miércoles, 12 de julio de 2023

De la seducción Jean Baudrillard Traducción De Elena Benarroch

De la seducción Jean Baudrillard  

Traducción De Elena Benarroch  

Un destino indeleble recae sobre la seducción. Para la religión fue una  estrategia del diablo, ya fuese bruja o amante. La seducción es  siempre la del mal. O la del mundo. Es el artificio del mundo. Esta  maldición ha permanecido a través de la moral y la filosofía, hoy a  través del psicoanálisis y la “liberación del deseo”. Puede parecer  paradójico que, proporcionado los valores del sexo, del mal y de la  perversión, festejando hoy todo lo que ha sido maldito, su resurrección  a menudo programada, la seducción, sin embargo, haya quedado en la  sombra –donde incluso ha entrado definitivamente.  

  1. El siglo XVIII aún hablaba de ello. Incluso era, con el duelo y el  honor, la gran preocupación de las esferas aristocráticas. La  Revolución burguesa le ha puesto fin (y las otras, las revoluciones  ulteriores, le han puesto fin sin apelación –cada revolución pone fin  ante todo a la seducción de las apariencias). La era burguesa está  consagrada a la naturaleza y a la producción, cosas muy ajenas y hasta  expresamente mortales para la seducción. Y como la sexualidad  proviene también como dice Foucault, de un proceso de producción  (de discurso, de palabra y de deseo), no hay nada de sorprendente en  el hecho de que la seducción esté todavía más oculta. Seguimos  viviendo en la promoción de la naturaleza –ya fuera la en otros  tiempos buena naturaleza del alma, o la buena naturaleza material de  las cosas, o incluso la naturaleza psíquica del deseo-, la naturaleza  persigue su advenimiento a través de todas las metamorfosis de lo  reprimido, a través de la liberación de todas las energías, ya sean  psíquicas, sociales o materiales.  

  2. La seducción nunca es del orden de la naturaleza, sino del artificio – nunca del orden de la energía sino del signo y del ritual. Por ello todos  los grandes sistemas de producción y de interpretación [9] no han  cesado de excluirla del campo conceptual- afortunadamente para ella,  pues desde el exterior, desde el fondo de este desamparo continúa  atormentando los y amenazandolos de hundimiento. La seducción vela  siempre por destruir el orden de Dios, aun cuando este fuese el de la  producción del deseo. Para todas las ortodoxias sigue siendo el  maleficio y el artificio, una magia negra de desviación de todas las 

  3. verdades, una conjuración de signos, una exaltación de los signos de  uso maléfico. Todo discurso está amenazado por esta repentina  reversibilidad o absorción en sus propios signos, sin rastro de sentido.  Por eso todas las disciplinas, que tienen por axioma la coherencia y la  finalidad de su discurso, no pueden sino conjurarla. Ahí es donde  seducción y feminidad se confunden, se han confundido siempre.  Cualquier masculinidad ha estado siempre obsesionada por esta  repentina reversibilidad de lo femenino. Seducción y feminidad son  ineludibles en cuanto reverso mismo del sexo, del sentido, del poder.  

  4. Hoy el exorcismo se hace más violento y sistemático. Entramos en la  era de las soluciones finales, la de la revolución sexual, por ejemplo,  de la producción y de la gestión de todos los goces liminales y  subliminales, micro-procesamiento del deseo cuyo último avatar es la  mujer productora de ella misma como mujer y como sexo. Fin de la  seducción.  

  5. O bien triunfo de la seducción blanda, feminización y erotización  blanca y difusa de todas las relaciones en un universo social enervado.  O incluso nada de todo eso. Pues nadie podría ser más grande que la  misma seducción, ni siquiera el orden que la destruye. [10] 

I. La eclíptica del sexo 

Hoy no hay nada menos seguro que el sexo, tras la liberación de su  discurso. Hoy no hay nada menos seguro que el deseo, tras la  proliferación de sus figuras.  

  1. También en materia de sexo, la proliferación está cerca de la pérdida  total. Ahí está el secreto de esta superproducción de sexo, de signos  del sexo, hiperrealismo del goce, particularmente femenino: el  principio de incertidumbre se ha extendido tanto a la razón sexual  como a la razón económica.  

  2. La fase de la liberación del sexo es también la de su indeterminación.  Ya no hay carencia, ya no hay prohibición, ya no hay límite: es la  pérdida total de cualquier principio referencial. La razón económica  no se sostiene más que con la penuria, se volatiliza con la realización  de su objetivo, que es la abolición del espectro de la penuria. El deseo  no se sostiene tampoco más que por la carencia. Cuando se agota en la  demanda, cuando opera sin restricción, se queda sin realidad al  quedarse sin imaginario, está en todos lados, pero en una simulación  generalizada. Es espectro del deseo obsesiona a la realidad difunta del  sexo. El sexo está en todos lados, salvo en la sexualidad (Barthes).  

  3. La transición hacia lo femenino en la mitología sexual es  contemporánea del paso de la determinación a la indeterminación  general. Lo femenino no sustituye a lo masculino como un sexo al  otro, según una inversión estructural. Le sustituye como el fin de la  representación determinada del sexo, flotación de la ley que rige la  diferencia sexual. La asunción de lo femenino corresponde al apogeo  del goce y a la catástrofe del principio de realidad del sexo.  

  4. En esta coyuntura mortal de una hiperrealidad del sexo, [13] la  feminidad es apasionante, como lo fue antiguamente, pero justo al  contrario, por la ironía y la seducción.  

  5. Freud tiene razón: no hay más que una sola sexualidad, una sola libido  –masculina. La sexualidad es esta estructura fuerte, discriminante,  centrada en el falo, la castración, el nombre del padre, la represión. No  hay otra. De nada sirve soñar con una sexualidad no fálica, no  señalada, no marcada. De nada sirve, en el interior de esta estructura,  querer hacer pasar lo femenino al otro lado de la barrera y mezclar los 

  6. términos –o la estructura sigue igual: todo lo femenino es absorbido  por lo masculino –o se hunde, y ya no hay ni femenino ni masculino:  grado cero de la estructura. Eso es lo que hoy se produce  simultáneamente: polivalencia erótica, potencialidad infinita del  deseo, ramificaciones, difracciones, intensidades libidinales –todas las  múltiples variantes de una alternativa liberadora sacada de los  confines de un psicoanálisis liberado de Freud, o de los confines de un  deseo liberado del psicoanálisis, todas se conjugan tras la  efervescencia del paradigma sexual, hacia la indiferenciación de la  estructura y su neutralización potencial.  

  7. En lo que respecta a lo femenino, la trampa de la revolución sexual  consiste en encerrarlo es esta única estructura donde está condenado,  ya sea a la discriminación negativa cuando la estructura es fuerte, ya  sea a un triunfo irrisorio en una estructura debilitada.  

  8. Sin embargo, lo femenino está en otra parte, siempre ha estado en otra  parte: ahí está el secreto de su fuerza. Así como se dice que una cosa  dura porque su existencia es inadecuada a su esencia, hay que decir  que lo femenino seduce porque nunca está donde se piensa. Tampoco  está en esa historia de sufrimiento y de opresión que se le imputa –el  calvario histórico de las mujeres (su astucia es disimularse con él).  Cobra esa forma de servidumbre sólo en esta estructura donde se le  destina y se le reprime, y donde la revolución sexual le destina y le  reprime más dramáticamente aún- pero, ¿por qué cómplice aberración  (¿de qué, sino precisamente de lo masculino?) quieren hacernos creer  que es esa la historia de lo femenino? Toda la represión está ya  contenida ahí, en el relato de la miseria sexual y política de las  mujeres, con exclusión de cualquier otro modo de poder y soberanía.  

  9. Hay una alternativa al sexo y al poder que el psicoanálisis no puede  conocer porque su axiomática es sexual, y es, sin duda, del orden de lo  femenino, entendido fuera de la oposición masculino/femenino [14] - siendo ésta masculina en lo esencial, sexual en su empleo, y no  pudiendo ser trastornada sin cesar propiamente de existir. Esta fuerza  de lo femenino es la seducción. 

  10. El ocaso del psicoanálisis y de la sexualidad como estructuras fuertes,  su hundimiento en un universo psíquico y molecular (que no es otro  que el de la liberación definitiva) deja así entrever otro universo  (paralelo en el sentido de que no convergen jamás) que no se  interpreta ya en términos de relaciones psíquicas y psicológicas, ni en  términos de represión o de inconsciente, sino en términos de juego, de  desafío, de relaciones duales y de estrategia de las apariencias: en  términos de seducción — en absoluto en términos de oposiciones  distintivas, sino de reversibilidad seductora — un universo donde lo  femenino no es lo que se opone a lo masculino, sino lo que seduce a lo  masculino.  

  11. En la seducción, lo femenino no es ni un término marcado ni no  marcado. Tampoco recubre una «autonomía» de deseo o de goce, una  autonomía de cuerpo, de palabra o de escritura que habría perdido (?),  no reivindica su verdad, seduce.  

  12. Naturalmente, esta soberanía de la seducción puede denominarse  femenina por convención, la misma que pretende que la sexualidad  sea fundamentalmente masculina, pero lo esencial es que esta forma  haya existido siempre — dibujando, aparte, lo femenino como lo que  no es nada, no se «produce» nunca, no está nunca allí donde se  produce (desde luego en ninguna reivindicación «feminista») — y  esto no en una perspectiva de bi-sexuaiidad psíquica o biológica, sino  en una trans-sexualidad de la seducción que toda la organización  sexual tiende a doblegar, incluso el psicoanálisis, según el axioma de  que no hay otra estructura más que la de la sexualidad, lo cual le hace  constitucionalmente incapaz de hablar de otra cosa. 

  13. ¿Qué oponen las mujeres a la estructura falocrática en su movimiento  de contestación? Una autonomía, una diferencia, un deseo y un goce  específicos, otro uso de su cuerpo, una palabra, una escritura — nunca  la seducción. Ésta les avergüenza en cuanto puesta en escena artificial  de su cuerpo, en cuanto destino de vasallaje y de prostitución. No  entienden que la seducción representa el dominio ¿el universo  simbólico, mientras que el poder representa sólo el dominio del 

  14. universo real. La soberanía de la seducción no tiene medida común  con la detentación del poder político o sexual. [15]  

  15. Extraña y feroz complicidad del movimiento feminista con el / orden  de la verdad. Pues la seducción es combatida y rechazada como  desviación artificial de la verdad de la mujer, esa verdad que en última  instancia se encontrará inscrita en su cuerpo y en su deseo. Es eliminar  de pronto el inmenso privilegio de lo femenino de no haber accedido  nunca a la verdad, al sentido, y de haber quedado amo absoluto de las  apariencias. Fuerza inmanente de la seducción de sustraer todo a su  verdad y de hacerla entrar en el juego, en el juego puro de las  apariencias, y de desbaratar con ello en un abrir y cerrar de ojos todos  los sistemas de sentido y de poder: hacer girar las apariencias sobre  ellas mismas, hacer actuar al cuerpo como apariencia, y no como  profundidad de deseo — ahora bien, todas las apariencias son  reversibles — sólo a ese nivel los sistemas son frágiles y vulnerables  — el sentido no es vulnerable más que al sortilegio. Ceguera  inverosímil al negar esta única fuerza igual y superior a todas las  demás, pues las invierte todas por el simple juego de la estrategia de  las apariencias.  

  16. La anatomía es el destino, decía Freud. Nos podemos asombrar de que  el rechazo en el movimiento femenino de este destino, fálíco por  definición, y sellado por la anatomía, dé acceso a una alternativa que  sigue siendo fundamentalmente anatómica y biológica:  

  17. El placer de la mujer no tiene que elegir entre actividad del  clítoris y pasividad vaginal. El placer de la caricia vaginal no  tiene que sustituirse por el de la caricia del clítoris. Ambos  concurren, de manera irremplazable en el goce de la mujer...  Entre otros..., la caricia de los senos, el tacto vulvar, la abertura  de los labios, el vaivén de una presión sobre la cubierta posterior de la vagina,  el rozar apenas del cuello de la matriz, etc., por  no evocar más que algunos de los placeres específicamente femeninos (Luce  Irigaray).  

  18. ¿Palabra de mujer? Pero siempre la palabra anatómica, siempre la del  cuerpo. El carácter específico de lo femenino está en la difracción de 

  19. las zonas erógenas, en una erogeneidad descentrada, polivalencia  difusa del goce y transfiguración de todo el cuerpo por el deseo: fatal  es el leitmotiv que recorre toda la revolución sexual y femenina, pero  también toda nuestra cultura del cuerpo, de los Anagramas de Bellmer  a las conexiones maquinas de Deleuze.  

  20. Siempre se trata del cuerpo, si no anatómico, al menos orgánico y  erógeno, del cuerpo funcional del que, incluso en su forma estallada  [16] y metafórica, el goce sería el fin y el deseo la manifestación  natural. Una de dos: o el cuerpo en todo esto no es más que una  metáfora (pero, ¿de qué habla entonces la revolución sexual, y toda  nuestra cultura, convertida en la cultura del cuerpo?) o bien, con isla  palabra del cuerpo, con esta palabra de mujer, hemos entrado  definitivamente en un destino anatómico, en la anatomía como  destino. Nada en todo eso se opone radicalmente a la fórmula de  Freud.  

  21. En ninguna parte se trata de la seducción, del trabajo del cuerpo a  través del artificio, y no a través del deseo, del cuerpo seducido, del  cuerpo seducible, del cuerpo apasionadamente apartado de su verdad,  de esta verdad ética del deseo que nos obsesiona — la seducción es  tan maléfica y artificiosa para la verdad seria, profundamente religiosa  que el cuerpo encarna hoy, como antiguamente lo era para la  religión— en ninguna parte se trata del cuerpo entregado a las  apariencias.  

  22. Ahora bien, sólo la seducción se opone radicalmente a la anatomía  como destino. Sólo la seducción quiebra la sexualización distintiva de  los cuerpos y la economía fálica inevitable que resulta.  Cualquier movimiento que cree subvertir los sistemas por su  infraestructura es ingenuo. La seducción es más inteligente, lo es de  arma espontánea, con una evidencia fulgurante — no tiene que  demostrarse, no tiene que fundarse — está inmediatamente ahí, en la  inversión de toda pretendida profundidad de la realidad, de toda  psicología, de toda anatomía, de toda verdad, de todo poder. Sabe, es  su secreto, que no hay anatomía, que no hay psicología, que todos los  signos son reversibles. Nada le pertenece, excepto las apariencias -

  23. todos los poderes le escapan, pero hace reversibles todos los signos.  ¿Quién puede oponerse a ella? Lo único que verdaderamente está en  juego se encuentra ahí: en el dominio y la estrategia de las apariencias,  contra el poder del ser y de la realidad. De nada sirve jugar al ser  contra el ser, la verdad contra la verdad: esa es la trampa de una  subversión de los fundamentos, mientras basta con una ligera  manipulación de las apariencias.  

  24. La mujer sólo es apariencia. Y es lo femenino como apariencia lo que  hace fracasar la profundidad de lo masculino. Las mujeres, en lugar de  levantarse contra esta fórmula «injuriosa» harían bien en dejarse  seducir por esta verdad, pues ahí está el secreto de su fuerza, que están  perdiendo al erigir la profundidad de lo femenino contra la de lo  masculino. [17]  

  25. Ni siquiera es exactamente lo femenino como superficie lo que se  opone a lo masculino como profundidad, es lo femenino como  indistinción de la superficie y de la profundidad. O como indiferencia  entre lo auténtico y lo artificial. Lo que decía Joan Riviére en «La  Feminíté comme mascarade» (La Psychanalyse, núm. 7), proposición  fundamental —y que encierra toda seducción: «Que la feminidad sea  auténtica o superficial, es fundamentalmente lo mismo.»  

  26. Esto no puede decirse más que de lo femenino. Lo masculino, en  cambio, impone una discriminación segura y un criterio absoluto de  veracidad. Lo masculino es cierto, lo femenino es insoluble,  Esta proposición referente a lo femenino, que incluso la distinción  entre lo auténtico y el artificio carezca de fundamento, también es  curiosamente la que define el espacio de la simulación: ahí ya no hay  tampoco distinción posible entre la realidad y los modelos, no hay otra  realidad que la segregada por los modelos de simulación, como no hay  otra feminidad que la de las apariencias. La simulación es también  insoluble.  

  27. Esta curiosa coincidencia devuelve lo femenino a su ambigüedad: es  al mismo tiempo un testimonio radical de simulación, y la única  posibilidad de ir más allá de la simulación — precisamente con la  seducción. [18] 

La eterna ironía de la comunidad  

Esta feminidad,  eterna ironía  de la comunidad.  

Hegel.  

La feminidad como principio de incertidumbre.  

Hace oscilar los polos sexuales. No es el polo opuesto a lo masculino,  es lo que abole la oposición distintiva y, en consecuencia, la  sexualidad misma, tal como se ha encarnado históricamente en la  falocracia masculina, tal como puede encarnarse mañana en la  falocracia femenina.  

  1. Si la feminidad es principio de incertidumbre, ésta será mayor allí  donde la misma feminidad es incierta: en el juego de la feminidad.  El «travestismo». Ni homosexuales ni transexuales, lo que les gusta a  los travestís es el juego de indistinción del sexo. El encanto le ejercen,  también sobre sí mismos, proviene de la vacilación sexual y no, como  es costumbre, de la atracción de un sexo hacia otro. No aman  verdaderamente ni a los hombres/hombres ni a las mujeres/mujeres, ni  a aquellos que se definen, por redundancia, como seres sexuados  distintos. Para que haya sexo hace falta que los signos repitan al ser  biológico. Aquí, los signos se separan, mejor dicho, ya no hay sexo, y  de lo que los travestís están enamorados es de este juego de signos, lo  que les apasiona es seducir a los mismos signos. En ellos todo es  maquillaje, teatro, seducción. Parecen obsesionados por los juegos de  sexo, pero sobre todo lo están por el juego, [19] y si su vida parece  más imbuida en el sexo que la nuestra, es porque hacen del sexo un  juego total, gestual, sensual, ritual, una invocación exaltada, pero  irónica.  

  2. Nico parecía tan hermosa sólo por su feminidad absolutamente  representada. Algo más que la belleza, más sublime, emanaba de ella,  una seducción diferente. Y suponía una decepción saber que era un  falso travestí, una verdadera mujer jugando a travestí. Una mujer/no  mujer, moviéndose en los signos, es más capaz de llegar hasta el final de la seducción que una verdadera mujer ya justificada por su sexo.  Sólo ella puede ejercer una fascinación sin mezcla, porque es más  seductora que sexual. Fascinación perdida cuando transluce el sexo  real, en el que desde luego otro deseo puede sacar provecho, pero  precisamente no en la perfección, que no puede ser otra que la del  artificio.  

La seducción es siempre más singular y más sublime que el sexo, y es  a ella a la que atribuimos el máximo precio.  

Al «travestismo» no hay que buscarle un fundamento en la  bisexualidad. Pues mezclados o ambivalentes o indefinidos o  invertidos, los sexos y los caracteres sexuales aún son reales, todavía  testimonian una realidad psíquica del sexo. Mientras que es esta  misma definición de lo sexual la que está eclipsada. Y este juego no es  perverso. Perverso es lo que pervierte el orden de los términos. Pero  aquí ya no hay términos que pervertir, ya no hay signos que seducir.  

  1. Tampoco hay que buscar por el camino del inconsciente ni de la  «homosexualidad latente». Vieja casuística de la latencia, producida  por el imaginario sexual de la superficie y de la profundidad, y que  sobreentiende siempre una lectura de síntomas y un sentido corregido.  Aquí nada es latente, todo cuestiona incluso la hipótesis de una  instancia secreta y determinante del sexo, la hipótesis de un juego  profundo de fantasmas que ordenaría el juego superficial de los signos  — mientras que todo se ventila en el vértigo de esta reversión, I de  esta transustanciación del sexo en los signos que constituye el secreto  de cualquier seducción.  

  2. Incluso puede ser que la fuerza de seducción del travesti provenga  directamente de la parodia — parodia de sexo mediante la  sobresignificación del sexo. Así, la prostitución de los travestís tiene  otro sentido que la prostitución común de las mujeres. Está más cerca  de aquélla, sagrada, de los Antiguos (o del estatuto sagrado del  hermafrodita). Converge con el maquillaje y el teatro como  ostentación ritual y paródica de un sexo cuyo goce propio está  ausente. 

  3. La misma seducción se refuerza con una parodia donde se  transparenta una ferocidad bastante implacable para lo femenino, y  que [20] podría interpretarse como anexión por el hombre de la  panoplia de seducción de la mujer. El travestí reproducirá así la  situación del guerrero original, que es el único seductor — así la  mujer no es nada (guiño de parte del fascismo y de su afinidad con el  travesti). Pero, ¿no es más bien una anulación que una adición de  sexos? ¿Y no invalida lo masculino en esta burla de la feminidad su  estatuto y sus prerrogativas para convertirse en elemento de  contrapunto de un ego ritual?  

  4. De todas maneras, esta parodia de lo femenino no es tan feroz como se  piensa, pues es la parodia de la feminidad tal como los hombres la  imaginan y la representan, también en sus fantasmas. Feminidad  sobrepasada, degradada, paródica (los travestís barceloneses  conservan su bigote y exhiben su pecho velludo), enuncia que en esta  sociedad la feminidad no es más que los signos que los hombres le  atribuyen. «Sobre Simular» la feminidad es decir que la mujer sólo es un  modelo de simulación masculino. Hay un desafío al modelo de mujer  a través del juego de la mujer, un desafío a la mujer/mujer través de la  mujer/signo, y es posible que esta denuncia viva y simulada, que actúa  en los confines de lo artificial, que hace y deshace al mismo tiempo  hasta la perfección los mecanismos de la feminidad, sea más lúcida y  radical que todas las reivindicaciones ideo políticas de una humanidad  «alienada en su ser». Aquí se dice que feminidad no tiene ser (no tiene  naturaleza, ni escritura, ni goce propios, ni, como decía Freud, libido  específica). En contra de cualquier búsqueda de una feminidad  auténtica, palabra de mujer, etc., se dice aquí que la mujer no es nada,  y que ahí reside su poder.  

  5. Respuesta más sutil que la denegación frontal opuesta por el  feminismo a la teoría de la castración. Pues ésta se enfrenta con una  fatalidad no anatómica, sino simbólica, que pesa sobre cualquier  sexualidad virtual. El trastocamiento de esta ley sólo puede consistir  en su resolución paródica, en la excentricidad de los signos de la  feminidad, incremento de signos que acaba con cualquier biología o 

  6. metafísica insoluble de los sexos — el maquillaje no es otra cosa:  parodia triunfante, resolución por exceso, por hiperestimulación en  superficie de esta simulación en profundidad qué es la ley simbólica  de la castración — juego trans-sexual de la seducción.  

  7. Ironía de las prácticas artificiales — poder propio de la mujer  maquillada o prostituida de exacerbar el rasgo para hacer de él algo  más que un signo, y de este modo no falso opuesto a verdadero, sino  más falso que lo falso, de encarnar el apogeo de la sexualidad y  simultáneamente de reabsorberse en la simulación. Ironía  característica de la constitución de la mujer como ídolo u objeto  sexual, en [21] cuanto pone fin, con eso mismo, en su perfección  cerrada, al juego del sexo y remite al hombre, amo y señor de la  realidad sexual, a su transparencia de sujeto imaginario. Fuerza  irónica del objeto, que la mujer pierde en su promoción de sujeto.  

  8. Cualquier fuerza masculina es fuerza de producir. Todo lo que se  produce, aunque fuese la mujer produciéndose como mujer, cae en el  registro de la fuerza masculina. La única, e irresistible, fuerza I de la  feminidad es aquélla, inversa, de la seducción. No es propiamente  nada, no tiene propiamente nada más que la fuerza de anular la de la  producción. Pero la anula siempre.  

  9. Además, ¿alguna vez ha habido un poder fálíco? Toda esta historia de  dominación patriarcal, de falocracia, de privilegio inmemorial de lo  masculino quizá no es sino una historia inverosímil. Empezando por el  intercambio de las mujeres en las sociedades primitivas, estúpidamente interpretado como la primera fase de la mujer-objeto. Todo  lo que nos cuentan sobre ese asunto, el discurso universal sobre la  desigualdad de los sexos, leitmotiv de la modernidad igualitaria y  revolucionaria y que se refuerza en nuestros días con toda la energía  de la revolución fracasada — todo eso no es más que un gigantesco  contrasentido. La hipótesis inversa es perfectamente plausible y, en  cierto modo, más interesante — a saber, que lo femenino nunca ha  sido dominado: siempre ha sido dominante. Lo femenino  precisamente no como sexo, sino como forma transversal de todo  sexo, y de todo poder, como forma secreta y virulenta de la insexualídad. Como desafío cuyos estragos se hacen notar en toda la  extensión de la sexualidad — este desafío, que es también el de la seducción, ¿no ha sido siempre triunfante?  

  10. En este sentido, lo masculino no ha sido nunca más que residual, una  formación secundaria y frágil, que hay que defender a fuerza de  baluartes, de instituciones, de artificios. La fortaleza fálica presenta,  en efecto, todos los signos de la fortaleza, es decir, de la debilidad.  Subsiste sólo escudándose en una sexualidad manifiesta, en una  finalidad del sexo que se agota en la reproducción o en el goce.  

  11. Se puede formular la hipótesis de que el único sexo es el femenino, i y  el masculino no existe más que por un esfuerzo sobrehumano para  conseguirlo. Un instante de distracción, y cae en lo femenino. Habría  un privilegio definitivo de lo femenino, un handicap definitivo de lo  masculino — vemos lo irrisorio de querer «liberar» al uno para hacerle acceder a la fragilidad del «poder» del otro, a ese estado en suma  excéntrico, paradójico, paranoico y cansado que es el masculino.  Fábula sexual inversa de la fábula fálica, donde es la mujer quien  resulta del hombre por sustracción — aquí es el hombre quien [22]  resulta de la mujer por excepción. Fábula que reforzaría fácilmente los  análisis de Bettelheím en las Blessures symboliques: los hombres han  erigido su poder y sus instituciones sólo para contrarrestar los poderes  originales muy superiores de la mujer. El motor no es la envidia del  pene, al contrario son los celos del hombre del poder de fecundación  de la mujer. Este privilegio de la mujer es inexplicable, hacía falta  inventar a toda costa un orden diferente, social, político, económico  masculino, donde este privilegio natural pudiera ser rebajado. En el  orden ritual, las prácticas de apropiación de los signos del sexo  opuesto son ampliamente masculinas: escarificaciones, mutilaciones,  invaginaciones artificiales, covada, etc.  

  12. Todo esto es tan convincente como puede serlo una hipótesis paradójica (siempre más interesante que la hipótesis heredada), pero en  el fondo no hace sino invertir los términos, y equivale a hacer de lo  femenino una sustancia original, una especie de infraestructura  antropológica, que vuelve a determinar inversamente la anatomía, pero a deja subsistir como destino — y de nuevo se ha perdido toda la  (ironía de la feminidad».  

  13. La ironía se pierde cuando lo femenino se instituye como sexo,  incluso y sobre todo cuando es para denunciar su opresión. Eterna  artimaña del humanismo de las Luces, que apunta a liberar el sexo  siervo, las razas siervas, las clases siervas en los mismos términos de  su servidumbre. ¡Que lo femenino se convierta en un sexo de pleno  derecho! Absurdo, si no se plantea en términos de sexo o en términos  de poder.  

  14. Precisamente lo femenino no es del orden de la equivalencia ni del  valor: es, pues, insoluble en el poder. No es siquiera subversivo, es  reversible. Al contrario, el poder es soluble en la reversibilidad de lo  femenino. Si no se puede decidir en los «hechos» quien, lo masculino  o lo femenino, ha dominado al otro a lo largo de los siglos (una vez  más, la tesis de la opresión de lo femenino descansa sobre un mito  machista caricaturesco), está claro, sin embargo, que también en  materia de sexualidad la forma reversible vence a la forma lineal. La  forma excluida vence en secreto a la forma dominante, La forma  seductiva vence a la forma productiva,  

  15. La feminidad en ese sentido está del mismo lado que la locura. Porque  la locura vence en secreto (entre otras, gracias a la hipótesis del  inconsciente) tiene que ser normalizada. Porque la feminidad vence en  secreto (en la liberación sexual en particular) tiene que ser reciclada y  normalizada. [23]  

Y en el goce.  

Uno de los caracteres a menudo citados de la opresión de las mujeres  es la expoliación del goce, su carencia de goce. Flagrante injusticia  que todos tienen que intentar reparar inmediatamente, según el  esquema de una especie de carrera de fondo o de rallye sexual. El  goce ha tomado el aspecto de una exigencia y de un derecho  fundamental. Benjamín de los derechos del hombre, ha accedido a la  dignidad de un imperativo categórico. Es inmoral contravenirlo. Pero  no tiene siquiera el encanto kantiano de las finalidades sin fin. Se impone como gestión y autogestión del deseo, y su ignorancia no  excusa su cumplimiento, como ocurre con la ley.  

  1. Es ignorar que el goce también es reversible, es decir, que puede tener  una intensidad superior en su ausencia o su negación. Por lo mismo, cuando el fin sexual vuelve a ser aleatorio, surge algo que puede  llamarse seducción o placer. O más todavía, el goce puede no ser más  que el pretexto de otro juego más apasionante, más pasional — así era  en El imperio de los sentidos, donde lo que estaba en juego, por medio  del goce, era sobre todo ir hasta el final y más allá del goce — desafío  que gana a la operación pura del deseo porque su lógica es mucho más  vertiginosa, porque es una pasión, mientras la otra sólo es una pulsión.  Pero este vértigo puede jugar también con el rechazo del goce. ¿Quién  sabe si las mujeres, lejos de ser «expoliadas», no han jugado siempre  triunfalmente con el derecho de reserva sexual, es decir, si no han  lanzado un reto desde el fondo de su no-goce, o mejor, si no han  desafiado al goce de los hombres a ser sólo lo que es? Nadie sabe  hasta qué profundidad destructora puede llegar esta provocación, ni  hasta qué punto es todopoderosa. El hombre no ha salido nunca del  apuro, reducido a gozar sólo y a encerrarse en una conminación de  placer y de conquista.  

  2. ¿Quién ha ganado en este juego de estrategias diversas? Aparentemente el hombre está en toda la línea. Pero no es seguro que no se haya  perdido y atascado en este terreno, como en el de la toma de poder, en  una especie de huida hacia delante donde ninguna acumulación,  ningún cálculo le asegura la salvación, ni le quita la desesperación  secreta de lo que se le escapa. Hacía falta que esto acabara y que las  mujeres gozaran. Se iban a tomar los medios de liberarlas y de  hacerlas gozar — poniendo fin a ese desafío insoportable donde en  definitiva el goce se anula en una estrategia posible del no-goce, Pues  el goce no tiene estrategia: no es más que una energía en busca [24] de  su fin. Es, pues, muy inferior a cualquier estrategia que puede  utilizarlo como material, y al mismo deseo como elemento táctico. Es  el tema central de la sexualidad libertina de siglo XVIII, de Laclos a  Casanova y Sade (incluido Kierkegaard en el Diario de un seductor), para los cuales la sexualidad todavía es un ceremonial, un ritual y una  estrategia antes de que se precipite con los derechos del hombre y la  psicología en la verdad revelada del sexo.  

  3. Ha llegado la era de la píldora y de la conminación al goce. Fin del  derecho de reserva sexual. Las mujeres tienen que haber captado que  se las desposeía de algo esencial para que se hayan resistido tanto, a  través de todo el espectro de actos «fallidos», a la adopción «racional»  de la píldora. La misma resistencia de generaciones enteras a la  escuela, a la medicina, a la seguridad, al trabajo. La misma intuición  profunda de los estragos de la libertad, de la palabra y del goce sin  trabas: el desafío, el otro desafío ya no es posible, cualquier lógica  simbólica es exterminada en provecho del chantaje a la erección  permanente (¿sin contar la baja tendencial de la tasa misma de goce?).  La mujer «tradicional» no estaba ni reprimida, ni incapacitada para el  goce: se sentía bien en su estatuto, no estaba en absoluto vencida, no  era en absoluto pasiva, y no soñaba forzosamente con su «liberación»  futura. Son las almas benditas quienes ven retrospectivamente a la  mujer alienada desde siempre y después liberada en su deseo. Y hay  un profundo desprecio en esta visión, la misma que se tiene de las  masas «alienadas» que se supone no han sido nunca capaces de ser  otra cosa que un rebaño engañado.  

  4. Es fácil trazar un cuadro de la mujer alienada a través de los tiempos y  abrirle hoy, bajo los auspicios de la revolución y del psicoanálisis, las  puertas del deseo. Todo eso es tan simple, tan obsceno en su  simplicidad — peor: es la expresión misma del sexísmo y del racismo:  la conmiseración.  

  5. Afortunadamente lo femenino nunca ha sido su imagen. Siempre ha  tenido su estrategia propia, estrategia incesante y victoriosa de desafío  (cuya máxima expresión es la seducción). Inútil llorar la equivocación  de que ha sido víctima y querer repararla. Inútil jugar a los justicieros  del sexo débil. Inútil aplazarlo todo a la hipoteca de una liberación y  de un deseo cuyo secreto sería por fin levantado en el siglo XX. Los  juegos se han jugado siempre del todo, con todas las cartas y todos los  triunfos, a cada momento de la historia. Y los hombres no lo han ganado, en absoluto. Más bien sería ahora cuando [25] las mujeres  están perdiéndolo, bajo el signo del goce precisamente — pero esto es  otra historia.  

  6. Es la historia actual de lo femenino en una cultura que lo produce  todo, que hace hablar todo, gozar todo, discurrir todo. Promoción de  lo femenino como sexo de pleno derecho (derechos iguales, goce  igual), de lo femenino como valor a costa de lo femenino como principio de incertidumbre. Toda la liberación sexual reside en esta es trategia de imposición del derecho, del estatuto, del goce femenino.  Sobreexposición y representación de lo femenino como sexo, y del  goce como prueba multiplicada del sexo.  

  7. La pornografía lo dice claramente. Trilogía de la abertura, del goce y  de la significancia, la pornografía es una promoción tan exacerbada  del goce femenino sólo para enterrar mejor la incertidumbre que  flotaba sobre el «continente negro». Se acabó la «eterna ironía de la  comunidad» de la que hablaba Hegel. En adelante la mujer gozará y  sabrá por qué. Toda feminidad se hará visible — mujer emblema del  goce, goce emblema de la sexualidad. No más incertidumbre, no más  secreto. Empieza la obscenidad radical.  

  8. Saló, o los 120 días, de Pasolini — verdadero crepúsculo de la  seducción: toda reversibilidad ha sido abolida según una lógica im placable. Todo es irreversiblemente masculino y todo está muerto.  Hasta la complicidad, la promiscuidad de verdugos y víctimas en el  suplicio ha desaparecido: es un suplicio inanimado, una perpetración  sin afecto, una maquinación fría (donde se percibe que el goce es con  mucho el usufructo industrial de los cuerpos, y lo contrario de  cualquier seducción: el goce es un producto de extracción, producto  tecnológico de una maquinaria de los cuerpos, de una logística de los  placeres que va derecho a la meta y sólo encuentra su objeto muerto).  

  9. La película ilustra la verdad de que en un sistema dominante, en todo  sistema dominante (que por ello deviene masculino), la feminidad es  la que encarna la reversibilidad, la posibilidad de juego y de  implicación simbólica. Saló es un universo completamente expurgado  de ese mínimo de seducción que es lo que pone en juego no solamente el sexo, sino toda relación, incluidos la muerte y el intercambio de la  muerte (esto está expresado, en Saló como en Sade, por la hegemonía  de la sodomía). Ahí es donde aparece que lo femenino no es un sexo  opuesto al otro, sino lo que destituye al sexo [26] de pleno derecho y  de pleno ejercicio, al sexo que detenta el monopolio del sexo: lo  masculino, la obsesión de algo distinto, en la cual el sexo sólo es la  forma desencantada: la seducción. Ésta es un juego, el sexo es una  función. La seducción es del orden de lo ritual, el sexo y el deseo son  del orden de lo natural. Lo que se enfrenta en lo femenino y en lo  masculino son esas dos formas fundamentales y no una diferencia  biológica o rivalidad ingenua de poder.  

  10. Lo femenino no es solamente seducción, es también desafío a lo  masculino por ser el sexo, por asumir el monopolio del sexo v del  placer, desafío para llegar al cabo de su hegemonía y ejercerla hasta la  muerte. Bajo la presión de este desafío, incesante a través de toda la  historia sexual de nuestra cultura, hoy se derrumba la falocracia, por  no poder responder. Es posible que toda nuestra concepción de la  sexualidad se derrumbe al mismo tiempo, pues está edificada en torno  a la función fálica y a la definición positiva del sexo. Toda forma  positiva se acomoda muy bien a su forma negativa, pero conoce el  desafío mortal de la forma reversible. Toda estructura se acomoda a la  inversión o a la subversión, pero no a la reversión de sus términos.  Esta forma reversible es la de la seducción.  

  11. No aquella en que las mujeres habrían estado históricamente  relegadas, cultura de gineceo, pinturas y encajes, seducción revisada  por la fase del espejo y de lo imaginario de la mujer, terreno de juegos  y de artimañas sexuales (aunque ahí se haya preservado, mientras que  todos los demás desaparecían, incluido el de la cortesía, el único ritual  del cuerpo de la cultura occidental), sino la seducción como forma  irónica y alternativa, que rompe la referencia del sexo, espacio no de  deseo, sino de juego y de desafío.  

  12. Es lo que trasluce en el juego más banal de la seducción: me muestro  esquivo, no me harás gozar, soy yo quien te hará jugar, y quien te  hurtará el goce. Juego movedizo, donde es falso suponer que sólo es una estrategia sexual. Más que nada estrategia de desplazamiento (se ducere; llevar aparte, desviar de su vía), de desviación de la verdad del  sexo: jugar no es gozar. Ahí hay una especie de soberanía de la  seducción, que es una pasión y un juego del orden del signo, y es  quien gana a largo plazo porque es un orden reversible e  indeterminado.  

  13. Los prestigios de la seducción son muy superiores a las consolaciones  cristianas del goce. Nos lo quieren hacer tomar por un fin natural — y  muchos se vuelven locos por no alcanzarlo. Pero amar no tiene nada  que ver con una pulsión, si no es en el design libidinal [27] de nuestra  cultura — amar es un desafío y un poner algo en juego: desafío al otro  de amarle a su vez — ser seducido es desafiar al otro a serlo (ningún  argumento más sutil que acusar a una mujer de ser incapaz de ser  seducida). La perversión, bajo este aspecto, toma otro sentido: hacer  como si se fuera seducido, pero sin serlo, y siendo incapaz de serlo.  

  14. La ley de la seducción es, ante todo, la de un intercambio ritual  ininterrumpido, la de un envite donde la suerte nunca está echada, la  del que seduce y la del que es seducido, en razón de que la línea  divisoria que definiría la victoria de uno, la derrota del otro, es ilegible  — y de que este desafío al otro a ser aún más seducido, o a amar más  de lo que yo le amo no tiene otro límite que el de la muerte. Mientras  que lo sexual tiene un fin próximo y banal: el goce, forma inmediata  de satisfacción del deseo.  

  15. Roustang, en Un festín si funeste (pág. 142-1.43):  

  16. Vemos, en el análisis, qué peligro extremo puede correr un hombre que se  pone a escuchar la demanda de goce de la mujer. Si una mujer con su deseo,  altera la inalterabilidad en la que el hombre no puede dejar de enterrarla, sí se  convierte ella misma en demanda inmediata e ¡limitada, si no soporta más y  no lo soporta más, el hombre se encuentra arrojado a un estado infra suicida.  Una demanda que no sufre ninguna dilación, ninguna excusa, que no tiene  límite en cuanto a la intensidad y a la duración, pulveriza el absoluto que  representaba la mujer, la sexualidad femenina, e incluso el goce femenino...  El goce femenino siempre puede ser divinizado de nuevo, mientras que la  demanda de placer de tal mujer a la que el hombre está /unido, sin poder huir,  provoca en él la pérdida de referencias 'y el sentimiento de la pura 

  17. contingencia... Cuando todo el deseo pasa a la demanda, es el mundo al revés  y el estrépito, Sin duda esa es la razón por la cual nuestra cultura había señalado a las mujeres a no pedir nada para conducirlas, a no desear nada.  

  18. ¿Qué ocurre con un «deseo que pasa íntegro a la demanda»? ¿Se trata  aún del «deseo» de la mujer? ¿No es ésa una forma característica de  locura, que tiene poco que ver con una «liberación»? ¿Qué es esta  configuración nueva, y femenina, de una demanda sexual ilimitada, de  una exigencia ilimitada de goce? En efecto, ése es el punto límite en el  que se precipita toda nuestra cultura — y oculta, Roustang tiene razón,  una forma de violencia colectiva infra suicida — pero no sólo para el  hombre: para la mujer también, y para la sexualidad en general. [28]  

  19. Decimos no a aquellos/as que no aman más que a las mujeres; aquellos/as  que no aman más que a los hombres; aquellos/as que no aman más que a los  niños (también hay los viejos, los sádicos, los masoquistas, los perros, los  gatos)... El nuevo militante, refinado y egocéntrico, reivindica el derecho a  su racismo sexual, a su singularidad sexual. Pero nosotros decimos no a  todo sectarismo. Si hay que volverse misógino para ser pederasta,  andrófabo para ser lesbiana..., si hay que rechazar los placeres de la noche,  los encuentros, los ligues de ocasión para defenderse de la violación, es  volver a instaurar en nombre de la lucha contra ciertas prohibiciones otros  tabúes, otros moralismos, otras normas, otras anteojeras de esclavos...  

  20. Sentimos en nuestro cuerpo no un sexo, ni dos, sino una multitud de sexos.  No vemos al hombre, ni a la mujer, sino al ser humano, antropomórfico  (!)... Estamos cansadas de todo nuestro cuerpo, de todas las barreras  culturales estereotipadas, de todas las segregaciones fisiológicas... Somos  machos y hembras, adultos y niños, tortilleras y maricas, folladoras,  folladores, enculados y enculadas. No aceptamos reducir a un sexo toda  nuestra riqueza sexual. Nuestro sadismo no es más que una faceta de  nuestras sexualidades. Rechazamos limitarnos a lo que la sociedad exige de  nosotros, a saber, ser heterosexual, lesbiana, marica, y toda la gama de  productos publicitarios. No somos razonables en ninguno de nuestros  deseos.  

  21. (Liberation, julio 78, Judith Belladonna Barbara Penton.)  

  22. Frenesí de un ejercicio sexual ilimitado, consumo exacerbado del  deseo en la demanda y en el goce —¿esto no es la inversión de lo que  dice Roustang: si hasta aquí se había enseñado a las mujeres no pedir nada para conducirlas a no desear nada, no se les enseña hoy a pedirlo  todo para no desear nada? ¿Todo el continente negro decodificado por  el goce?  

  23. Lo masculino estaría más cerca de la Ley, la feminidad más cerca del  goce. Pero, ¿no es el mismo goce la axiomática de un universo sexual  decodificado? — referencia femenina y liberadora producida por la  extenuación lenta de la Ley, el goce forma extenuada de la Ley, la Ley  convertida en exhortación al goce después de haber sido su  prohibición. Efecto de simulación invertido: cuando el goce se dice y  se pretende autónomo, entonces es verdaderamente un efecto de la  Ley. O bien, la Ley se hunde, y allí donde se ha hundido la Ley, el  goce se inaugura como un nuevo contrato. ¿Qué importa?: no ha  cambiado nada, y la inversión de los signos sólo es un [29] efecto de  estrategia. Ése es el sentido de la inversión actual, y del privilegio  emparejado de lo femenino y del goce sobre lo masculino y lo  prohibido que dominaban en otro tiempo la razón sexual. La exaltación de lo femenino es el instrumento perfecto de una generalización  sin precedente y de una extensión dirigida de la razón sexual: Destino  inesperado que corta en seco todas las ilusiones deseantes y todas las  racionalizaciones liberadoras. Marcuse:  

  24. Lo que en el sistema patriarcal aparece como la antítesis femenina de los  valores masculinos constituye verdaderamente una alternativa social e  histórica reprimida —la alternativa socialista... Acabar con la sociedad  patriarcal, es precisamente negar la atribución a la mujer en tanto que mujer  de cualidades específicas, es decir, desarrollar esas cualidades en todos los  sectores de la vida social, en el trabajo como en el ocio. La liberación de la  mujer entonces sería al mismo tiempo la liberación del hombre...  

  25. (Actuéis, Galilée, pág. 33.)  

  26. Sea lo femenino liberado puesto al servicio de un nuevo Eros  colectivo (la misma operación que para la pulsión de muerte — la  misma dialéctica de aplicación sobre el nuevo Eros social). Pero,  ¿qué pasa si lo femenino, lejos de ser un conjunto de cualidades  específicas (lo que fue quizá en la represión, y sólo ahí) se revela, una  vez «liberado», sólo como la expresión de una indeterminación erótica, y de la pérdida de cualidades específicas, tanto en la esfera de  lo social como de lo sexual?  

  27. Había una ironía poderosa de lo femenino en la seducción, hoy hay  otra tan poderosa en su indeterminación y en esta ambigüedad que  hace que su promoción en tanto que sujeto se acompañe de un  recrudecimiento de su estatuto de objeto, es decir, de una pornografía  generalizada. Extraña coincidencia, en la que encalla el feminismo  liberador, que mucho quisiera distinguir a ambos. Pero esto no tiene  porvenir, pues esta liberación de lo femenino es significativa  precisamente por su ambigüedad radical. Incluso el texto de Roustang,  que tiende a valorar la irrupción de la demanda femenina, no puede  dejar de presentir la catástrofe que constituye también para la mujer la  transferencia completa del deseo a la demanda. A menos de considerar  el estado infra suicida provocado en el hombre por esta demanda como  un argumento decisivo, nada permite distinguir esta monstruosidad, de  la demanda y del goce femenino de la prohibición total que le afectaba  antaño. [30]  

  28. Esta ambigüedad se vuelve a encontrar también del lado de lo  masculino y de su declive. El pánico provocado en el hombre por el  sujeto femenino «liberado» sólo tiene parangón en su fragilidad frente  a la apertura pornográfica del sexo femenino «alienado», del objeto  sexual femenino. Ya exija gozar «por la toma de conciencia de la  racionalidad de su propio deseo» o se ofrezca al goce en un estado de  prostitución total — ya sea lo femenino sujeto u objeto, liberado o  prostituido, de todos modos la mujer se presenta como conminación  de sexo, voracidad abierta, devoracíón. No es casualidad si todo el  pomo gira en torno al sexo femenino. Se debe a que la erección nunca  es segura (no hay escenas de impotencia en la pornografía: está  conjurada en toda su extensión por la alucinación de una oferta  femenina sin tasa). En una sexualidad vuelta problemática porque está  conminada a demostrarse y a manifestarse sin interrupción, la posición  marcada, masculina, es frágil. El sexo femenino, en cambio, es igual a  sí mismo: en su disponibilidad, en su apertura, en su grado cero. Esta  continuidad de lo femenino, por oposición "la intermitencia de lo masculino, basta para asegurar una superioridad definitiva en la  representación orgánica del goce, en lo infinito del sexo que se ha  vuelto nuestra dimensión fantasmática.  

  29. La liberación sexual, como la de las fuerzas productivas,  potencialmente no tiene límites. Exige una profusión realizada, sex  affluent society. No podría tolerar la escasez de bienes sexuales, como  tampoco de bienes materiales. Ahora bien, esta continuidad y esta  disponibilidad utópicas, sólo puede encarnarlas el sexo femenino. Por  eso todo en esta sociedad será feminizado, sexualizado bajo el modo  femenino, los objetos, los bienes, los servicios, las relaciones de todo  género — en la publicidad, el efecto no es tanto añadir sexo a una  máquina de lavar (esto es absurdo) como conferir al objeto esta  cualidad imaginaria de lo femenino, de estar disponible a voluntad,  nunca retráctil, nunca aleatorio.  

  30. La sexualidad pornográfica se mece en esta monotonía abierta, en la  que los hombres, flácidos o eréctiles, sólo tienen un papel irrisorio. El  hard core no ha cambiado nada: lo masculino ya no interesa porque es  demasiado determinado, demasiado marcado — falso significante  canónico — y por ello demasiado frágil. La fascinación seguramente,  se dirige más hacia lo neutro, hacia la apertura indeterminada. Hacia  una sexualidad movediza y difusa. ¿Revancha histórica de lo  femenino después de tantos siglos de represión y de rigidez? Quizá,  pero con mayor certeza: extenuación de la marca sexual, sea la  histórica, de lo masculino, que alimentó antaño todos los esquemas de  fertilidad, de verticalidad, de ascendencia, de crecimiento, [31] de  producción, etc., para perderse hoy en una simulación obsesiva de  todos esos temas — sea la de lo femenino tal como se ha encarnado  siempre en la seducción. Tras la objetivación maquinal de los signos  del sexo, hoy triunfan lo masculino como fragilidad y lo femenino  como grado cero.  

  31. En efecto, estamos en una situación sexual original de violación y  violencia — violencia ejercida sobre lo masculino «infrasuicida» por  el goce femenino desencadenado. Pero no se trata de una inversión de  la violencia histórica ejercida sobre la mujer por la fuerza masculina. 

  32. Se trata de una violencia de neutralización, de depresión y de  derrumbamiento del término marcado ante la irrupción del término no  marcado, No es una violencia plena, genérica, sino una violencia de  disuasión, la violencia de lo neutro, la violencia del grado cero.  

  33. La pornografía también es así: violencia del sexo neutralizado. [32] 

Porno-estéreo  

Llévame a tu cuarto y jódeme.  

Hay algo indefinible en tu vocabulario, que deja que desear.  

El trompe-l'oeil sustrae una dimensión al espacio real y eso es lo que  provoca su seducción. Al contrario, el porno añade una dimensión al  espacio del sexo, lo hace más real que lo real — lo que provoca su  ausencia de seducción.  

  1. Inútil buscar qué fantasmas obsesionan a la pornografía (fetichistas,  perversos, escena primitiva, etc.), pues están eliminados por el exceso  de «realidad». Además, quizá el porno no es sino una alegoría, es  decir, una activación de signos, un intento barroco de líbre significación rozando lo «grotesco» (literalmente: el arte «grotesco»  de los jardines añadía naturaleza rocosa como el porno añade i  pintoresco en los detalles anatómicos).  

  2. La obscenidad quema y consume su objeto. Visto de muy cerca, se ve  lo que no se había visto nunca — su sexo, usted no lo ha visto nunca  funcionar, ni tan de cerca, ni tampoco en general, afortunadamente  para usted. Todo eso es demasiado real, demasiado cercano para ser  verdad. Y eso es lo fascinante, el exceso de realidad, la hiperrealidad  de la cosa. El único fantasma en juego en el porno, si es que hay uno,  no es el del sexo, sino el de lo real, y su absorción, absorción en otra  cosa distinta de lo real, en lo hiperrreal. El [33] voyeurismo del porno  no es un voyeurismo sexual, sino un voyeurismo de la representación  y de su pérdida, un vértigo de pérdida de la escena y de irrupción de lo  obsceno.  

  3. La dimensión de lo real es abolida por el efecto de zoom anatómico, la  distancia de la mirada deja paso a una representación instantánea y  exacerbada: la del sexo en estado puro, despojada no sólo de toda  seducción, sino incluso de la virtualidad de su imagen — sexo tan  próximo que se confunde con su propia representación: fin del espacio perspectivo, que también es el de lo imaginario y el del fantasma —  fin de la escena, fin de la ilusión.  

  4. Sin embargo, la obscenidad no es el porno. La obscenidad tradicional  aún tiene un contenido sexual de trasgresión, de provocación, de  perversión. Juega con la represión, con una violencia fantasmática  propia. Esta obscenidad desaparece con la liberación sexual: la  «desublimación represiva» de Marcuse ha pasado por ahí (incluso si  no ha entrado en la costumbre, el triunfo mítico de la liberación, como  en otro tiempo el de la represión, es absoluto). La nueva obscenidad,  como la nueva filosofía, se erige en el campo donde murió la antigua,  y tiene otro sentido. No juega con un sexo violento, lo que está en  juego no es un sexo real, sino un sexo neutralizado por la tolerancia.  El sexo es excesivamente «devuelto», pero es la devolución de algo  que ha sido robado. El porno es la síntesis artificial, es el festival y no  la fiesta. Algo de neo, o de retro, como se quiera, algo así como el  espacio verde que sustituye a la difunta naturaleza sus efectos de  clorofila, y que por esta razón participa de la misma obscenidad que el  porno.  

  5. La irrealidad moderna no es del orden de lo imaginario, es del orden  del máximo de referencia, del máximo de verdad, del máximo de  exactitud — consiste en hacerlo pasar todo por la evidencia absoluta  de lo real. Como en los cuadros hiperrealistas, donde se distingue el  grano de la piel de una cara, microscopio inhabitual, y que ni siquiera  tiene el encanto de la inquietante extrañeza. El hiperrealismo no es el  surrealismo, es una visión que acosa a la seducción a fuerza de  visibilidad. Le «ofrecen más todavía». Así es respecto al color en el  cine o en la televisión: le ofrecen tanto, el color, el relieve, el sexo en  alta fidelidad, con los graves y los agudos (la vida, ¡vaya! ) que usted  no tiene nada que añadir, es decir, que dar a cambio. Represión  absoluta: dándole un poco de más, le suprimen I todo. ¡Desconfíe de  lo que es tan bien «devuelto» sin que usted nunca lo haya dado!  

  6. Recuerdo espantoso, carcelario, obsceno el de la cuadrifonía japonesa:  sala idealmente condicionada, técnica fantástica, música de cuatro  [34] dimensiones, no sólo las tres del espacio ambiente, sino una cuarta, visceral, del espacio interno — delirio técnico de restitución  perfecta de una música (¡Bach, Monteverdi, Mozart!) que nunca ha  existido, que nadie ha oído nunca así y que no está hecha para ser oída  así. Además, no «se oye», es otra cosa, la distancia que hace que se  oiga una música, en el concierto o en otro lado, queda abolida, uno  está imbuido por todas partes, ya no hay espacio musical, es  una simulación de ambiente total que nos despoja de cualquier mínima  percepción analítica, percepción que constituye el encanto de la  música. Los japoneses, sencillamente y con toda su buena fe, han  confundido lo real con el máximo de dimensiones posibles. Si  pudieran hacer hexafonía, la harían. Ahora bien, esta cuarta dimensión  que añaden a la música es precisamente aquélla a través de la que nos  castran de cualquier goce musical. Entonces, nos fascina otra cosa  (pero ya no es seducción): la perfección técnica, la «alta fidelidad»,  tan obsesiva y puritana como la otra, la conyugal, pero esta vez ni  siquiera se sabe hacia qué objeto es fiel, pues nadie sabe dónde  empieza y dónde acaba lo real, ni el vértigo de perfección que se  obstina en reproducirlo.  

  7. En este sentido, la técnica cava su propia tumba, pues al mismo  tiempo que perfecciona los medios de síntesis, profundiza en los  criterios de análisis y de definición, tanto que la fidelidad total, la  exhaustividad en materia de lo real se hace imposible para siempre. Lo  real se vuelve un fantasma vertiginoso de exactitud que se pierde en lo  infinitesimal.  

  8. Frente al trompe-l'oeil, por ejemplo, que ahorra una dimensión, el  espacio tridimensional «normal» constituye una degradación, un  empobrecimiento por exceso de medios (todo lo que es real o se  pretende real constituye una degradación de ese género). La  cuadrafonía, el híper estéreo, el hifi constituyen una degradación  definitiva.  

  9. El porno es la cuadrifonía del sexo. Añade una tercera y una cuarta  pista al acto sexual. Reina la alucinación del detalle — la ciencia ya  nos ha acostumbrado a esta microscopía, a este exceso de lo real con  su detalle microscópico, a este voyeurismo de la exactitud, de1 primer plano de las estructuras invisibles de la célula, a esta noción de una  verdad inexorable que ya no se mide en absoluto con el juego de las  apariencias y que sólo puede revelar la sofisticación de un aparato  técnico. Fin del secreto.  

  10. ¿Qué otra cosa hace el porno, en su visión trucada, aparte de  revelarnos también esta verdad inexorable y microscópica del sexo?  Está en conexión directa con una metafísica que vive sólo del  fantasma de una verdad escondida y de su revelación, del fantasma de  [35] una energía «reprimida» y de su producción — en la' escena  obscena de lo real. De ahí el atolladero del pensamiento ilustrado  sobre la cuestión: ¿se debe censurar el porno y elegir la represión bien  temperada? Insoluble, pues el porno tiene razón: forma parte de los  estragos de lo real, de la ilusión demente de lo real y de su «libe ración» objetiva. No se puede liberar a las fuerzas productivas sin  querer «liberar» el sexo de su función bruta: lo uno es tan obsceno  como lo otro. Corrupción realista del sexo, corrupción productivista  del trabajo — un mismo síntoma, un mismo combate.  

  11. El equivalente del obrero en la cadena, es ese drama escénico vaginal  japonés, más extraordinario que cualquier strip-tease: chicas con los  muslos abiertos al borde de un estrado, los proletarios japoneses en  mangas de camisa (es un espectáculo popular) autorizados a meter sus  narices, sus ojos hasta la vagina de la chica, para ver, ver mejor —  ¿qué? — trepando los unos sobre los otros para ver bien, además,  mientras tanto, la chica les habla amablemente o les regaña para  guardar las formas. Todo el resto del espectáculo, flagelaciones,  masturbaciones recíprocas, strip tradicional, desaparece ante este  momento de obscenidad absoluta, de voracidad de la vista que supera  con mucho la posesión sexual. Porno sublime: si pudieran, ¿los tíos se  precipitaron enteros en la chica — exaltación de la muerte? Quizá,  pero al mismo tiempo, comentan y comparan las respectivas vaginas,  y esto sin reírse o carcajearse nunca, con una seriedad mortal, y sin  intentar tocar jamás, salvo por juego. Nada lúbrico: un acto  extremadamente grave e infantil, una fascinación completa hacia el  espejo del órgano femenino como la de Narciso hacia su propia imagen. Mucho más allá del idealismo convencional del strip-tease  (quizá ahí habría incluso seducción), en el límite sublime el porno se  invierte en una obscenidad purificada, profundizada en el dominio  visceral — ¿por qué quedarse en el desnudo, en lo genital: si lo  obsceno es del orden de la representación y no del sexo, debe explotar  incluso el interior del cuerpo y de las vísceras — quién sabe qué profundo goce de descuartizamiento visual, de mucosas y de músculos  lisos, puede resultar? Nuestro porno aún tiene una definición restringida. La obscenidad tiene un porvenir ilimitado.  

  12. Pero cuidado, no se trata de profundizar la pulsión, no se trata de una  orgía de realismo y de una orgía de producción. La pasión (quizá  también es una pulsión, que sustituye a todas las demás) de hacer  comparecer todo, de llevarlo todo a la jurisdicción de una energía  visible. Que toda palabra sea liberada, y que vaya hasta el deseo. Nos  revolcamos en esta liberalización que no es sino el proceso creciente  de la obscenidad. Todo lo que está escondido, y goza aún [36] de lo  prohibido, será desterrado, devuelto a la palabra y a la evidencia. Lo  real crece, lo real se ensancha, un día todo el universo será real, y  cuando lo real sea universal, será la muerte.  

  13. Simulación porno; la desnudez nunca es un signo cualquiera. La  desnudez velada por la ropa funciona como referente secreto,  ambivalente. Desvelada se hace superficie como signo y entra en la  circulación de los signos: desnudez design. Igual operación con el  hard core y el blue porny: el órgano sexual, abierto o eréctil, sólo es  un signo más en la panoplia hipersexual. Falo-design. Cuanto más lo camente se avanza en la veracidad del sexo, en su operación sin velos,  más se sumerge uno en la acumulación de los signos, más se encierra  uno en una sobresignificacíón hasta el infinito, la de lo real que ya no  existe, la de un cuerpo que no ha existido nunca. Toda nuestra cultura  del cuerpo, incluida la «expresión» de su «deseo», la estereofonía de su  deseo, es de una monstruosidad y una obscenidad irremediable.  

  14. : Hegel: «De la misma manera que hablando del exterior del cuerpo  humano hemos dicho que toda su superficie, por oposición a la del  mundo animal, revela la presencia y la pulsación del corazón, decimos que el arte tiene la tarea de procurar que en todos los puntos de su  superficie lo fenoménico, lo aparente se convierta en ojo, sede del  alma, haciéndose visible al espíritu». Nunca desnudez, nunca cuerpo  desnudo, que sólo estaría desnudo — nunca cuerpo sencillamente. Es  lo que dice el indio cuando contesta al blanco que le pregunta por qué  vive desnudo: «En mi tierra, todo es cara.» El cuerpo en una cultura  no fetichista (que no hace un fetiche de la desnudez como verdad  objetiva) no se opone como para nosotros a la cara, la única rica en  expresión, la única dotada de mirada: es cara y os mira. No es  obsceno, es decir, hecho para ser visto desnudo. No puede ser visto  desnudo, como tampoco la cara para nosotros, pues es un velo simbólico,  no es más que eso, es ese juego de velos, donde, mejor dicho, el  cuerpo autor de la seducción es abolido «como tal». Ahí es donde se  lleva a cabo, nunca en la rasgadura del velo en nombre del traslucir  de un deseo o de una verdad.  

  15. Indistinción del cuerpo y de la cara en una cultura total de las  apariencias — distinción del cuerpo y de la cara en una cultura del  sentido (el cuerpo se vuelve en ella monstruosamente visible, se  vuelve el signo de un monstruo llamado deseo) — después triunfo  total, en el porno, de ese cuerpo obsceno, hasta llegar a la desaparición  le la cara; los modelos eróticos donde los actores porno no tienen [37]  cara, no podrían ser hermosos, o feos, o expresivos, esto es  incompatible, la desnudez funcional lo borra todo con la  espectacularidad única del sexo. Algunas películas no son más que  efecto sonoro visceral sobre el primer plano del coito: el cuerpo incluso  ha desaparecido, dispersado, en objetos parciales exorbitantes.  Cualquier cara es inconveniente, pues quiebra la obscenidad y  restablece el sentido allí donde todo apunta a su abolición con el  exceso de sexo y el vértigo de la nulidad.  

  16. Al término de esta degradación hacia una evidencia terrorista del  cuerpo (y de su «deseo»), las apariencias ya no tienen secreto. Cultura  de la desublimación de las apariencias: en ella todo se materializa bajo  las especies más objetivas. Cultura porno por excelencia, ésta que por  todas partes y siempre apunta hacía la operación de lo real. La cultura porno, esta ideología de lo concreto, de lo facticio, del uso, de la  preeminencia del valor de uso, de la infraestructura material de las  cosas, del cuerpo como infraestructura material del deseo. Cultura  unidimensional donde todo se exalta por lo «concreto de producción»  o por lo concreto de placer — trabajo o copulación mecánica  ilimitados. La obscenidad de este mundo consiste en que no se  abandona nada a las apariencias, no se abandona nada al azar. Todo en  él es signo visible y necesario. Es la de la muñeca sexuada que se  dota de un sexo, y hace pis, habla, y un día hará el amor. Reacción de  la niñita: «Mi hermanita también sabe hacer eso. ¿No me puede dar  una de verdad?»  

  17. Del discurso de trabajo al discurso de sexo, del discurso de la fuerza  productiva al discurso de la pulsión se propaga el mismo ultimátum de  pro-ducción en el sentido literal del término. En efecto, la acepción  original no es la de la fabricación, sino la de hacer visible, hacer  aparecer y comparecer. El sexo es producido como se presenta un  documento, o como se dice de un actor que aparece en escena∗.  

  18. Producir es materializar por fuerza lo que es de otro orden, del orden  del secreto y de la seducción. Por todas partes y siempre la seducción  es lo que se opone a 1a producción. La seducción retira algo del orden  de lo visible, la producción lo erige todo en evidencia, ya sea la de un  objeto, una cifra, o un concepto.  

  19. Que todo sea producido, que todo se lea, que todo suceda en lo real,  en lo visible y en la cifra de la eficacia, que todo se transcriba [38] en  relaciones de fuerza, en sistemas de conceptos o en energía  computable, que todo sea dicho, acumulado, repertoriado, enumerado:  así es el sexo en lo porno, y ése es más ampliamente el .propósito de  nuestra cultura, cuya obscenidad es su condición natural: cultura del  mostrador, de la demostración, de la monstruosidad productiva.  

  20. En eso no hay nunca seducción, ni siquiera en el porno, porque es  producción inmediata de actos sexuales, actualidad feroz del placer,  no hay ninguna seducción en esos cuerpos atravesados por una mirada literalmente aspirada por el vacío de la transparencia —pero tampoco  hay sombra de seducción en el universo de la producción, regido por  el principio de transparencia de las fuerzas en el orden de los  fenómenos visibles y computables: objetos, máquinas, actos, diales o  producto nacional bruto.  

    1. En el original «Le sexe est produit comme on produit un document, ou comme on  dit d’un acteur qu’il se produit sur scène.» (N. de la T.). 

  21. Ambigüedad insoluble: el porno pone fin mediante el sexo a  cualquier seducción, pero al mismo tiempo pone fin al sexo mediante  la acumulación de signos del sexo. Parodia triunfal y agonía simulada:  ahí está su ambigüedad. En este sentido, el porno es verdadero: es el  resultado de un sistema de disuasión sexual por alucinación, de  disuasión de lo real por hiperrealidad, de disuasión del cuerpo por  materialización forzosa.  

  22. Habitualmente, se le abre un proceso doble — el de manipulación  sexual con los muy conocidos fines de desactivar la lucha de clases  (siempre la vieja «conciencia mitificada») y el de ser una corrupción  mercantil del sexo — el verdadero, el bueno, el que se libera y forma  parte del derecho natural. Pues el porno enmascara o bien la verdad  del capital y de la infraestructura, o bien la del sexo y el deseo. Ahora  bien, el porno no enmascara nada en absoluto (es la ocasión de  decirlo) - no es una ideología, es decir, no esconde la verdad, es un  simulacro, es decir, el efecto de verdad que oculta que ésta no existe.  

  23. El porno dice: hay un sexo bueno en alguna parte, puesto que yo soy  su caricatura. Con su obscenidad grotesca, es un intento de salvar la  verdad del sexo, para volver a dar alguna credibilidad al modelo  sexual en declive. La pregunta es ésa; ¿hay un sexo bueno, hay  sencillamente sexo en alguna parte, sexo como valor de uso ideal de1  cuerpo, como potencial de goce que pueda y deba ser «liberado»? Es  la misma pregunta planteada a la economía política: más allá del valor  de cambio como abstracción y falta de humanidad del capital, ¿hay  una buena del valor, un valor de uso ideal de las mercancías  y de la relación social, que pueda y deba ser «liberado»? [39] 

Seducción/producción  

En realidad el porno sólo es el límite paradójico de lo sexual.  Exacerbación realística, obsesión maníaca de lo real: eso es lo  obsceno, etimológicamente y en todos los sentidos. Pero ¿lo sexual no  forma ya materialización forzosa, el advenimiento de la sexualidad no  forma ya parte de la realística occidental, de la obsesión propia a  nuestra cultura de crear instancias y de instrumentalizar todo?  

  1. Igual que es absurdo disociar en las demás culturas lo religioso, lo  económico, lo político, lo jurídico, incluso lo social y otras  fantasmagorías categoriales porque no han tenido lugar y porque esos  conceptos son otras tantas enfermedades venéreas de las que les  infectamos para «comprenderlos» mejor, así es absurdo autonomizar  lo sexual como instancia, como elemento irreductible, al cual los  demás pueden ser incluso reducidos. Hay que hacer una crítica de la  razón sexual o mejor una genealogía de la razón sexual como  Níetzsche ha hecho una genealogía de la moral, pues es nuestra nueva  moral. Se podría decir de la sexualidad como de la muerte: «Es un  hábito al que no hace tanto tiempo hemos acostumbrado a la  consciencia.»  

  2. Permanecemos incomprensivos y vagamente compasivos ante esas  culturas para las que el acto sexual no es una finalidad en sí, para las  que la sexualidad no tiene esa seriedad mortal de una energía que hay  que liberar, de una eyaculación forzada, de una producción a toda  costa, de una contabilidad higiénica del cuerpo. Culturas que  preservan largos procesos de seducción y de sensualidad, en los que la  sexualidad es un servicio entre otros, un largo proceso de dones y  contradones, no siendo el acto amoroso sino el término eventual de  esta reciprocidad acompasada por un ritual ineludible. Para nosotros  eso ya no tiene sentido, para nosotros lo sexual se ha convertido [41]  estrictamente en la actualización de un deseo en un placer — lo demás  es literatura. Extraordinaria cristalización de la función orgásmica y en  general de la función energética. 

  3. Somos una cultura de la eyaculación precoz. Cualquier seducción,  cualquier forma de seducción, que es un proceso enormemente  realizado, se borra cada vez más tras el imperativo sexual  naturalizado, tras la realización inmediata e imperativa de un deseo.  Nuestro centro de gravedad se ha desplazado efectivamente hacia una  economía libidinal que ya sólo deja sitio a una naturalización del  deseo consagrado, bien a la pulsión, bien al funcionamiento  maquínico, pero sobre todo a lo imaginario de la represión y de la  liberación.  

  4. Sin embargo, tampoco se dice: «Tienes un alma y hay que salvarla»,  sino:  

    1. «Tienes un sexo, y debes encontrar su buen uso.»  

    2. «Tienes un inconsciente, y "ello" tiene que hablar.»  

    3. «Tienes un cuerpo y hay que gozar de él.»  

    4. «Tienes una libido, y hay que gastarla», etc.  

  5. Esta obligación de liquidez, de flujo, de circulación acelerada de lo  psíquico, de lo sexual y de los cuerpos es la réplica exacta de la que  rige el valor de cambio: es necesario que el capital circule, que no  tenga un punto fijo, que la cadena de inversiones y reinversiones 1 sea  incesante, que el valor irradie sin tregua — esto es la forma de la  realidad actual del valor, y la sexualidad, el modelo sexual es su modo  de aparición en los cuerpos.  

  6. El sexo como modelo toma la forma de una empresa individual  /fundada en una energía natural: a cada uno su deseo y que gane el  mejor (en goce). Es la misma forma del capital, y precisamente por  eso/sexualidad, deseo y goce son valores subalternos. Cuando aparecen, no hace tanto tiempo, en el horizonte de la cultura occidental,  como sistema de referencia, aparecen como valores venidos a menos,  residuales, ideal de clases inferiores, burguesas y después pequeño burguesas, en relación a los valores aristocráticos de sangre y linaje,  de desafío y seducción, o a los valores colectivos, religiosos y de sacrificio, 

  7. Además el cuerpo, ese cuerpo al que nos referimos sin cesar, no tiene  otra realidad que la del modelo sexual y productivo. El capital da a luz  en el mismo movimiento el cuerpo energético de la fuerza de trabajo y  el que soñamos hoy como santuario del deseo y del inconsciente, de la  energía psíquica y de la pulsión, el cuerpo pulsional /atormentado por  los procesos primarios — el cuerpo mismo convertido en proceso  primario, y de ahí anticuerpo, último referencial revolucionario.  Ambos se engendran simultáneamente en la represión, [42] su  antagonismo aparente no es sino un efecto de duplicación. Redescubrir en el secreto de los cuerpos una energía libidinal  «desligada», que se opondría a la energía ligada de los cuerpos  productivos, redescubrir una verdad fantasmática y pulsional del  cuerpo en el deseo, es sólo desenterrar una vez más la metáfora  psíquica del capital.  

  8. Así es el deseo, así es el inconsciente: vertedero de la economía  política, metáfora psíquica del capital. Y la jurisdicción sexual es el  medio ideal, a través de la prolongación fantástica de la propiedad  privada de asignar a cada uno la gestión de un capital; capital  psíquico, capital libidinal, capital sexual, capital inconsciente, del cual  cada uno va a tener que responder ante sí mismo, bajo el signo de su  propia liberación.  

  9. Fantástica reducción de la seducción. La sexualidad tal como la  cambia la revolución del deseo, ese modo de producción y de  circulación de los cuerpos, precisamente se ha convertido en lo que es,  se ha podido tratar en términos de «relaciones sexuales», sólo  olvidando toda forma de seducción — igual que lo social se puede  tratar en términos de «relaciones» o de «relaciones sociales» sólo  cuando ha perdido toda sustancia simbólica.  

  10. Allí donde el sexo se erige como función, como instancia autónoma,  es porque ha liquidado a la seducción. Aún boy no se da, casi nunca,  más que en lugar de la seducción ausente, o como residuo y puesta en  escena de la seducción fracasada. Entonces es cuando la forma  ausente de la seducción se alucina sexualmente — en forma de deseo. 

  11. Es en esta liquidación del proceso de seducción donde toma fuerza la  teoría moderna del deseo.  

  12. En lugar de una forma seductiva, de ahora en adelante se ínstaura el  proceso de una forma productiva, de una «economía» del sexo:  retrospectiva de una pulsión, alucinación de un stock de energía  sexual, de un inconsciente donde se inscriben la represión y los  pavores del deseo: todo esto, y lo psíquico en general, provienen de la  forma sexual autonomizada — como en otros tiempos la naturaleza y  lo económico fueron el precipitado de la forma autonomizada de la  producción. Naturaleza y deseo, ambos idealizados, se suceden en los  esquemas progresivos de liberación, la de las fuerzas productivas  antiguamente, hoy la del cuerpo y el sexo.  

  13. Nacimiento de lo sexual, de la palabra sexual, igual que ha habido  nacimiento de la clínica, de la mirada clínica —allí donde antes no  había nada, excepto formas incontroladas, insensatas, inestables, o  bien enormemente ritualizadas. Donde no había tampoco represión,  ese leitmotiv que hacemos pesar sobre todas las sociedades anteriores  más aún que sobre la nuestra: los condenamos como primitivos [43]  desde el punto de vista tecnológico, pero, en el fondo, también desde  el punto de vista sexual y psíquico, puesto que no concebían ni lo  sexual ni lo inconsciente. El psicoanálisis afortunadamente ha  acudido a levantar esta hipoteca, ha dicho lo que estaba oculto,  increíble racismo de la verdad, racismo evangélico de la Palabra y de  su advenimiento.  

  14. Hacemos como si lo sexual estuviera reprimido allí donde no aparece  por sí mismo, es nuestra manera de salvarlo. Pero hablar de sexualidad  reprimida, sublimada en las sociedades primitivas, feudales, etc.,  hablar simplemente de «sexualidad» y de inconsciente en ese caso es  señal de una profunda necedad. Ni siquiera es seguro tampoco que  esta llave sea la mejor para nuestra sociedad. Sobre esta base, la de un  replanteamiento de la hipótesis misma de la sexualidad, la de un  replanteamiento del sexo y del deseo como instancia específica, es  posible unirse a Foucault cuando dice (pero no por las mismas 

  15. razones) que no hay, que nunca ha habido represión tampoco en  nuestra cultura.  

  16. La sexualidad tal como nos la cuentan, tal como se habla de ella, sin  duda es sólo, como la economía política, un montaje, un simulacro  que siempre han atravesado, desbaratado, superado las prácticas,  como cualquier otro sistema. La coherencia y la transparencia del  homo sexualis no ha sido mayor que la del homo economicus.  

  17. Un largo proceso funda simultáneamente lo psíquico y lo sexual,  funda el «otro escenario», el del fantasma y el inconsciente, al mismo  tiempo que la energía que va a producirse en él — energía psíquica  que sólo es un efecto directo de la alucinación escénica de la repre 

  18. sión, energía alucinada como sustancia sexual, y que va a  metaforizarse, a metonimizarse según las diversas instancias tópicas,  económicas, etc., según todas las modalidades de la represión  secundaria, terciaria — admirable edificio del psicoanálisis, la más  hermosa alucinación del más allá, diría Nietzsche. Extraordinaria  eficacia de este modelo de simulación energética y escénica —  extraordinario psicodrama teórico, esta puesta en escena de la psique,  este argumento del sexo como una instancia, una realidad insuperable  (igual que otros han dado un carácter hipostático a la producción).  Además qué importa que la escenificación corra a cargo de lo  económico, lo biológico o lo psíquico — qué importa el «escenario» o  «el otro escenario»: lo que hay que poner en cuestión es todo el  argumento de la sexualidad (y del psicoanálisis) como modelo de  simulación. [44]  

  19. Es verdad que lo sexual, en nuestra cultura, ha triunfado sobre la  seducción, y se le ha anexionado como forma subalterna. Nuestra  visión instrumental lo ha invertido todo. Pues en el orden simbólico, la  seducción es lo que está primero, y el sexo no se da más que por  añadidura. Con el sexo ocurre como con la curación en la cura  analítica, o el parto en el relato de Lévi-Strauss: sucede además, sin  relación de causa a efecto — es todo el secreto de la «eficacia  simbólica»: la operación del mundo resulta de una seducción mental - igual que el carnicero de Chuang-Tse y su inteligencia de la estructura 

  20. intersticial del buey, que le permite describirla sin utilizar jamás el filo  del cuchillo: suerte de resolución simbólica que acarrea por añadidura  un fin práctico.  

  21. La seducción opera también bajo esa forma de una articulación  simbólica, de una afinidad dual con la estructura del otro — el sexo  puede ser un resultado por añadidura, pero no necesariamente. Más  bien sería un desafío a la misma existencia del orden sexual. Y sí  nuestra «liberación» ha parecido invertir los términos y constituir un  desafío victorioso al orden de la seducción, no es seguro que este  triunfo no sea superficial. La cuestión de la superioridad profunda de  las lógicas rituales de desafío y de seducción sobre las lógicas  económicas del sexo y de la producción queda intacta.  

  22. Pues todas las liberaciones y las revoluciones son frágiles, y la  deducción es ineludible. Ésta las acecha — son seducidas, a pesar de  ellas, por el inmenso proceso de fracaso que las desvía de su verdad  — ésta las acecha incluso hasta en su triunfo. Así, hasta el discurso  sexual está continuamente amenazado de decir otra cosa distinta a lo  que dice.  

  23. En una película americana: un tío liga con una tía, prudentemente, con  modales. La tía contesta agresiva: «What do you want? Do you want  to jump me? Then, change your approach! Say: I want jump you! Y el  tío, molesto: «Yes, I want to jump you.» «Then, fuck yourself!» Y  más tarde, cuando la trae en coche: «I make cofee, and then you can  jump me», etc. De hecho, ese discurso cínico, que se pretende  objetivo, funcional, anatómico y sin matices, es sólo un juego. Juego,  desafío, provocación desfilan en filigrana. Su misma brutalidad es rica  en inflexiones amorosas y de complicidad. Es una nueva forma de  seducción.  

  24. O también esta historia, sacada del Bal des Schizos, de Philip Dick:  «Llévame a tu cuarto y jódeme.» [45]  

  25. «Hay algo Indefinible en tu vocabulario, que deja que desear.»  Se puede entender como: Tu proposición es inaceptable, le falta la  poesía del deseo, es demasiado directa. Pero en un sentido el texto  dice lo contrario: que la proposición tiene algo de «indefinible» y que 

  26. por ello abre la vía al deseo. La incitación sexual directa es demasiado  directa precisamente para ser verdad, y a causa de esto remite a otra  cosa.  

  27. La primera versión deplora la obscenidad de este discurso. La  segunda es más sutil: sabe descubrir el rodeo de la obscenidad,  laobscenidad como ornamento seductor y, en consecuencia, como  alusión «indefinible» al deseo, la obscenidad demasiado brutal para  serverdad, demasiado descortés para ser deshonesta — la obscenidad  como desafío, y de nuevo como seducción.  

  28. En el fondo, la pura demanda sexual, el enunciado puro del sexo son  imposibles. No se libera uno de la seducción, y el discurso anti seducción es la última metamorfosis del discurso de seducción.  El puro discurso de la demanda sexual no es sólo un absurdo en  relación a la complejidad de las relaciones afectivas — sencillamente  no existe. Ilusión, creer en la realidad del sexo y en la posibilidad de  decirlo sin otra forma de proceso, ilusión de todo discurso que cree en  la transparencia — es también la del discurso funcional, la del  discurso científico, la de todo discurso de la verdad: afortunadamente  está continuamente minado, devorado, destruido, o más bien rodeado,  desviado, seducido. Subrepticiamente se vuelve contra sí mismo,  subrepticiamente otro juego, otro asunto, surgen para disolverlo.  Naturalmente lo porno, naturalmente el trato sexual no ejercen  ninguna seducción. Son abyectos como la desnudez, abyectos como la  verdad. Todo eso es la forma desencantada del cuerpo, como el sexo  es la forma abolida y desencantada de la seducción, como el valor de  uso es la forma desencantada de los objetos, como lo real en general  es la forma abolida y desencantada del mundo.  

  29. Pero tampoco la desnudez abolirá la seducción, pues instantáneamente  vuelve a ser otra cosa, el ornamento histérico de otro juego, que la  supera. Nunca hay grado cero, referencia objetiva, neutralidad, sino  siempre y aún más cosas en juego. Hoy todos nuestros signos parecen  concurrir, como el cuerpo en la desnudez, como el sentido en la  verdad, a una objetividad definitiva, forma entrópica y metastable de  lo neutro — ¿qué otra cosa es el cuerpo desnudo, ideal-típico, de las 

  30. vacaciones, entregado al sol igualmente higiénico y neutralizado, con  su parodia luciferína de bronceado — y sin embargo hay alguna vez  una parada de los signos en un punto cero de lo [46] real y lo neutro,  no hay siempre reversión de lo neutro en una nueva espiral de cosas  en juego, de seducción y de muerte?  

  31. ¿Qué seducción se ocultaba en el sexo? ¿Qué otra seducción, qué  desafío se ocultan en la abolición de los asuntos sexuales? (igual  Diurna en otro plano: ¿qué fascinación, qué desafío se ocultan en las  masas, en la abolición del asunto social?)  

  32. Toda descripción de los sistemas desencantados, toda hipótesis  incluso sobre el desencanto de los sistemas, sobre la irrupción de la  simulación, de la disuasión, sobre la abolición de los procesos  simbólicos y la muerte de los referenciales, es, quizá, falsa. Lo neutro  nunca es neutro. Es atrapado por la fascinación. Pero, ¿es de nuevo  objeto de seducción?  

  33. Las lógicas seductoras y agónicas, las lógicas rituales son más fuertes  que el sexo. Igual que el poder, el sexo nunca es la clave de la historia.  Así, en el Imperio de los Sentidos, película cuyo contenido es de cabo  a rabo el acto sexual, el goce, con su obstinación, es atrapado por una  lógica de otro orden. Sexualmente hablando, la película es  ininteligible, pues el goce por supuesto, lleva a todo salvo a la muerte.  Ahora bien, la locura que se apodera de la pareja (es una locura sólo  para nosotros, en realidad es una lógica rigurosa) la lleva a extremos  en que el sentido ya no es el sentido, en que el ejercicio de los sentidos  ya no tiene nada de sensual. Tampoco es místico o metafísico. Es la  lógica del desafío, cuyo impulso nace de una competencia paroxístíca  de la pareja. Más exactamente la peripecia esencial consiste en el  tránsito de una lógica de1 placer, que es la del comienzo, en la que el  hombre lleva la iniciativa, a una lógica del desafío y de la muerte, que  corre a cargo de la mujer — que se hace dueña del juego, mientras al  principio no era más que objeto del sexo. El vuelco del valor/sexo  hacia una lógica seductora y agónica se efectúa a través de lo  femenino. 

  34. No hay perversión o pulsión mórbida, ni «afinidad» entre Eros y  Tanatos o ambivalencia del deseo, ni cabe interpretación que provenga  de nuestros confines psico-sexuales. No se trata de sexo ni de  inconsciente. El acto sexual se entiende como un acto ritual,  ceremonial o guerrero, en el que la muerte es el desenlace inevitable  (como en las tragedias antiguas en el tema incestuoso), la forma  emblemática de la consumación del desafío. [47]  

  35. Lo obsceno puede seducir, el sexo y el placer pueden seducir. Incluso  las figuras más anti-seductoras pueden volverse figuras de seducción  (se ha dicho del discurso feminista que recobraba, más allá de su  inseducción total, una especie de seducción homosexual). Basta con  que vayan más allá de su verdad, mediante una configuración  reversible que es también la de la muerte. Igual ocurre con esta figura  por excelencia de la antiseducción que es el poder.  

  36. El poder seduce. Pero no en el sentido vulgar de un deseo de las  masas, de un deseo cómplice (tautología que vuelve a fundar la  seducción en el deseo de los otros) — no: seduce por esta reversibi lidad que le atormenta, a través de la que se instituye un ciclo mínimo.  No hay dominantes y dominados como no hay víctimas y verdugos  («explotadores» y «explotados», desde luego, esto existe, netamente  separados a uno y otro lado, porque no hay reversibilidad en la  producción, y precisamente por eso no ocurre nada esencial a ese  nivel). No hay posiciones separadas: el poder se realiza según una  relación dual, en la que éste lanza un desafío a la sociedad, y está  sometido al desafío de existir. Si no puede «intercambiarse» en  función de ese ciclo mínimo de seducción de desafío y de astucia,  sencillamente desaparece.  

  37. En el fondo, el poder no existe: nunca existe la unilateralidad de una  relación de fuerzas sobre la que se fundaría una «estructura» de poder,  una «realidad» del poder y de su movimiento perpetuo. Eso, es la  ilusión del poder tal como se nos impone por la razón. Pero nada se  pretende así, todo busca su propia muerte, incluso el poder. O mejor  todo pretende intercambiarse, reversibilizarse, abolirse en un ciclo  (por eso, efectivamente, no hay ni represión ni inconsciente, puesto 

  38. que la reversibilidad está siempre ahí). Sólo eso seduce  profundamente. El poder sólo es seductor cuando vuelve a ser una  especie de desafío para él mismo, de lo contrario sólo es un ejercicio y  no satisface más que a una lógica hegemónica de la razón.  

  39. La seducción es más fuerte que el poder, porque es un proceso  reversible y mortal, mientras que el poder se pretende irreversible  como el valor, acumulativo e inmortal como él. Comparte todas las  ilusiones de lo real y de la producción, se pretende del orden de lo real  y oscila entre lo imaginario y la superstición de sí mismo (con la  ayuda de las teorías que lo analizan, aunque sea para ponerlo en  cuestión). La seducción no es del orden de lo real. Nunca es del orden  de la fuerza ni de la relación de fuerzas. Pero justamente por eso,  envuelve todo el proceso real del poder, así como todo el orden [48]  real de la producción, con esta reversibilidad y desacumulación  incesantes — sin las cuales no habría ni poder ni producción.  

  40. Ese vacío que hay detrás del poder, en el centro mismo del poder en el  centro de la producción, ese vacío es lo que hoy le da un último  resplandor de realidad. Sin lo que les reversibiliza, les anula, les  seduce, ni siquiera hubieran tomado nunca cuerpo de realidad.  

  41. Además, lo real nunca ha interesado a nadie. Es el lugar del  desencanto, el lugar de un simulacro de acumulación contra la muerte.  No hay nada peor. Lo que a veces lo vuelve fascinante, vuelve la  verdad fascinante, es la catástrofe imaginaria que hay detrás. ¿Creen  que el poder, la economía, el sexo, todos esos cacharros reales se  hubiesen sostenido ni un instante sin la fascinación que los soporta, y  que les llega precisamente del espejo inverso donde se reflejan, de su  reversión continua, del goce sensible e inminente de su catástrofe?  

  42. Hoy, en especial lo real no es más que acumulación de materia  muerta, de cuerpos muertos, de lenguaje muerto — sedimentación re sidual. Aún hoy la evaluación del stock de lo real nos tranquiliza (la  cantinela ecológica habla de las energías materiales, pero oculta que lo  que desaparece en el horizonte de la especie es la energía de lo real, la  realidad de lo real y la posibilidad de una gestión cualquiera de lo real,  capitalista o revolucionaria): si el horizonte de la producción tiende a 

  43. desvanecerse, el de la palabra, el sexo, el deseo aún puede tomar el  relevo. Liberar, gozar, dar la palabra a los de más, tomarla — es lo  real, eso es la sustancia, es el stock en perspectiva. En consecuencia,  poder.  

  44. Desgraciadamente, no. Es decir: no por mucho tiempo. Eso se  consume poco a poco. Se quiere hacer del sexo, como del poder, una  instancia irreversible, del deseo una energía irreversible (un stock  de energía, ¿es menester decirlo?, el deseo nunca está lejos del  capital). No atribuimos sentido, según nuestro imaginario, sino a lo  que es irreversible: acumulación, progreso, crecimiento, producción.  El valor, la energía, el deseo son procesos irreversibles — es el  sentido de su liberación. (Inyecta la menor dosis de reversibilidad en  nuestros dispositivos económicos, políticos, institucionales, sexuales,  y todo se derrumba inmediatamente.) Lo que hoy tranquiliza a la  sexualidad es esta autoridad mítica sobre los cuerpos y los corazones.  Pero también es lo que provoca su fragilidad, al igual que la de todo el  edificio de la producción.  

  45. La seducción es más fuerte que la producción. Es más fuerte que la  sexualidad, con la que no hay que confundirla nunca. No es [49] un  proceso interno a la sexualidad, a lo que se la rebaja generalmente. Es  un proceso circular, reversible, de desafío, de sobrepuja y de muerte.  Al contrario, lo sexual es su forma reducida, circunscrita en términos  energéticos de deseo..  

  46. La imbricación del proceso de seducción en el proceso de producción  y de poder, la irrupción de un mínimo de reversibilidad en todo  proceso irreversible, que lo arruina y lo desmantela en secreto,  asegurando siempre ese continuo mínimo de goce que lo atraviesa, sin  el que no será nada, he aquí lo que hay que analizar. Sabiendo que  siempre y en todo lugar la producción intenta exterminar la seducción  para implantarse en la única economía de las relaciones de fuerzas —  que en todas partes el sexo, la producción del sexo intenta exterminar  la seducción para implantarse en la única economía de las relaciones  de deseo. 

  47. Por eso hay que dar la vuelta por completo, aun aceptando la  hipótesis, a lo que describe Foucault en la Voluntad de saber. Pues  Foucault no tiene ojos más que para la producción del sexo como  discurso, está fascinado por el despliegue irreversible y la saturación  intersticial de un campo de la palabra, que es al mismo tiempo la  institución de un campo de poder, que culmina en el del saber que lo  refleja (o que lo inventa). Pero, ¿de dónde saca el poder este carácter  funcional sonámbulo, esta vocación irresistible de saturar el espacio?  Si no existe ni carácter social ni sexualidad más que desbrozadas y  representadas por el poder, quizá tampoco existe poder más que  desbrozado y representado por el saber {la teoría) — en cuyo caso  conviene considerar en estado de simulación todo el conjunto, e  invertir este espejo demasiado perfecto, incluso si los «efectos de  verdad» que produce son maravillosamente descifrables.  

  48. Y además: esta ecuación del poder y del saber, esta coincidencia de  sus dispositivos que parece regirnos en un campo completamente  barrido por ella, esta conjunción que Foucault nos presenta completa y  operativa, ¿acaso no es sino la de dos astros muertos, cuyos últimos  reflejos se iluminan uno a otro porque han perdido su propio brillo?  En su fase específica, original, el poder y el saber se han opuesto, a  veces violentamente (como el sexo y el poder, por otra parte). Si hoy  se confunden, ¿no es sobre la base de una extenuación progresiva de  su principio de realidad, de sus rasgos distintivos, de su energía  propia? Su conjunción entonces no indicaría un carácter positivo  reforzado, sino una indistinción gemela, al término de la cual sólo sus  fantasmas llegarían a mezclarse y a atormentarnos, [50]  

  49. Tras este éxtasis aparente del poder y del saber, que parece cernerse y  brotar por todas partes, en el fondo sólo habría metástasis del poder,  proliferaciones cancerosas de una estructura en lo sucesivo  enloquecida y desorganizada, y si hoy el poder se generaliza y puede  ser detectado a todos los niveles (el poder «molecular»), si se  convierte en un cáncer en el sentido de que sus células proliferan en  todas direcciones sin obedecer ya al viejo «código genético» de lo  político, es porque está él mismo alcanzado por el cáncer y en plena 

  50. descomposición. O también porque está aquejado de hiperrealidad y  es en plena crisis de simulación (de proliferación cancerosa de los  meros signos del poder) donde alcanza esta difusión generalizada y  esta saturación. Su operatívidad sonámbula.  

  51. Hay que apostar siempre por la simulación, coger el reverso de los  signos, que, claro está, tomados al derecho y con buena fe, siempre  nos conducen a la realidad y a la evidencia del poder. Al igual que nos  conducen a la realidad y a la evidencia del sexo y de la producción.  Este positivismo es el que hay que coger al revés, y a esta reversión  del poder mediante la simulación es a la que hay que consagrarse. El  poder nunca hará esta hipótesis, y hay que reprochar al texto de  Foucault no hacerla tampoco, en lo que coincide con el engaño del  poder.  

  52. Hay que plantear al conjunto, obsesionado por el lleno del poder y el  lleno de sexo, la cuestión del vacío — obsesionado por el poder como  expansión e inversión continua, plantearle la pregunta de la reversión  de esos espacios: reversión del espacio del poder, reversión del  espacio y de la palabra sexual — fascinado como está por la  producción, plantearle la pregunta de la seducción. [51] 

2. Los abismos superficiales 

El horizonte sagrado de las apariencias  

La seducción es lo que sustrae al discurso su sentido y lo aparta de su  verdad. Sería lo inverso de la distinción psicoanalítica entre el  discurso manifiesto y el discurso latente. Pues el discurso latente  desvía el discurso manifiesto no de su verdad, sino hacia su verdad. Le  hace decir lo que no quería decir, le hace traslucir las determinaciones, y las indeterminaciones profundas. La profundidad siempre  bizquea detrás del corte, el sentido siempre bizquea detrás de la  barrera. El discurso manifiesto tiene estatuto de apariencia trabajada,  atravesada por la emergencia de un sentido. La interpretación es lo  que al romper las apariencias y el juego del discurso manifiesto,  liberará el sentido enlazando con el discurso latente.  

  1. A la inversa, en la seducción es de alguna manera lo manifiesto, el  discurso en lo que tiene de más «superficial», lo que se vuelve contra  el imperativo profundo (consciente o inconsciente) para anularlo y  sustituirlo por el encanto y la trampa de las apariencias. Apariencias  en absoluto frívolas, sino lugar de un juego y de un estar en juego, de  una pasión de desviar — seducir los mismos signos es más importante  que la emergencia de cualquier verdad — que la interpretación  desdeña y destruye con su búsqueda de un sentido oculto. Por ello esta  es la que por excelencia se opone a la seducción, por ello todo  discurso interpretativo es lo menos seductor que hay. No solo sus  estragos son incalculables en el dominio de las potencias, sino que  bien podría ser que hubiera un profundo error a esta búsqueda  privilegiada de un sentido oculto, Pues no es en otro lado, en un  interwelt o un inconsciente donde hay que buscar lo que desvía un  discurso — lo que verdaderamente le desplaza, le seduce» en sentido  propio, y lo hace seductor, es su misma apariencia, [55] la circulación  aleatoria o sin sentido, o ritual y minuciosa, de sus signos  superficiales, sus inflexiones, sus matices, todo eso es lo que elimina  la dosis de sentido, y eso es lo seductor, mientras que el sentido de un  discurso nunca ha seducido a nadie. Todo discurso de sentido quiere acabar con las apariencias, ésa es su artimaña y su impostura. Y al  mismo tiempo un intento imposible: inexorablemente el discurso se  entrega a su propia apariencia y, en consecuencia a los desafíos de  seducción, y a su propio fracaso en tanto que discurso. Quizá también  todo discurso está tentado en secreto por este fracaso y por esta  evaporación de sus objetivos, de sus efectos de verdad por medio de  efectos superficiales que actúan como espejo de absorción, de pérdida  del sentido. Eso es lo primero que ocurre cuando un discurso se  seduce a sí mismo, forma original a través de la cual se absorbe y se  vacía de su sentido para fascinar aún más a los demás: seducción  primitiva del lenguaje.  

  2. Todo discurso es cómplice de este hechizo, de esa derivación se ductora, y sí él no lo hace, otros lo harán en su lugar. Todas las  apariencias se conjuran para luchar contra el sentido, para extirpar el  sentido intencional o no y tras tocarlo en un juego, en otra regla del  juego, arbitraria, en otro ritual inasequible, más aventurado, más  seductor que la línea directriz del sentido. Aquello contra lo que el  discurso tiene que luchar no es tanto el secreto de un inconsciente  como el abismo superficial de su propia apariencia y si tiene que  triunfar sobre algo, no es sobre los fantasmas y las alucinaciones grávidas de sentido y contrasentidos, sino sobre la superficie brillante del  no sentido y de todos los juegos que permite. No hace mucho que han  conseguido eliminar el problema de seducción, que tiene como  espacio el horizonte sagrado de las apariencias para sustituirlo por un  problema «en profundidad», el problema inconsciente, el problema de  la interpretación. Pero nada nos asegura que esta sustitución no sea  frágil y efímera, que este reino abierto por el psicoanálisis de una  obsesión del discurso latente, que equivale a generalizaré a todos los  niveles el terrorismo y la violencia de la interpretación, nadie sabe si  ese dispositivo por el que se ha eliminado o intentado eliminar  cualquier seducción no es a su vez un modelo de simulación bastante  frágil, que se las da de estructura insuperable sólo para ocultar mejor  todos los efectos paralelos, precisamente los efectos de seducción que  empiezan a causarle estragos. Pues lo peor para el psicoanálisis es esto: el inconsciente seduce, seduce por sus sueños seduce por su  concepto, seduce desde el momento en que «ello habla» y en que ello  tiene ganas de hablar, en todo momento está en pie una estructura  doble, una estructura paralela de connivencia de [56] signos del  inconsciente y de su intercambio, que devora a la otra, la del «trabajo»  del inconsciente, ésa, pura y dura, de la transferencia y de la contra transferencia. Todo el edificio psicoanalítico muere al ser seducido y  con él todos los demás. Seamos analistas por un momento y digamos  que la revancha de una represión original, la represión de la seducción  es la causa de la emergencia del psicoanálisis como «ciencia», en el  trabajo del mismo Freud.  

  3. La obra de Freud se extiende entre dos extremos que ponen  radicalmente en cuestión el edificio intermedio: entre la seducción y la  pulsión de muerte. De esta última concebida como reversión del  aparato anterior (tópico, económico) del psicoanálisis, ya hemos hablado en El Intercambio simbólico y la Muerte. De la primera, que  converge con la otra por cierta afinidad secreta, más allá de muchas  peripecias, hay que decir que es como el objeto perdido del  psicoanálisis.  

  4. Clásicamente se considera que el abandono por Freud de la teoría de la seducción  (1897) constituye un paso decisivo en el advenimiento de la teoría psicoanalítica y  en la preponderancia concedida a las nociones de fantasma inconsciente, de realidad  psíquica, de sexualidad infantil espontánea, etc.  

(Vocabulaire de la psycbanalyse, Laplanche et Pontalis.)  

  1. La seducción como forma original se remite al estado de «fantasma  originario» y es tratada, según una lógica que ya no es la suya, como  residuo, vestigio, formación/pantalla en la lógica y la estructura de  ahora en adelante triunfal de la realidad psíquica y sexual. Lejos de  considerar esta disminución de la seducción como una fase normal de  crecimiento, hay que pensar que es un acontecimiento crucial y  cargado de consecuencias. Como es sabido, la seducción desaparecerá  a partir del discurso psicoanalítico y no volverá a aparecer sino para  ser de nuevo enterrada y olvidada, según una reconducción lógica del acto fundador de denegación del maestro. No es sencillamente  apartada como elemento secundario en relación con otros más  decisivos como la sexualidad infantil, la represión, el Edipo, etc., es  negada como forma peligrosa, cuya eventualidad puede ser mortal  para el desarrollo y la coherencia del edificio ulterior. [57]  

  2. Exactamente la misma coyuntura en Freud que en Saussure. Éste  también había empezado por describir en los Anagramas una forma de  lenguaje, o de exterminio del lenguaje, una forma, minuciosa y ritual,  de des-construcción del sentido y del valor. Después había anulado  todo eso para pasar a la edificación de la lingüística. ¿Viraje debido al  fracaso manifiesto de su intento de demostración o renuncia a la  posición del desafío anagramático para pasar al intento constructivo,  duradero y científico del modo de producción del sentido, con  exclusión de su posible eliminación? Qué importa, de todas maneras,  la lingüística ha nacido de esta reconversión inapelable, v constituirá  el axioma y la regla fundamental para todos los que continuarán la  obra de Saussure. No se vuelve sobre lo que se ha matado, y el olvido  del asesinato original forma parte del desarrollo lógico y triunfal de  una ciencia. Toda la energía del duelo y del objeto muerto pasará a la  resurrección simulada de las operaciones del vivo. Aún hay que decir  que Saussure, tuvo al menos la intuición al final, del fracaso de esta  empresa lingüística, dejando flotar una incertidumbre y dejando  entrever un debilitamiento, un engaño posible en esta mecánica de  sustitución tan bonita. Pero semejantes escrúpulos, en los que  traslucía una especie de amortajamiento violento y prematuro de los  Anagramas, fueron perfectamente ajenos a los herederos, que se  contentaron con administrar una disciplina, y a los que no se les pasó  por la cabeza nunca más la idea de un abismo del lenguaje, de un  abismo de seducción del lenguaje, de una operación radicalmente  diferente de absorción, y no de producción de sentido. El sarcófago de  la lingüística estaba bien sellado y cubierto por el sudario del  significante.  

  3. Así, el sudario del psicoanálisis ha recaído sobre la seducción, sudario  del sentido oculto, y de un aumento oculto de sentido, a expensas del abismo superficial de las apariencias, de la superficie de absorción,  superficie pavorosa instantánea de intercambio y de rivalidades entre  signos que constituye la seducción (de la que la histeria es sólo una  manifestación «sintomática», contaminada por la estructura latente del  síntoma, y pre-psicoanalítica, y degradada, por lo que ha podido servir  de «matriz de conversión» para el mismo psicoanálisis), Freud  también ha abolido la seducción para instalar una mecánica de  interpretación eminentemente operativa, una mecánica eje represión  eminentemente sexual, que presenta todas las características de la  objetividad v de la coherencia f si se hace abstracción de todas las  convulsiones internas del psicoanálisis, ya sean personales o teóricas,  [58] en las cuales se desbarata una coherencia tan bonita, en las cuales  resurgen como muertos vivientes todos los desafíos y todas las seducciones enterradas bajo e! rigor del discurso — pero en el fondo',  dirán las almas benditas, ¿eso significa que el psicoanálisis está vivo?  Freud al menos había roto con la seducción y había tomado el partido  de la interpretación (hasta la última metapsicología que, ciertamente,  se aparta de él), pero toda la represión de esta admirable posición ha  resurgido en los conflictos y las peripecias de la historia del  psicoanálisis, se vuelve a poner en juego en el desarrollo de cualquier  cura (¡nunca se ha acabado con la histeria!), y no entra la menor  alegría al ver la seducción estrellarse contra el psicoanálisis con  Lacan, en la forma alucinada de un juego de significantes por ¿1 cual  el psicoanálisis, en su forma y su exigencia rigurosa, en la forma en,  que lo ha querido Freud, se muere con tanta certeza, con mucha más  certeza que en su trivialización institucional.  

  4. La seducción lacaniana efectivamente es una impostura, pero corrige a  su modo, repara y expía la impostura original del mismo Freud, a de la  exclusión de la forma/seducción en provecho de una ciencia que ni  siquiera lo es. El discurso de Lacan, que generaliza una práctica  seductora del psicoanálisis, venga en cierto modo a esta seducción  excluida, pero de una manera a su vez contaminada por el  psicoanálisis, es decir, siempre bajo los auspicios de la Ley (de lo  simbólico) — seducción capciosa que siempre se ejerce bajo los auspicios de la ley y de la efigie del Maestro regente por el Verbo  sobre las masas histéricas ineptas para el goze...  

  5. A pesar de todo, con Lacan se trata de una muerte del psicoanálisis, de  una muerte bajo el peso del resurgimiento triunfal pero póstumo de lo  que fue negado al principio. ¿No es eso la consumación de un destino?  El psicoanálisis al menos habrá tenido la suerte de acabar con un Gran  Impostor tras haber empezado por una Gran Negación. 

  6. Debería asustarnos y reconfortarnos que el más hermoso edificio el sentido y de interpretación que se ha erigido nunca se derrumbe bajo  el peso y el juego de sus propios signos convertidos, de términos  llenos de sentido, en artificios de una seducción sin freno, términos sin  freno de un intercambio cómplice y vacío de sentido (incluso en la  cura). Es la señal de que al menos la verdad no será escatimada (por  eso los únicos que reinan son los impostores). Y lo que pudiera  aparecer como el fracaso del psicoanálisis es sólo la tentación, como  para cada gran sistema de sentido, de abismarse en su propia imagen  hasta perder el sentido, lo que constituye el desquite de la seducción  primitiva y la revancha de las apariencias. Entonces, [59] en el fondo,  ¿dónde está la impostura? Por haber rechazado desde el principio la  forma de la seducción, el psicoanálisis quizá era sólo una ilusión,  ilusión de verdad, ilusión de interpretación, que viene a desmentir y  compensar la ilusión lacaniana de la seducción. Un ciclo se completa,  sobre el que quizá se abre la posibilidad de otras formas Interrogativas  y seductoras.  

  7. Ocurrió lo mismo con Dios y con la Revolución. La ilusión de los  iconoclastas consistió en apartar todas las apariencias para hacer  resplandecer la verdad de Dios. Porque no había verdad de Dios, y  quizá secretamente lo sabían, su fracaso provenía de la misma intuición que la de los adoradores de imágenes: sólo se puede vivir de la  idea de una verdad alterada. Es la única manera de vivir de la verdad.  Lo otro es insoportable (precisamente porque la verdad no existe). No  hay que querer apartar las apariencias (la seducción de las imágenes).  Es necesario que este intento fracase para que la ausencia de verdad  no salga a la luz. O la ausencia de Dios. O la ausencia de Revolución. 

  8. La Revolución sólo está viva en la idea de que todo se le opone, y  especialmente su doble simiesco, paródico: el estalinismo. El  estalinismo es inmortal porque siempre estará ahí para ocultar que la  Revolución, la verdad de la Revolución no existe y, en consecuencia,  devuelve la esperanza en ella. «El pueblo, dice Rivarol, no quería la  Revolución, no quería más que el espectáculo» — porque es la única  forma de preservar la seducción de la Revolución, en lugar de abolirla  en su verdad.  

  9. «No creemos que la verdad siga siendo verdad cuando se le quita el  velo» (Nietzsche). [60] 

El trompe-l'oeil o la simulación encantada  

Simulación desencantada: el porno — más verdadero que lo verdadero  — tal es el colmo del simulacro.  

  1. Simulación encantada: el trompe-1'oeil — más falso que lo falso —  tal es el secreto de la apariencia.  

  2. No hay fábula, no hay relato, no hay composición. No hay escenario,  no hay teatro, no hay acción. El trompe-l’oeil olvida todo eso y lo  rodea con la figuración menor de objetos cualesquiera. Éstos figuran  en las grandes composiciones del momento, pero aquí figuran solos,  han eliminado el discurso de la pintura — a la vez ya no «figuran», ya  no son objetos, y ya no son cualquiera. Son signos blancos, signos  vacíos, que significan la antisolemnidad, la anti-presunción social,  religiosa o artística. Desechos de la vida social, se vuelven contra ella  y parodian su teatralidad: por ello están esparcidos, yuxtapuestos al  azar de su presencia. Incluso esto tiene un sentido: esos objetos no lo  son. No describen una realidad familiar, como lo hace la naturaleza  muerta, describen un vacío, una ausencia, la de toda jerarquía  figurativa que ordena los elementos de un cuadro, como lo hace ésta  en el orden político.  

  3. No son banales comparsas alejados del escenario central, son  espectros que aparecen en el vacío del escenario. Su seducción no es,  pues, ésa, estética, de la pintura y del parecido, sino aquélla, aguda y  metafísica, de la abolición de lo real/ Objetos encantados, objetos  metafísicos, se oponen, con su re versión-irreal a todo el espacio  representativo del Renacimiento.  

  4. Su insignificancia es ofensiva. Sólo objetos sin referencia, sacados de  su marco — esos viejos periódicos, esos viejos libros, esos viejos  clavos, esas viejas láminas, esos desperdicios de alimentación — sólo  [61] objetos aislados, venidos a menos, fantasmáticos por su  exinscripción de cualquier relato, podían dibujar una obsesión de la  realidad perdida, algo así como una vida anterior al sujeto y a su toma  de conciencia. «La imagen transparente, alusiva, que espera el aficionado al arte, el trompe-i'oeil tiende a sustituirla por la opacidad  inflexible de una Presencia» (Fierre Charpentrat). Simulacros sin  perspectiva, las figuras del trompe-i'oeil aparecen de repente, con una  exactitud sideral, como desprovistas del aura del sentido y bañándose  en un éter vacío. Apariencias puras, tienen la ironía del exceso de  realidad,  

  5. En el trompe-i'oeil no hay naturaleza, no hay paisaje, no hay cielo, no  hay línea de fuga ni luz natural. Tampoco hay rostro, no hay  psicología ni historicidad. Aquí todo es artefacto, el fondo vertical  erige en signos puros objetos aislados de su contexto referencial.  

  6. Translucidez, suspense, fragilidad, abandono — de ahí la insistencia  del papel, de la carta (carcomida por los bordes), del espejo y del reloj,  signos difuminados e inactuales de una trascendencia diluida en lo  cotidiano — espejo de láminas usadas en las que los nudos y las líneas  concéntricas de la albura marcan el tiempo, como un reloj sin aguja  que deja adivinar la hora; son cosas que ya han durado, es un tiempo  que ya ha tenido lugar. El único relieve es el de la anacronía, figura  involutiva del tiempo y del espacio.  

  7. Aquí no hay frutas, carnes o flores, no hay cestas, ni ramos,  ni todas esas cosas que hacen las delicias de la naturaleza (muerta).  Ésta es carnal, se coloca carnalmente sobre un plano horizontal, el del  suelo o el de la mesa — a veces juega con el desequilibrio, con el  borde despedazado de las cosas y la fragilidad de su uso, pero siempre  tiene la gravedad de las cosas reales, subrayada por la horizontalidad,  mientras que el trompe-l’oeil juega con la ingravidez, marcada por el  fondo vertical. En él todo está suspendido, tanto los objetos como el  tiempo, e incluso la luz y la perspectiva, pues mientras la naturaleza  muerta maneja volúmenes y sombras clásicos, las sombras que dan la  impresión del trompe-i'oeil no tienen la profundidad propia de una  fuente luminosa real: son, como el caer en desuso de los objetos, el  signo de un ligero vértigo que es el de una vida anterior, el de una  apariencia anterior a la realidad.  

  8. Esta misteriosa luz sin origen, cuya incidencia oblicua no tiene nada  de real, es como un agua sin profundidad, un agua estancada, dulce al tacto como una muerte natural. Aquí, las cosas han perdido desde hace  tiempo su sombra (su sustancia). Las alumbra una cosa distinta al sol,  un astro más irradiante, sin atmósfera, un éter sin [62] refracción —  ¿quizá les ilumina la muerte directamente, y su sombra sólo tiene ese  sentido? Esta sombra no gira con el sol, no crece con la noche, no se  mueve, es una franja inexorable. No proviene del claroscuro ni de una  dialéctica erudita de la sombra y de la luz, que aún forma parte del  juego de la pintura — cuando ésta no es más que la transparencia de  los objetos para un sol negro.  

  9. Sentimos que esos objetos se acercan al agujero negro de donde nos  llega la realidad, el mundo real, el tiempo ordinario. Este efecto de  descentrarse hacia delante, esta avanzada de un espejo de objetos al  encuentro de un sujeto, es, bajo la especie de objetos anodinos, la  aparición del doble que crea este efecto de seducción, de ese  sobrecogedor característico del trompe-l'oeil: vértigo táctil que describe  el deseo loco del sujeto de abrazar su propia imagen, y con ello  desvanecerse. Pues la realidad no es sobrecogedora más que cuando  nuestra identidad desaparece en ella, o cuando resurge como nuestra  propia muerte alucinada.  

  10. Veleidad física de atrapar las cosas, pero veleidad suspendida y por  ello convertida en metafísica — los objetos del trompe-l'oeil  conservan la misma imposición fantástica del descubrimiento por el  niño de su imagen, algo de alucinación inmediata anterior al orden  perceptivo.  

  11. Si hay, pues, un milagro del trompe-l'oeil, nunca reside en la ejecución  realista — las uvas de Zeuxis, tan verdaderas que los pájaros van a  picotearlas. Absurdo. Nunca puede haber milagro en el exceso de  realidad, sino justo al revés en la extinción repentina de la realidad y  en el vértigo de precipitarse en ella. Esta desaparición de1 escenario  de lo real es la que traduce la familiaridad surreal de los objetos.  Cuando la organización jerárquica del espacio en beneficio del ojo y  de la visión, cuando esta simulación perspectiva — pues no es más  que un simulacro — se desbarata, surge otra cosa que, a falta de algo  mejor, expresamos bajo las formas del tacto, como una hiperpresencia táctil de las cosas, «como si se las pudiera coger». Pero ese fantasma  táctil no tiene nada que ver con nuestro sentido del tacto: es una  metáfora del «recogimiento» propio de la abolición del escenario y  del espacio representativo. Al mismo tiempo, este sobrecogimiento  repercute sobre el mundo circundante llamado «real», revelándose  que la «realidad» sólo es un mundo representado, objetivado según las  reglas de la profundidad, que es un principio bajo cuya observancia se  ordenan la pintura, la escultura y la arquitectura del momento, pero  sólo un principio, y un simulacro con el que acaba la hiperestimulación  experimental del trompe-l’oeil. [63]  

  12. En el trompe-l'oeil no se trata de confundirse con lo real, se trata de  producir un simulacro con plena consciencia del juego y del artificio  — remedando la tercera dimensión, sembrar la duda sobre la realidad  de esta tercera dimensión — remedando y sobrepasando el efecto de  real, sembrar una duda radical sobre el principio de realidad, pérdida  de lo real a través del mismo exceso de apariencias de lo real. Los  objetos se parecen demasiado a lo que son, este parecido es como un  estado secundario y su verdadero realce, a través de  este parecido alegórico, a través de la luz diagonal es el de la ironía  del exceso de realidad.  

  13. La profundidad está invertida; a diferencia del espacio del  Renacimiento ordenado según una línea de fuga en profundidad, en el  trompe-l'oeil el efecto de perspectiva se proyecta de alguna manera  hacia delante. En lugar de huir los objetos panorámicamente ante el  ojo que los explora (privilegio de un ojo panóptico), son ellos los que  «engañan» al ojo por medio de una suerte de relieve interior — no  porque dejen creer en un mundo real que no existe, sino porque  deshace la posición privilegiada de una mirada. El ojo, en lugar de ser  generador de un espacio abierto, es sólo el punto de fuga interior de la  convergencia de los objetos. Un universo distinto se abre en la  superficie — no hay horizonte, no hay horizontalidad, es un espejo  opaco alzado ante el ojo, y no hay nada detrás. Esto es propiamente la  esfera de la apariencia — no hay nada que ver, son las cosas las que le  ven, no huyen ante usted, se colocan delante de usted, con esta luz que les llega de otro lado, y esta sombra que surte un efecto y, sin  embargo, no le proporciona nunca una verdadera tercera dimensión.  Pues ésta, la de la perspectiva, es siempre también la de la mala  conciencia del signo hacia la realidad, y por esta mala conciencia está  podrida toda la pintura desde el Renacimiento.  

  14. De ahí viene, distinta del goce estético, la inquietante extrañeza del  trompe-l'oeil, de la luz que proyecta sobre esta realidad reciente y  occidental que se desprende triunfalmente del Renacimiento: es su  simulacro irónico. Es lo que fue el surrealismo para la revolución  funcionalista de principios del siglo xx — pues el surrealismo  tampoco es otra cosa que el delirio irónico del principio de  funcionalidad. Como tampoco el trompe-l'oeil forma parte  exactamente del arte ni de la historia del arte: su dimensión es  metafísica. Las figuras de estilo no son asunto suyo. El punto de mira  es el efecto mismo de realidad o de funcionalidad y, en consecuencia,  también el efecto de [64] consciencia. Apuntan al envés y al revés,  deshacen la evidencia del mundo. Por ello su goce, su seducción es  radical, incluso si es ínfima pues proviene de una sorpresa radical de  las apariencias, de una vida anterior al modo de producción del mundo  real.  

  15. En este punto, el trompe-l'oeil ya no es pintura. Como el estuco, del  que es contemporáneo, puede hacerlo todo, remediarlo todo, parodiar todo. Llega a ser el prototipo de una utilización maléfica de las  apariencias. Un juego que en el siglo XVI adquiere dimensiones  fantásticas y acaba por borrar los límites entre pintura, escultura,  arquitectura. En las pinturas murales y de techo del Renacimiento del  Barroco, la pintura y la escultura se confunden. En los muías o las  calles en trompe-l'oeil de Los Ángeles, la arquitectura decepcionada y  deshecha por la artimaña. Seducción del espacio por los signos del  espacio. Se ha hablado tanto de su producción, ¿no sería hora de  hablar de la seducción del espacio?  

  16. Del espacio político también. Así los estudios del duque de Urbino,  Federico da Montefeltre, en el palacio ducal de Urbino y de Gubbio:  santuarios minúsculos enteramente hechos en trompe-l’oeil en el corazón del inmenso espacio del palacio. Es el triunfo de la  perspectiva arquitectónica erudita, de un espacio desplegado según las  reglas. El estudio es un microcosmos inverso: separado del resto del  edificio, sin ventanas, sin espacio propiamente dicho — en él el  espacio es realizado mediante simulación. Si todo el palacio  constituye el acto arquitectónico por excelencia, el discurso manifiesto  del arte (y del poder), ¿que es de la ínfima célula del estudio, que  linda con la capilla como otro lugar sagrado, pero con un aroma de  sortilegio? Lo que se trama aquí con el espacio y, en consecuencia,  con todo el sistema de representaciones que ordena el palacio y la  república, no está muy claro.  

  17. Este espacio privatissime, es el atributo del príncipe, como el incesto y  la transgresión fueron el monopolio de los reyes. En efecto, aquí se  opera todo un vuelco de las reglas del juego que permitiría suponer  irónicamente, según la alegoría del trompe-l'oeil, que el espacio  exterior, el del palacio, y más lejos el de la ciudad, que incluso el  espacio del poder, el espacio político, quizá no sea más que un efecto  de perspectiva. Un secreto tan peligroso, una hipótesis tan radical, el  príncipe debe guardarla para él, en su posesión, en el más estricto  secreto: pues es precisamente el secreto de su poder. [65]  

  18. De alguna manera, desde Maquiavelo los políticos quizá lo han sabido  siempre: es el dominio de un espacio simulado lo que está en el origen  del poder, lo político no es una función o un espacio real, sino un  modelo de simulación, cuyos actos manifiestos sólo son el efecto  proporcionado. Este punto ciego del palacio, ese lugar sustraído de la  arquitectura y de la vida pública, que de una cierta manera rige al  conjunto, no según una determinación directa, sino por una suerte de  reversión interna, de revolución de la regla efectuada en secreto como  en los rituales primitivos, de agujero en la realidad de transfiguración  irónica — simulacro exacto escondido en el corazón de la realidad, y  del cual ésta depende en toda su operación: es el secreto mismo de la  apariencia.  

  19. Así el Papa, o el Gran Inquisidor, o los grandes Jesuitas o teólogos  sabían que Dios no existía — ahí residía su secreto y su fuerza. Así el studiolo en trompe-l'oeil de Montefeltre es el secreto inverso de la en  el fondo inexistencia de la realidad, secreto de la reversibilidad  siempre posible del espacio «real» en profundidad, incluido el espacio  político — secreto que guía lo político y que se ha perdido desde  entonces, con la ilusión de la «realidad» de las masas. [66] 

I’II be your mirror  

Trompe-l’oeíl, espejo o pintura, lo que nos embruja es el encanto de  esta dimensión menos. Lo que crea el espacio de la seducción y se  convierte en causa de vértigo. Pues si las cosas tienen por vocación  divina encontrar un sentido, una estructura donde fundar su sentido,  sin duda también tienen por nostalgia diabólica perderse en las  apariencias, en la seducción de su imagen, es decir, reunir lo que debe  estar separado en un solo efecto de muerte y de seducción, Narciso.  

  1. La seducción es aquello que no tiene representación posible, porque la  distancia entre lo real y su doble, la distorsión entre el Mismo y e1  Otro está abolida. Inclinado sobre su manantial, Narciso apaga su sed:  su imagen ya no es «otra», es su propia superficie quien lo absorbe,  quien lo seduce, de tal modo que sólo puede acercarse sin pasar nunca  más allá, pues ya no hay más allá como tampoco hay distancia  reflexiva entre Narciso y su imagen. El espejo del agua no es una  superficie de reflexión, sino una superficie de absorción.  

  2. Es la razón de todas las grandes figuras de la seducción: por el canto,  por la ausencia, por la mirada o por el maquillaje, por la belleza o por  la monstruosidad, por el brillo, pero también por el fracaso y por la  muerte, por la máscara o por la locura, que atormentan la mitología y  el arte, la de Narciso se destaca con una fuerza singular.  

  3. No es espejo-reflejo, en el que el sujeto sería cambiado — no es fase  del espejo, donde el sujeto se funda en lo imaginario. Todo esto del  orden psicológico de la alteridad y de la identidad, no es del len de la  seducción.  

  4. Toda teoría del reflejo es pobre, y singularmente la idea de que [67] la  seducción se funda en la atracción de lo mismo, en una exaltación  mimética de su propia imagen, o en el espejismo ideal del parecido.  Así, Vincent Descombes, en L'inconscient malgré luí:  

  5. Lo que seduce no es esa o aquella maña femenina, sino el. hecho de  que se dirige a usted. 

  6. Es seductor ser seducido, en consecuencia es el ser-seducido lo que es  seductor. En otros términos, la persona seductora es aquélla donde el  ser seducido se encuentra a sí mismo. La persona seducida encuentra  en la otra lo que la seduce, el único objeto de su fascinación, a saber  su propio ser lleno de encanto y seducción, la imagen amable de sí  mismo...  

  7. Siempre la autoseducción y sus peripecias psicológicas. En el mito  narcisista no se trata de un espejo tendido a Narciso para que se re conozca idealmente vivo, se trata del espejo como ausencia de  profundidad, como abismo superficial, que sólo es seductor y vertiginoso para los demás en la medida en que cada uno es el primero en  precipitarse en él.  

  8. Cualquier seducción en ese sentido es narcisista, y el secreto reside en  esta absorción mortal. De ahí proviene que las mujeres, más cercanas  a este otro espejo oculto donde sepultaron su cuerpo y su imagen,  también estarían más cercanas a los efectos de seducción. Los  hombres, en cambio, tienen profundidad, pero no tienen secreto: de  ahí su poder y su fragilidad.  

  9. Si la seducción no proviene del espejismo ideal del sujeto, tampoco  proviene del espejismo ideal de la muerte. En la versión de Pausanias,  

  10. Narciso tenía una hermana gemela a la que se parecía extremadamente. Los  dos jóvenes eran muy hermosos. La joven murió. Narciso, que la quería  mucho, sintió un gran dolor, y un día que se vio en un manantial, creyó al  principio ver a su hermana, y esto consoló su pena. Aun cuando supo que no  era su hermana la que veía, adquirió la costumbre de mirarse en los  manantiales, para consolarse por su pérdida.  

  11. Según H.-P. Jeudy que recoge esta versión, Narciso no se seduce, sólo  adquiere su poder de seducción identificándose de forma mimética  con la imagen perdida, restituida por su propio rostro, de su difunta  hermana gemela.  

  12. Pero la relación mimética con la imagen difunta, ¿es realmente  necesaria para explorar el vértigo narcisista? Éste no necesita una  refracción gemela — le basta con su propia argucia, que quizá es [68]  la de su propia muerte — y la muerte es quizá siempre incestuosa — esto no hace más que sumarse a su encanto. El «alma gemela» es su  versión espiritualizada. Las grandes historias de seducción, las de  Fedra, Iseo, son historias incestuosas, y siempre son fatales. ¿Qué hay  que concluir, sino que es la muerte la que nos acecha a través del  incesto y de su tentación inmemorial, incluso en la relación incestuosa  que mantenemos con nuestra propia imagen? Ésta nos seduce porque  nos consuela por la inminencia de la muerte del sacrilegio de nuestra  existencia. Retroceder en nuestra imagen hasta la muerte nos consuela  de la irreversibilidad de haber nacido y de tener que reproducirse. Por  este trato sensual, incestuoso, con él, con nuestro doble, con nuestra  muerte, ganamos nuestro poder de seducción.  

  13. «I’II be your Mírror.» «Yo seré tu espejo» no significa «Yo seré tu  reflejo» sino «Yo seré tu ilusión».  

  14. Seducir es morir como realidad y producirse como ilusión.  Es caer en su propia trampa y moverse en un mundo encantado. Tal es  la fuerza de la mujer seductora, que se enreda en su propio deseo, y se  encanta a sí misma al ser una ilusión en la que los demás caerán a su  vez. Narciso también se pierde en su imagen ilusoria: se desvía de su  propia verdad con su ejemplo, se vuelve modelo de amor y aparta a  los demás de la suya.  

  15. La estrategia de seducción es la de la ilusión. Acecha a todo lo que  tiende a confundirse con su propia realidad. Ahí hay un recurso de una  fabulosa potencia. Pues si la producción sólo sabe producir objetos,  signos reales, y obtiene de ello algún poder, la seducción no produce  más que ilusión y obtiene de ella todos los poderes, entre los que se  encuentra el de remitir la producción y la realidad a su ilusión  fundamental.  

  16. Acecha incluso al inconsciente y al deseo, haciendo de éstos un espejo  del inconsciente v del deseo. Pues éste no arrastra más que pulsión y  goce, pero el hechizo empieza más allá — consiste en dejarse atrapar  por su propio deseo. Ésa es la ilusión que afortunadamente nos salva  de la «realidad» psíquica. Ésa es también la ilusión del psicoanálisis,  el dejarse atrapar por su propio deseo del psicoanálisis: entra de este modo en estado de seducción, en estado de autoseducción, y refracta  su fuerza para sus propios fines.  

  17. Así, cualquier ciencia, cualquier realidad, cualquier producción, no  hace sino retrasar el término de la seducción, que brilla como [69]  sinsentido, como forma sensual e inteligible del sinsentido, en el cielo  de su propio deseo.  

  18. Razón de ser de la ilusión. ¿No es la misma ilusión que la del halcón  que vuelve al pedazo de cuero rojo en forma de pájaro la que, mediante  la repetición, confiere una realidad absoluta al objeto que capta? Por  encima de creencias e ilusiones, I el engaño es en cierto modo el  reconocimiento del poder sin límite de la seducción. Narciso, habiendo  perdido a su hermana gemela, le dice adiós mediante la constitución del  engaño atrayente de su propio rostro. Ni consciente ni inconsciente, el  engaño se representa enteramente y se basta a sí mismo.  

(H.-P. Jeudy.)  

  1. El engaño puede inscribirse en el cielo, no por ello tiene menos fuerza.  Así, cada signo del Zodíaco comporta su forma de seducción. Pues  todos buscamos la gracia de un destino insensato, cada uno tiene  confianza en el encanto y la fuerza que provendrían de una coyuntura  absolutamente irracional — esa es la fuerza de los signos del Zodíaco,  y la del horóscopo. Nadie debería reírse, pues el que ha renunciado a  seducir a los astros está mucho más triste todavía, La desgracia de  muchos proviene, en efecto, de no estar en la zona del cielo, en la  zona de signos que les convendría, es decir, en el fondo, de no ser  seducidos por su nacimiento y la constelación de su nacimiento.  Arrastrarán ese destino toda su vida, y hasta su muerte llegará a  destiempo. No ser seducido por su signo es mucho más grave que no  ser recompensado por sus méritos o gratificado en sus afectos, El  descrédito simbólico siempre es mucho más grave que el déficit o la  desgracia reales.  

  2. De ahí la idea caritativa de fundar un Instituto de Semiurgía Zodiacal  en el que, como con la cirugía estética para la apariencia del cuerpo, 

  3. puedan reparar las injusticias del signo y sea, por fin, devuelto a los  huérfanos del horóscopo el signo de su elección, a fin de reconciliarnos  con ellos mismos. El éxito sería fulminante, al menos como el de los  moteles-suicida donde las gentes irían a morir a su manera. [70] 

La muerte en Samarkanda  

Elipsis del signo, eclipse del sentido — engaño. Distracción mortal  que un solo signo opera en un instante.  

  1. Como la historia del soldado que se encuentra con la muerte en el  desvío de un mercado, y cree verle hacer un gesto amenazador hacía  él. Corre al palacio del rey a pedirle su mejor caballo para huir de la  muerte durante la noche, lejos, muy lejos, hasta Samarkande. Con  motivo de ello el rey convoca a la muerte al palacio para reprocharle  que espante de ese modo a uno de sus mejores servidores. Pero ésta le  contesta asombrada: «No he querido causarle miedo. Era solamente un  gesto de sorpresa, al ver aquí a ese soldado, cuando teníamos cita a  partir de mañana en Samarkande.»  

  2. Naturalmente: al intentar escapar a su destino es cuando se acude a él  con más certeza. Naturalmente: cada uno busca su propia muerte, y  los actos fallidos son los más logrados. Naturalmente, los signos  siguen los caminos inconscientes. Sin duda, todo esto es la verdad de  la cita en Samarkande, pero no da cuenta de la seducción de este  relato, que no es precisamente un apólogo de verdad.  

  3. Lo que causa estupor es que si esa cita ineludible no hubiera tenido  lugar, nada permitiría pensar que el soldado se hubiera encontrado allí  sin el azar de este encuentro, al que se añade el azar del gesto ingenuo  de la muerte, que actúa, a pesar de ella, como gesto de la seducción. Si  la muerte se contentase con llamar al orden al soldado, la historia no  tendría encanto, mientras que aquí todo se decide con un solo signo  involuntario. La muerte aparece sin estrategia, incluso sin artimaña  inconsciente, y al mismo tiempo adquiere la profundidad inesperada  de la seducción, es decir, de lo que ocurre al margen, del signo que  camina como una exhortación mortal [71] a espaldas incluso de los  participantes (a espaldas incluso de la muerte y no solamente del  soldado), del signo aleatorio tras el que se opera otra conjunción maravillosa o nefasta. Conjunción que da a la trayectoria de este signo  todas las características de la ocurrencia∗.  

  4. Nadie tiene nada que reprocharse en esta historia — o bien el  rey, que ha prestado su caballo, es también culpable. No: tras la  libertad aparente de los sujetos (la muerte es libre de hacer un gesto, el  soldado es libre de huir), cada uno ha seguido una regla que ni el uno  ni el otro conocen. La regla de ese juego, que debe, como toda regla  fundamental, quedar en secreto, es que la muerte no es un  acontecimiento a secas y que debe, para consumarse, pasar por la  seducción, es decir, por una complicidad instantánea e indescifrable,  por un signo, uno solo quizá, que no habrá sido descifrado.  

  5. La muerte no es un destino objetivo, sino una cita. Ella misma no  puede dejar de ir puesto que es esa cita, es decir, la conjunción alusiva  de signos y de reglas que se acoplan. La muerte misma es sólo un  elemento inocente, y esto provoca la ironía secreta del relato, en lo  que se distingue de un apólogo moral o de una vulgar historia de  pulsión de muerte, y se resuelve en nosotros como una ocurrencia, en  lo sublime del placer. El rasgo espiritual del relato refuerza el ingenio  gestual de la muerte, y las dos seducciones, la de la muerte, la de la  historia, se confunden.  

  6. El asombro de la muerte es lo encantador, el asombro de un arreglo  tan frívolo, y que las cosas corran de esa manera al azar: «Ese soldado  debería haber sabido al menos que tenía que estar mañana en  Samarkande, y tomarse su tiempo para estar allí..,» Sin embargo, la  muerte sólo tiene un gesto de asombro, como si su existencia no  dependiera tanto como la del soldado del hecho de que se encuentren  en Samarkande. Deja de hacer, y esta desenvoltura hacia ella misma es lo  que crea su encanto — es por lo que el soldado se apresura a  encontrarla.  

  7. Ni inconsciente, ni metafísica, ni psicología en todo ello. Ni siquiera  estrategia. La muerte no tiene un plan. Arregla el azar con el azar de  un gesto, así es como trabaja y, sin embargo, todo se cumplirá. Nada  podría haberse dejado de cumplir y, sin embargo, todo conserva la  ligereza del azar, del gesto furtivo, del encuentro accidental, del signo  ilegible. Así funciona la seducción...  

  8. Además, el soldado ha ido a la muerte por haber dado un sentido a un  gesto que no lo tenía, y que no le concernía. Ha tomado para él algo  que no estaba dirigido hacia él, como se toma para sí una [72] sonrisa  que pasa ligeramente a la izquierda y se va hacia alguien distinto. Ése  es el colmo de la seducción: no tenerla. El hombre seducido es  atrapado a pesar de él en la red de signos que se pierden.  

  9. Porque el signo es desviado de su sentido, porque es «seducido», esta  historia es seductora por sí misma. Cuando los signos son seducidos se  vuelven seductores.  

  10. Sólo nos absorben los signos vacíos, insensatos, absurdos, elípticos,  sin referencias.  

  11. Un niñito le pide al hada que le conceda lo que desea. El hada acepta  con una sola condición, la de no pensar nunca en el color ajo de la  cola del zorro. « ¡Si no es más que eso! », responde con desenvoltura.  Y ahí va en camino para ser feliz. Pero, ¿qué ocurre? No consigue  deshacerse de esta cola de zorro, que creía haber olvidado ya. La ve  asomar por todos lados, en sus pensamientos y en sus sueños, con su  color rojo. Imposible apartarla, a pesar de todos sus esfuerzos. Y hele  aquí, obsesionado, en todo momento, por esta imagen absurda e  insignificante, pero tenaz, y reforzada por la desilusión que tiene al no  poder quitársela de encima. No sólo las promesas del hada se le  escapan, sino que pierde el gusto de vivir. Quizá está de alguna  manera muerto, sin haberse podido deshacer nunca de la cola de zorro.  Historia absurda, pero de una verosimilitud absoluta, pues hace  aparecer la fuerza del significante insignificante, la fuerza del  significante insensato.  

  12. El hada era maligna (no era un hada buena). Sabía que el espíritu es  irresistiblemente hechizado por el lugar vacío dejado por el sentido.  Aquí, el vacío es algo así como provocado por la insignificancia (por  ello el niño desconfiaba tan poco) del color rojo de la cola del zorro.  En otro lugar las palabras y los gestos serán vaciados de su sentido por la repetición y la escansión incansables: cansar al sentido, gastarlo,  extenuarlo para liberar la seducción pura del significante nulo, del  término vacío — esa es la fuerza de la magia ritual y del hechizo.  Pero esto puede ser también la fascinación directa del vacío, como en  el vértigo físico del abismo, o en el vértigo metafórico de una puerta  que se abre en el vacío. «Esta puerta abre al vacío.» Si leéis eso en un  cartel, ¿resistiréis los deseos de abrirla?  

  13. Lo que se abre al vacío, se tienen todas las razones para abrirlo. Lo  que no quiere decir nada, se tienen todas las razones para no olvidarlo  nunca. Lo que es arbitrario está dotado de una necesidad [73] total.  Predestinación del signo vacío, precesión del vacío, vértigo de la  obligación desprovista de sentido, pasión de la necesidad.  

  14. Es un poco el secreto de la magia (el hada era maga). La virtud de una  palabra, su «eficacia simbólica» es la mayor cuando es proferida en el  vacío, cuando no tiene contexto ni referencial y toma fuerza de self fulfilling prophecy (o de self-defeating prophecy). El color rojo de la  cola del zorro es de ese orden. Irreal y sin consistencia, se impone  porque no es nada. Si el hada le hubiera prohibido algo grave o  significativo, el niño se las hubiera arreglado muy bien, no hubiera  sido seducido a pesar de él — pues no es la prohibición, es el  sinsentido de la prohibición lo que le seduce. Así, las profecías  inverosímiles se realizan completamente solas, contra toda lógica, basta con que no pasen por el sentido. Si no, no serían profecías. Ése es el  sortilegio de la palabra mágica, ése es el embrujo de la seducción.  Por eso ni la magia ni la seducción son del orden del creer o del hacer  creer, pues utilizan signos sin credibilidad, gestuales sin referencia,  cuya lógica no es la de la mediación, sino la de la inmediatez de todo  signo, cualquiera que sea.  

  15. No hacen falta pruebas: cada uno sabe que el encanto reside en esta  reverberación inmediata de los signos — no hay tiempo ínter-medio,  tiempo legal del signo y de su desciframiento. Ni creer, ni hacer, ni  querer, n¡ saber: las modalidades del discurso le son ajenas, así como  la lógica distinta del enunciado y de la enunciación. El encanto siempre es del orden del anuncio y de la profecía, de un discurso cuya  eficacia simbólica no pasa ni por el desciframiento ni por la creencia.  La atracción inmediata del canto, de la voz, del perfume. La de la  pantera perfumada (Étienne: «Dionysos mis á mort»). Según los  antiguos, la pantera es el único animal que emana un olor perfumado.  Utiliza este perfume para capturar a sus víctimas. Le basta esconderse  (pues su visión les aterroriza), y su perfume les embruja — trampa  invisible en la que caen. Pero este poder de seducción puede volverse  contra ella: se la caza atrayéndola con perfumes y aromas.  Pero ¿qué es eso de decir que la pantera seduce con su perfume? ¿Qué  seduce en el perfume? (y además, ¿qué hace que incluso esta leyenda  sea seductora? ¿Cuál es el perfume de esta leyenda?) ¿Que seduce en  el canto de las sirenas, en la belleza de una cara, en la profundidad de  un precipicio, en la inminencia de la catástrofe, como en el perfume de  la pantera o en la puerta que se abre al [74] vacío? ¿Una fuerza de  atracción escondida, la fuerza de un deseo? Términos vacíos. No: la  anulación de signos, la anulación de su sentido, la pura apariencia. Los  ojos que seducen no tienen sentido, se agotan en la mirada. El rostro  maquillado se agota en su apariencia, en el rigor formal de un trabajo  insensato. Sobre todo no un deseo significado, sino la belleza de un  artificio.  

  16. El perfume de la pantera también es un mensaje insensato — y, tras él,  la pantera es invisible, como la mujer bajo el maquillaje. Tampoco se  veía a las sirenas. El embrujo está hecho a partir de lo que está oculto.  La seducción de los ojos. La más inmediata, la más pura. La que  prescinde de palabras, sólo las miradas se enredan en una especie de  duelo, de enlazamiento inmediato, a espaldas de los demás, y de su  discurso: encanto discreto de un orgasmo inmóvil y silencioso. Caída  de intensidad cuando la tensión deliciosa de las miradas se  rompe con palabras o con gestos amorosos. Tactilidad de las miradas  en la que se resume toda la sustancia virtual de los cuerpos (¿de su  deseo?) en un instante sutil, como en una ocurrencia — duelo  voluptuoso sensual y desencarnado al mismo tiempo — diseño  perfecto del vértigo de la seducción, y que ninguna voluptuosidad más carnal igualará en lo sucesivo. Esos ojos son accidentales, pero es  como si estuvieran posados desde siempre en usted. Privados de  sentido, no son miradas que se intercambian. Aquí no hay ningún  deseo. Pues el deseo no tiene duende, pero los ojos, como las  apariencias fortuitas, tienen duende, y ese duende está hecho de signos  puros, intemporales, duales y sin profundidad.  

  17. Todo sistema que se absorbe en una complicidad total, de tal modo  que los signos ya no tienen sentido, ejerce por eso mismo un poder de  fascinación extraordinario. Los sistemas fascinan por su esoterismo,  que les preserva de las lógicas externas. La reabsorción de todo lo real  debida a que se basta a sí mismo y se aniquila a sí mismo es  fascinante. Sea un sistema de pensamiento o un mecanismo  automático, una mujer o un objeto perfecto e inútil, un desierto de  piedra o una chica de strip-tease (que tiene que acariciarse y  «encantarse» para ejercer su poder) — o Dios, naturalmente, la más  hermosa máquina esotérica.  

  18. O la ausencia de la mujer hacía ella misma en el maquillaje, ausencia  de la mirada, ausencia del rostro — ¿cómo no precipitarse [75] en  ella? La belleza es lo que se elimina en sí mismo y por ello constituye  un desafío al que sólo podemos responder con la pérdida embelesada  de... ¿qué? de lo que no es ella misma. La belleza absorbida por la  pura atención que de sí misma tiene es inmediatamente contagiosa  porque, por exceso de sí misma, es apartada de sí, y todo lo apartado  de sí se sume en el secreto y absorbe lo que le rodea.  

  19. En el fondo de la seducción está la atracción por el vacío, nunca la  acumulación de signos, ni los mensajes del deseo, sino la complicidad  esotérica en la absorción de los signos. La seducción se traba en el  secreto, en esta lenta o brutal extenuación del sentido que funda una  complicidad entre los signos, ahí, más que en un ser físico o en la  cualidad de un deseo, es donde se inventa. También es lo que produce  el hechizo de la regla del juego. [76] 

El secreto y el desafío  

El secreto. Cualidad seductora, iniciática, de lo que no puede ser dicho  porque no tiene sentido, de lo que no es dicho y, sin embargo, circula.  Sé el secreto del otro, pero no lo digo y él sabe que yo lo sé, pero no  corre el velo: la intensidad entre ambos no es otra cosa que ese secreto secreto. Esta complicidad no tiene nada que ver con una  información oculta. Además, si cualquiera de los implicados quisiera  levantar el secreto no podría, pues no hay nada que decir... Todo lo  que puede ser revelado queda al margen del secreto. Pues no es un  significado oculto, no es la llave de nada, circula y pasa a través de  todo lo que puede ser dicho igual que la seducción corre bajo la  obscenidad de la palabra — es el inverso de la comunicación y, sin  embargo, se comparte. Sólo adquiere su poder al precio de no ser  dicho, igual que la seducción actúa a condición de no ser nunca dicha,  nunca querida.  

  1. Lo que se esconde o lo que se rechaza tiene la vocación de  manifestarse, el secreto no la tiene en absoluto. Es una forma  iniciadora, implosiva: a la que se entra, pero de la que no se sabría  salir. Nunca hay revelación, nunca hay comunicación, ni siquiera  «secreción» del secreto (Ztmpleny, Nouvelle Revue de Psychanalyse,  núm. 14): de ahí proviene su fuerza, su poder de intercambio alusivo y  ritual.  

  2. En el Diario de un seductor la seducción tiene la forma de un enigma  y, para seducirla, hay que volverse a su vez enigma para ella: es un  duelo enigmático, que la seducción resuelve sin que el secreto sea  revelado. Levantado el secreto, su revelación sería la sexualidad. El  quid de esta historia, si tuviera alguno, sería el sexo — pero  precisamente no lo tiene. Allí donde el sentido debería darse, donde el  sexo debería darse, donde las palabras lo designan, donde los otros  [77] lo piensan, no hay nada. Y esta nada del secreto, este  insignificado de la seducción circula, corre bajo las palabras, corre  bajo el sentido y más deprisa que el sentido: él es el que os alcanza primero, antes de que las frases lleguen, al tiempo que se desvanecen.  Seducción subyacente al discurso, invisible, de signo en signo,  circulación secreta.  

  3. Exactamente lo contrarío de una relación psicológica: estar en el  secreto del otro no es compartir sus fantasmas o sus deseos, no es  compartir un no dicho que podría serlo: cuando «ello» habla es  precisamente no seductor. Lo que es del orden de la energía expresiva,  del rechazo, del inconsciente, de lo que quiere hablar y adonde el «yo»  debe llegar, todo eso es de orden exotérico y contradice la forma  esotérica del secreto y la seducción.  

  4. Sin embargo, el inconsciente, la «aventura» del inconsciente, puede  aparecer como el último intento de gran envergadura por rehacer el  secreto en una sociedad sin secreto. El inconsciente sería nuestro  secreto, nuestro misterio en una sociedad de confesión y  transparencia. Pero en realidad no lo es, pues ese secreto es sólo  psicológico, y no tiene existencia propia, ya que el inconsciente nace  al mismo tiempo que el psicoanálisis, es decir, que los procedimientos  para absorberlo y las técnicas de denegación del secreto en sus  formas más profundas.  

  5. ¿Quizá algo se venga de todas esas interpretaciones y turba sutilmente  su desarrollo? Algo que no quiere decididamente ser dicho y que,  siendo enigma, posee enigmáticamente su propia resolución, y en  consecuencia, sólo aspira a quedar en el secreto y en el goce del  secreto.  

  6. A pesar de todos los esfuerzos por desnudarlo, por traicionarlo, por  hacerlo significar, el lenguaje vuelve a su seducción secreta, volvemos  siempre a nuestros propios placeres insolubles.  

  7. No hay tiempo de la seducción, ni un tiempo para la seducción, tiene  su propio ritmo, sin el cual no tiene lugar. No se distribuye como lo  hace una estrategia instrumental, que avanza por fases intermedias.  Opera en un instante, en un solo movimiento, y ella misma es siempre  su propio fin.  

  8. El ciclo de la seducción no se detiene. Se puede seducir a ésta para  seducir a la otra y también seducir a la otra para complacerse. El 

  9. El anzuelo es tan sutil que lleva de uno a otro. ¿Es seducir o ser seducido  lo que es seductor? Ser seducido es con mucho la mejor manera de  seducir. Es una estrofa sin fin, Igual que no hay activo ni pasivo en la  seducción, tampoco hay sujeto u objeto, interior o [78] exterior: actúa  en las dos vertientes y ningún límite las separa. Nadie, si no es  seducido, seducirá a los demás.  

  10. La seducción, al no detenerse nunca en la verdad de los signos, sino  en el engaño y el secreto, inaugura un modo de circulación secreto y  ritual, una especie de iniciación inmediata que sólo obedece a sus  propias reglas del juego.  

  11. Ser seducido es ser desviado de su verdad. Seducir es apartar al  otro de su verdad. Sin embargo, esta verdad constituye un secreto que  se le escapa (Vincent Descombes).  

  12. La seducción es inmediatamente reversible, su reversibilidad proviene  del desafío que implica y del secreto en el que se sume.  Fuerza de atracción y de distracción, fuerza de absorción y de  fascinación, fuerza de derrumbamiento no sólo del sexo, sino de todo  lo real, fuerza de desafío — nunca una economía de sexo y de palabra,  sino un derroche de gracia y de violencia, una pasión instantánea a la  que el sexo puede llegar, pero que puede también agotarse en si  misma, en ese proceso de desafío y de muerte, en la indefinición  radical por la que se diferencia de la pulsión, que es indefinida en  cuanto a su objeto, pero definida como fuerza y como origen, mientras  la pasión de seducción no tiene sustancia ni origen; no toma su  intensidad de una inversión líbidinal, de una energía de deseo, sino de  la pura forma del juego y del reto puramente formal.  

  13. Tal es el desafío. También forma dual que se agota en un instante, y  cuya intensidad proviene de esta reversión inmediata. Con capacidad  de embrujo, como un discurso despojado de sentido, al que por esta  razón absurda no se le puede dejar de responder. ¿Por qué un desafío  exige respuesta? La misma interrogación misteriosa: ¿qué es lo que  seduce?  

  14. ¿Qué hay de más seductor que el desafío? Desafío o seducción, es  siempre enloquecer al otro, pero de un vértigo respectivo, locos de la 

  15. ausencia vertiginosa que los reúne y de una absorción respectiva. Tal  es la fatalidad del desafío, por lo que no se puede dejar de responder:  inaugura una especie de relación loca, muy diferente a la que se  establece en la comunicación y el intercambio: relación dual que pasa  por signos insensatos, pero unidos por una regla fundamental y por su  aplicación secreta. El desafío pone fin a todo contrato, a todo cambio  regulado por la ley (ley de naturaleza o ley del valor) y lo sustituye  por un pacto altamente convencional, altamente ritualizado, la  obligación incesante de responder y de mejorar la, apuesta dominada  por una regla del juego fundamental y medida según [79] su propio  ritmo. Contrariamente a la ley que está siempre inscrita en las tablas,  en el corazón o en el cielo esta regla fundamental nunca necesita  enunciarse, no debe enunciarse nunca. Es inmediata inmanente,  ineludible (la ley es trascendente y explícita).  

  16. No podría haber contrato de seducción, contrato de desafío. Para que  haya desafío o seducción hace falta que toda relación contractual se  desvanezca ante una relación dual, construida de signos secretos al  margen del intercambio, que adquieren toda su intensidad en su  reparto formal, en su reverberación inmediata. Tal es el hechizo de la  seducción, que pone fin a toda economía de deseo, a todo contrato  sexual o psicológico, y lo sustituye por un vértigo de respuesta —  nunca una inversión: un envite — nunca un contrato: un pacto —  nunca individual: dual — nunca psicológico: ritual — nunca natural:  artificial. La estrategia de nadie: un destino.  

  17. Desafío y seducción están infinitamente próximos, Sin embargo, ¿no  habría una diferencia, al consistir el desafío en llevar al otro al terreno  de tu propia fuerza, que será también la suya, con el objeto de una  sobrepuja ilimitada, mientras que la estrategia (?) de la seducción  consiste en llevar al otro al terreno de tu propia debilidad, que será  también la suya? Debilidad calculada, debilidad incalculable: reto al  otro a dejarse atrapar. Fallo o desfallecimiento: el perfume de la  pantera, ¿no es una falla, un abismo al que los animales se acercan por  vértigo? De hecho, la pantera de perfume mítico no es más que el epicentro de la muerte y las emanaciones sutiles provienen de esa  cisura.  

  18. Seducir es fragilizar. Seducir es desfallecer. Seducimos por nuestra  fragilidad, nunca por poderes o signos fuertes. Esta fragilidad es la  que ponemos en juego en la seducción y la que le proporciona esta  fuerza.  

  19. Seducimos por nuestra muerte, por nuestra vulnerabilidad, por el  vacío que nos obsesiona. El secreto está en saber jugar con esta  muerte a despecho de la mirada, del gesto, del saber, del sentido.  El psicoanálisis dice: asumir la propia pasividad, asumir la propia  fragilidad, pero hace de ello una forma de resignación, de aceptación,  en términos todavía casi religiosos, hacia un equilibrio bien  temperado. La seducción juega triunfalmente con esa fragilidad, hace  de ella un juego, con sus reglas propias. 

Todo es seducción, sólo seducción.  

Han querido hacernos creer que todo era producción. Leitmotiv de la  transformación del mundo: el juego de las fuerzas productivas es el  que regula el curso de las cosas. La seducción no es más que un  proceso inmoral, frívolo, superficial, superfluo, del orden de los  signos y de las apariencias, consagrado a los placeres y al usufructo de  los cuerpos inútiles. ¿Y si todo, contrariamente a las apariencias — de  hecho, según la regla secreta de las apariencias — si todo obedeciera a  la seducción?  

  1. el momento de la seducción  

  2.  el suspenso de la seducción  

  3. el alea de la seducción  

  4. el accidente de la seducción  

  5. el delirio de la seducción  

  6. el descanso de la seducción  

  7. La producción no hace sino acumular y no se desvía de su fin.  Reemplaza todas las trampas por una sola: la suya, convertida en  principio de realidad. La producción, como la revolución, pone fin a la 

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