La manipulación del hombre a través del lenguaje Estudio de los recursos manipuladores y del antídoto contra los mismos.Alfonso López Quintás Catedrático emérito de Filosofía Universidad Complutense (Madrid), Miembro de la Real Academia Española de Ciencias Morales y Política Introducción Este curso es el primero de una serie destinada a exponer de modo accesible un proyecto formativo que estoy promoviendo en España e Iberoamérica desde hace un decenio con objeto de fomentar la capacidad creativa de las personas. Tal capacidad puede ser menguada dolosamente y anulada incluso de raíz por las tácticas manipuladoras. Las lecciones que siguen tienen como meta poner esas tácticas al descubierto y sentar las bases de una vida auténticamente libre. La libertad auténtica -la libertad creativa- es una tarea, no un don que pueda recibirse como un objeto. El primer quehacer del hombre que desee vivir libremente es inmunizarse contra todo género de ilusionismo mental o manipulación que intente envolverlo en la maraña del desconcierto espiritual. El momento actual de la humanidad desborda posibilidades de todo género. Para que tal abundancia no degenere en anegamientos asfixiantes, debemos distinguir a los maestros de los embaucadores. Tal discernimiento es ineludible si se quiere evitar que el sistema democrático de convivencia se convierta en un río revuelto donde puedan hacer su pesca depredadora los afanosos de poder. No basta vivir en una democracia para gozar de auténtica libertad: la libertad de pensar con rigor e independencia de criterio, orientar la voluntad hacia las metas que nos marca nuestra vocación, modular debidamente el sentimiento, dar cauce y plasmar la propia creatividad en las diversas vertientes de la vida... Esta forma eminente de libertad debemos lograrla poniendo en juego un antídoto contra la manipulación. Un antídoto sumamente eficaz consiste en tomar tres medidas: estar alerta, pensar con rigor, vivir creativamente. Conocer de cerca lo que es la manipulación y los peligros que entraña es el objetivo del presente curso. En qué consiste pensar con rigor y cómo se consigue vivir creativamente lo veremos en los cursos siguientes. En ellos haremos diversos descubrimientos decisivos para orientarnos en la vida: cuáles son las condiciones de nuestro desarrollo personal, de qué forma pueden ayudarnos la literatura y el cine de calidad a descubrir los valores y el auténtico ideal de la vida, cómo hemos de vivir el arte para que se convierta en una escuela inagotable de formación humana, con qué método pueden los profesores de las distintas áreas pasar de ser meros informadores a ser verdaderos formadores de la personalidad de los alumnos... Antoine de Saint-Exupéry nos hizo esta grave admonición: "He aquí (...) un gran misterio del hombre. Pierden lo esencial e ignoran lo que han perdido". "Los hombres dilapidan su bien más preciado: el sentido de las cosas". Nuestra finalidad en estos cursos será, no sólo recobrar el sentido de nuestra existencia si lo hemos perdido de vista, sino aprender el arte de dotar nuestra vida de sentidos nuevos que la eleven a un plano de alta calidad. Ello nos instará a superar cuanto signifique empobrecimiento de nuestra existencia y cultivar lo que nos abra a nuevos horizontes de creatividad en todos los aspectos de la vida.
Madrid, enero 2001 Lección 1ª: Visión global de la temática del curso Estimado cursillista: Hoy somos todos muy sensibles a cuanto se relaciona con nuestra libertad. La reclamamos con energía porque deseamos disponer de iniciativa para configurar nuestra vida y decidir nuestro destino. Al actuar así, procedemos rectamente pues la libertad constituye un valor. Para defender nuestra libertad, prestamos atención a los medios de comunicación social a fin de informarnos debidamente y situar a los poderes públicos bajo los focos de una vigilancia constante. Pero ¿nos damos cuenta de que tales medios tienen recursos sobrados para manipularnos y reducir al máximo nuestra capacidad de pensar, sentir, querer y decidir por nuestra cuenta? Aunque vivamos en un régimen democrático, podemos vivir sin libertad interior si no sabemos con precisión * qué significa manipular, * quién manipula, * para qué lo hace, * qué medios moviliza para ello.
Son los temas que vamos a analizar en este curso, a fin de descubrir un antídoto contra la manipulación y salvaguardar nuestra libertad y nuestra dignidad de las personas. Pondremos sumo empeño en este estudio, porque la corrupción de las personas, las sociedades y la política comienza por la corrupción de los conceptos. Ya Ortega y Gasset se cuidó de recomendarnos que tengamos sumo cuidado con los conceptos pues son "los déspotas más duros que la humanidad padece". Con frecuencia nos vemos dominados por el poder que tienen ciertos términos, que suelo llamar "términos talismán". Quedaremos asombrados al advertir hasta qué punto restringen tales palabras nuestra libertad. Tenía razón el gran pensador Martin Heidegger al afirmar que "las palabras son a menudo en la historia más poderosas que las cosas y los hechos". Impresionado por la devastación que produjo en Europa, durante los terribles "doce años" (1933-1945), la voluntad nacionalsocialista de someter a los pueblos, el gran escritor George Bernanos afirmó en las célebres Conversaciones de Ginebra (1946) que "el mundo no podrá salvarse más que por los hombres libres". Esa libertad interior es destruida por la manipulación. De ahí que delatar la estrategia manipuladora es una tarea que todos debemos realizar con decisión si queremos salvar nuestra condición de personas libres.
Qué significa manipular Manipular equivale a manejar. De por sí, únicamente son susceptibles de manejo los objetos. Un bolígrafo puedo utilizarlo para mis fines, desecharlo, situarlo aquí o allí... Estoy en mi derecho, pues se trata de un objeto. Es una realidad que carece de personalidad propia por no tener inteligencia, voluntad, capacidad creativa... Puedo, por tanto, poseerla, dominarla, disponer de ella, suplir su falta de iniciativa con mi capacidad de elaborar proyectos y realizarlos. Digamos, para entendernos en lo sucesivo, que pertenece al nivel 1. Los seres humanos nos movemos en un nivel superior -el nivel 2- por estar dotados de inteligencia y de voluntad, y poder orientar la vida conforme a nuestra propia vocación, al ideal que nos hemos propuesto realizar. Si, al tratar a una persona, no respeto su capacidad de iniciativa y la tomo como un ser poseíble, dominable y manejable a mi arbitrio, conforme a mis intereses, la bajo del nivel 2 al nivel 1, lo cual supone un envilecimiento injusto. Esta reducción ilegítima de las personas es la meta del sadismo. Ser sádico no equivale a ser cruel, como suele pensarse. Significa rebajar de rango a una persona o un grupo de personas para ejercer dominio sobre ellas. Tal reducción puede llevarse a cabo mediante la crueldad o mediante cierto tipo de supuesta ternura. Cuando, en los días aciagos de la última guerra mundial, se introducía a cien prisioneros en un vagón de tren, como si fueran paquetes, y se los hacía recorrer así trayectos interminables, no se intentaba tanto hacerles sufrir cuanto reducirlos a estado de envilecimiento. Al ser tratados como objetos, acababan considerándose unos a otros como seres abyectos. Tal consideración les impedía unirse entre sí y formar estructuras sólidas que pudieran generar una actitud de resistencia. Reducir una persona a condición de objeto es una práctica manipuladora sádica. Si una persona acaricia a otra, no para expresarle el grado de afecto que siente hacia ella -nivel 2-, sino sólo para acumular sensaciones placenteras, reduce su cuerpo a mera fuente de gratificaciones -nivel 1-. Esta conducta puede parecer tierna, pero es violenta pues quien la adopta considera el cuerpo ajeno como un mero medio para sus fines y lo despoja de su condición básica: ser expresión viva de la persona en la que está integrado.
Sabemos que, al acariciar a una persona, ponemos su cuerpo en primer plano, le concedemos un resalte especial. Siempre que entramos en relación, nuestros cuerpos juegan un papel indispensable en cuanto nos permiten vernos, oírnos, comunicarnos... Si no se trata de una comunicación afectiva, el cuerpo ejerce una función de trampolín para pasar al mundo de las significaciones que transmitimos. Estamos dos horas hablando de un tema y otro con una persona. Al final, sabemos lo que hemos dicho, la actitud que hemos adoptado, los fines que nos han guiado, pero posiblemente ignoramos de qué color tiene los ojos nuestro compañero de diálogo. Nos hemos visto, pero no hemos detenido nuestra atención en la vertiente corpórea del otro. No sucede así en los momentos de trato amoroso. En ellos, el cuerpo de la persona amada cobra una densidad particular y prende la atención de quienes manifiestan su amor. Si el amante acaricia el cuerpo de la amada para mostrar el amor que siente hacia ella como persona, su modo de acariciar tendrá un carácter y un valor personal -nivel 2-. En este caso, el cuerpo acariciado adquiere honores de protagonista pero no desplaza a la persona; la hace presente de modo tangible y valioso. En cambio, si lo que intenta la caricia es suscitar meras complacencias sensoriales -nivel 1-, el cuerpo invade todo el campo de la persona. No se ama a ésta; se quiere el agrado que produce su vertiente corpórea. Ésta presenta las condiciones de los "objetos": es asible, delimitable, poseíble... Con razón se habla a veces de la "mujer-objeto" cuando una figura femenina es exhibida sólo a causa de su belleza corpórea. Se la ofrece a la mirada como objeto de contemplación curiosa. Con ello queda reducida a objeto de posesión, ya que el sentido de la vista es el más posesivo después del tacto. Los escritores españoles del Siglo de Oro solían poner en labios del galán que había seducido a una dama esta expresión: "¡La poseí!" Seducir es poseer, dominar, arrastrar la voluntad de alguien como si fuera un objeto. En cambio, el que enamora a una persona no la arrastra; la atrae mediante la presentación de algo valioso. El seductor halaga con engaños para provocar una adhesión irresistible. Cuando una mujer se le entrega, no crea con ella una relación amorosa estable; la abandona pronto compasivamente y la somete a la frustración de verse burlada. Si alguien se interpone para evitar ese escarnio, el seductor no duda en resolver la situación con el manejo expeditivo de su espada. En el nivel 1 se pasa sin solución de continuidad de momentos de máxima ternura aparente a otros de extrema violencia. En realidad, no se da nunca ternura auténtica, sino reducción implacable de una persona a objeto. La violencia de tal rebaja no queda aminorada con afirmar que se trata de un objeto adorable, encantador, maravilloso, fascinante... Tales adjetivos no redimen al sustantivo "objeto" de lo que tiene de injusto, de no ajustado a la realidad, de envilecedor.
A lo largo de este curso veremos otras formas de rebajamiento de los seres humanos a niveles de realidad inferiores al suyo propio; por ejemplo, su reducción a meros clientes, meros consumidores, meros pacientes... Situar a las personas en planos inferiores al que les corresponde por su rango natural es una forma de manipulación agresiva que colabora a generar los modos de violencia registrados en la sociedad actual. Prepárese en el hecho de que, antes de atacar a una persona, a un grupo, a un pueblo, se los reduce a mero obstáculo en el camino, a "enemigo". Si consideramos a un ser humano como persona -realidad peculiar que abarca mucho campo y forma una red de interrelaciones de todo orden-, no tendremos decisión para atentar abruptamente contra él. Este tipo de decisiones requiere cierto arrojo brutal, y éste sólo es posible cuando uno simplifica las cosas y deja de lado la riqueza de aquello que tiene enfrente. Si vemos a alguien como un mero enemigo a batir, nos sentimos libres para poner en juego todas las fuerzas de aniquilación. Tenemos ya esbozado el primero de los cuatro temas que nos hemos propuesto analizar conjuntamente para que hagan juego entre sí y nos den luz. El verdadero saber acerca de una cuestión comienza cuando logramos articular sus diferentes aspectos y advertimos claramente que cada uno de ellos remite a los otros. En este caso, al conocer lo que implica manipular, nos vemos llevados a precisar quién manipula, para qué lo hace y de qué forma.
Quién manipula Manipula al que desea vencer a otras personas sin preocuparse de convencerlas. Si me convences de algo con razones, no me dominas, no te elevas sobre mí y me humillas; ambos quedamos unidos bajo la luz de la verdad. Aceptar una razón porque la veo como válida no me empequeñece y rebaja; al contrario, me dignifica, ya que perfecciono mi conocimiento de la realidad. En cambio, si me adhiero a lo que dices sin tener razones para ello, me veo reducido a una condición gregaria, entró en el grupo de quienes no piensan ni deciden por su cuenta sino actúan al dictado de otros. El manipulador intenta modelar la mente, la voluntad y el sentimiento de personas y grupos para convertirlos en medios al servicio de sus fines. El comerciante que nos orienta en nuestras compras no es un manipulador sino un guía. Nos ayuda a elegir debidamente y, en la misma medida, incrementa nuestra libertad y nuestra dignidad personal. El mercader que es ambicioso sólo ansía convertirse en clientes. No se preocupa de que desarrollemos nuestra personalidad conforme a nuestra vocación y nuestra misión en la vida. Le basta que aceptemos su "mercancía": compremos un producto, saquemos una entrada, nos asociemos a un club... Para ello moviliza astutamente diversos recursos con el fin de que, sin reflexionar, demos por hecho que estamos ante algo valioso, nos sintamos atraídos espontáneamente hacia ello y nos vemos llevados a adquirirlo.
La mayor parte de tales recursos se basan en la proyección de una imagen atractiva espontáneamente para millones de personas sobre la imagen de aquello que se quiere prestigiar. Aparece un coche en la pantalla de televisión. Inmediatamente se desliza por la parte opuesta la figura de una joven bellísima, que no dice una sola palabra; se limita a exhibirse. De pronto, el coche empieza a rodar por un paisaje exótico y se oye una voz en off que, con acento insinuante, nos dice: "¡Entrégate a todo tipo de sensaciones!". En este anuncio no se nos dan razones para comprar dicho coche. Se pretende influir en nuestros centros de decisión, seduciéndonos con una imagen encandilante. Lo que encandila prende la atención, aviva el deseo pero, a la vez, deslumbra y enceguece. El encandilamiento propio de este tipo de propaganda constituye una seducción, no un enamoramiento. No se nos muestra el valor del coche para que nuestra inteligencia y nuestra voluntad se dejen atraer por él y lo asuman con una decisión lúcida y libre. Se intenta que demos una adhesión automática. Notemos que el manipulador suele basar su eficacia en el arte de provocar reacciones automáticas. Por eso acelera el ritmo de su discurso a fin de no dejarnos reflexionar. Nos presenta la imagen de una bella joven duchándose, a la vez que nos hace oír el nombre del gel que suele usar. Con este simple recurso, ese producto queda orlado automáticamente de cierto encanto. Cuando vayas a la droguería para surtir tu cuarto de baño, observaras que tu vista tiende a fijarse en esa marca, que ejerce un especial conjuro sobre tus sentidos, tu inteligencia y tu voluntad. No lo dudes: estás siendo víctima de una manipulación. Tu elección no es libre; se halla en buena medida predeterminada. Compras esa marca de gel seducido, no enamorado. Crees ser totalmente libre -actuar en virtud de tus preferencias-, pero no lo eres. Estás siguiendo los cauces marcados por los intereses de un manipulador implacable, que no ansía tu desarrollo personal y tu felicidad sino su triunfo particular como profesional del comercio.
Esta misma reducción de las personas a meros clientes se da también en el mundo de las ideas. Si tengo una forma de pensar e intento arrastrarse con astucias para que te adhieras a ella y la tomes como propia, me comporto como un manipulador -un demagogo-, no como un guía -un maestro-. He aquí la temible manipulación ideológica. Por ideología, en sentido restrictivo, se entiende hoy un conjunto de ideas -políticas, económicas, religiosas...- que ciertos grupos sostienen, no tanto por la convicción rigurosa de que tales ideas reflejan fielmente la realidad, sino por motivos sentimentales e intereses de diverso orden. La Historia nos enseña que, si un modo de pensar es adoptado y mantenido como programa inalterable por un partido político, se carga de una fuerte dosis de emotividad, pero pierde de día en día su poder de persuasión. No parece tener más salida que imponerse coactivamente de modo dictatorial, o infiltrarse en la opinión pública de forma dolosa, mediante los recursos de la manipulación. El que difunde sus ideas y muestra su validez de forma abierta y sincera no es un manipulador; es un maestro, un guía. Puede equivocarse, pero su equivocación no constituye un engaño; es sencillamente un error. Nos interesa sobremanera distinguir cuidadosamente lo que es manipulación y lo que es magisterio. Ciertas personas rehuyen orientar a sus hijos o discípulos hacia los valores por temor a que ello constituya una manipulación. No necesitan preocuparse. Acercar a un niño o a un joven al campo de irradiación de los valores no es una acción seductora que obnubila la mente y embrague la voluntad. Los valores actúan con discreción. Se hacen valer y atraen, pero no arrastran. Por eso el verdadero maestro, fiel al modo de ser de los valores, no fuerza a sus discípulos a asumirlos y realizarlos; los lleva a su presencia, los sitúa en su área de influencia para que capten su atractivo y su eficacia.
Para incrementar sus ventas, el mercader manipulador moviliza con frecuencia las astucias del ideólogo demagogo a fin de crear un clima social de consumismo, de presuntuosidad, de afán de embriagarse con la posesión de bienes y con el disfrute de toda clase de sensaciones halagadoras. Esta complicidad entre las dos formas de manipulación -la de los mercaderes y la de los ideólogos- contribuye no poco al descenso de la calidad personal de las gentes: de su capacidad creativa, su poder de discernimiento, su decisión para tomar iniciativas valiosas...
Para qué se manipula El mercader que manipula se mueve por afán de incrementar sus ganancias, triunfar en su profesión y elevar su posición social. El manipulador "ideológico" tiende a dominar al pueblo de forma rápida, contundente, masiva y fácil. Quiere someter espiritualmente a pueblos enteros de forma inapelable, con la facilidad que otorgan los recursos estratégicos de la manipulación. Para dominar a un pueblo de esta forma, sólo se necesita privarlo de su carácter comunitario y reducirlo a masa. El concepto de masa es cualitativo, no cuantitativo. Un millón de personas que se manifiestan en una plaza con un sentido bien definido y valioso no constituyen una masa, sino una comunidad, un pueblo. En cambio, dos personas -un hombre y una mujer- que comparten la vida en una casa pero no se hallan debidamente ensambladas forman una masa. La masa se compone de seres que están cerca pero no se complementan. La comunidad está formada por personas que entreveran sus ámbitos de vida para dar lugar a nuevos ámbitos y enriquecerse. Esta vinculación de las personas forma un tejido muy sólido y resistente frente a cualquier ataque del exterior. La masa se compone de seres que actúan de forma individualista y no se aúnan entre sí. Una familia, por ejemplo, forma una masa cuando sus miembros son un mero montón de individuos que viven cerca pero no se comunican. Su falta de cohesión los hace fácilmente vulnerables. Esto explica que el medio más rápido y eficaz para dominar a un conjunto de personas no sea atacarlas desde el exterior sino menguar en cada una la capacidad de crear relaciones con las realidades del entorno. Ser creativo no es un don que sólo posean las personas geniales; es la capacidad de establecer modos relevantes de unión con las realidades del entorno: las personas, las instituciones, las obras de arte, literatura y pensamiento, las tradiciones, usos y costumbres, los valores de todo género, el paisaje, el lenguaje, el hogar, el pueblo, la nación, el Ser Supremo... Si nos unimos estrechamente a este conjunto de realidades, podemos desarrollar en la vida una acción fecunda en diversos aspectos. A solas, somos incapaces de realizar la menor acción valiosa. Para ser creativos en la vida, debemos tener conciencia clara de esta condición relacional, dialógica, de nuestro ser. Cada uno de nosotros vivimos como personas y nos desarrollamos como tales creando relaciones de encuentro con lo que nos rodea. Pero el encuentro auténtico nos plantea, para darse, diversas exigencias: generosidad, veracidad, fidelidad, cordialidad, voluntad de compartir valores elevados... Si a una persona o a un pueblo se les lleva a pensar de tal forma que no ven posibilidad de unirse a las realidades del entorno de modo fecundo, se destruye de raíz su creatividad, su capacidad de formar tramas inexpugnables. ¿Cómo es posible suscitar en las gentes esa forma de pensar? Mediante el abuso del lenguaje, que es -según veremos- el vehículo viviente de la creatividad. El lenguaje es un medio para comunicar algo a los demás, pero, en un nivel más profundo, es el medio en el cual creamos unidad entre nosotros. A menudo hablamos con personas a las que apenas tenemos nada que comunicar; lo hacemos para incrementar los lazos de amistad. En condiciones normales, los seres humanos procedemos del encuentro amoroso que nuestros padres iniciaron con una palabra de afecto. Venimos, por tanto, de un tipo de lenguaje tan poderoso que creó una familia y nos llamó a la existencia. Romano Guardini afirma que, para crear los seres inferiores al hombre, Dios les mandó existir, y, para crear al ser humano, lo llamó por su nombre. Nacemos porque somos llamados, y el sentido de nuestra vida consiste en responder positivamente a dicha llamada, creando nuevas relaciones amorosas. Con razón advirtió Ferdinand Ebner -genial precursor de la actual filosofía del lenguaje - que no hay otro lenguaje auténtico que el inspirado por el amor. El lenguaje dicho con odio se destruye a sí mismo, se autodisuelve. Nada hay más grande en la vida humana que el lenguaje, pero nada más temible debido a su condición bifronte. El lenguaje puede construir una vida o destruirla, puede ser tierno o cruel, noble o banal, proclamador de verdades o propalador de mentiras. El lenguaje ofrece posibilidades para descubrir en común la verdad y facilita recursos para tergiversar las cosas y sembrar la confusión. Con sólo conocer tales recursos y manejarlos hábilmente, una persona poco preparada, pero astuta, puede dominar fácilmente a personas y pueblos enteros si éstos no están sobre aviso. El manejo estratégico del lenguaje opera de modo automático sobre la mente, la voluntad y el sentimiento de las personas antes de que entre en juego su poder de reflexión crítica.
Cómo se manipula El tirano -el que quiere vencer sin convencer- no lo tiene fácil en los regímenes democráticos. Quiere dominar al pueblo, y ha de hacerlo de forma dolosa para que las gentes no lo adviertan, pues lo que prometen los gobernantes en una democracia es, ante todo, libertad. En las dictaduras se promete eficacia, a costa de las libertades. En las democracias se garantizan cotas nunca alcanzadas de libertad aun a riesgo de amenguar la eficacia. ¿Qué medios tiene en su mano el tirano para someter al pueblo mientras lo convence de que es más libre que nunca? Este medio es el lenguaje. Para comprender el poder fascinante del lenguaje manipulador debemos analizar cuatro puntos: los términos, los esquemas, los planteamientos y los procedimientos. 1. Los términos "talismán" El lenguaje crea palabras, términos, y en cada época de la historia algunos de ellos se cargan de un prestigio especial de forma que nadie osa ponerlos en tela de juicio. Son términos "talismán", que parecen condensar en sí todas las excelencias de la vida humana. La palabra talismán de nuestra época es libertad. Todo término talismán tiene el poder de prestigiar las palabras que se le avecinan y desprestigiar a las que se le oponen o parecen oponerse. Hoy se da por supuesto -el manipulador nunca demuestra nada, da por supuesto lo que le conviene- que toda forma de censura se opone a todo tipo de libertad. En consecuencia, la palabra censura está actualmente desprestigiada. En cambio, las palabras independencia, autonomía, democracia, cogestión... van unidas con la palabra libertad y quedan convertidas, por ello, en una especie de términos talismán por adherencia. El manipulador saca amplio partido de este poder de los términos talismán. Sabe que, al introducirlos en un discurso, el pueblo queda intimidado, no ejerce su poder crítico, acepta ingenuamente lo que se le proponga. Cuando, en cierto país europeo, se llevó a cabo una campaña a favor de la introducción de la ley abortista, el ministro responsable de tal ley intentó justificar con este razonamiento: "La mujer tiene un cuerpo y hay que darle libertad para disponer de ese cuerpo y de cuanto en él acontezca". La afirmación de que "la mujer tiene un cuerpo" está pulverizada por la mejor filosofía desde hace casi un siglo. Ni la mujer ni el varón tenemos cuerpo; somos corpóreos. Hay un abismo entre ambas expresiones. El verbo tener es adecuado cuando se refiere a realidades posibles, es decir, a objetos. Pero el cuerpo humano, el de la mujer y el del varón, no es algo posible, algo de lo que podamos disponer; es una vertiente de nuestro ser personal, como lo es el espíritu. Te doy la mano para saludarte y sientes en ella la vibración de mi afecto personal. Es toda mi persona la que te sale al encuentro. El hecho de que en la palma de mi mano vibre mi ser personal entero pone al trasluz que mi cuerpo no es un objeto. No hay objeto, por excelente que sea, que tenga ese poder. Pues bien, el ministro intuyó sin duda que la frase "la mujer tiene un cuerpo" es muy endeble, no se sostiene en el estado actual de la investigación filosófica, y para dar fuerza a su argumento introdujo inmediatamente el término talismán libertad: "Hay que conceder libertad a la mujer para disponer de su cuerpo..." Sabía que, con la mera utilización de esa palabra sobrevalorada en el momento actual, millones de personas iban a replegarse tímidamente y a decirse: "No te opongas a esa proposición porque está la libertad en juego y van a tachar de antidemócrata, de fascista, de ultra". Y así sucedió, efectivamente. Si queremos ser de verdad libres interiormente, debemos perder el miedo al lenguaje manipulador y matizar el sentido de las palabras. El ministro no indicó a qué tipo de libertad se refería, porque la primera ley del demagogo es no matizar el lenguaje. De hecho aludía a la "libertad de maniobra", la libertad -en este caso- de maniobrar cada uno a su antojo respecto a la vida naciente: respetarla o eliminarla. La "libertad de maniobra" no es propiamente una forma de libertad humana auténtica; sólo es una condición para ser libre. Uno comienza a ser libre como persona cuando, pudiendo elegir entre diversas posibilidades, no opta sencillamente por la que más le apetece en cada momento sino por la que le permite desarrollar su personalidad de modo pleno. Y ahora preguntémonos: Una persona que se arrogue una libertad de maniobra absoluta y la utilice en contra del germen de vida que marcha aceleradamente hacia la plena constitución de un ser humano ¿se orienta hacia la plenitud de su ser personal? Vivir personalmente es vivir fundando relaciones comunitarias, creando vínculos. El que rompe los vínculos fecundissimus con la vida que nace destruye de raíz su poder creador y bloquea, por tanto, su desarrollo como persona. Todo esto se ve claramente cuando se reflexiona. Pero el demagogo, el tirano, el que desea conquistar el poder por la vía rápida de la manipulación, opera con extrema celeridad para no dar tiempo a las gentes a pensar, a reflexionar sobre cada uno de los temas. Por eso no se detiene nunca a matizar los conceptos y justificar lo que afirma; lo da todo por consabido y lo expone con términos ambiguos, faltos de precisión. Ello le permite destacar en cada momento el aspecto de los conceptos que le interesa para su fines. Cuando subraya un aspecto, lo hace como si fuera el único, como si todo el alcance de un concepto se limitara a esa vertiente. De esa forma evita que las gentes a las que se dirige tengan suficientes elementos de juicio para clarificar las cuestiones por sí mismas y hacerse una idea serena y bien aquilatada de las cuestiones tratadas. Al no poder profundizar en una cuestión, el hombre está predispuesto a dejarse arrastrar. Es un árbol sin raíces que lo lleva cualquier viento, sobre todo si éste sopla a favor de las propias tendencias elementales. Para facilitar su labor de arrastre y seducción, el manipulador halaga las tendencias innatas de las gentes y ciega en lo posible su sentido crítico. Toda forma de manipulación es una especie de malabarismo intelectual. Un ilusionista hace trueques sorprendentes y al parecer "mágicos" porque realiza movimientos muy rápidos que el público no percibe. El demagogo procede, asimismo, con meditada precipitación, a fin de que las multitudes no adviertan sus trucos intelectuales y acepten como posibles los escamoteos más inverosímiles de conceptos. Un manipulador proclama, por ejemplo, ante las gentes que les ha devuelto "las libertades", pero no se detiene a precisar a qué tipo de libertades se refiere: si a las libertades de maniobra que pueden llevar a experiencias de fascinación -que despeñan al hombre hacia la asfixia - o a la libertad para ser creativos y realizar experiencias de encuentro, que llevan al pleno desarrollo de la personalidad. Basta pedirle a un demagogo que matice un concepto para desvirtuar sus artes hipnotizadoras.
2. Los esquemas o pares de términos Del mal uso de los términos se deriva una interpretación errónea de los esquemas que vertebran nuestra vida mental. Cuando pensamos, hablamos y escribimos, estamos siendo guiados por ciertos esquemas: libertad-norma, dentro-fuera, autonomía-heteronomía... Si pensamos que estos esquemas son dilemas, de forma que debemos escoger entre uno u otro de los términos que los constituyen, no podemos realizar en la vida ninguna actividad creativa. La creatividad humana es siempre dual; exige nuestra colaboración con las realidades del entorno. Si pienso que todo lo que está fuera de mí es distinto, distante, externo y extraño a mí, no puedo colaborar con cuanto me rodea y anuló mi capacidad creativa en todos los órdenes. Una alumna me dijo un día en clase con aire maternal: "No se moleste, profesor; en la vida hay que escoger: o somos libres o aceptamos normas; o actuamos conforme a lo que nos sale de dentro o conforme a lo que nos viene impuesto de fuera". Esta joven entendía el esquema libertad-norma como un dilema. En consecuencia, para ser auténtica y actuar con libertad interior se sentía obligada a dejar de lado cuánto le habían dicho de fuera acerca de normas morales, dogmas religiosos, prácticas piadosas... Con ello se alejaba de la moral y la religión de sus mayores y -lo que es todavía más grave- hacía imposible toda actividad verdaderamente creativa. He aquí el poder temible de los esquemas mentales. Si un manipulador te sugiere que para ser autónomo en tu obrar debes dejar de ser heterónomo -es decir, no aceptar norma alguna de conducta que te venga propuesta del exterior-, dile que es verdad pero sólo en un caso: cuando actuamos de modo pasivo, no creativo. Tus padres te dicen que hagas algo, y tú obedeces forzado. Entonces no actúas autónomamente. Pero suponte que percibes el valor de lo que te sugieren y lo asumes como propio. Esa actuación tuya es a la vez autónoma y heterónoma, por ser creativa. Cuando era niño, mi madre me dijo un día: "Toma este bocadillo y dáselo al pobre que llamó a la puerta". Yo me resistí porque era un señor de barba larga y me daba miedo. Mi madre insistió: "No es un delincuente; es un necesitado. Vete y dáselo". Mi madre quería que me adentrara en el campo de irradiación del valor de la piedad. El valor de la piedad me vino, así, sugerido desde fuera, pero no impuesto. Al reaccionar positivamente ante esta sugerencia de mi madre, fui asumiendo poco a poco el valor de la piedad hasta que se convirtió en una voz interior. Al hacerlo, este valor dejó de estar fuera de mí para convertirse en el impulso interno de mi obrar. En esto consiste el proceso formativo. El educador nos adentra en el área de imantación de los grandes valores, y nosotros los vamos asumiendo como algo propio, como lo más profundo y valioso de nuestro ser. Ahora vemos con claridad la importancia decisiva de los esquemas mentales. Un especialista en revoluciones y conquista del poder, José Stalin, afirmó lo siguiente: "De todos los monopolios de que disfruta el Estado, ninguno será tan crucial como su monopolio sobre la definición de las palabras. El arma esencial para el control político será el diccionario". Nada más cierto, a condición de que veamos los términos dentro del marco dinámico de los esquemas, que son el contexto en el que juegan su papel expresivo.
3. Los planteamientos estratégicos Con los términos del lenguaje se plantean las grandes cuestiones de la vida. Debemos tener máximo cuidado con los planteamientos. Si aceptas un planteamiento, vas a donde te lleven. Desde niños deberíamos acostumbrarnos a discernir cuándo un planteamiento es auténtico y cuándo es falso. En los últimos tiempos se están planteando mal, con el fin estratégico de dominar al pueblo, temas tan graves como el divorcio, el aborto, el amor humano, la eutanasia... Casi siempre se los plantea de forma unilateral y sentimental, como si sólo se tratara de resolver problemas acuciantes de ciertas personas. Para conmover al pueblo, se aducen cifras exageradas de matrimonios rotos y abortos clandestinos, realizados en condiciones infrahumanas... La táctica de difundir tales cifras es un ardid del manipulador. El Dr. Bernhard Nathanson, director un día de la mayor clínica abortista de Estados Unidos, manifestó que fue él y su equipo quienes inventaron la cifra de 800.000 abortos al año en su país. Y se sorprendían al ver que la opinión pública recogía el dato y lo propagaba con toda candidez. Hoy, convertido a la defensa de la vida, se siente avergonzado de tal fraude, y recomienda vivamente que no se aceptan las cifras aducidas para apoyar ciertas campañas.
4. Los procedimientos estratégicos El manipulador moviliza diversos medios para dominar al pueblo sin que éste se dé cuenta. En el siguiente ejemplo yo no miento pero manipulo. Tres personas hablan mal de una cuarta, y yo le cuento exactamente lo que dicen, pero alteró un poco el lenguaje. En vez de comunicarle que tales personas en concreto están realizando esas manifestaciones, le indico que lo dice la gente . Paso del singular al colectivo. Con ello no sólo le infundo miedo a esa persona sino angustia, que es un sentimiento mucho más difuso y penoso. El miedo es temor a algo adverso que te hace frente de manera abierta y te permite tomar medidas. La angustia es un miedo envolvente. No sabes a dónde acudir. ¿Dónde está la gente que te ataca con su maledicencia? La gente es una realidad anónima, envolvente, a modo de niebla que te bloquea. Te sientes angustiado. Esta angustia es provocada por el fenómeno sociológico del rumor, que suele ser tan poderoso como cobarde, debido a su anonimato. "Se dice que tal ministro realizó una evasión de capitales". ¿Quién lo dice? La gente , es decir, nadie en concreto y potencialmente todos. Otra forma oblicua, sesgada, subrepticia, de vencer al pueblo sin preocuparse de convencerlo es la de repetir una vez y otra, a través de los medios de comunicación, ideas o imágenes cargadas de intención ideológica. No se entra en cuestión, no se demuestra nada, no se va al fondo de los problemas. Sencillamente se lanzan proclamas, se hacen afirmaciones contundentes, se propagan eslóganes a modo de sentencias cargadas de sabiduría. Este bombardeo diario configura la opinión pública, porque la gente acaba tomando lo que se afirma como lo que todos piensan, como aquello de que todos hablan, como lo que se lleva, lo actual, lo normal, lo que hace norma y se impone. Actualmente, la fuerza del número es determinante, ya que lo decisivo se resuelve mediante el número de votos. El número es algo cuantitativo, no cualitativo. De ahí la tendencia a igualar a todos los ciudadanos, para que nadie tenga poder directivo de tipo espiritual y la opinión pública pueda ser modelada impunemente por quienes dominan los medios de comunicación multitudinarios. Una de las metas del demagogo es anular, de una forma u otra, a quienes puedan descubrir sus trampas, sus trucos de ilusionista. La redundancia desinformativa tiene un poder insospechado de crear opinión, de fundar un clima propicio a toda clase de errores. Basta establecer un clima de superficialidad en el tratamiento de los temas básicos de la vida para hacer posible la difusión de todo género de falsedades. Según Anatole France, "una necedad repetida por muchas bocas no deja de ser una necedad". Ciertamente, mil mentiras no constituyen una sola verdad. Pero una mentira o una media verdad repetida por un medio poderoso de comunicación se convierte en una verdad de hecho, incontrovertida; viene a constituir una "creencia", en el sentido orteguiano de algo intocable, de suelo en que se asienta la vida intelectual del hombre y que no cabe discutir sin exponerse al riesgo de quedar descalificado. Para formar este tipo de "creencias" tiende la propaganda manipuladora con vistas a obtener un control soterrado de la mente, la voluntad y el sentimiento de la mayoría. El gran teórico de la comunicación M. MacLuhan acuñó la expresión de que "el medio es el mensaje": no se dice algo porque sea verdad; se toma como verdad porque se dice. La televisión, la radio, la letra impresa, los espectáculos de diverso orden poseen un inmenso prestigio para quien los ve como una realidad que se impone desde un lugar inaccesible para él. El que está al corriente de lo que pasa entre bastidores tiene cierto poder de discernimiento. Pero el gran público permanece fuera de los centros que irradian los mensajes y se deja seducir por el poder que implica la posibilidad de llegar a los rincones más apartados y penetrar en los hogares y hablar a multitud de personas al oído, sin levantar la voz, de modo sugerente.
Antídoto contra la manipulación La práctica del ilusionismo mental a través del lenguaje -y de las imágenes, que son de por sí expresivas, por tanto elocuentes- desorienta espiritualmente a las gentes, les quita capacidad de pensar por propia cuenta y de modo riguroso, amengua su sensibilidad para los grandes valores, las incapacita en buena medida para actuar en virtud de criterios internos bien sopesados y sentimientos nobles, las deja inermes ante la vida, entregadas a un estado de gregarismo e infantilismo. La práctica de la manipulación altera la salud espiritual de personas y grupos. ¿Poseen éstos defensas naturales contra ese virus invasor? ¿Cabe poner en juego un antídoto contra la manipulación demagógica? Actualmente, no podemos reducir el alcance de los medios de comunicación o someterlos a un control eficaz de calidad. La única defensa frente al uso manipulador de los mismos consiste en adquirir una formación adecuada. Tal formación abarca tres puntos básicos: estar alerta, conocer los recursos arteros del manipulador; aprender a pensar con rigor y tener agilidad de mente para exigir a los demás; ejercitar la creatividad en todos los órdenes.
El que conoce los "trucos" del ilusionista-manipulador amengua el peligro de caer en la red de sus juegos de conceptos. Si, además, sabe pensar con rigor y utilizar debidamente el lenguaje, está bien dispuesto para descubrir los fallos tácticos que comete el manipulador para tergiversarlo todo a su arbitrio. Al vivir creativamente, comprende por dentro el sentido preciso de los acontecimientos humanos. El que es fiel a una promesa sabe por experiencia que la fidelidad no se reduce a mero aguante , y tiene cierta garantía de no ser seducido por el manipulador que, al verlo en un momento difícil, le sugiera que no aguante, que rompa los vínculos establecidos y busque libremente su felicidad. "En efecto -podrá reargüirle-, no estoy destinado a aguantar, sino a algo superior: a ser fiel, porque la fidelidad es una actitud creadora; debo crear en cada momento lo que en un determinado momento he prometido crear". El conocimiento de los ardides del manipulador es el medio más eficaz para defenderse de sus insidias. A ellos se refiere M. Ende al hablar de los "hombres grises": "Los hombres grises sólo pueden hacer su oscuro negocio si nadie los reconoce (...). ¡Lo único que tenemos que hacer es cuidar de que resulten visibles! Porque el que los ha reconocido una vez los recuerda, y el que los recuerda los reconoce enseguida. De modo que no pueden hacernos nada: seremos inatacables". "El cree (...) que los hombres grises consideran un enemigo a todo aquel que conoce su secreto, por lo que lo perseguirán. Pero estoy seguro de que es exactamente al revés, que todo aquel que conoce su secreto está inmunizado contra ellos y ya no le pueden hacer nada".
Un antídoto contra el antídoto En nuestros días se está movilizando un recurso tan eficaz como siniestro para neutralizar la eficacia del antídoto contra la manipulación. Se trata de la confusión deliberada de las experiencias de vértigo o fascinación y las de creatividad o encuentro. 1. El proceso de vértigo o fascinación Si adopto en la vida una actitud egoísta, intentó dominar cuanto me agrada para ponerlo a mi servicio, como fuente de sensaciones placenteras. Figuré Monos que me hallo ante una persona que, por sus excelentes cualidades, me encandila. Encandilar significa dar luz, pero también cegar. Me deslumbra el agrado de las cualidades de dicha persona, y ese deslumbramiento me impide tener en cuenta que se trata de una persona y no de un mero haz de cualidades atractivas. No la estimo en cuanto persona, con todo lo que implica -capacidad de desear, proyectar, crear relaciones...-; me fijo exclusivamente en el provecho que puedo sacar del trato con ella. Esa mirada fija y exclusiva constituye una forma de fascinación o arrastre. Este apego fascinado a lo que enardece mis instintos me produce un sentimiento de euforia, una exaltación súbita, superficial y pasajera, como una llamarada de hojarasca. Tal exaltación se convierte en una decepción deprimente al advertir que, por haber reducido dicha persona a objeto de complacencia, no puedo encontrarme con ella, pues el encuentro exige respeto mutuo, trato en condiciones de cierta igualdad. Al no encontrarme, freno mi desarrollo personal, que tiene lugar a través del encuentro. Ese bloqueo, aunque sea parcial, me causa tristeza, sentimiento que surge al sentir que me he alejado de mi meta -que es crear unidad con los seres del entorno- y me estoy vaciando de mí mismo, de lo que tendría que llegar a ser a través de mi encuentro con cuanto me realiza como persona. Si dejo de encontrarme un día y otro, dicho vacío se torna abismal, y, al asomarme a él, soy presa de esa forma de vértigo espiritual que llamamos angustia. La angustia acontece cuando nos vemos amenazados por todas partes y peligra nuestra subsistencia. En caso de que sea incapaz de cambiar mi actitud egoísta inicial y siga sin poder crear relaciones auténticas de encuentro, la angustia da lugar a la desesperación, la conciencia amarga de que he cerrado todas las puertas hacia la realización de mí mismo. Estoy bordeando mi destrucción como persona, pero no puedo volver atrás. Pronto acabó sumido en una soledad de aislamiento, que me asfixia y destruye como ser personal que debe crecer fundando la vida de la comunidad. Sobrevolamos lo dicho: Al principio, el proceso de vértigo no nos exige nada, nos halaga prometiéndonos una plenitud inmediata, y al final nos lo quita todo: anula nuestra voluntad de encuentro, nos enceguece para los valores más altos, amengua al máximo nuestra capacidad creadora.
2. El proceso de éxtasis o de encuentro Si adopto en la vida una actitud de generosidad, reconozco gustosamente que no soy un ser privilegiado al que deban servir todos los seres del entorno. Muchos de éstos son personas y no pueden ser reducidos a medios para mis fines. Si sus cualidades me resultan atractivas, considero este agrado como una invitación, no a poner esa persona a mi servicio, sino a colaborar con ella para realizarnos conjuntamente mediante la oferta mutua de posibilidades de todo orden. Ese intercambio de posibilidades da lugar al encuentro, forma de unión constante y fecunda. Al encontrarme de este modo, siento alegría por partida doble, pues con ello perfecciono mi ser de persona y colaboró a enriquecer a quien se encuentra conmigo. Si me encuentro con un ser que me ofrece grandes posibilidades de crecimiento personal, siento entusiasmo, un gozo desbordante que supone la medida colmada de la alegría. Entusiasmarse significó para los antiguos griegos estar absortos en lo divino, es decir, en lo perfecto. El entusiasmo se enciende en nosotros cuando acogemos activamente unas posibilidades de actividad creadora tan valiosas que nos elevan a lo mejor de nosotros mismos. Si asumo un poema o una obra musical de alta calidad, desbordó entusiasmo pues participó íntimamente en la creación de una realidad perfecta. Yo configuro esas obras en cuanto me dejó configurar por ellas. Este tipo de experiencias de doble dirección me llevan a la plenitud de mi vida personal. Tal ascenso a lo mejor de uno mismo es denominado de antiguo "éxtasis", salida de sí hacia lo alto. Al ver que estoy realizando plenamente mi vocación de persona, siento felicidad, es decir, paz interior, amparo, gozo festivo... Toda fiesta procede de un encuentro y es fuente de luz. Las fiestas resplandecen con luz propia. De ahí su carácter simbólico y la función primordial que desempeñan en la vida cultural y religiosa de los pueblos. En síntesis. El proceso de éxtasis es una marcha hacia la madurez personal que en principio nos exige todo -generosidad, apertura a la colaboración, fidelidad...-, nos promete plenitud personal y, al final, nos la da con creces: incrementa nuestra capacidad creadora de encuentros y de vida comunitaria, afina nuestra sensibilidad para los grandes valores, nos permite realizar nuestra vocación y nuestra misión.
3. La confusión de los procesos de vértigo y de éxtasis Estos dos procesos son totalmente opuestos por su origen, su desarrollo y sus consecuencias. Hoy, sin embargo, se tiende a confundirlos a fin de proyectar el prestigio secular de las experiencias de éxtasis sobre las de vértigo y ocultar el riesgo que implica entregarse a las distintas formas de fascinación aniquiladora. Con ello se intenta que las gentes, sobre todo los jóvenes, confundan la euforia del vértigo con el entusiasmo del éxtasis, y se rindan al halago de las experiencias que nos prometen todo al principio para privarnos al final de la capacidad creadora de encuentros. Si caemos en esta artera trampa, no pondremos en juego las dos últimas medidas del antídoto contra la manipulación -pues dejaremos de pensar con rigor y vivir creativamente-, y quedamos inermes frente a las insidias de los manipuladores. Ejercicios Observamos a menudo que personas de distintas tendencias admiten que debemos ser más exigentes respecto a la calidad de los alimentos espirituales que se facilitan a los jóvenes a través de los medios de comunicación y los espectáculos. En cuanto advierten que esa exigencia debe traducirse, para ser eficaz, en alguna forma de censura, suelen negarse a firmar cualquier manifiesto en el que figure esta palabra. ¿A qué se debe este reparo casi automático a vincular el propio nombre al término censura? A diario se utilizan expresiones como ésta: "Hay que incrementar el control de los alimentos, de los medicamentos, de los talleres mecánicos, de las condiciones sanitarias de los hospitales..." ¿Por qué profunda razón utilizar el término "control" está bien visto y, en cambio, mostrarse partidario de la "censura", aunque sea de forma restringida y bien matizada, le deja a uno fuera de juego en la sociedad actual?
Contemple atentamente diversos anuncios comerciales. Advertirá que, a menudo, no se indica nada concreto acerca de los objetos presentados. Sencillamente, se pone su figura en contacto con otras que irradian atractivo sensorial y provocan exaltación psicológica. Analice si se habla a su inteligencia y su libertad, o, más bien, se intenta halagar sus apetencias instintivas.
Bibliografía Brown, J.A.: Técnicas de persuasión, Alianza Editorial, Madrid 1978. Concilium (revista): El hombre manipulado, Mayo 1971. Correa de Oliveira, Plinio: Trasbordo ideológico inadvertido y diálogo, CIO, Madrid 1971. Fernandez Areal, M.: El control de la prensa en España, Guadiana, Madrid 1973. Gambra Ciudad, Rafael: El lenguaje y los mitos, Speiro, Madrid 1983. Häring, Bernhard: Ética de la manipulación. En medicina, en el control de la conducta y en genética, Herder, Barcelona 1978 López Quintás, Alfonso: Estrategia del lenguaje y manipulación del hombre, Narcea, Madrid 41988. - La revolución oculta. Manipulación del hombre y subversión de valores, PPC, Madrid 1998. Valverde, Carlos: "Aggiornamento e inculturación", en Sillar 24 (1986)438-449.
Lección 2ª: Diversos modos de manipulación Tras la visión sinóptica del fenómeno de la manipulación realizada en la lección anterior, debemos ahora ampliar algunos de los puntos ya esbozados en ella. Comencemos delatando algunos modos de manipular. En numerosos anuncios comerciales aparece una bella joven en lugar destacado. Su figura es realzada por su atuendo, su actitud insinuante, el tono seguro de su expresión. Pero ¿juega aquí esa joven, como persona, un papel digno que afirme su personalidad? Todo lo contrario; de manera solapada, es reducida de persona a señuelo erótico. Esa reducción artera fue ideada por un especialista en trucos estratégicos que permiten vencer a las gentes sin necesidad de convencerlas con razones. La reducción de las personas a una condición inferior es la quintaesencia de la manipulación. Con su fino sentido para lo esencial, Antoine de Saint-Exupéry nos muestra la actitud manipuladora de las personas que encuentra el principito en su viaje estelar. Recordemos cómo el rey reduce las personas a la condición de súbditos: - ¡Ah! He aquí un súbdito -exclamó el rey cuando vio al principito. Y el principito se preguntó: - ¿Cómo puede reconocerme si nunca me ha visto antes? No sabía que para los reyes el mundo está muy simplificado. Todos los hombres son súbditos. - Acércate para que te vea mejor -le dijo el rey, que estaba orgulloso de ser al fin rey de alguien. El principito buscó con la mirada un lugar donde sentarse, pero el planeta estaba totalmente cubierto por el magnífico manto de armiño. Quedó, pues, de pie, y como estaba fatigado, bostezo. - Es contrario al protocolo bostezar en presencia de un rey -le dijo el monarca-. Te lo prohíbo. - No puedo impedirlo -respondió confuso el principito-. He hecho un largo viaje y no he dormido... - Entonces -le dijo el rey- te ordeno bostezar. (...) Es una orden. - ¿Puedo sentarme? -inquirió tímidamente el principito. - Te ordeno sentarte -le respondió el rey, que recogió majestuosamente un faldón de su manto de armiño. - Señor -le dijo-, os pido perdón por interrogarnos... - Te ordeno interrogarme -se apresuró a decir el rey. - Señor, ¿sobre qué me reunís? - Sobre todo -respondió el rey con gran simplicidad. - ¿Sobre todo? El rey con un gesto discreto señaló su planeta, los otros planetas y las estrellas. - Sobre todo eso... - respondió el rey. Las personas mayores son bien extrañas, díjole a sí mismo el principito durante el viaje.
Esta misma conclusión sacó el pequeño de su conversación con el vanidoso -que reducía las personas a admiradores-, el bebedor -que sólo prestaba atención a lo que podía satisfacer su afán de olvidar-, el hombre de negocios, afanoso de poseer más y más estrellas... Pero, hacia el final del viaje, se encontró con un farolero, que consagra la vida a una tarea bella, la de encender y apagar el farol a las horas debidas. Y se dijo: "Este es el único que no me parece ridículo. Quizá porque se ocupa de una cosa ajena a sí mismo". "Este es el único de quien pude haberme hecho amigo". Fijémonos en la conexión que existe entre el individualismo egoísta, la actitud manipuladora -reduccionista- y la imposibilidad de fundar amistad. El egoísmo lleva al vértigo de la ambición, y éste suscita el afán manipulador. La amistad, por su parte, es una relación que debe crearse, y toda creatividad pide generosidad, que es lo contrario de la ambición de poder. Las formas de manipulación son diversas, pero tienen un rasgo común: destruyen la creatividad del hombre, su capacidad de pensar, sentir y querer por propia cuenta, con perfecta libertad interior. Y lo hacen de forma artera, solapada. Por eso debemos insistir en nuestro empeño de conocer a fondo los recursos manipuladores que permiten tergiversar todo de modo soterrado.
La democracia no garantiza la libertad interior Hoy día es opinión general que basta vivir en un régimen democrático para tener a salvo la libertad. Tal ingenuidad nos deja desguarnecidos ante el fenómeno de la manipulación. En una dictadura no se disfruta de ciertas libertades, pero esta limitación es patente, y uno toma medidas para conservar e incrementar la libertad interior. Es admirable la resistencia de ciertas personas a dejarse despojar de su libertad creativa. En las democracias se presenta como meta máxima la libertad, cotas nunca alcanzadas de libertad. ¿De qué tipo de libertad? Se nos da una amplia libertad de maniobra -capacidad para elegir entre diversas posibilidades-, pero la libertad interior -la decisión para elegir en virtud del ideal auténtico de nuestra vida- debemos conquistarla con gran esfuerzo. En las democracias se practica con frecuencia la coacción de guante blanco. Se procede como si se respetara la libertad, que es el término talismán por excelencia y resulta por ello intocable. "Sois libres de no pensar como yo -advierte la opinión pública a los ciudadanos independientes-; vuestra vida, vuestros bienes, todo lo conservarás, pero desde ese día sois un extranjero entre nosotros". Quien no se someta a los dictados de la opinión pública quedará fuera de juego; no recibirá posibilidades de su entorno, ni votos en las confrontaciones electorales, ni siquiera la estima del pueblo; lo abandonaron incluso los que creen que tiene razón cuando se opone al pensar general. Le va a ser muy difícil tener libertad interior y actuar con criterios propios. La opinión pública es una realidad envolvente que actúa con la impunidad del anonimato y presiona sin mostrar un rostro preciso. Su fuerza está en proporción directa a su carácter difuminado y ambiguo. Nada extraño que el manipulador saque amplio partido a la fuerza de la opinión pública porque él tampoco actúa nunca a cara descubierta: desea modelar la mente, la voluntad y el sentimiento de personas y pueblos de forma dolosa, inadvertida. Se mueve siempre a impulsos de intereses inconfesables, y los oculta arteramente al tiempo que presenta una faz magnánima y bienhechora. De ahí que la primera condición para conservar la libertad interior frente a las agresiones de los manipuladores sea poner al descubierto los recursos malabaristas que éstos movilizan. Con ese fin indicaremos sucintamente a continuación los principales grupos de manipuladores y sus ardides peculiares.
Distintos tipos de manipuladores 1. La manipulación de los mercaderes Todo el que ofrece un producto al mercado -un coche, un viaje turístico, un espectáculo, un libro...- desea promocionar su venta. Esta promoción se puede realizar poniendo de manifiesto las excelencias del producto ofrecido. En tal caso, no es un manipulador sino un guía. Manipula, en cambio, si moviliza trucos efectistas para seducir a las gentes con sus productos. Podemos distinguir tres tipos de mercaderes manipuladores: Los mercaderes de poder. Manipulan a las personas en busca de mando. Les ofrecen promesas a cambio de votos. Las reducen a votantes. Para descubrir la manipulación política, basta repasar los programas y los mítines electorales, y confrontar las promesas hechas en ellos con las realizaciones llevadas a cabo por el partido vencedor. Los mercaderes de dinero. Para incrementar sus ingresos económicos, encandilan con sus productos a los ciudadanos y los reducen a clientes. Los estrategas de la propaganda comercial no intentan mejorar la mercancía que ofrecen sino la opinión de la gente sobre ella. El afán de aumentar la clientela lleva a ciertos periódicos y revistas considerados como serios a invadir el campo de las llamadas "revistas del corazón" e introducir en sus páginas profusos relatos de escándalos sociales y fotos sicalípticas. Todo ello con el pretexto de que el pueblo soberano tiene derecho a estar debidamente informado de todo y en todo momento. Los mercaderes de prestigio. Ponen la vida a la tarea de reclutar admiradores. Reducen los seres humanos a espectadores y lectores. El afán de prestigio y el escaso amor a la verdad llevan a no pocos intelectuales a dejarse llevar cómodamente por el oleaje de las corrientes ideológicas que parecen imponerse en cada momento. El ansia de alcanzar renombre y popularidad resta libertad interior a multitud de profesionales de la educación, la comunicación y la política para delatar los peligros de ciertas tendencias autodenominadas "progresistas" y para investigar y defender la verdad con absoluta independencia de espíritu. Es interesante, a este respecto, observar a qué autores se citan en ciertas obras y a qué otros se silencian incluso cuando es obligado remitir a algún trabajo suyo. Ejemplo poco edificante de dependencia de los propios intereses fue un conocido escritor que, en la segunda edición de una obra, omitió las frases en las que dedicaba el trabajo a un notable pensador, por haber caído éste en desgracia de los grupos dominantes. La manipulación realizada por los mercaderes encierra graves riesgos para el pueblo porque induce a adquirir bienes deleznables, realizar actividades fútiles, conferir el mando a personas más sobresalientes por su ambición y astucia que por su competencia. Pero mayor peligrosidad encierra todavía la manipulación realizada por quienes desean cambiar nuestra mentalidad para favorecer sus intereses.
Los mercaderes de ideas y actitudes. El manipulador comercial agudiza su habilidad para trasvasar su propio sistema de valores al ánimo de las gentes y orientar su comportamiento. ?? Si para mí encierra mucho valor la música de Mozart, una nueva versión de una obra suya se me presenta como algo valioso. Mi afición a la música me abre todo un campo de bienes y, por tanto, de productos apetecibles. Cuanto pueda satisfacer mi deseo de buena música constituye para mí un valor, y puedo llegar a desearlo y hacer un sacrificio para adquirirlo. ?? Pero supongamos que llevo una vida recoleta, entregada de lleno al estudio. Es muy posible que un coche -por lujoso que sea- no me reporte ventajas, sino más bien inconvenientes, porque me ocupa tiempo, me causa preocupaciones, me distrae de mi tarea fundamental. Los anuncios de automóviles, por sugestivos que sean, me dejan indiferente. No les presto atención, ya que están fuera de mi radio de actividad. Un experto propagandista verá enseguida que, para vender discos o partituras, no necesita cambiar mis gustos, mis coordenadas mentales y sentimentales, es decir, mi escala de valores. Basta que me sugiera que se trata de un producto excelente para que yo entre en deseos de conocerlo y gustarlo. En cambio, si quiere venderme un coche, no tendrá más remedio que alterar mi modo actual de enfocar la vida. Podrá excitar, por ejemplo, mi afán de ser valorado en la sociedad, y me dirá que acudir a clase en autobús no da categoría a un profesor y que, si "trajes hacen gente" -como dicen los suizos-, "coches crean imagen". El cambio de mentalidad y de hábitos es difícil provocarlo en cada persona individualmente. Hoy se realiza de forma conjunta mediante la creación de un clima social consumista, más preocupado del parecer que del ser. Este ambiente frívolo ha ido configurando la opinión de que fumar ayuda a establecer relaciones, beber es el acompañante obligado de toda conversación cordial, la potencia del coche mide el rango social de una persona, no tener una segunda casa es signo de haberse estancado en la vida... Poco importa que psicólogos lúcidos, como Abraham Maslow, subrayan que el hombre debe intentar llegar a ser lo que puede ser, no lo que supera sus posibilidades. La propaganda sigue bombardeando nuestros centros de decisión con eslóganes incitantes: "No te prives de nada"; "Marca la pauta, no dejes que te la marque"; "Sé un señor: he aquí tu coche". Y se nos invita a ser libres vistiendo determinada ropa, ser triunfadores bebiendo tales licores, acumular éxitos amorosos perfumándonos con las esencias más costosas... Este martilleo propagandístico, unido a la preocupación actual por la imagen, altera paulatinamente nuestro sistema de valoraciones. Tal vez, personalmente, unos esposos estén lejos de sentir necesidad alguna de cambiar el piso en que habitan por un chalet lujoso, pero, como padre y madre de familia, lo juzgan adecuado al rango de ésta y lo consideran indispensable. Se hace el traslado, y a las letras pendientes se unen los gastos originados por el nuevo entorno. Ya tenemos a los esposos sacrificando su existencia al único fin de mantener un alto nivel de vida. No han sido engañados, pero sí manipulados por una astuta propaganda que vinculó confusamente en su imaginación el bello chalet y la felicidad. Esta vivienda es deliciosa, sin duda, pero no les concede la mínima cuota de reposo espiritual que es necesaria para ser felices. La propaganda excita nuestra voluntad de poseer para disfrutar. Al ser dueños de lo que nos fascina, deberíamos sentirnos satisfechos y autorrealizados. Pero no es así. Nos corroe la comezón de aumentar nuestras posesiones, y nos falta tiempo y sosiego para pensar que la felicidad no se alcanza entregándose al goce de dominar, que es "vértigo", sino al gozo de colaborar, que es "éxtasis". Esta decepción provoca ansiedad al principio y apatía después. Tal situación de abatimiento interior no le preocupa al manipulador comercial, ya que él se ocupa de clientes y no de personas.
2. La manipulación de los ideólogos En el sentido peyorativo del término, por ideología se entiende una concepción de la vida humana simplificada, tosca y utópica. Los ideólogos no profundizan en los temas que tratan, no fundamentan las afirmaciones que hacen, no se someten a verificación alguna. Se asientan únicamente en la firmeza con que hacen promesas para el futuro. Se presentan con ímpetu visionario de profetas laicos, para vencer a las gentes sin necesidad de convencerlas. Al no ajustarse a la realidad, las ideologías -según hemos visto- no tienen poder de convicción y persuasión y sólo pueden ser inoculadas a las gentes de dos formas: por la violencia, y se va a la dictadura, o por la astucia, y se entra en el campo de la manipulación ideológica. Esta forma dolosa de invasión espiritual presenta especial gravedad porque compromete vertientes muy importantes de la vida humana. Es fácil calibrar lo perturbadora que puede resultar en nuestra vida una ideología de contenido ético, es decir, una manera de concebir la vida y la conducta humana que no se ajusta al verdadero ser del hombre sino que está postulada por una orientación política. Los ideólogos de orientación partidista ponen en juego mil artimañas para inculcar en el ánimo de las gentes criterios de vida, normas de conducta, formas de interpretar las acciones humanas que no responden a las exigencias de la realidad del hombre. Si lo consiguen, prestarán un notable servicio a su partido político, pero dejarán al pueblo expuesto a peligros abismales. Resulta temible la habilidad de ciertos ideólogos en el arte de vencer sin convencer, de seducir con razones trucadas, planteamientos falsos y razonamientos falaces. No es fácil descubrir en cada momento que nos están manipulando y en qué punto preciso introducen el truco manipulador. Los manipuladores suelen ser verdaderos especialistas en el arte de persuadir dolosamente. Este malabarismo mental es ejercitado también por los técnicos de la publicidad, como hemos indicado. Utilizan el lenguaje con doble sentido, proyectan unas imágenes sobre otras, sacan partido a los flancos débiles de las gentes. Pero estos trucos, más o menos sofisticados, no son difíciles de descubrir. En cambio, los trastrueques de ideas, los escamoteos de conceptos y las extrapolaciones de planos de realidad que realizan los ideólogos son mucho más complejos y ambiguos. Se requiere un adiestramiento especial para pillarlos al vuelo y refutarlos contundentemente. Esta contundencia es ineludible, porque las ideologías se presentan como algo inalterable, sólido, firme, sin fisuras ni vacilaciones. Tal modo de presentarse es un recurso táctico temible, pues el pueblo suele dejarse impresionar por lo que aparece firme como una roca. Los pensadores auténticos -los que no sirven a intereses de grupo o partido- dialogan constantemente con la realidad, se ajustan a ella, corrigen un pormenor y otro. Esta voluntad de adaptación y corrección es interpretada a menudo como inseguridad, inmadurez y debilidad de temple, condiciones que se oponen a un programa de acción que quiera ser brillante y persuasivo. Por eso las ideologías suelen marcar cada vez más sus límites y endurecer sus posiciones.
La carga sentimental de las ideologías Al ir adscritas a una orientación política, las ideologías se cargan rápidamente de adherencias sentimentales, que tienen un incalculable poder de arrastre. Los partidarios de una corriente política suelen defender la ideología que han asumido como propia al modo como se defiende una bandera, un símbolo del honor personal, y lo hacen de modo tajante, unilateral, implacable. De ahí que, si un partido político identificado con una ideología determinada incluye en su ideario una meta, es inútil discutir con sus afiliados si ésta se ajusta o no a la realidad y, por tanto, si es justo y legítimo perseguirla. Así, con quienes defienden por principio el divorcio y el aborto resulta vano pretender analizar si estas prácticas hacen justicia a la realidad que es la unidad matrimonial y la vida del no nacido. No se detendrán a sopesar las razones que alguien presente en contra de su posición. La mayoría se limitarán a aducir motivos especiosos con objeto de mostrar que su postura es racional. Movilizarán todos los recursos de la demagogia para dar a entender que su actitud responde a motivaciones sólidas, pero nadie sabe mejor que ellos que su actitud obedece a una toma de posición predeterminada por una estrategia de conjunto. En ciertas ideologías se incluye el fomento del divorcio, el aborto, la eutanasia y el amor libre, no porque el análisis de la realidad les ofrezca una justificación suficiente para ello, sino porque sus ideólogos prevén que tal promoción les otorga ante el pueblo una imagen de apertura, liberalidad y progreso. No se trata de una opción racional -basada en el estudio de las exigencias de la realidad-. Estamos ante una decisión impuesta por la voluntad de poder e inspirada en los criterios de astucia propios de toda estrategia. El diálogo con tales ideólogos se nos aparece como el fracaso de la razón, la humillación de la capacidad humana de razonar, de ir al fondo de las cosas y basar las decisiones en las exigencias de la realidad. Estamos en una reunión; se plantea una cuestión importante y se abre un debate largo e intenso. Al final, se percata uno de que todo fue en vano. Desde el principio estaba previsto que no habría más fuerza decisoria que el poder frío e irracional del voto emitido por fidelidad a una posición ideológica. Cuando se observa en un Parlamento que un número elevado de diputados dan su voto de forma unánime, sin la menor fisura, una y otra vez, tras haber oído argumentos muy sólidos en contra de la propuesta votada, uno tiene derecho a sospechar que no es la realidad la que marca aquí la pauta a seguir sino los esquemas ideológicos que constituyen la trama intelectual del partido.
Las ideologías escinden a los grupos humanos Esta atención rígida a un bloque de ideas calcificado escinde a los pueblos en grupos antagónicos irreconciliables. Antes de las elecciones generales celebradas recientemente en cierto país, un periodista preguntó a una conocida escritora si estaría dispuesta a cambiar su voto en caso de advertir un día que sus correligionarios habían fracasado en la gestión pública. Ella contestó indignada, con la contundencia propia de quien cree expresar algo obvio: "¡Eso nunca! ¡Jamás concederé el voto a mis enemigos!" He aquí una neta actitud "ideológica". A pesar de su refinamiento como escritora, esta persona no ha logrado, a juzgar por su respuesta, descubrir que los diversos sistemas de pensamiento son vías hacia el descubrimiento de la verdad, no posiciones irremediablemente antagónicas. Lo son únicamente cuando responden a meros intereses tribales. El estudio de la realidad solemos iniciarlo los hombres desde puntos de mira diversos, bajo el impulso de intereses distintos y al abrigo de sentimientos dispares. Todo parece llevarnos por vías divergentes. Pero, si nos encaminamos hacia una meta común -la de ser fieles a la realidad, que es una y la misma para todos, y nos nutre y hace posible el desarrollo de nuestra personalidad-, los caminos de nuestras vidas tomarán una dirección convergente, en cierto modo al menos. Dar por supuesto que nunca tendrá lugar un encuentro, por vía de participación en una verdad común, es transformar la propia posición en una fortaleza, alzar los puentes, ahondar los fosos y hacer imposible toda comunicación. Pero la comunicación es esencial para el desarrollo genuino del hombre. Hacerla inviable de raíz supone quedarse bloqueado en un estadio primitivo. En el aspecto económico, los partidos políticos no pueden actualmente atrincherarse en sus principios ideológicos. Deben acomodarse flexiblemente a las condiciones de cada situación. Esta acomodación acerca las posiciones de los distintos partidos de forma llamativa. Para mantener la propia identidad, algunos de ellos no dudan en acentuar las diferencias en el campo moral y en el religioso. En éstos les parece que todo es opcional y no hay exigencias precisas por parte de la realidad. Tan grave error lo paga el pueblo muy caro en forma de envilecimiento de las costumbres, y tal deterioro acaba repercutiendo incluso en el campo de la economía. Cuando estas consecuencias se hacen palpables, los responsables se apresuran a declarar que se trata de un signo de los tiempos, como si los fenómenos surgieron por generación espontánea sin causas bien determinadas. El que piense esto de buena fe ignora lo que es la vida humana y las leyes que rigen su desarrollo normal. Tal ignorancia provoca graves errores, que son verdaderos atentados contra la realidad. Y la realidad acaba siempre vengándose. Los desastres ecológicos, por ejemplo, son una venganza de la realidad por el afán ambicioso que tiene el hombre de dominar la naturaleza. El envejecimiento de la población es una venganza por la actitud hedonista ante la vida.
La ideologización de la vida profesional La altanería en el cultivo de la propia especialidad lleva a ciertos intelectuales a defender sus puntos de vista como decisivos y a depreciar toda otra perspectiva posible. Ese pensamiento absolutizado se cierra sobre sí mismo y se esclerosa. Le falta visión relacional, que integra perspectivas diversas. En la serie de programas ofrecidos por cierta empresa televisiva hace unos años con el título Hablemos de sexo, un equipo de médicos, psicólogos y sociólogos emitieron toda clase de juicios valorativos sobre diversas actividades sexuales sin tener en cuenta los dictados de la Ética y las exigencias del método propio de esta disciplina. Afirmaban, por ejemplo, que la homosexualidad no es una enfermedad ni una aberración cromosómica, y seguidamente sentenciaban: "Las prácticas homosexuales constituyen una opción más entre otras posibles. Depende del gusto de cada uno elegir una práctica u otra". Sin duda, estos profesionales partían de la base de que la ciencia se desarrolla al margen de los valores éticos y no está sometida a juicios valorativos; es autárquica, y puede, por sí misma, explicar los fenómenos humanos y la orientación que ha de dárseles para obtener el bienestar deseado. Este encapsulamiento en un método de conocimiento determinado supone una parcialidad empobrecedora del saber humano. El pensamiento empobrecido constituye una ideología, no un sistema de pensamiento vivo y fecundo. Una concepción de la vida, cuando está viva y no se encierra en sí, se halla dispuesta a colaborar con otras, limar sus aristas, perfeccionar sus puntos de vista. El resultado de tal colaboración humilde es el enriquecimiento del saber. Por el contrario, la consecuencia directa de la cerrazón ideológica es la desfiguración de la realidad. En el programa antedicho no se habló nunca de la vida sexual humana. Se disertó sobre una sexualidad reducida a búsqueda de sensaciones placenteras, desgajada de toda finalidad procreadora e incluso de todo proceso de intensificación del amor personal. Esta sexualidad artificiosa -que no es animal porque no está reglada por los instintos, y no es humana pues no está orientada hacia un ideal valioso, correlativo a la vocación más honda del hombre- no puede sino ser fuente de extremismos y desvaríos, de los que se desprende un gran desasosiego y ninguna felicidad.
Algunas formas de manipulación ideológica Para conseguir que el pueblo adopte como propia una ideología, se necesita preparar el terreno astutamente, a fin de que esa forma de pensar seduce incluso a quienes no aceptan sus posiciones en el plano reflexivo. Esa configuración artificiosa de un clima intelectual y afectivo propicio a la difusión de ciertas ideologías se realiza a través de medios muy diversos: ?? la educación (planes de estudio, libros de texto, selección de obras a analizar...); ?? las obras culturales y los espectáculos; ?? los medios de comunicación; ?? la publicación de estadísticas -reales o ficticias- que favorecen la idea de que ciertas actitudes son generales, normales, y han de considerarse como normativas; ?? la promulgación de determinadas leyes que regulan la conducta de los ciudadanos y crean opinión, porque, al ser legales ciertos comportamientos, son considerados precipitadamente por muchas personas como legítimos moralmente. Llama a veces la atención el interés preferente de algunos partidos en dictar leyes que no son tan urgentes como otras que sufren aplazamientos reiterados. Esa discriminación no responde, obviamente, al afán de regular ciertos aspectos de la vida ciudadana, sino al de crear un caldo de cultivo de la ideología que subtiende toda su actividad política.
3. La manipulación de los empresarios La función del empresario en la sociedad es ineludible y debe ser apreciada en alto grado, pues implica de ordinario una medida considerable de riesgo, exige talento y espíritu emprendedor, produce graves tensiones y no concede, en muchos casos, un momento de respiro. La empresa actual está sometida a las exigencias de la competitividad y a las normas de la lógica propia de la actividad productiva y comercial. De ahí que el empresario se vea instado a mantener una disciplina estricta y a cumplir con rigor las normas de la producción. Eso explica que muchos empresarios no parecen tener otra meta que lograr los beneficios necesarios para triunfar en su aventura. Esta forma unilateral de encarar su vida profesional los lleva con frecuencia a considerar a los trabajadores como "material humano", es decir, como un medio entre otros para conseguir los fines de la empresa. La expresión entrecomillada es fruto de una actitud gravemente reduccionista: se ve al trabajador como una simple pieza del engranaje de la empresa, no como una persona, dotada de la rica complejidad que ostenta por ser un "nudo de relaciones". El empresario sensible a la dignidad de la persona humana procura que las distintas formas de trabajo tengan verdadero sentido para quien las realiza, y los empleados se hagan cargo de ello y tengan conciencia de estar colaborando animosa y lúcidamente a la buena marcha del proyecto en que se halla inserto. La Doctrina Social de la Iglesia está impulsada por esta finalidad básica: garantizar la dignidad personal que a menudo es conculcada por las prácticas manipuladoras. En esta misma línea se advierte hoy en diversos países un noble afán de vincular la actividad empresarial y el desarrollo ético de quienes la llevan a cabo. Suele decirse que "la ética es rentable para la empresa". Las clases dirigentes han advertido que la formación ética de los trabajadores incrementa la eficacia de su trabajo. Esto es cierto y valioso, pero mayor valor encierra el hecho de que, al vincular el interés por aumentar la productividad y el afán de promover la calidad humana de los trabajadores, se convierte el trabajo en un medio de formación y en una fuente de satisfacción para cuantos comparten, en diversos niveles, la responsabilidad de la empresa. La gran tarea de la Filosofía del trabajo consiste actualmente en aprender el arte de ser implacablemente competitivos, con toda la dureza que implica, y ayudar cordialmente a las personas a desarrollarse de modo cabal.
4. La manipulación de los intelectuales El planteamiento tendencioso de los temas permite a ciertos intelectuales presentar como plausibles algunas interpretaciones de sucesos, actitudes y orientaciones que un examen riguroso descubre como falsas. Se considera, por ejemplo, que no existe otro método para conocer la realidad que el científico, y se concluye que el conocimiento ético y el religioso son "irracionales", ya que dependen más bien del sentimiento que de la razón. Esta posición es inaceptable. Un científico tiene pleno derecho a sentir entusiasmo por el método que le permite avanzar en el conocimiento de la parcela de realidad que acota la ciencia como su campo propio de acción. Pero comete una desmesura si afirma que sólo ese método constituye una vía legítima para conocer la realidad. Debemos distinguir en nuestro entorno modos diferentes de realidad y precisar cuál de ellos estudia la ciencia y cuáles son objeto de atención por parte de otras disciplinas. Durante siglos, los científicos han tendido a considerar su método de conocimiento como el único eficaz y auténtico. Y es hora de admitir, para bien de todos, que cada disciplina acota una vertiente de la realidad como objeto peculiar de conocimiento, y, si cumple las exigencias que tal objeto plantea, puede darle alcance y enriquecer el conocimiento humano. Valerse del prestigio de la ciencia para alzarse con el monopolio de la verdad y de la capacidad investigadora significa una reducción de las posibilidades del hombre. Este empobrecimiento concede a la ciencia una autonomía total en cuanto a métodos y metas. Parece que puede prescindir de toda exigencia y norma ética, así como de todo ideal valioso. Esa autarquía sirve a los científicos para llevar adelante sus investigaciones sin la menor traba, guiados solamente por la lógica interna del método propio de su especialidad. Tal libertad se traduce en un incremento rápido del saber teórico y del poder técnico. Este poder, desconectado de toda Ética del poder, constituye a medio plazo un grave riesgo para la humanidad. Cuando sólo se atiende al desarrollo del saber científico y técnico, cada nuevo logro significa un triunfo. Para el gran físico alemán Otto Hahn, inventar la fisión del átomo de uranio constituyó el gran éxito de su vida. Pero poco tiempo pudo celebrarlo, ya que, algunos meses después, ese adelanto científico hizo posible alcanzar la cumbre técnica que significa la construcción de la bomba atómica y pulverizar dos bellas ciudades japonesas en unos instantes. Al enterarse de que su hallazgo científico se había convertido en instrumento de devastación, el genial investigador sintió la tentación de poner fin a su vida por verla carente de todo sentido. Su compañero de cautiverio, el gran humanista y científico Werner Heisenberg, contó emocionado esta anécdota en una conferencia pronunciada en Munich pocos días después de enviar a Konrad Adenauer el Manifiesto antiatómico en el que afamados científicos manifestaron su decisión de no investigar los secretos de la materia sino para fines pacíficos. En sus Memorias, publicadas en castellano con el título Diálogos sobre la física atómica, relata Heisenberg las divergencias que había tenido con Hitler respecto a la finalidad que debe perseguir la investigación de las partículas elementales.
La ciencia debe reconocer sus límites Los científicos más avisados cobran cada día una conciencia más clara de que la ciencia no ha de procurar sólo su propio triunfo por la ilusa creencia de que el avance en el saber teórico y técnico se traduce automáticamente en una mayor felicidad humana. Los biólogos, especialmente los genetistas, saben bien que la investigación se halla actualmente bordeando simas muy peligrosas y debe llevarse a cabo con precaución, por afán de hacer bien al hombre, no de progresar a cualquier precio en el conocimiento de la realidad y en el poder de transformación de la misma. En qué consiste el bien integral del ser humano y cómo se logra es una cuestión ardua que no puede clarificar la ciencia a solas, en virtud de su propio método de análisis. Requiere la colaboración de otras disciplinas. Lo advierte Robert Jungk en su libro El futuro ya ha comenzado: "Los científicos y los técnicos que se apoyan en sus conocimientos creían de ordinario poder operar al margen de los criterios valorativos propuestos por las diferentes religiones y éticas. Pero, ahora, las consecuencias del inmenso poder técnico que han adquirido les han obligado a ocuparse de las cuestiones filosóficas, teológicas y sociológicas que antes consideraban superfluas". Por la fuerza de propulsión de su propio método, toda disciplina tiende a extender indefinidamente el área de su conocimiento y aplicación práctica. Es justa esta tensión hacia cotas más altas, pero se torna súbitamente injusta -es decir, no ajustada al ser del hombre- si no se alía con la preocupación por el bien global de la Humanidad, al que toda actividad humana debe servir. Desgajar la actividad científica o técnica del conjunto de la vida humana significa una alteración de su sentido, una reducción de su valor. Este rebajamiento de rango facilita que se la tome como medio para fines ajenos a la auténtica vocación del hombre. Tal desajuste es provocado por los manipuladores para poner el inmenso poder de la ciencia y la técnica al servicio del dominio de las gentes. Una vez más descubrimos la "parcialidad" o "unidimensionalidad" como una característica básica de la actividad manipuladora. En este sentido, la labor crítica realizada por la Escuela de Frankfurt puede servir de ayuda para liberarnos del yugo de la manipulación y recobrar el lenguaje secuestrado: "Sin valoraciones, es decir, sin la razón que opina -escribe F. Böckle -, no puede realizarse ningún orden social. Para esto no basta la racionalidad puramente empírica". "El módulo de pensamiento de las ciencias exactas no puede aplicarse sin más a la sociedad. La condición de la verificabilidad experimental conduce necesariamente a la contemplación unidimensional del hombre. En este sentido, la 'teoría crítica' tiene razón al oponerse a tal 'modelo operacional' exigiendo una transformación cualitativa del comportamiento del hombre para lograr un ordenamiento más humano de la existencia". Esta despreocupación de muchos científicos por la vertiente "humanista" de la existencia fue delatada, asimismo, por un científico tan prestigioso como J.M. Rodríguez Delgado: "El estudio en el campo de la filosofía y de la introspección viene considerado generalmente como una distracción que no tiene relación directa con la preparación de los futuros miembros de la sociedad industrial, y la conclusión de que el hombre puede tener más éxito en este mundo si no gasta demasiado tiempo en estudiar sus relaciones con él fomenta todavía más la divergencia entre el mundo técnico y el mundo de las ideas". El gran científico contemporáneo Theodosius Dobzhansky subraya el riesgo que implica dar por hecho que sólo el método científico de conocimiento es riguroso y constituye la única base sólida con que cuenta el hombre para orientar su vida. "Dewey -escribe- consideró acertadamente como un 'escándalo intelectual' la separación entre la ciencia y la ética y los valores". En efecto, resulta injustificado que un científico no reconozca los límites de su método y se lance a determinar, desde su perspectiva propia, cuestiones que por principio no son accesibles desde ella. En un acto homicida hay multitud de ingredientes físicos y biológicos que son objeto de investigación científica, por ejemplo la energía que se despliega al mover el brazo agresor; pero el sentido de tal acción es competencia de la Ética, no de la ciencia física o biológica.
5. La manipulación de los políticos La política debiera ser el arte de configurar la vida social del modo más adecuado posible a la vida humana. Actualmente, sin embargo, se está convirtiendo a menudo en el arte de engañar y seducir, mejorar la imagen propia y desfigurar la ajena, guardar las apariencias para ganarse las voluntades. No se ponen las cartas boca arriba; se las vuelca y se las marca para vencer a la gente de buena fe. Pero conviene proclamar que las muchas trampas destruyen el juego. El tramposo vive a costa del que respeta las normas. Para engañar sin ser advertido, el político demagogo tiende a reducir el voltaje moral de las gentes para amenguar su capacidad de exigir una mayor calidad en el planteamiento de los problemas y la búsqueda de soluciones. El afán de tales políticos no se dirige a perfeccionar la vida de las personas, sino a conseguir que éstas adopten como ideal de su vida lograr el bienestar mediante la posesión y el consumo de bienes. Si lo hacen, juzgarán al poder político sólo desde el punto de vista de la eficacia en orden a garantizar la holgura económica. Esta tendencia de ciertos grupos políticos explica que actualmente no se ataque un determinado tipo de moral y se defienda otro; se procura dejar de lado la dimensión de la moralidad y el sentido de la vida. Se muestra de una forma y otra -a través, por ejemplo, de la conducta de los héroes cinematográficos y de personajes famosos- que es posible llevar una vida normal, plenamente racional, incluso espectacular, sin la menor preocupación por conferir un sentido pleno, éticamente valioso, a las propias acciones.
6. La manipulación de los dirigentes En la vida política, en la familiar, la académica, la religiosa... pueden darse abusos de poder. Si el que tiene el mando toma a los "súbditos" como medios para unos fines particulares, ajenos al bien común, se extralimita; manipula. Un político que dedica fondos públicos a ciertos fines con el mero propósito de obtener votos para su grupo manipula a los contribuyentes, no administra sus bienes con el debido respeto. Un profesor que convierte la clase en un lugar de reclutamiento astuto de futuros adeptos a su ideología política realiza una labor manipuladora. No así el que presenta unos valores y da razón de su importancia para el hombre. Este profesor es un guía, un maestro, porque se dirige a la inteligencia y la libertad de los alumnos. El superior religioso a cuyo juicio ser obediente se reduce a considerarse como arcilla en manos del alfarero y trata a sus súbditos como meras piezas de relleno para cubrir puestos vacantes gobierna de modo manipulador. La forma sana y justa de ejercer la autoridad es la que promociona al tiempo que manda. Recordemos que la palabra autoridad procede del término latino auctoritas, y éste de augere, promocionar, de donde se deriva el autor. Autor es el que promueve y realiza algo: un libro, un proyecto, una actividad... Ser capaz de ello significa un poder, una virtus, una virtud. Ordenar significa dar órdenes, pero también orientar la conducta de forma virtuosa, facilitar pautas eficaces para lograr una actividad llena de sentido. Una acción tiene sentido pleno cuando encierra el valor que le compete. Mandar con autoridad implica saber descubrir los valores a los súbditos. Pero un valor sólo puede ser descubierto a quien lo asume activamente, de forma lúcida y razonada. He aquí la razón profunda por la cual el mando auténtico, el promocionante, va necesariamente unido con un diálogo que sea fuente de clarificación. Un mandato emitido a distancia es entendido fácilmente como una coacción. Parece destinado, más bien, a promocionar al que manda que al mandado. Si la orden es emitida a la luz que ha brotado en un diálogo clarificador, va orlada con un carácter patrocinador a todas luces. El jefe, superior o gobernante que busca, en diálogo con los súbditos, el bien común no renuncia a su deber de ordenar con autoridad, pues a él compete dirigir la sociedad, y toda dirección exige que alguien tenga la última palabra. Renuncia a la posibilidad de manipular, de convertir a los súbditos en meros medios para unos fines. Lo contrario de la manipulación del poder es el diálogo. Avenirse a dialogar no significa en el superior un acto de benevolencia obsequiosa con el súbdito, sino el reconocimiento sensato de que la autoridad debe ejercerse a la luz de la verdad, y a la verdad no se llega a solas sino en comunidad. Una orden emitida después de un diálogo auténtico y en virtud de la luz ganada en el mismo no es nunca manipuladora, sino promocionadora. Por eso el diálogo entre quienes desempeñan papeles de dirección y de subordinación es indispensable para coordinar la solución de los problemas y la salvaguardia de la dignidad personal. Esto es obvio cuando se trata de personas adultas, que no deben verse nunca reducidas a meros "súbditos" o seres "inferiores", opuestos drásticamente a quienes ejercen de "superiores". Los niños pequeños son incapaces de dialogar acerca de lo que deben hacer o evitar. Conviene, por ello, que el educador se adelante a darles normas, por vía de orientación y encauzamiento. Pero no ha de hacerlo de forma brusca y altanera que dé al niño la impresión de que tales normas emanan sencillamente de la voluntad arbitraria de los mayores. Debe aprender el arte de dialogar en forma asequible con los destinatarios de su labor formativa. El manipulador finge siempre que dialoga para ganarse las voluntades, pero dirige el diálogo de tal forma que lo desvirtúa. Hacer una encuesta significa una forma de diálogo. Da la impresión de que el pueblo es consultado porque se tiene en cuenta su opinión. El que da órdenes, promulga leyes y orienta la vida social en virtud del conocimiento de la opinión pública que le facilitan los sondeos parece ejercer la autoridad de modo dialógico. Pero, si tal gobernante se cuidó de inocular en el pueblo ciertas ideas y actitudes antes de hacer la encuesta, ha recogido del pueblo las opiniones que él mismo había suscitado de antemano. En tal caso no hubo diálogo, ni voluntad promocionadora del pueblo, sino afán de dominio absoluto. Este dominio puede proseguir mediante la promulgación de leyes que contribuyan a alejar al pueblo de los grandes valores y amenguar sus defensas espirituales. Es bien sabido que las leyes no son importantes sólo por lo que mandan o permiten, sino también por el espíritu que irradian.
7. La manipulación de los educadores Los tiranos procuran por todos los medios que las personas se mantengan en un nivel cultural bajo, para que su poder de discernimiento sea mínimo y resulten fácilmente manipulables. "En sociedades y estados autoritarios -escribe B. Häring- se orienta todo el proceso de la educación a obtener ciudadanos dóciles y fáciles de manipular, y se evita o reprime todo lo que puede suscitar un espíritu crítico". También en los regímenes democráticos, el que desea vencer sin convencer suele encauzar los planes y métodos de estudio en forma tal que no se fomente el poder de discernimiento, la sensibilidad para los grandes valores, el entusiasmo creativo, el afán de realizar tareas relevantes. Con el pretexto de "desdramatizar" los problemas, se banaliza la vida humana. Bajo capa de liberalismo -mal entendido-, se lanza a las gentes al cultivo de las experiencias de vértigo que enceguecen para lo valioso y amengua la libertad para la creatividad. El afán de poder suele proclamar su interés por la cultura, pero se trata de una cultura que tiende a dominar, no a crear unidad. De ahí el fomento de las ciencias en detrimento de las humanidades, y, lo que es peor, el interés por orientar la potencia creadora del hombre, sobre todo de los jóvenes, hacia modos interculturales de actividad, interculturales por no creativos.
Este tipo de manipulación educativa opera en vinculación soterrada con la manipulación ideológica. Como es sabido, el escritor italiano Antonio Gramsci elaboró toda una táctica para lograr el poder político a través del dominio cultural. Este dominio intenta alcanzarlo a través de un proceso en el cual las ideas y los sentimientos de los intelectuales son asumidos por el pueblo y se convierten en una fuente de energía revolucionaria. "Cuando se consigue -escribe introducir una nueva moral conforme a una nueva concepción del mundo, se termina por introducir también esta concepción, es decir, se determina una reforma filosófica total". Queda aquí patente que la difusión de ciertos criterios éticos o bien el fomento de una actitud de indiferencia ante toda posición ética no se reduce a una cuestión "práctica"; tiene un alcance "teórico" que afecta al modo de orientarnos en la existencia. También, a la inversa, las ideas -según Gramsci- han de ser convertidas en impulsos para un tipo determinado de acción. De ahí la necesidad de otorgar a las gentes una amplia formación intelectual que les permita asumir de modo activo las metas sociopolíticas que se les propongan. "Crear una nueva cultura no significa sólo hacer individualmente descubrimientos, significa también -y especialmente - difundir críticamente verdades ya descubiertas, socializarlas -por así decir- y, por consiguiente, convertirlas en base de acciones vitales, en elemento de coordinación y de orden intelectual y moral. Llevar a una masa de hombres a pensar coherentemente y de modo unitario el presente real y efectivo es un hecho filosófico mucho más importante y original que el descubrimiento por parte de un genio filosófico de una nueva verdad que se convierte en patrimonio exclusivo de pequeños grupos intelectuales". Enseñar al pueblo a pensar con rigor es, efectivamente, una tarea de primer rango, que exige vivir las cuestiones básicas hasta el fondo y exponerlas con fuerza imaginativa de tal modo que los demás se adentren asimismo en ellas y las comprendan por dentro. Ahora bien. Esta labor no debe realizarse con el fin de adquirir poder y dominio sobre el pueblo, sino de conferir una verdadera libertad interior. La educación de las personas no ha de constituir nunca y bajo ningún pretexto, por noble que parezca, un recurso estratégico para conseguir un fin ajeno a ellas. Debe ser la puesta en marcha de la personalidad de cada ser humano, que es un fin en sí mismo y no un medio, como bien destacó el filósofo Immanuel Kant. En este momento cobra especial vigencia la siguiente observación de Gabriel Marcel, uno de los pensadores contemporáneos más preocupados por el destino del hombre: "Probablemente, de lo que el mundo actual tiene mayor necesidad es de educadores. Desde mi punto de vista, ese problema de los educadores es el más importante, y aquí es donde la reflexión filosófica debe ser puesta a contribución". Es urgente aplicar los resultados de una investigación filosófica penetrante al quehacer formativo. Con esta aplicación lograremos evitar que el proceso educativo sea puesto al servicio de los demagogos, como suele suceder según B. Haering: "La educación es la plaza de mercado al que concurren las diferentes ideologías y aquellos que ponen su esperanza principalmente en manipular a otros".
8. La manipulación de los constructores y urbanistas Todo el que construye edificios y puentes, diseña barrios y levanta urbanizaciones turísticas debiera conocer a fondo lo que es el entorno humano auténtico. El que se entrega al ideal del dominio tiende a considerar el suelo como un lugar explotable comercialmente - visión económica-, como un medio para resolver el problema de expandir la ciudad y dar acomodo a los inmigrantes -visión administrativo-política-, como un lugar de esparcimiento - visión turística-... Si uno persigue el ideal de la unidad, ve el espacio circundante como una posibilidad para crear ámbitos de vida humana. Al diseñar un barrio, lo dotará de cuanto requiere para ser habitable por seres personales: espacios libres, parques, iglesias, escuelas... La cuestión económica la tendrá en cuenta, pero no fijará la atención obsesivamente en el afán de obtener el máximo lucro posible. Considerará al mismo tiempo otros aspectos: el bienestar, el deporte, la salud, la belleza, la vida cultural y religiosa. Esa forma global de abordar los problemas es propia del pensamiento relacional, que el hombre cultiva cuando descubre en su entorno no sólo objetos sino ámbitos. El que se despeña por el vértigo de la ambición y ofrece viviendas a la gente pero no un ámbito de vida personal comete un atropello ecológico y ético al mismo tiempo. Ecológico, porque afecta al entorno humano. Ético, pues no permite al hombre desarrollar su tendencia al encuentro y lo deja cercado en el asfixiante círculo de los hogares-colmena. En muchísimas ciudades, las calles y plazas han dejado de ser lugares de encuentro reposado para convertirse en espacios de tránsito febril. Los niños no encuentran sitios de esparcimiento adecuados. Los adultos, para conversar, tienen que refugiarse en viviendas privadas o en el recinto ruidoso de las cafeterías. La ciudad ya no invita al intercambio personal. Cuando los hombres disponen de tiempo para relacionarse, huyen de la ciudad a las viviendas individuales que poseen en el campo. Tal huida puede significar una renuncia al encuentro y la creatividad. El hombre no puede ser creativo a solas; necesita un entorno adecuado. Ortega y Gasset acuñó la frase: "Yo soy yo y mi circunstancia". Es una expresión certera, a condición de que no se entienda la circunstancia como un conjunto de objetos y meros espacios sino como una trama de ámbitos. El entorno verdadero del hombre viene constituido por un tejido de ámbitos, realidades que merecen respeto y no deben ser sometidas a ningún tipo de manipulación envilecedora. La manipulación del espacio por parte de los constructores dificulta al máximo la creación de ámbitos. En la misma medida destruye la verdadera cultura y empobrece la vida del hombre hasta la asfixia.
9. La manipulación de los médicos Si un médico obliga a un paciente innecesariamente a someterse a una red de análisis y exploraciones, lo manipula, lo reduce a mera fuente de ingresos. El director de un centro sanitario que coacciona a un profesional de la medicina para que tome parte en una intervención abortista o eutanásica que le resulta aversiva comete un acto violento de manipulación, porque el cometido de tal profesional es curar y aliviar, no eliminar vidas. Tal género de manipulación reduce al médico a medio para conseguir fines que él considera ajenos a su profesión.
10. La manipulación de los biólogos y genetistas La investigación científica abre actualmente la posibilidad de intervenir en el futuro del hombre y de la misma especie humana. Este horizonte se muestra lleno de venturosas esperanzas y de riesgos escalofriantes. El investigador que, sin mayores razones, se arriesgue a afirmar que todo lo factible es aceptable y que lo científicamente posible acaba siendo inexorablemente realizado manipula la opinión pública y crea un clima propicio a graves desmesuras. La historia reciente nos advierte que resulta excesivamente peligroso considerar que el avance científico significa siempre un progreso del hombre hacia cotas de mayor felicidad. Esta advertencia es desoída a menudo por la decisión "ideológica" de favorecer cuanto suponga apertura de nuevas posibilidades, sea cual fuere su valoración ética. Conviene advertir cómo se engarzan la manipulación biológica y la ideológica mediante el recurso de conectar una serie de ideas y convicciones entre sí. Se piensa que el método científico es la vía por excelencia, la mejor, la única auténtica para el conocimiento profundo de la realidad, pues la penetración en los secretos del universo permite dominar las fuerzas naturales, elaborar artefactos de todo tipo, mejorar la calidad de vida de las personas, elevar el grado de felicidad de las gentes. Como hacer el bien a la Humanidad encierra un alto valor ético, se concluye que todo experimento científico que incremente el saber está justificado éticamente.
11. La manipulación de la prensa y los espectáculos Los medios de comunicación tienden por principio a satisfacer la necesidad de información que siente el pueblo. El pueblo tiene derecho a estar informado, y hace surgir de sus filas grupos que se especializan en el arte de informar. Esta actividad procede de un derecho y supone, por tanto, un derecho. Al constituirse en sociedades, los medios de comunicación cobran independencia respecto al pueblo del que proceden y al que deben servir. Un grupo que se propone una meta queda sujeto a las leyes que rigen el tipo de actividad que conduce a ella. Todo medio de comunicación se configura en secciones, y éstas deben ser llenadas día a día y requieren material adecuado. Debido a ello, la sociedad acaba siendo reducida a la condición de mera fuente de "material noticiable". Ya sabemos que "noticiable " es para un periodista lo llamativo, lo novedoso. Por urgencias de su modo de ser, los medios de comunicación se convierten con frecuencia en voceros de lo no cotidiano, lo anormal, lo raro y excepcional; pero lo excepcional sobre todo de signo negativo, pues lo positivo atrae menos la atención. Un periódico norteamericano que se propuso ofrecer casi en exclusiva buenas noticias y se llamaba precisamente Good news fracasó. Ahora bien. Lo anormal no suele ser edificante. Lo poco edificante tiene en los medios de comunicación un foro espléndido de exhibición y magnificación, pues ya sabemos que el mero presentar algo y prestarle atención lo exalta. Hagan un recuento de argumentos de películas, y vean en qué medida prevalecen las conductas desarregladas sobre las ordenadas. Un matrimonio que vive feliz no es noticiable, no ofrece el desgarramiento que produce tensión y aviva el interés. Para los medios de comunicación y los espectáculos, lo importante se reduce casi siempre a lo interesante, lo excitante, lo que estimula los sentidos y enciende la pasión. Una cadena televisiva de cierto país basó la campaña publicitaria de su lanzamiento en esta frase: "La llave de la pasión". Y a su flanco se presentaban imágenes de escenas "apasionantes". Por la necesidad diaria de ganar clientela y mantenerla, los medios de comunicación se ven urgidos a dar primacía a lo espectacular sobre lo profundo. Ello supone un cultivo prevalente de lo banal sobre lo valioso. Pero la sensibilidad humana se embota rápidamente, por razones internas, y requiere cada vez estímulos más incitantes si ha de conservar el mismo grado de vivacidad y excitación. Los medios de comunicación necesitan adoptar un ritmo rápido que no dé respiro a quien los lee, oye o contempla. Este río de impresiones superficiales de todo orden anega el espíritu del hombre, no lo fecunda, porque invita a la recepción pasiva, que es una forma de vértigo. Tal agitación rítmica ha de unirse con la forma agresiva de presentar los contenidos a fin de que produzcan "impacto". De ahí que, en los medios de comunicación, el "altavoz" prevalezca sobre el mensaje transmitido a su través, de modo semejante a como, en ciertos tipos de mal llamada música, el martilleo rítmico y el volumen exacerbado del sonido ocultan del todo el núcleo musical. Estos recursos y otros semejantes son movilizados para convertir las personas en clientes y salvar el aspecto económico de la empresa. Pero ésta juega un papel ineludible en el concierto sociopolítico de cada momento. Toda su actividad está dirigida por un grupo de estrategas que persiguen una meta. Esa meta consiste en difundir un sistema de ideas abierto, flexible, dialogante con los demás, o bien, por el contrario, una ideología, un sistema de ideas calcificado, cerrado en sí, monologante. En el primer caso, el medio de comunicación pondrá las cartas boca arriba, defenderá sus convicciones abiertamente, aportará razones, se dirigirá a la inteligencia de sus destinatarios. En el segundo caso, convertirá la información en propaganda, movilizará todos los recursos manipuladores para seducir al lector con ideas y orientaciones que no sabe defender gallardamente. Los medios de comunicación que siguen esta línea se convierten en persuasores ocultos, "seductores secretos".
Dos casos de manipulación periodística El editorial de un periódico de gran tirada tenía por título: La histeria de Reagan. Sabemos que el lector de periódicos actúa con rapidez, lee los grandes titulares y, en caso de sentir interés por algún tema, se anima a leer el primer párrafo. Si esto prende mucho su atención, prosigue la lectura. Pocas veces lee entero un artículo o crónica. Más bien se pasa al párrafo último con objeto de ganar una idea del conjunto. Este ritmo rápido lo tiene en cuenta el manipulador para dosificar cuidadosamente los incentivos que sirven a sus fines. Así, en este editorial, el primer párrafo indicaba que el entonces Presidente de Estados Unidos había sufrido un ataque de histeria y había tomado unas medidas desmesuradas contra el uso del alcohol y la droga. Yo decidí no dejarme llevar por la tendencia general del lector de periódicos, y seguí leyendo. Mi sorpresa fue grande al observar que el segundo párrafo del editorial estaba consagrado a transmitir cifras escalofriantes sobre el número de alcohólicos y drogadictos que hay en diversos países. Seguidamente, se aludía a la escalada en el consumo de drogas blandas y duras que se está dando en todo el mundo. En el último párrafo se reconocía que el problema es pavoroso, pero, con el fin estratégico de retomar el hilo del título y del primer párrafo, se concluía diciendo que es necesario hacer algo contra el alcoholismo y la drogadicción pero debe llevarse a cabo de forma tranquila y discreta, no con "el desaforado histerismo" del Presidente Reagan. Véase con qué astucia se dedicaron los espacios más impactantes del editorial -el titular, el primer párrafo y el último- a denigrar una figura relevante con el mero recurso de aplicarle unos términos peyorativos -histeria y desmesura-. El lector que haya leído el titular y el primer párrafo y, para redondear la información, haya corrido la vista rápidamente hacia el último se quedó con la idea de que este prestigioso diario lanzaba un ataque demoledor contra el Presidente Reagan. Es incalculable el daño que se puede hacer a una figura pública y -lo que es peor- al sistema de ideas que ella representa cuando un día y otro, tomando pie de cualquier motivo, se los zahiere sin dar razón alguna que pueda ser sometida a un análisis serio. El subdirector de un programa de radio estatal manifestó en una entrevista escrita que el equipo director del mismo no es anticlerical y no quiere reírse del hecho religioso; se limita a "no tratarlo rigurosamente, sino en forma de ironía y chanza". Este profesional parece no saber que rebajar de rango una realidad constituye un acto de violencia y envilecimiento que resulta agresivo cuando se trata de algo que millones de personas consideran sagrado y vital, por constituir el sentido y el impulso de su vida. Pero no seamos ingenuos. Está lejos de ignorarlo; lo sabe muy bien y lo aplica a sus fines ideológicos. Es consciente de que un ataque frontal a lo religioso puede provocar una reacción adversa en el público creyente; por eso prefiere emboscar en la capa protectora de un supuesto "humorismo". Es el procedimiento cobarde y eficaz de la falacia manipuladora.
El abuso tiránico de la libertad de expresión Los que dirigen y dominan la prensa hablada y escrita proclaman enfáticamente que ésta es la garantía de las libertades cívicas siempre que disfrute de una libertad de expresión absoluta. Es cierto que la libertad de informarse y de informar constituye un freno para los que ostentan el poder. Pero ella, a su vez, constituye una forma de poder que puede desmadrarse y volverse manipuladora. De hecho, la capacidad de expresarse en público es privilegio de muy pocas personas, casi siempre profesionales de la política y el periodismo. La mayoría de los ciudadanos -incluso los que ejercen profesiones muy prestigiosas- se ven reducidos al papel de lectores, radioescuchas y televidentes. Apenas tienen posibilidad alguna de exponer sus opiniones de palabra y por escrito. Los periódicos reservan un pequeño lugar para los lectores, en la sección de Cartas al Director. Pero incluso esta mínima posibilidad de hacerse oír depende de la decisión del periódico, no del autor de la carta. En caso de polémica, este desequilibrio entre el poder de la prensa y el de la multitud de ciudadanos que carecen de medios de comunicación propios se hace abismal y dramático. Los recursos de un periódico para hacer sentir su prepotencia a quien se vea atrapado en una controversia son tan poderosos que hablar de libertad de expresión resulta un sarcasmo. Eres atacado en un periódico y pides derecho de réplica. Te lo conceden, haciendo alarde de liberalismo. Pero tardan en publicar tu contestación, te la mutilan, la sitúan en un lugar poco destacado, y al lado te colocan otro escrito adverso... Entre el cazador y la presa hay menos diferencia en cuanto a poder de atacar y defenderse que entre un periódico y un ciudadano que se enfrenta con alguien afecto al mismo. La prensa hablada y escrita ejerce actualmente un verdadero colonialismo de la opinión pública. Orienta al pueblo conforme a los dictados de su propia forma de pensar. Para ello selecciona los colaboradores, filtra las noticias, convierte las informaciones en interpretaciones y comentarios, destaca los datos que favorecen la propia posición o dañan la imagen del adversario ideológico. Basta confrontar dos periódicos o dos canales de televisión de orientación diversa para advertir de qué formas tan distintas puede interpretarse un mismo acontecimiento. Esta parcialidad -a veces sectaria - de los medios de comunicación resulta muy peligrosa, pues buen número de ciudadanos no tienen otro contacto con la realidad que el que les facilitan tales medios. Lamentablemente, no puede ni siquiera hablarse de contacto con la realidad, pues lo que se ofrece al lector no es la realidad de lo acontecido sino una interpretación de la misma. La mayoría de las personas se mueve espiritualmente en un mundo configurado por los medios de comunicación según sus apetencias partidistas. Si queremos perforar esta trama de interpretaciones y alcanzar en alguna medida la realidad en sí misma, debemos acudir a diversas fuentes de información y adoptar frente a ellas una postura crítica que permita ir entreviendo dónde está la verdad de cada suceso. Para tener poder discernimiento, es necesario conocer un tanto la técnica periodística, porque ello permite tomar distancia y descubrir multitud de trucos. A veces se concede un titular de tres columnas - que significa de por sí una alta valoración de lo notificado- a cuestiones insignificantes que el medio quiere magnificar. El que está advertido no cae en la trampa de leer sólo el título, sino que se adentra en la crónica para juzgar por sí mismo el valor de lo comunicado en ella. La persona dotada de poder crítico no deja que los medios piensen y juzguen por él. Mantiene la iniciativa en todo momento, aunque esté atenido a lo que se le ofrece a través de tales medios. Estos condicionan en gran medida a sus destinatarios. Pero no es menos cierto que ellos, sí tienen personalidad, pueden ejercer una presión nada desdeñable sobre quienes pretenden sojuzgarlos. En definitiva, el cliente manda. Pero esta forma de mando exige un grado de formación no pequeño, que puede y debe ser adquirido por todo el que desee conservar en alguna medida la libertad interior que le compete como persona. El que es verdaderamente libre procura que los medios nutran su espíritu y no lo anegan. Es utópico esperar que los medios colaboren, siquiera mínimamente, al logro de tal formación. Sería limitar su libertad de maniobra, y esto resulta intolerable a quienes no admiten que la libertad de elección ha de estar supeditada al logro de valores más elevados que el que ella implica. Para no tener que perfeccionar su idea de libertad -lo que supondría una renuncia a las prácticas manipuladoras-, los medios suelen aferrarse a un estilo superficial de pensar y de expresarse.
Engarce de la manipulación ideológica con las demás formas de manipulación Por razones de claridad, hemos distinguido diversas formas de manipulación, y hemos destacado entre ellas la ideológica. Era necesario hacerlo, debido a la temible peligrosidad que implica en sí misma y, además, porque los otros tipos de manipulación -la comercial, la intelectual, la política, la científica, la médica...- van aliados siempre con algún tipo de manipulación ideológica. La propaganda comercial no sólo promociona un producto; difunde una mentalidad consumista, hedonista, ambiciosa de parecer y destacar. El gobernante impone una interpretación del poder que facilita el ejercicio tiránico del mismo. Las leyes son promulgadas con frecuencia para regular conductas ya existentes, pero esas conductas han sido provocadas a través de una propaganda estratégica y son fomentadas ahora mediante el refrendo de la ley. Al promulgarse, suele decirse que se regula democráticamente lo que ya está en la calle, pero en rigor se está dando carta de naturaleza a lo que previamente se había decidido que sucediera. En una lección posterior veremos de cerca cómo se ha vinculado la actitud ideológica con la manipulación del lenguaje para hacer plausible ante la opinión pública la ley despenalizadora del aborto en tres supuestos. Ahora vamos a descubrir el nexo de la manipulación comercial y la ideológica a través de varios anuncios comerciales. Bajo el título "En el futuro no renuncie a nada" se presenta un coche de espléndida figura y se exponen sus lujosas prestaciones. Esta exhibición de lujo va inspirada por la idea hedonista de que no debemos prescindir de nada que resulte apetecible y gratificante. Con el expresivo lema "¡Déjate seducir!", una atractiva señorita ofrece un coche a un joven que permanece indiferente. La chica va vestida del mismo color que el coche y habla en plural para hacer causa común con él. De forma decidida afirma que ambos van a seducir al joven. Para ello se dirige a éste, con la falda levantada por las oleadas de entusiasmo que suscita el coche, y, mirando hacia arriba en actitud segura de sí, le promete que va a vivir una experiencia única, con una realidad de hermosa figura, "impresionante por fuera y llena de detalles por dentro". La interferencia constante -en la imaginación del lector- entre el coche y la joven confiere a estas palabras un carácter picante y seductor. Parece que se está ofreciendo al lector una aventura erótica, cuando en realidad sólo se le garantiza el viajar en coche, en un coche como cualquier otro. Pero la invitación a dejarse seducir crea un espíritu de hedonismo y fascinación. "Disfruta, gozarás, déjate seducir..." son palabras que instan a entregarse a las gratificaciones fáciles. Un anuncio comercial centra la atención del lector en este lema: "Hay quien sigue las tendencias y hay que las marca". Obviamente, quiere halagar la pasión por sobresalir, por ser una persona que lleva la delantera y pone el sello a la vida social. Invita a destacar en personalidad, empuje, disfrute de servicios y sensaciones, temperamento, elegancia, satisfacción de todos los deseos, estilo propio. Con el lema "Objeto de deseo" se ofrece un coche y se agrega que "está hecho a la medida de tus deseos". La idea de que alguien se anticipa a tus necesidades halaga tu vanidad. Te sientes protagonista. La técnica está pendiente de tus gustos, tus anhelos, tus tendencias...
La manipulación ideológica afecta a las raíces de nuestra conducta, a la orientación que damos a nuestra existencia, a la concepción del mundo y de la vida que otorga sentido a nuestro ser. La manipulación comercial determina algunos de nuestros actos de elección. La manipulación ideológica decide nuestra opción fundamental: la del ideal que orienta e impulsa nuestra existencia. Con ello domina totalmente nuestra voluntad y nuestro sentimiento. Se adueña de nuestro espíritu. Ejercicios Vea con ojos críticos la televisión y el cine; contemple de modo penetrante revistas ilustradas; oiga con atención los comentarios que se hacen en las tertulias radiofónicas a diversas cuestiones de actualidad..., y destaque los casos de manipulación que advierta. Reflexione sobre su modo de tratar a otras personas: amigos, hijos, padres, alumnos..., con la intención precisa de descubrir posibles actitudes manipuladoras. Advierta cómo se incrementan en ciertos espectáculos los elementos que -según los organizadores- aumentan la audiencia. Los que se dejan seducir por esas ofertas interesadas de erotismo y violencia ¿son conscientes de que están siendo reducidos a la condición paupérrima de "meros clientes", "consumidores de caramelos envenenados"?
Lección 3ª Para qué se manipula Como vimos en la primera lección, a las personas y a los pueblos se los manipula para adquirir dominio sobre ellos e incrementar el propio poder: poder político, económico, cultural... Actualmente, se intenta dominar a personas y pueblos de forma masiva y fácil. Dominar a las personas individualmente resulta muy lento y -aunque parezca extraño- es más difícil que sojuzgar espiritualmente a todo un pueblo a la vez. Para conseguirlo, basta reducir los grupos sociales a meras "masas". Saber de modo preciso cómo se realiza tal reducción nos da luz para comprender mil fenómenos de la vida actual. Reducción de las comunidades a masas por vía de asedio interior La reducción de un grupo social a mera masa se logra con relativa facilidad mediante un tipo solapado de asedio interior. Si se acerca a un grupo humano y se lo acosa desde fuera, se le insta a cerrarse sobre sí e incrementar la cohesión de sus miembros. La resistencia que éstos ofrecen a dejarse vencer resulta prácticamente invencible. Invencible , porque las personas cohesionadas entre sí forman una estructura, una unidad constelacional, en la que todos los elementos se hallan entretejidos, se sostienen unos a otros, instauran un orden vivo, flexible, resistente. Al estar dotada de tal energía y solidez, la comunidad humana resulta inexpugnable, pues las diversas formas de hostilidad exterior no hacen sino potenciar las virtualidades defensivas de la misma. Todo tirano, toda persona o grupo afanoso de poder a cualquier precio percibe claramente que lo más eficaz, aunque no lo más rápido, es sustituir el asedio exterior por el interior. Éste consiste en desvincular a tales personas de cuanto fomenta su poder creador. Una persona creativa funda modos elevados de unidad con otras personas, con instituciones, con el pueblo y el paisaje, con obras culturales, con diversos valores... Estos modos relevantes de unión crean tramas de vida comunitaria y otorgan a ésta tal firmeza que la hacen impermeable al acoso exterior. Ahora bien. Esa eficacia creativa depende de la vinculación del hombre con las realidades del entorno. Y esta vinculación es proyectada, sostenida e incrementada merced a la capacidad de descubrir los valores, entusiasmarse con ellos y asumirlos activamente en la propia vida como impulso, sentido y meta de la misma.
Las experiencias de vértigo anulan la creatividad La pregunta es ahora ésta: ¿De dónde arranca esa sensibilidad del hombre que le hace abrirse a la revelación de los valores, escuchar su apelación, volverse receptivo a la misma, vibrar con su excelencia, sobrecogedor ante su grandeza? Procede de su actitud inicial de generosidad, que lo dispone para realizar experiencias de éxtasis o de encuentro. Para tornar al hombre insensible a los valores, debilitar sus convicciones éticas, ahogar sus ideales y amenguar al máximo su capacidad de fundar modos valiosos de vida comunitaria, la vía regia -siniestra pero eficacísima- es fomentar en las gentes las experiencias de vértigo. Éstas exaltan al principio, prometen una conmovedora y rápida plenitud, y vacían al hombre por dentro. La impresión de ser succionado por el vacío que experimentamos al vernos privados de cuanto nos lleva a plenitud constituye el vértigo espiritual. El proceso de vértigo deja al hombre sin defensas interiores frente a las diferentes formas de seducción que moviliza el manipulador. Por eso el fomento de las experiencias de vértigo es la forma radical de manipulación, la raíz de todas las demás, la que las hace posibles y rentables. Nadie en una democracia debiera ignorar que el fomento de las experiencias de vértigo o fascinación y la concesión de amplias libertades para realizarlas significa un incremento de la libertad de maniobra en cada persona pero es, a la vez, el medio más expeditivo para someter los pueblos a servidumbre espiritual.
Cómo se destruye la creatividad y la vida comunitaria Si el hombre se abre espontáneamente a las realidades que le rodean, aprecia su valor y escucha sus invitaciones a colaborar, tiende por ley natural a formar agrupaciones, comunidades, sociedades. A medida que vive de forma comunitaria, advierte que, al hacer juego con otras realidades, descubre y acrecienta el sentido de ellas y el de sí mismo, y todos conjuntamente hacen surgir realidades nuevas de gran valor. Ello le insta a seguir perfeccionando la unidad creada e instaurar formas nuevas de unión. De este modo, el ser humano se va perfeccionando al tiempo que colabora a perfeccionar a quienes entran en relación de trato con él. Cuando nos encaminamos por esta vía creadora de unidad, adquirimos una energía espiritual creciente, la que se deriva del modo de vivir comunitario. El que desee desmantelar esta vida comunitaria no tiene más que una vía: cambiar nuestra orientación, conseguir que no nos dirijamos hacia los valores y su realización en la propia vida, sino hacia la reclusión en nosotros mismos y nuestras apetencias individuales, de forma que nos acostumbremos a elegir en cada momento con vistas a obtener gratificaciones inmediatas, no en función del ideal de la unidad. Este cambio de orientación decide el paso del éxtasis al vértigo, de la construcción a la destrucción. El manipulador dispone de astucia suficiente para persuadir a las gentes de que la saciedad que les procuran en principio las experiencias fascinadoras equivale a la plenitud personal que sólo pueden otorgarles las experiencias de encuentro. Para realizar esta tergiversación destructiva, el demagogo manipulador no tiene razones que aducir. La razón está en contra suya. Por eso prescinde de la razón, y procura astutamente que nadie la ponga en juego de modo lúcido. Para ello ?? fomenta un estilo de pensar y de hablar superficial, banal, incoherente, no ajustado a cada uno de los modos de realidad; ?? tacha de no progresista, anticuado y retrógrado a quien se cuida de pensar y expresarse de modo preciso; ?? propaga a través de mil ardides una actitud hedonista ante la vida, que sigue la ley del menor esfuerzo y provoca la entrega a experiencias de fascinación o vértigo que enceguecen para los valores; ?? ataca como irreal y fantasmagórica la convicción de que la vida humana auténtica sólo se configura cuando se persigue un gran ideal. Estas medidas y otras afines no tienen sino una meta: dar un giro total a nuestra vida y llevarnos a la autodemolición espiritual. Sopesemos bien esta observación, porque es una clave para entender mil fenómenos preocupantes de la vida actual y tomar medidas eficaces en orden a conservar nuestra libertad interior, es decir, nuestra capacidad de elegir en virtud de un ideal sumamente valioso. Si consigue el demagogo que las personas que integran una comunidad -familia, escuela, colegio profesional...- operen ese cambio, la vida comunitaria de las mismas pierde cohesión, se disuelve y se convierte en un montón amorfo de individuos aislados: una mera masa. La vida masificada se opone a la vida comunitaria. Una comunidad es un conjunto de personas que comparten convicciones éticas sólidas, ideales elevados, aficiones creativas. Cuando una persona colabora con otra a realizar algo valioso, establece con ella un vínculo sólido, fuerte, íntimo. La participación en lo valioso se traduce en comunión personal. La comunión es un modo de unidad muy hondo que supera notablemente en calidad a toda forma de yuxtaposición tangencial, por intensa que ésta pueda parecer. Es inmensamente útil para nuestra formación comprender bien en qué consiste la unidad y sus diferentes modos. Hemos destacado el modo altísimo de unidad que es la comunión interpersonal. Para lograr esta forma de unidad, debemos participar en algo que tenga un gran valor. Tal participación exige apertura de espíritu hacia todo lo egregio y una actitud de generosidad y humildad que evite la crispación del yo en sí mismo. Las diferentes personas se aúnan a través del común aprecio a algo relevante que las atrae y suscita su admiración desinteresada y su voluntad de participar activamente en ello, asumiendolo como impulso de su obrar. Esta orientación espiritual hacia lo que ofrece posibilidades creativas acrecienta el amor auténtico. Bien dijo Saint-Exupéry que "amarse no es mirarse el uno al otro; es mirar juntos en una misma dirección". El amor más profundo se genera cuando la mirada común se dirige hacia algo muy valioso.
El individualismo egoísta deja al hombre desvalido Ahora comprendemos perfectamente por qué la tarea del manipulador es procurar de forma solapada que cada persona no se enamore de los valores, en los que puede participar a una con otras personas, sino de su propia figura, y muera anegado en las aguas al intentar agarrarla y poseerla, como sucede en el mito de Narciso. El hombre preocupado sólo de sí mismo se destruye como persona al intentar poseerse, ya que: el afán de poseer se opone a la voluntad de colaborar, que está en la base del encuentro, y las formas de encuentro que nos desarrollan como personas exigen nuestra vinculación a realidades distintas de nosotros. Ahora bien. Un conjunto de personas bloqueadas dentro de sí e incapaces de crear relaciones de encuentro no constituyen una comunidad sino una masa.
Por estar invertebrado, falto de estructura, todo grupo humano masificado carece de fuerza cohesiva, de dinamismo y capacidad de resistencia. Es, por ello, muy vulnerable a todo intento de disolución. De ahí que el tirano -la persona o grupo que desea vencer al pueblo sin convencerlo- procure disolver las diferentes comunidades y grupos que integran la sociedad. A menudo intenta legitimar esta labor masificadora con el pretexto de que el "corporativismo" debe ceder el puesto al "igualitarismo". Confunde estratégicamente igualdad y desintegración, la retirada de privilegios y la anulación de las estructuras. En general, puede afirmarse que toda persona o grupo afanoso de poder tiende a destruir en la sociedad las formas de encuentro y de unidad más valiosas. Esa destrucción es una palanca poderosa para la conquista arrolladora de los pueblos. Conviene sobremanera advertir que actualmente se está llevando a cabo una forma de revolución solapada y radical, consistente en derruir por dentro las instituciones y comunidades. El medio para conseguir este propósito destructivo es enfrentar a comunidades e instituciones con una marea de individualismo insolidario. Esta actitud desarraigada crea paulatinamente un clima adverso a toda forma de auténtica creatividad y unidad. Es un clima ?? de permisividad, que reduce la unión matrimonial a una mera opción entre varias formas de cohabitación posibles; ?? de pluralismo ideológico, que anula la unidad espiritual en los centros escolares; ?? de igualitarismo revanchista, que inspira actitudes de resentimiento hacia quienes pertenecen a una institución o clase altamente cualificada; ?? de lucha de clases, que disuelve por dentro la unidad de grupos en principio bien estructurados; ?? de desarme moral, que fomenta la entrega a experiencias de vértigo, que no fundan unidad porque hacen imposible el encuentro. Este clima individualista fomenta unilateralmente la libertad de maniobra. El manipulador entorna los ojos y considera esta forma de libertad como la única y la modélica, e intenta que los demás practiquen ese mismo tipo de reduccionismo. Si lo consigue, mina de raíz su voluntad de fundar modos valiosos de unión y vinculación. Con ello pone las bases para dominarlos. Pero ¿es posible que las gentes acepten semejante tergiversación? Lo es si adoptan la actitud egoísta y posesiva que el demagogo manipulador presenta como propia de las personas dueñas de sí mismas, autónomas y plenamente libres.
Narciso perece al querer poseerse Conviene sobremanera meditar el mito de Narciso, que, como todos los grandes mitos, es fuente de sabiduría. Narciso se enamora de su propia imagen, que ve reflejada en las aguas de una fuente, y se deja fascinar por ella y quie re poseerla. Arrastrado por su voluntad de dominio, se lanza al agua, es llevado por la corriente y perece ahogado. Al buscarse a sí mismo, el hombre se deja seducir por su propia figura. La persona seducida queda empastada con la realidad seductora, al modo como el ahogado se fusiona con el agua que lo anega. El anegamiento de Narciso en las aguas que lo atraen mediante el señuelo de su encantadora y arrebatadora figura es la "imagen" simbólica de la asfixia lúdica, la incapacidad de hacer juego y vivir creativamente. Si se queda a solas consigo mismo, sin abrirse a las realidades del entorno, el hombre se cierra en sí, no puede hacer juego y se asfixia, se da jaque mate a sí mismo. Fijar la mirada en la propia figura no fomenta la auténtica "vida interior", que implica una relación creadora con realidades valiosas. Al contrario, saca al hombre de sí, lo enajena, le impide llevar vida normal. La vida normal del hombre, aquélla a la que se siente llamado por su naturaleza, es vida de interacción, comunicación, entreveramiento con todas las realidades circundantes, sobre todo con las que le ofrecen posibilidades de realizar acciones fecundas, llenas de sentido. Al plegarse sobre sí y polarizarlo todo en torno al propio yo, el hombre provoca un cortocircuito en su vida personal. Esta interrupción de la corriente que todo lo une y vivifica supone una especie de embolia que paraliza la vida humana y rebaja al hombre a un estado casi vegetativo. Nada ilógico que la experiencia de mirarse fijamente al espejo con una actitud de absoluto relax le haga sentirse a uno extraño a sí mismo y produzca un sentimiento de horror, porque altera la marcha normal de las cosas" "Yo recuerdo -escribe Unamuno- haberme quedado alguna vez mirándome al espejo hasta desdoblarme y ver mi propia imagen como un sujeto extraño, y una vez en que estando así pronuncié quedo mi propio nombre, lo oí como una voz extraña que me llamaba, y me sobrecogí todo como si sintiera el abismo de la nada y me sintiera una vana sombra pasajera. ¡Qué tristeza entonces! Parece que se sumerge uno en aguas insondables que le cortan toda respiración y que, disipándose todo, avanza la nada, muerte eterna". Al mirar de forma fascinada la figura del propio rostro en el espejo, nos fusionamos con ella, no conjugamos la cercanía y la distancia y no entramos en relación de presencia con ella. Por eso no captamos su sentido y nos vemos como alejados de nosotros mismos, extraños y ajenos, de modo que, al oír nuestra voz, nos parece provenir de fuera de nuestro yo. Esta incapacidad de reconocernos en nuestra voz y nuestro rostro suscita en nuestra ánimo un sentimiento de tristeza tan grande como amplia es la distancia a la que creemos hallarnos de nuestra plenitud personal. Sartre, en La náusea, expone de forma sobrecogedora que, al querer unirnos excesivamente con nuestra propia figura, la deformamos hasta el punto de que desaparece como tal: "Acerco mi cara al espejo hasta tocarlo. Los ojos, la nariz y la boca desaparecen: yo no queda nada humano". Al llevar al límite la inmediatez meramente física con una realidad y no mitigarse con ninguna forma de distancia de perspectiva, no podemos conocerla, porque no captamos su conjunto, la relación que tiene con otras realidades, el juego que hace en su situación. Ello explica que, vistas de esa forma, las realidades del entorno, incluso las más familiares, se desdibujan y adquieran un aspecto extraño y temible: "Veo una carne insulsa que se expande y palpita con abandonó. Los ojos, sobre todo, vistos de cerca son horribles..." "...El conjunto me da una impresión de algo ya visto que me embota: me deslizo lentamente hacia el sueño" "Lo que me despierta bruscamente es que pierdo el equilibrio. Me encuentro a horcajadas sobre una silla, aturdido todavía".
La superación de la actitud narcisista Louis Lavelle acertó a destacar en su obra L´erreur de Narcisse el hondo significado del mito narcisista. Narciso quiere mirar su figura en las aguas de una fuente que mana sin cesar y, al no aquietarse, no devuelve nítidas las formas. La meta del enamorado de sí mismo es convertir la vida bullente en mero espejo. "Narciso es un espíritu que quiere darse a sí mismo en espectáculo. Comete el pecado contra el espíritu de querer tomarse a sí mismo como toma los cuerpos; pero no puede llegar a ello y aniquila su propio cuerpo en su propia imagen. Esta imagen lo atrae y fascina: lo aparta de todos los objetos reales y no tiene al fin ojos sino para ella". "El crimen de Narciso es el de preferir, en definitiva, su imagen a sí mismo. La imposibilidad en que se halla de unirse a ella no puede producir en él más que desesperación. Narciso ama un objeto que no puede poseer. Pero desde que ha comenzado a inclinarse para verlo, es la muerte lo que deseaba. Alcanzar la propia imagen y confundirse con ella, esto es morir". A mi entender, el error de Narciso consiste radicalmente en autonomizar la vertiente sensible de su persona, fijar la mirada en la mera figura y obstinarse fascinada mente en fundirse con ella. Este apego al halago inmediato frena insalvablemente el impulso que eleva al hombre a las experiencias extáticas. Ello explica que Plotino, preocupado en su Enéada primera, apartado sexto, por conseguir la purificación que permite elevarse extáticamente a la fuente de toda belleza, haga alusión expresa al mito de Narciso: "... Al ver las bellezas corpóreas, en modo alguno hay que correr tras ellas, sino, sabiendo que son imágenes y rastros y sombras, huir hacia aquélla de la que éstas son imágenes. Porque, si alguien corriera en pos de ellas queriendo atraparlas como cosa real, le pasará como al que quiso atrapar una imagen bella que bogaba sobre el agua, como con misterioso sentido, a mi entender, relata cierto mito: que se hundió en lo profundo de la corriente y desapareció. De ese mismo modo, el que se aferre a los cuerpos bellos y no los suelte se anegará, no en cuerpo sino en alma, en las profundidades tenebrosas y desapacibles para el espíritu (...). Huyamos, pues, a la patria querida, podría exhortarnos alguien con mayor verdad". Con esta última cita de la Eneida (II, 140) de Virgilio, Plotino sugiere que el auténtico hogar del hombre debe ser buscado como una meta. Es la meta de las experiencias de éxtasis o encuentro. Queda ello de manifiesto cuando aclara a continuación que el hombre ha de huir de los halagos sensoriales que amenazan con secuestrar su libertad.
La manipulación más grave afecta a la vida interior Recordemos el drama personal de Samuel Beckett, Premio Nobel de Literatura. Luchó bravamente en las filas de la Resistencia francesa contra los nacionalsocialistas, y celebró con entusiasmo el día de la liberación. Poco después advirtió que la Europa libre era objeto de una invasión interior, de apariencia pacífica y benéfica, pero mucho más peligrosa y difícil de vencer que la invasión exterior que había padecido. La imagen desolada que ofrece el hombre cuando es anegado por una oleada de frivolidad que lo despeña al grado cero de creatividad en todos los órdenes fue plasmada certeramente por Beckett en Esperando a Godot. Resulta escalofriante observar que en esta obra apenas sucede nada, pero presenta un carácter trágico porque los protagonistas son incapaces de actuar y hablar con un mínimo de sentido. En la actualidad, las formas más temibles de violencia no son las espectaculares, las que muestran a las claras todo su horror; son las que minan de forma paulatina y subrepticia la capacidad creadora del hombre y lo dejan a merced de los afanosos de poder. Si queremos ser en alguna medida libres, debemos saber con toda precisión de qué modo se lleva a cabo la manipulación ideológica. Lo veremos en la lección siguiente.
Ejercicios Dos hermanas jóvenes imponían a su familia su deseo de ver las películas más eróticas que ofrece la televisión. Ni con súplicas ni con enfados lograron sus padres modificar su actitud. Pero, un buen día, una de ellas cambió de canal al comenzar una escena subida de tono. En el primer corte publicitario, la madre se dirigió a ella y le dijo: "Estábamos viendo otra cosa, ¿no?". La joven contestó: "Sí, pero a partir de ahora mi hermana y yo nos negamos a ver esos subproductos. No queremos que nos dominen tan fácilmente". Posteriormente, confesaron a sus padres que habían oído a un conferenciante explicar la relación que hay entre la oferta de subproductos culturales que destruyen de raíz la creatividad y el dominio espiritual de las personas. A base de las indicaciones hechas en esta lección, ¿podría Vd. explicar a unos jóvenes cómo se realiza ese proceso de destrucción? Intente mostrarles que la oferta al pueblo de productos excitantes pero poco o nada creativos no lo hace más feliz pero sí más fácilmente dominable.
Piense detenidamente si ha fundado en su vida formas de unidad que merezcan el nombre de comunión. Analice los modos de unidad que suele crear a diario con unas realidades u otras, y calibre su valor. Observe cómo la ruptura de la unidad suele estar provocada por la tendencia egoísta al individualismo, y cómo las formas de unidad que instauramos no tienen, a veces, una calidad mayor debido a nuestra falta de generosidad. Es muy útil aclarar las cuestiones anteriores a base de ejemplos concretos, tomados de la experiencia diaria o de obras literarias. Admire, en principio, la unidad que el protagonista de la obra de Ernest Hemingway El viejo y el mar sabía establecer entre él y los seres infrapersonales que le rodeaban -el mar, los peces, los pájaros...-, y, seguidamente, compárela con el tipo de unidad que implicaba la relación amistosa que tenía con Manolín, el muchacho al que había enseñado a pescar. Recuerde cómo el buen anciano, derrotado por los tiburones, volvió exhausto a casa y "notó lo agradable que es tener alguien con quien hablar en vez de hablar sólo consigo mismo y con el mar". "Te he echado de menos", le dijo al chico. Analizar cuidadosamente el texto del poema dramático Yerma, de Federico García Lorca, y precisar el tipo de unidad que se creó entre la protagonista -Yerma- y su marido Juan. ¿Pudo responder la tragedia final a un fallo en la relación mutua de los esposos? ¿Ofrece la obra algún dato concreto que permita sospecharlo?. ¿Qué tipo de unidad fundó Juan Salvador Gaviota, en el relato homónimo de Richard Bach, cuando volvió a la "bandada de la comida" que lo había rechazado y compartió con las gaviotas indolentes el arte de volar que él había aprendido solo y con gran riesgo?
Lección 4ª Cómo se manipula I. Las actitudes del manipulador El trabajo en cadena suele ser citado como ejemplo de actividad alienante. No permite el ejercicio de la propia creatividad. Es monótono, reiterativo, mortalmente aburrido. Convierte al hombre en un autómata, mero realizador de unos gestos estereotipados. (Recuérdese la parodia realizada por Charles Chaplin en su película Los tiempos modernos). La especialización del trabajo se traduce en mayor rentabilidad para la empresa pero reduce al operario a un factor anónimo, casi a una pieza de una inmensa maquinaria. El hombre se ve con ello rebajado de valor, porque no tiene posibilidad de ejercitar sus mejores potencias: su capacidad de inventiva, el sentido del conjunto, la sensibilidad estética... Su labor queda perdida en las mallas de un proceso que no lleva firma. Al tomar conciencia de que no es sino un medio para un fin que le desborda, el trabajador se considera manipulado, tratado como un útil, mero "material humano". Este tipo de manipulación encierra gravedad, sin duda alguna. Pero ésta es superada por la manipulación ideológica.El operario que actúa mecánicamente en el taller sale a la calle y se ve inmerso en un clima espiritual que no suele encaminarlo hacia el ejercicio de la creatividad sino hacia la entrega a los distintos modos de fascinación, que le producirán una euforia pasajera pero lo recluirán pronto en la soledad de la depresión. La mengua de la capacidad creadora que provocan a veces las condiciones de trabajo es difícil de evitar en la situación actual de la economía y la industria. El colapso de la creatividad provocado por las diversas formas de manipulación ideológica tiene una solución muy a mano: el cambio de ideal, la sustitución del ideal del dominio por el ideal de la solidaridad. Conviene, por ello, insistir más en esta forma de manipulación que en la otra. Hay diversas formas de manipular a las gentes en cuanto a su forma de pensar, querer y sentir. Pero todas coinciden en una serie de rasgos básicos que importa mucho conocer. El conocerlos nos abre los ojos, nos pone alerta, nos permite delatar súbitamente la voluntad manipuladora. Ejercitemos en el análisis de algunos de tales rasgos.
1. El manipulador actúa con falsedad El hombre afanoso de poder suele estudiar Psicología de masas con el fin de conocer a fondo las tendencias y pasiones de las personas, y ofrecerles vía libre. Esta liberalidad táctica hace su figura muy atractiva a las gentes. Una vez que se siente acogido con simpatía por ellas, las reduce impunemente a medio para sus fines. No necesita sino lanzarlas a distintos modos de vértigo. Con ello las exalta, y, aprovechando la cortina de humo de la euforia, las somete a sus planes. El ser humano tolera ser rebajado con tal de que se halague su vanidad y se satisfaga su afán de bienestar. "El cliente siempre tiene razón", se nos dice, y sonreímos complacidos, aún sabiendo que, al llamarnos clientes, nos están reduciendo a una mera función: la de compradores. En una época -como la actual- que glorifica lo espontáneo, lo "liberador", lo no represivo, el que se presente como promotor de las inclinaciones instintivas del pueblo cobra inmediatamente fama de persona al día, avanzada, abierta al progreso. Ello le da ascendiente, le otorga credibilidad, lo pone en condiciones de ejercer las artes del ilusionismo mental -o manipulación- sin levantar sospechas y ser acusado de falsario. Preparado de esta forma el ambiente, el manipulador puede decir mentiras a raudales sin miedo a ser tachado de mentiroso o, al menos, sin sufrir merma considerable en su vida profesional; puede incumplir mil y una promesas sin temor a ser calificado de pérfido. No lo olvidemos: el manipulador envilece al pueblo para tener libertad de maniobra y evitar el riesgo de ser escarnecido. El manipulador no juega limpio, hace trampa, pero los hombres se dejan engañar de buen grado por quienes satisfacen sus apetencias elementales. Supongamos que un político habla a una multitud de personas menesterosas con el agrio desenfado propio del que ansía revancha. Se gana el favor de esas pobres gentes aunque estén seguras de que nunca conseguirá levantarlas de la postración económica. Le basta halagar una de sus tendencias básicas para tenerlas a su merced. Ellas se creen dignificadas en alguna medida, y en realidad quedan todavía más sojuzgadas. Es curioso cómo en muchos anuncios se insta al cliente a sentirse dueño de sí, libre, señor de sus actos, y al mismo tiempo se le incita a dejarse fascinar por el producto ofrecido. Fascinar es dominar. Dominar y entregarse parecen actitudes inconciliables, pero son en realidad dos manifestaciones diversas de una misma actitud: la de egoísmo, que lleva a alejarse para dominar y a fusionarse para disfrutar. Un anuncio de una casa de seguros nos presenta una imagen idílica, llena de reposo y seguridad: un hombre que pesca en una pequeña barca. Sobre el mar en calma resalta un imperativo que tiene algo de consejo y de mandato: "¡Sea libre!" No hace mucha falta incitar a los hombres a ser libres en una época cuya palabra talismán por excelencia es "libertad". ¿Por qué se hace? Porque seguidamente, en la parte derecha del anuncio la idea de libertad va a jugar un papel decisivo a una con la de seguridad, otro término talismán actualmente, talismán por adherencia al término libertad. Estamos en una época insegura, y aquí se nos ofrece seguridad. Seguridad que no deberemos comprar al precio de la libertad, como sucede en las dictaduras, sino que podemos obtenerla de forma libérrima. Se proclama que somos muy libres de optar por el tipo de seguro que más nos convenga. Pero inmediatamente se nos dice que para ser libres de verdad hay que elegir la Casa de Seguros que aquí se nos ofrece. "Si puede elegir, sea libre. Elija la Seguridad de 'La Estrella' ". Seguridad con mayúscula. Este anuncio parece cuidar los detalles, pero deja de lado un pormenor decisivo: que para elegir libremente se necesitan diversas posibilidades entre las que optar. No se presenta más que una, y se nos dice imperativamente que elijamos esa posibilidad si queremos ser considerados como personas libres. Fijémonos en la táctica, que se repite en todos los casos de manipulación. El demagogo aparenta ponerse de nuestra parte. Nos invita a ser lo que él sabe que todos queremos ser, hoy más que nunca: libres, personas sin ataduras ni límites, como el barquero solitario de la imagen. Halaga nuestros oídos diciéndonos que somos muy libres de optar por lo que más nos interesa. Todo esto nos une a él. Pero de repente, surge el ilusionista y hace un trueque súbito: Si de verdad quiere Vd. ser libre, no puede sino elegir lo que le propongo. Primero abre ante nosotros un horizonte infinito, de libertad absoluta. Luego, sin dar razón alguna, reduce ese horizonte de opciones ilimitadas a una sola. No explica por qué hemos de elegir este tipo de seguro. Todo queda sugestivamente ambiguo. Igual que la última observación que nos hace el anuncio en tipografía resaltante: Seguros muy personales. Parece que te invitan a un encuentro, a una relación de amistad que garantiza la seguridad que se te ofrece. Mas no se dice con claridad. Nada aquí está claro, excepto la acción seductora que se está ejerciendo sobre nuestros centros de decisión. El procedimiento de darnos palmadas en el hombro para tendernos un lazo al cuello sin que perdamos la sonrisa se repite en la mayoría de los anuncios comerciales. Esta radical falsedad resalta en un anuncio relativo a una conocida marca de cognac. Unos jóvenes deportistas despliegan toda su energía para cumplir sus respectivos papeles: meter gol y defender la portería. La palabra "Soberano" preside todo el anuncio, y cerca de los jugadores y dominando el grupo que forman destaca la frase "¡Es cosa de hombres!" . ¿Existe alguna relación lógica entre el hecho de beber este tipo de líquido y el de encontrarse en plena forma física? Si alguna relación hay, no es de afinidad sino de oposición. Los médicos deportivos no recomiendan precisamente el alcohol para conservar la elasticidad y fuerza de los músculos y la rapidez de reflejos. No nos molestamos en buscar razones. En el anuncio no se apela a la inteligencia y la razón. Se unen dos imágenes -la de los deportistas y la de la botella de coñac bajo una misma frase ("Es cosa de hombres"), para que vibren a una en la imaginación del lector, y el prestigio que orla la figura de los jóvenes atletas y que irradia ese ambiguo lema se trasvase al producto promocionado. Es una operación infra racional, que intenta vencer sin convencer. Al responsable de este anuncio no le preocupa que la escalada en la consunción de alcohol deje a los hombres fuera de juego y los despoje de su dignidad, y que la seducción por tener y parecer suma en la ansiedad e incluso en la ruina económica a miles de personas. Por definición, al manipulador no le interesan las personas sino los clientes. Esta reducción acaba por invertir los órdenes naturales. No se toma algo porque apetece; apetece porque viste bien tomarlo. No se compra un producto porque se necesita; se siente necesidad de ello porque es señal de distinción adquirir lo que es distinguido por la propaganda. Hace un tiempo, los cineastas buscaban chalés bellos para reproducirlos. Hoy se construyen chalés "de película" a imitación de los que se ven en el cine. Actualmente, la reproducción se impone, con frecuencia, al modelo original; la foto se alza sobre la realidad fotografiada. Se han invertido las cosas y los valores. Esta inversión de valores es el efecto más negativo de la manipulación comercial.
2. El manipulador empobrece al hombre a fin de dominarlo fácilmente El que intenta dominar no va nunca a lo esencial y nuclear; subraya los pormenores que le interesan para impresionar la sensibilidad de las gentes, no para resolver el asunto de que se trate. Cuando se planteó en ciertos países la cuestión del divorcio, sólo se destacó el drama de los matrimonios rotos. No se dedicó la menor atención al tema central y decisivo en este contexto: el valor de la unidad matrimonial y familiar. Para introducir la ley abortista, se dramatiza una y otra vez el caso de las jóvenes que, por falta de medios económicos, no podían anular su embarazo en clínicas extranjeras. Se dejó de lado la cuestión decisiva: ¿Es lícito destruir abruptamente un proceso vital que conduce a la formación de un ser humano? Por ser interesado en su proceder, el manipulador actúa siempre de modo parcial, en el doble sentido de incompleto -atiende sólo a un aspecto de una cuestión compleja - y de unilateral-lo hace para desviar la atención de otros aspectos comprometedores para sus tesis-. Uno de los medios más eficaces para practicar esa parcialidad es empobrecer el lenguaje y tergiversar. El manipulador se vale de que estamos en una civilización de la imagen y la palabra fácil, la palabra que vuela en la prensa y, sobre todo, en la radio y la televisión. Usa la palabra y la imagen de forma unilateral y superficial, como simples medios para conseguir sus fines. Los ríos de imágenes -reducidas a meras figuras- y de palabras tomadas como elemento seductor arrastran como un vértigo. Los anuncios publicitarios manejan figuras, no imágenes. La exhibición de figuras pide rapidez. La de imágenes invita al reposo, como en una exposición de pintura. El uso banal del lenguaje -que es vehículo de la creatividad- le permite al manipulador hacer tabla rasa de convicciones profundas, tradiciones valiosas, criterios y normas seculares de conducta, es decir, de todo aquello que significa para el pueblo un apoyo espiritual. Y le permite hacerlo sin que el pueblo se percate de ello. Un pueblo desguarnecido espiritualmente es muy fácil de manipular. Ello explica por qué tantos demagogos practican un modo de revolución precipitada y tosca, sin la debida hondura de planteamiento. Cortan amarras con el pasado sin advertir que el hombre no puede proyectar, en el presente, un futuro mejor si no asume las posibilidades fecundas que le ofrece el pasado. Tal asunción debe ser crítica, para que el proyecto a realizar sea creativo. Pero el ejercicio de la crítica no puede reducirse al exterminio violento. Los revolucionarios que exterminan el pasado conquistan el favor del pueblo mediante toda suerte de promesas utópicas, pero lo dejan aislado e inerme en un presente desmantelado, carente de posibilidades. Al no tener otro apoyo que las promesas recibidas, el pueblo queda prisionero de sus supuestos "liberadores". Esa invalidez lo torna sumiso y gregario.
3. El manipulador no se esfuerza en buscar la verdad sino en vencer al adversarioEl manipulador se las ingenia para engañar sin mentir. Procura que tú te engañes sin que él te fuerce a ello, aunque propicie el error. Para que la mentira constituya un recurso manipulador, debe ser llevada al extremo. El que miente respecto a algo de mucha importancia y lo hace de modo enérgico, poniendo en ello su prestigio personal, tiene muchas probabilidades de que la mayoría se lo crea porque considera imposible que alguien se arriesgue de esa forma a ser desmentido. De ordinario, el manipulador opera con trucos, basados en el uso arbitrario del lenguaje y la imagen. Y lo hace de modo veloz, como un prestidigitador de conceptos. Los juegos de manos se basan en la capacidad que tiene el ilusionista de realizar movimientos muy rápidos y en la incapacidad de las gentes para percibirlos. De esta forma, lo imposible parece posible. Es la seducción de la "magia". El mago hace malabarismos porque actúa con celeridad desconcertante. De forma análoga, el demagogo procede con meditada precipitación a fin de que las multitudes no adviertan sus trucos intelectuales y acepten como posibles los escamoteos más inverosímiles de conceptos. Para vencer a una persona o a un grupo de personas, el recurso más eficaz consiste en acelerar los procesos de reflexión, no dar tiempo a profundizar en los temas propuestos, usar de modo precipitado -sin la matización debida- conceptos muy ricos de sentido -como libertad, autonomía, independencia, progreso...- y recurrir a tipos de valoración indirectos, como es "la valoración por vía de rebote ". Recordemos la anécdota de la periodista que se armó de valor y se permitió decirle con su mejor sonrisa a cierto Presidente de Gobierno, bien conocido por sus vaivenes en cuestiones de máxima importancia: "Se dice que Vd. cambia mucho". El Presidente respondió con aire de superioridad: "¿Le parece a Vd. mal que cambie? Peor sería que fuera inmovilista". Esta respuesta dejó desconcertada a la joven. Pero, aunque ésta hubiera captado inmediatamente el truco manipulador de la misma, no hubiera podido reargüir al Presidente. Y millones de personas, a través de la pantalla televisiva, recibieron la impresión de que el mandatario supo responder de manera fulminante. Esta sensación de triunfo responde al uso contundente de los recursos estratégicos. El Presidente respondió de modo parcial y precipitado. No se paró a pensar; dio por hecho que la tendencia a cambiar de modo injustificado sólo se opone al inmovilismo, término cargado de desprestigio en una época que glorifica el cambio y lo consagra como término talismán. Dejó de lado la actitud opuesta a la volubilidad: la fidelidad a unas convicciones, la permanencia tenaz en la defensa de algo que está por encima del decurso temporal. Se limitó a dar por supuesto que, si no se cambia, se queda uno inmóvil y rígido. Cambiar implica libertad de movimiento. El que no cambia parece que no es libre. De aquí es fácil extraer una conclusión manipuladora: "No cambio, luego no soy libre. En consecuencia, el inmovilismo es peor que el cambio". En la respuesta del Presidente se amontonan los trucos estratégicos. Empareja cambio y libertad, con lo cual prestigia la actitud de volubilidad. Lo hace de modo enérgico, lo que denota autoridad, dominio de sí, seguridad en la materia. Une la defensa y el ataque mediante la ironía y la alusión sarcástica a otras personas. Responde rápidamente y hace uso del "efecto sorpresa". Reparese en que el presidente no respondió a la pregunta de la periodista. Esta le reprochó que no tiene convicciones estables, pues cambia con frecuencia de opinión. Él se limitó a indicar que cambiar es preferible a carecer de flexibilidad para adaptarse a la realidad. Con el mero recurso de oponer el término cambio -puesto en entredicho por la entrevistadora- a un término desprestigiado hoy día -inmovilista-, el Presidente consiguió eludir la invitación que se le hizo a dar razón de su volubilidad como gobernante. Hizo aparecer como valioso el hecho de cambiar con sólo oponerlo a una actitud de rigidez pétrea. Es la valoración por vía de rebote .
4. El manipulador no acepta el diálogo como medio clarificador de las ideas El manipulador rehuye por sistema el debate sereno y profesionalizado. En la actualidad, apenas tenemos ocasión de presenciar debates en los medios de comunicación. Coloquios en los cuales se hable de ciertos temas los hay a menudo, pero debates -es decir, espacios en los cuales personas de distintas orientaciones tienen libertad para confrontar sus opiniones, depurarlas, criticarlas a fondo- es difícil encontrarlos. A veces se convocan debates y se anuncian como tales, pero entre bastidores se los adúltera de tal forma que pierden toda eficacia en orden a la búsqueda de la verdad y se reducen a meros recursos propagandísticos. En otros casos, no hay manipulación programada, pero los colorantes carecen de apertura de espíritu y no están a la escucha; defienden sus posiciones iniciales como una cuestión de honor y sólo intentan ofrecer una buena imagen a los espectadores. 5. El manipulador opera siempre a favor de corriente El manipulador aprovecha cada una de las tendencias del hombre para dar a entender que las favorece y, al amparo de la simpatía que esto le procura, introducir subrepticiamente algún aspecto tendencioso de su ideología. Si queremos ser libres, debemos conocer estas tendencias a fin de superarlas. Tendencias que facilitan la manipulación Multitud de personas tienden a pensar que la libertad consiste en carecer de obstáculos para actuar. El manipulador toma pie de esta tendencia poco reflexiva para dar a entender que la libertad auténtica se opone a toda forma de cauce y norma. El hombre actual tiene aversión a lo complejo; desea encontrar soluciones fáciles a los problemas; quiere recetas. El manipulador se vale de esta propensión para dar por consabido que la relación del hombre con las realidades del entorno es tan sencilla como lo es el trato con objetos, y se rige por las mismas leyes. Por eso utiliza profusamente los verbos tener y hacer, totalmente inadecuados para expresar actividades creativas y realidades superiores a los meros objetos. Con el mero uso de tales términos, el manipulador simplifica la expresión pero la reduce a un plano de realidad muy bajo. 3. Actualmente, se siente la necesidad imperiosa de evitar conflictos. El recuerdo de penosas contiendas nos predispone para defender la paz a cualquier precio. El manipulador aprovecha este noble sentimiento nuestro para convencer a la opinión pública de que el entusiasmo en la defensa de los valores genera intransigencia y provoca la disputa y la escisión. La paz exige -nos susurra al oído- el reblandecimiento de las convicciones y la adopción de una actitud relativista y perspectivista, para la cual toda opinión es igualmente válida porque responde a un modo peculiar de abordar el tema tratado. ¿No hemos oído mil veces que "toda opinión es igualmente digna de respeto"? Es un lema comúnmente admitido en la actualidad. Pero ¿tiene algún fundamento? Ninguno. Es la carta de presentación de los intrusos, los que hablan de cuestiones que desconocen y provocan el desconcierto en la opinión pública. Ese eslogan es relativista, parte de la base de que una visión de la realidad tomada desde una perspectiva determinada es tan válida como cualquier otra. En una sociedad como la actual, tan afanosa de defender los derechos humanos, parece plausible esta afirmación. ¿En qué se basa una persona para pensar que su modo de ver un problema es más certero que el de otra? Es hora de aceptar -se dice- que todos tenemos el mismo derecho a opinar y hacer valer nuestras ideas. Pero ¿de verdad el derecho es igual? Una persona que no entiende de setas no está legitimada para dar consejos en público sobre el modo de seleccionarlas. El que no ha dedicado esfuerzos a estudiar ética ¿puede permitirse la libertad de influir sobre la opinión pública y los legisladores emitiendo opiniones poco fundamentadas sobre la eutanasia, el aborto, el divorcio, la liberalización de la droga y otros temas de gravedad semejante? Evidentemente no. Pero esta afirmación será tachada de discriminatoria. Y lo es, pero no porque yo discrimine a las personas indebidamente preparadas; son ellas mismas las que deben abstenerse de entrar en un juego que desconocen y en el que pueden jugar un papel perturbador. Es obvio que no todas las perspectivas son válidas. Ortega defendía lo contrario, y, para demostrar la validez de su posición, aludió a dos personas que contemplan la sierra del Guadarrama desde vertientes distintas. ¿Cuál de estas dos perspectivas es la verdadera? Ambas lo son por igual. Pero este ejemplo no puede ser tomado como módulo a partir del cual se afirme que todas las perspectivas que personas diferentes tomen de cualquier tipo de realidad son igualmente válidas. Cuando se trata de una realidad física, basta disfrutar de una visión normal para tener garantizado el buen éxito del acto de contemplar. Si se quiere captar una realidad de rango superior -por ejemplo, una obra artística-, no es suficiente disponer de unos sentidos en perfecta forma. Estos deben ir subtendidos por una preparación adecuada y una sensibilidad peculiar para cada tipo de arte. Yo puedo ver un cuadro con una agudeza de visión perfecta. Si desconozco la estética pictórica y carezco de sensibilidad para captar los valores de los cuadros, mi contemplación de esta obra puede no encerrar valor alguno. Carece de sentido que exprese en público el resultado de la misma. Puede ser pernicioso si se difunden ideas banales acerca del arte. Por respeto a mi dignidad personal, debo reservarme para los casos en que sea capaz de ofrecer pensamientos de calidad.
Veamos en síntesis cómo saca partido el manipulador a las tendencias de la mayoría. Se tiende a pensar que ser libre es carecer de obstáculos. Conclusión del manipulador: Para ser libre hay que prescindir de cauces y normas. El hombre actual tiende a las soluciones fáciles. Conclusión: Lo ideal es tratar todas las realidades del modo expeditivo con que se tratan los objetos. Hoy día se desea evitar los conflictos a toda costa. Conclusión: Hay que renunciar a la defensa de los valores ya que todos los puntos de vista son igualmente válidos. (Esta posición es subjetivista y relativista).
Circunstancias que favorecen hoy la manipulación El relativismo no tiene fundamento, no resiste un mínimo análisis crítico, como sucede con la oposición entre libertad y norma y las demás tesis gratuitas del manipulador. Pero ese análisis requiere tiempo y esfuerzo, justo lo que intenta ahorrar el hombre actual a todo trance. Esta actitud indolente provoca una falta de discernimiento que favorece al máximo la tarea malabarista del manipulador demagogo. Pongamos ante la vista de forma escueta todo el proceso de banalización de la vida humana actual: Hoy predomina la información sobre la formación. Buen número de personas optan por incrementar la información de modo fácil y dejar de lado la tarea esforzada de formarse sólidamente. Esta falta de formación se traduce en una carencia de criterios lúcidos para valorar las diferentes doctrinas y ordenar los valores. El hombre poco formado y aluvión ricamente informado suele optar por acumular ideas sin integrarlas ni asumirlas. Este sincretismo acumulativo que lo quiere coordinar todo para hacerse la ilusión de poseer una gran riqueza intelectual aboca a una posición de relativismo -todo es verdadero desde la perspectiva que uno adopte- y de indiferencia -nada encierra un valor tan grande que nos mueve eficazmente a asumirlo-. El miedo difuso a la escisión de la sociedad en grupos beligerantes acentúa el deslizamiento hacia el indiferentismo relativista y el irenismo banal. Todo da igual -viene a decirse- a condición de mantener la concordia. No hay una jerarquía de valores tal que nos lleve a comprometer nuestra posición y nuestro prestigio por defender los valores más altos. Una especie de instinto de conservación y de medro personal nos mueve a destacar los puntos de contacto que tenemos con posiciones doctrinales ajenas y a silenciar los rasgos opuestos. Entre éstos se hallan a veces las condiciones de toda auténtica creatividad: la fidelidad a las promesas, el respeto absoluto a la vida -naciente o declinante-, la libertad vinculada a los valores, el amor oblativo... Atacar estas actitudes significa minar las bases de la capacidad de resistencia moral frente a quienes desean dominarnos como una presa. El que delata esta operación de falsa cosmética conciliadora, propia de épocas desconcertadas, es tachado de espíritu dogmático, intransigente y beligerante. En momentos de conformismo entreguismo, tal reproche resulta descalificador y es capaz de intimidar a las personas poco seguras de sí mismas. Esta intimidación provoca la desmovilización de los espíritus, la atonía espiritual, la mengua o anulación total de la creatividad y, consiguientemente, el desarme, la carencia de anticuerpos frente a la invasión ideológica de los manipuladores profesionales, que hacen gala de arrojo y prepotencia. La falta de creatividad y de iniciativa lleva al hombre medroso de estos días a desconfiar de su capacidad de estructurar la vida social de forma robusta y duradera. Esta desconfianza en los propios medios, unida al deseo obsesivo de evitar conflictos, hace ver magnificadas las cualidades y poderes del adversario. En general, el poder atrae, se hace sugestivo, fascina. Esta fascinación lleva a exagerar los puntos de posible entendimiento con el adversario y a restar importancia a las divergencias. Tal exageración fascinada se traduce en abierta simpatía primero, en claudicación después, y finalmente en abierta colaboración. Esta pérdida de la propia identidad se traduce en la quiebra del lenguaje. Este pierde su carácter de vehículo de la creatividad para convertirse en el medio por excelencia para provocar el desconcierto intelectual y espiritual. La manera imprecisa de hablar que se observa actualmente no se reduce a una mera moda. Es todo un síntoma. Y a la vez es un clima propicio a toda suerte de manipulaciones. La confusión es el "elemento" en que se mueve a sus anchas el manipulador. Éste se vale de la tendencia actual a pensar y expresarse de forma precipitada y superficial, cuando no frívola, para ensalzar unos vocablos -y sus correspondientes conceptos- y desprestigiar otros, entender los esquemas mentales como contrastes o como dilemas según le convenga en cada momento, plantear los problemas de forma tendenciosamente parcial, movilizar toda una serie de procedimientos estratégicos para vencer al pueblo sin tomarse la molestia de convencerlo.
Con ello, el lenguaje -el mayor don del hombre- queda envilecido en su misma esencia. Es convertido en anti-lenguaje. Ya no es un lugar de encuentro en la búsqueda de la verdad, sino de engaño, alejamiento y dominio. Esta forma de proceder significa un atentado contra el pensamiento riguroso y, al mismo tiempo, contra la vida creativa. No se trata de una mera cuestión académica. Es algo que afecta al núcleo mismo de nuestra existencia como personas. Descubrir esto por propia cuenta es la primera condición para liberarnos de la servidumbre a que nos someten los manipuladores. Al hablar de "manipuladores", no debemos pensar sólo en otras personas, al modo de los "hombres grises" de Momo, la profunda y deliciosa narración de Michael Ende. Los manipuladores podemos ser nosotros mismos, en cuanto nos dejamos llevar de la tendencia a dominar a los demás con malas artes. Lo importante es conocer a fondo que existe esa tendencia y cuál es su peligrosidad a fin de no dejarnos dominar por ella ni caer en las redes de quien lo haga. Este conocimiento nos dará libertad. Es justamente el mensaje que nos transmite la historia de "los hombres grises". Eran hombres poderosos, implacables, temibles por su fuerza y su contundencia, pero bastaba conocerlos para dejarlos neutralizados. "Conocer a los hombres grises" equivale a descubrir el valor del tiempo que consagramos a crear algo valioso, por ejemplo una amistad. Esta consagración nos parece a menudo una pérdida de tiempo. Estamos demasiado ocupados en perseguir el ideal de poseer y disfrutar. "Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada - advierte el Principito-. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero, como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos". Comprar es un procedimiento expeditivo, fácil de realizar y nada comprometedor para la persona. Pero eso que adquirimos con tal facilidad, como objeto de canje, carece de un carácter singular, no llega a ser para nosotros "único en el mundo". El principito había aprendido bien la lección del zorro: "... Si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo...". "El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante". Se trata de un tiempo creador, de calidad más alta que la mera sucesión de instantes. El principito lo presiente cuando confiesa: "Yo (...), si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar, caminaría muy suavemente hacia una fuente..." El agua que uno bebe tras haberla buscado en compañía de alguien que arriesga su vida para no dejarle a uno solo adquiere un valor simbólico: remite a cuanto implica de valioso el encuentro. "Tengo sed de esta agua -dijo el principito-. Dame de beber..." "Y yo comprendí lo que él había buscado". "Levanté el balde hasta sus labios. Bebió con los ojos cerrados. Todo era dulce como una fiesta. Esta agua era muy distinta de un alimento. Había nacido de la marcha bajo las estrellas, del canto de la roldana, del esfuerzo de mis brazos. Era buena para el corazón, como un regalo". Ir a la fuente, inclinarse hacia ella y beber, sentir agradecimiento por el don del agua, vista como fruto de un encuentro de realidades diversas, exige esfuerzo, compromiso y tiempo, porque es una actividad creadora de una relación valiosa. En cambio, tomar una pastilla que calma la sed de un golpe resulta más cómodo y rápido, pero no me enriquece como persona. La pastilla la compro, la poseo y la consumo. Soy dueño de ella, la manejo a mi arbitrio. La fuente la encuentro, no la adquieres, no la domino; sencillamente, recibo de ella el don del agua. Por eso no me siento dueño de ella sino deudor.
Se trata de dos actitudes diversas, una que lleva al goce de poseer, otra que conduce al gozo de encontrarse. La ambición de poseer inspira e impulsa la práctica de la manipulación, que es un vértigo. El anhelo de colaborar suscita actitudes de respeto, que están en la base del éxtasis. El cultivo de las experiencias de éxtasis dispone el ánimo del hombre para conservar la libertad interior frente al asedio de la manipulación. Ejercicios Cuando oiga un debate en la televisión o la radio, fíjese en los colorantes, a ver si se respetan mutuamente y atienden a lo que dicen los otros, con ánimo de perfeccionar los propios puntos de vista, o si se interrumpen constantemente para no dejar que los demás expongan ideas que puedan mostrarse como más válidas que las suyas. Esta segunda actitud destruye el diálogo; deja de ser un lugar de descubrimiento de la verdad para convertirse en un mero medio de dominio de los demás y enaltecimiento de sí mismo. Al contemplar y oír anuncios comerciales, tendemos a dejarnos llevar del río de impresiones sensoriales en que nos sumergen. Resistamos a ello, y reparemos en si hablan a nuestra inteligencia y nos dan razones para adquirir los productos ofrecidos o si nos quieren seducir con trucos efectistas. ¿Puede aceptarse que "toda opinión es digna de respeto"? Ponga ejemplos de distintas opiniones que oye Vd. diariamente y vea si una persona bien formada ha de considerarlas como "respetables", como "dignas de ser acogidas con estima".
Lección 5ª Cómo se manipula II. El uso táctico de los vocablos "Todas las palabras se han prestado al engaño" (E. Mounier: Qué es el personalismo, en Obras Completas, III, Sígueme, Salamanca 1990, p. 231) La estampa del ilusionista realizando acciones inverosímiles nos ha conquistado la atención desde niños. Hay algo mágico en esos gestos elegantes que, sin aparente esfuerzo, logran realizar los trueques más sensacionales. Este atractivo se desplaza fácilmente al ilusionista de conceptos e ideas que es el manipulador. También este opera con las manos limpias, con aparente sinceridad y honradez. "Nada por aquí, nada por allá -parece decirnos-. Todo es transparente en mis mensajes, propuestas y formulaciones". El manipulador finge estar convencido de lo que dice, y para confirmar esta impresión suele expresarse de modo contundente, sin vacilación alguna. Y con objeto de inspirar confianza, se pone de parte de aquellos a los que se dirige. Esta táctica seductora es empleada por los "mercaderes" para encandilar a los ciudadanos con un producto y convertirlos en clientes. Tal conversión afecta sólo a un momento determinado de la vida de éstos: el momento de decidirse a comprar. Los ideólogos movilizan los recursos manipuladores con un propósito de más largo alcance: cambiar la mentalidad y el modo de vida de los ciudadanos. Para llevar a cabo este cambio de estilo de pensar, sentir y querer, el ideólogo manipulador procede de forma sistemática y planificada. No se reduce a movilizar algunos ardides con objeto de difundir ciertas ideas, ganar buena imagen ante el público y obtener éxitos electorales. Estos fines quedan englobados en un plan general más ambicioso: el dominio interior de las personas y su conversión en activistas, portavoces de una concepción del mundo y de la vida.
Distintas formas de prestigiar ciertos vocablos Veamos, en primer lugar, el prestigio que adquieren algunos vocablos y conceptos a lo largo del tiempo. Unos son estimados por el valor simbólico que tienen. Otros adquieren relevancia debido a ciertas circunstancias culturales. Un tercer grupo es exaltado artificiosamente por los manipuladores. Términos prestigiosos de modo natural debido a su valor simbólico Hay términos que están dotados de una especie de simbolismo natural. "Alto", "elevado", "superior" son vocablos que aluden a una condición valiosa, noble, excelente. "Bajo", "inferior", "rastrero", "pedestre" sugieren, más bien, algo banal, envilecido, ruin. Estar "a la derecha" de un presidente significa un rango mayor que hallarse "a la izquierda". Son localizaciones espaciales que han ido adquiriendo una connotación "axiológica", es decir, relativa al valor de los seres humanos y sus situaciones. De forma análoga, los términos "luz", "luminoso", "espléndido", "blanco", "nítido", "transparente" y otros semejantes se utilizan a menudo para indicar situaciones venturosas. Por el contrario, "tenebroso", "oscuro", "negro", "confuso" suelen expresar la vertiente desconsoladora de una realidad o acontecimiento. El término "negro" se utiliza en más de veinte contextos para expresar algo negativo. Sería vano que las personas de color intentaran cambiar el uso de estos vocablos y, en vez de hablar de un porvenir "negro" y "sombrío" para indicar que alguien carece de futuro, dijeran con pena que tiene un porvenir "blanco" y "luminoso". Los latinos llamaban "clarissimus vir" (a la letra: "varón clarísimo") al hombre egregio. Ese sentido positivo de la luz se conserva todavía en nuestro término actual "preclaro". Sería muy sugestivo recordar aquí el papel decisivo que jugó la luz en el arte, en la estética, en la filosofía más profunda desde los griegos hasta el último Heidegger, pasando por las catedrales góticas y la Escuela de Chartres. Uno de los representantes de ésta, Hugo de San Víctor, acuñó la famosa frase: "Ipsa lux pulchra est" (la luz misma es bella). Orlados de prestigio aparecen, asimismo, los términos "apertura" y sus derivados. Se dice de una persona que tiene un carácter abierto, franco, espontáneo, y automáticamente vinculamos estos términos con los relativos a la luz: luminoso, nítido, espléndido, esplendoroso. Por eso los pronunciamos abriendo los ojos, extendiendo los brazos, ensanchando la sonrisa. Estamos convencidos de aludir a una característica valiosa de la persona en cuestión. Si de alguien afirmamos, en cambio, que se muestra reservado, cerrado, ambiguo, enigmático, hamletiano, lo estamos poniendo en relación, interiormente, con un día encapotado, neblinoso, gris, inhóspito, hosco. El gesto adusto con que expresamos estas características indica a las claras que las consideramos un tanto negativas, poco atractivas al menos. Los vocablos cerrado y abierto son utilizados, a menudo, con fines estratégicos. Hoy se habla, por ejemplo, de "música abierta" para designar una forma de componer no sometida a los cauces de la estética tradicional. Se toma el término "abierto" como opuesto a "cerrado", encerrado en los moldes de la tradición, vista falsamente como algo muerto que pesa sobre nuestra vida presente y la bloquea. Se sugiere, así, que tal género de música está abierta a las mil posibilidades interpretativas a que puede dar lugar su falta de configuración definitiva, y se oculta que tal concepto de apertura significa más bien menesterosidad y desvalimiento que riqueza de posibilidades. Este procedimiento es típico de la manipulación. Se subraya un aspecto de un vocablo y se dejan otros más importantes de lado.
Términos prestigiosos culturalmente o términos "talismán" En cada época existen vocablos que, por diversas razones socioculturales, se cargan de un prestigio tal que se evaden a toda revisión crítica y son tomados como el suelo intelectual sobre el que se mueven confiados los hombres y los grupos sociales. Los denominados términos talismán. Parecen albergar en sí el sentido y el valor de la vida entera. La palabra "orden" -vinculada de antiguo al número, la armonía, la proporción, la medida o mesura, y, de consiguiente, al origen de la bondad y la belleza- adquirió en los siglos XVI y XVII un rango elevadísimo merced a su vinculación con las estructuras elaboradas por la ciencia moderna, entonces en su albor. Pensar con orden equivalía a pensar rectamente. Proceder con orden significaba actuar de modo ajustado, justo, recto, eficaz. El término orden producía un hondo estremecimiento en los espíritus porque era el gozne enigmático entre las estructuras matemáticas y las físicas, entre el mundo que el hombre puede considerar en buena medida como configurado por su mente y el mundo exterior en el que está instalado y lo supera sin medida. Todavía hoy se habla de una "persona de orden" en sentido muy positivo. Al cobrar conciencia de lo que implica el orden, el hombre del siglo XVIII concedió rango de talismán a la facultad destinada a hacerse cargo del mismo: la razón, vertiente del ser humano que constituye el orgullo y la fuerza del Siglo de las luces. El uso libre de la razón preparó la gran lucha por la libertad: la Revolución Francesa. Revolucionario era el hombre de progreso que luchaba por elevar el ser humano a niveles adecuados a su dignidad. El contrarrevolucionario era un ser reaccionario, enemigo de las luces de la razón y del modo genuino de ser hombre. A lo largo del siglo XIX se consagró con rango de talismán el término revolución. Las grandes revoluciones de este siglo se desencadenaron con el fin de ampliar las cotas de libertad. En el siglo XX se impuso como talismán el término libertad. Las palabras talismán producen un efecto fascinante porque presentan un aspecto sumamente atractivo y ocultan otros menos favorables. Para convertirse en talismán, un término
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