracterizada por la centralización del proceso productivo, el uso del trabajo asalariado y cierta división del trabajo, pero sin la aplicación sistemática de la máquina propia de la fábrica moderna.
Quesnay, François (1694-1774). Economista francés de la escuela fisiocrática, autor del Tableau Économique (1758), donde esboza el primer modelo moderno de economía nacional. Ricardo, David (1772-1823). Economista inglés de origen judío, espe culador, agente de cambio y diputado, uno de los principales exponentes de la Economía política clásica y muy influyente en Marx. Su obra principal es Principios de Economía política y tributación (1817). Smith, Adam (1723-1790). Economista y filósofo escocés, verdadero padre de la Economía política clásica, formulador de la “teoría del mercado” y defensor del liberalismo económico. Autor de Teoría de los sentimientos morales (1759) y La riqueza de las naciones (1776). Weber, Max (1864-1920). Sociólogo alemán muy influyente. Defendió que el capitalismo moderno y la empresa capitalista habían surgido de un espíritu de moderación y cálculo racional. En su libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo, atribuía el origen histórico de este sistema económico al nuevo espíritu desarrollado en ciertos grupos protestantes.
Videos:La economía como anatomía de la sociedad burguesa. Francisco Erice Duración: 03´20” http://youtu.be/ljIRwESUdTk La crítica de la economía política clásica Francisco Erice Duración: 03´39” http://youtu.be/Z8PlVudIat4 Valor, trabajo y plusvalía Francisco Erice Duración: 04´18” http://youtu.be/gO1kqonF2Qc La dinámica del capitalismo Francisco Erice Duración: 04´23” http://youtu.be/N-kvVzR9szE Bibliografía ALBARRACÍN, Jesús: La economía de mercado. Madrid, Trotta, 1994, 2ª ed. BACKHOUSE, Roger: Historia del análisis económico. Madrid, Alianza, 1988. BERAMENDI, Justo G., y FIORAVANTI, Eduardo: Miseria de la economía. Sobre algunas falsificaciones de la teoría económica marxista. Barcelona, Península, 1974, 2 t. BERZOSA, Carlos, y SANTOS, Manuel: Los socialistas utópicos. Marx y sus discípulos. Madrid, Síntesis, 2000. DENIS, Henri: Historia del pensamiento económico. Barcelona, Ariel, 1970. DOBB, Maurice: Teoría del valor y de la distribución desde Adam Smith. Ideología y teoría económica. Buenos Aires, Siglo XXI, 1975. DOBB, Maurice: “La crítica de la economía política”, en Historia del marxismo. El marxismo en tiempos de Marx (1), Barcelona, Bruguera, 1979, pp. 163-200. FISCHBACH, Franck (coord.): Marx. Releer El Capital. Madrid, Akal, 2012. GILL, Louis: Fundamentos y límites del capitalismo. Madrid, Trotta, 2002. GUERRERO, Diego: Historia del pensamiento económico heterodoxo. Madrid, Trotta, 1997. GUERRERO, Diego: Un resumen completo de El Capital de Marx. Madrid, Maia, 2009. JAMESON, Fredric: Representing Capital. El desempleo: una lectura de El Capital, tomo I. Madrid, Lengua de Trapo, 2012. KERNIG, C. D. (dir.): Marxismo y democracia. Enciclopedia de conceptos básicos. Economía. Madrid, Rioduero, 1975, 7 t. KÜHNE, Karl: Economía y marxismo. Barcelona, Grijalbo, 1977, 2 t. MANDEL, Ernest: Introducción a la teoría económica marxista. México, Era, 1973. MANDEL, Ernest: La formación del pensamiento económico de Marx de 1843 a la redacción de El Capital: estudio genético. Madrid, Siglo XXI, 1974, 6ª ed. NAREDO, José Manuel: La economía en evolución. Historia y perspectivas de las categorías básicas del pensamiento económico. Madrid, Siglo XXI, 1996, 2ª ed. corregida y aumentada. POSTONE, Moishe: Tiempo, trabajo y dominación social. Una reinterpretación de la teoría crítica de Marx. Madrid, Marcial Pons, 2006. REYES, Román (ed.): Cien años después de Marx. Madrid, Akal, 1986. RODRÍGUEZ BRAUN, Carlos: La cuestión colonial y la economía clásica. Madrid, Alianza, 1989. ROEMER, John E. (compil.): El marxismo: una perspectiva analítica. México, Fondo de Cultura Económica, 1989. ROSDOLSKY, Roman: Génesis y estructura de El Capital de Marx (estudios sobre los Grundrisse). México, Siglo XXI, 1978. SCHUMPETER, Joseph A.: Historia del análisis económico. Barcelona, Ariel, 1982, 2ª ed. SCHUMPETER, Joseph A.: Capitalismo, socialismo y democracia. Barcelona, Folio, 1984. SWEEZY, Paul: Teoría del desarrollo capitalista. México, Fondo de Cultura Económica, 1982, 10 ed., 11ª reimpr. TORTELLA, Gabriel: “La magna dinámica: tres grandes economistas ante el futuro del capitalismo”, en Revista de Occidente, Madrid, nº 21-22, extr. V, 1983, pp. 7-21.
|
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Envianos buenas idas para mejorar gracias por tu opinión...